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Diarios, discos, enciclopedias y otras especies en extinción

La crisis de la prensa escrita es doble: coyuntural y estructural. Es culpa de la dura situación económica pero también de la revolución digital. Por eso conviene revisar las barbas peladas de otros sectores que también sufren esta reconversión industrial para encontrar lecciones y ejemplos, para poner algunas conclusiones a remojar. Entre quienes más han padecido la llegada de internet se encuentra, sin duda, la industria del disco. Y de las muchas analogías que se pueden sacar hay una especialmente reveladora: la muerte del long play, del viejo LP.

Un poco de historia. Al principio fue el single. La música popular y la industria discográfica actual se construyeron sobre la canción, que era la unidad creativa. La tecnología del LP —los discos a 33 revoluciones— fue un invento de la RCA en 1931, pero fracasó en su lanzamiento comercial porque eran muy caros. Después lo volvió a intentar Columbia, en 1948, y esta vez sí cuajó, aunque tardó en arrasar. En 1958, las ventas de LP solo representaban una cuarta parte del mercado fonográfico; el single, un disco con un éxito y una cara B, era el rey. En los años setenta, el porcentaje se invirtió, y durante los ochenta y los noventa —con la llegada del CD— el single prácticamente desapareció. La gente dejó de comprar canciones de una en una (de dos en dos, con la cara B) para hacerlo de diez en diez.

Hubo una razón creativa, aunque es dudoso que fuese casual. Los primeros LP eran recopilaciones de singles, nada más. En los sesenta, grupos como The Beatles o The Beach Boys empezaron a considerar al LP como una unidad creativa, al disco como un conjunto musical y no como una mera recopilación de canciones. Sin embargo, detrás de ese cambio de concepto artístico había también una evidente razón económica: era más rentable vender las canciones de diez en diez. Comprábamos música en un pack de diez de la misma manera que hoy compramos las latas de atún de tres en tres: porque así es más barata la distribución.

¿Qué ha sucedido con la popularización de internet, cuando la distribución ha dejado de ser un problema? Más allá de la piratería —otro asunto del que también debería aprender la prensa cuando intenta explicarse por qué fracasan los intentos de vender arena en el desierto, cobrar por la información en internet—, en las tiendas legales de música online la conclusión es evidente: el LP se muere y el single vuelve a ser el rey. En formato digital, por ejemplo en la tienda de iTunes, los melómanos suelen comprar canciones, no discos. Ya nadie quiere nueve temas de relleno sino solamente el hit, el viejo single, esa canción especial.

A los periódicos nos pasa algo similar. También la prensa tiene, en su configuración, en su manera de hacer las cosas, un montón de atributos que ha impuesto la distribución, no el modelo informativo. No hay lector, ni siquiera la madre del director, que se lea todo el diario de la A a la Z, que esté interesado por igual en los deportes, en la política, en las farmacias de guardia y en la información internacional. Los periódicos impresos están pensados de esta forma —como un LP— porque con los altísimos costes que tiene la producción y distribución del papel es más barato vender un pack de ochenta páginas con toda la información del día que diez impresos especializados de ocho páginas y que cada lector, en el quiosco, escoja su ración diaria de información.

Sin embargo, al igual que con la música, esta situación está cambiando con la revolución digital. No solo es un cambio de soporte, del papel a internet. Es un cambio de modelo. También vuelve el single, la canción: que no es tanto el diario sino la noticia, o la firma, o la sección. En internet, el lector ha dejado de ser fiel seguidor de un solo periódico para configurar su propio menú informativo picando de aquí y de allá, creando su diario ideal con la oferta de los infinitos medios de información que ofrece la web. Por esa razón triunfará la información propia y exclusiva, no el teletipo copiado y pegado que también tienen todos los demás.

Al igual que con el LP, hay una razón creativa o, más bien, una explicación editorial para el viejo modelo que, en gran medida, estaba impuesto por la distribución, no por el periodismo. El diario generalista te da todo lo que necesitas saber del mundo, lo más importante, las noticias que merecen ser impresas: por eso no puede renunciar a ningún aspecto de la realidad. Puede que algunos diarios en el mundo se lo puedan permitir, especialmente si añadimos dos factores importantes: la visión editorial, el sesgo político, y la credibilidad que aporta la marca, la cabecera. Sobrevivirán en cada país unos pocos diarios generalistas que mantendrán la ambición de explicar el mundo entero y una estructura de secciones similar a la actual, pero serán muchísimos menos de los que ahora hay. La distribución digital acaba con el diario enciclopédico, ése que te explica cada día el mundo en su totalidad, desde la A de Afganistán hasta la Z del Zaragoza Club de Fútbol. Y en su lugar nacerán —ya está pasando— muchísimos más medios hiperespecializados, que no pretenderán competir en la explicación del mundo entero sino que se conformarán con ser los mejores del mundo cuando hablen de un pequeño jardín.

Incluso los medios generalistas que sobrevivan a esta revolución tendrán que cambiar. Será cada vez más grande —ya pasa en la Red— la distancia editorial entre los medios masivos y los de élite, entre los que quieren tener más y más público y los que buscan una audiencia selecta mediante la cual influir en la sociedad. Muchos diarios, hasta hoy, han conseguido ambas cosas a la vez: llegar a las élites y a la gente común; en el futuro, habrá que elegir entre las dos.

Será también el fin de la gran redacción, de esos enormes trasatlánticos con cientos de periodistas tan distintos como puede ser un redactor de deportes de otro de internacional. Muchas de esas grandes redacciones enciclopédicas serán sustituidas por micromedios, mucho más pequeños y manejables. Porque otro de los cambios que trae internet es la competencia universal y casi infinita. Cada diario ya no compite con el de su ciudad o su país, sino con todos los que se editan en el mismo idioma en todo el planeta —en este nuevo quiosco universal ya no existen cotos vedados, y ni siquiera la lengua es una barrera infranqueable—. Así volvemos a la clave: a cómo la distribución digital lo cambia todo. ¿Qué sentido tiene, en este nuevo mundo, donde todos compiten con todos, que hasta el más diminuto diario regional tenga páginas y redactores dedicados a la información internacional?

Sí, dentro de unas décadas también existirán los diarios de papel. Aún hoy se siguen vendiendo vinilos de 33 revoluciones. Son más caros que antes, son un producto exclusivo para un público muy elitista y solo se encuentran en tiendas especializadas. Son una rareza, como las plumas de ganso, los pergaminos o las máquinas de escribir. Como las enciclopedias en la era de internet.

La crisis en 100 apuntes
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