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El rescate de las autopistas
El nuevo capitalismo refundado tiene un viejo lema: si gano es para mí, si pierdo vamos a medias; privaticemos los beneficios, socialicemos las pérdidas. El último ejemplo de este neocomunismo de mercado, de este liberalismo de casino, lo vamos a pagar en España; será en cuestión días, será caro. Será también la única enmienda a los presupuestos generales del Estado que contará con el exótico consenso del PSOE, del PP y también de CiU. Los dos grandes partidos y su bisagra solo se han puesto de acuerdo en una cosa: salvar a las concesionarias de las autopistas de peaje, que amenazan con ir la quiebra. El rescate público para estas empresas y sus accionistas —las grandes constructoras— consistirá en ayudas directas y créditos blandos. Aún no se conoce la cifra total, pero el cheque ascenderá a algunos cientos de millones de euros. Las constructoras piden ochocientos millones, más de la mitad de lo ahorrado al congelar las pensiones.
El desastre que ahora vamos a pagar comenzó en esos años en que España iba bien, y los ladrillos volaban. El Gobierno de Aznar adjudicó las autopistas radiales de Madrid con unas expectativas de tráfico que nunca se han cumplido; con la crisis, no ingresan ni la mitad de lo previsto. Después, una sentencia del Supremo —apoyada en la irresponsable ley del suelo del PP— multiplicó el coste de las expropiaciones de terreno para construir estas vías.
Desde Fomento defienden que hoy solo queda elegir entre una solución mala y la peor: entre cubrir esas pérdidas o asumir la quiebra que podría suponer para el Estado una deuda de más de 4.000 millones. Puede que sea así, y de verdad no exista alternativa. Pero es difícil de digerir que estas empresas, que entraron en el negocio «bajo su riesgo y ventura», ganen siempre, incluso cuando todos perdemos.