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Me gusta cuando callas porque estás presidente
No hay mejor metáfora de esta terrible semana que las imágenes de Mariano Rajoy escapando del Senado por la puerta de atrás —con la sonrisa incómoda y el semblante mudo— seguido al trote por su equipo, que espanta a los periodistas como el que se libra de una nube de mosquitos. Rajoy no solo huye de la prensa: también de su responsabilidad como presidente de una democracia, un sistema político que en las urnas nunca otorga un cheque en blanco, donde hasta la mayoría absoluta está obligada a explicar sus decisiones a los ciudadanos.
«Aquí hay un presidente del Gobierno que va a dar la cara», dijo Mariano Rajoy hace tres meses. Fue durante la única entrevista que ha concedido desde que ganó las elecciones, y ya han pasado más de cien días y decenas de promesas rotas. Qué lejos queda aquella campaña electoral en la que Rajoy se comprometió a no recortar la sanidad ni la educación. Ni subir los impuestos. Ni abaratar el despido. Ni tantas y tantas cosas. Qué lejos queda también aquel discurso de investidura, el pasado diciembre, cuando se comprometió a «decir siempre la verdad, aunque duela». «Decir la verdad sin adornos ni excusas. Llamar al pan, pan y al vino, vino».
Para decir la verdad hace falta hablar primero. Por eso es tan grave que el enésimo incumplimiento electoral —ese recorte de diez mil millones en educación y sanidad con repago incluido— se despache en el cuarto párrafo de una nota de prensa confusa e incompleta. Por comparar, esos diez mil millones anuales equivalen al tijeretazo que presentó Zapatero en mayo de 2010. ¿La diferencia? Que aquel anuncio fue en el Congreso de los Diputados, una cámara donde Rajoy no tiene previsto hablar para explicar sus recortes hasta dentro de tres o cuatro semanas. Ni siquiera se conoce la fecha.