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Los hijos de la crisis
Durante aquellos años nefastos, Buenos Aires fue la ciudad con el mayor volumen de reciclaje del planeta. No fue mérito del Gobierno sino de la crisis argentina y de sus hijos más castigados. Los llamaron cartoneros. Cada noche, cuarenta mil personas salían de las barriadas hacia el centro para husmear en la basura de los ricos. Buscaban papel, plástico y vidrio que después vendían al peso. En un mes, con suerte y esfuerzo, un cartonero podía ganar doscientos pesos, unos cuarenta euros. Para muchas familias, era la distancia entre la miseria y un plato de comida caliente. Entre los cartoneros abundaban los niños. La escuela era un lujo que podía esperar.
Las cicatrices de las debacles económicas no se borran cuando remonta el PIB. Muchas veces el verdadero drama llega después, cuando su herencia condena de por vida a toda una generación a la ignorancia, a la pobreza, a la marginalidad. La mayoría de aquellos cartoneros jamás retomó los estudios. Hoy siguen en empleos precarios: su falta de formación no les permite aspirar a algo mejor.
España no es Argentina, pero nuestra crisis, que según las nuevas previsiones del Gobierno durará al menos dos años más, tampoco terminará cuando el PIB vuelva a florecer. Las hipotecas a treinta años seguirán estando ahí. Los hijos de la crisis en España no son cartoneros, son mileuristas. Es esa generación que algún pedante bautizó como «la mejor preparada de la historia de España» y que ahora es probable que sea la primera, desde la Guerra Civil, que viva peor que la de sus padres. A esa generación, a mi generación, la han estafado. Nos cambiaron una vivienda digna y un empleo estable por la Playstation 2.