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Indignarse es poco
Los europeos vamos a volver a salvar a la banca privada con dinero público para que el cielo no se desplome sobre nuestra cabeza. Es la segunda vez en tres años que las opciones que se nos presentan son dos: rescatar a la banca y a sus bien pagados directivos o, como ironiza un blog de The Wall Street Journal, «pasar la próxima década empujando un carrito de supermercado con todas nuestras posesiones dentro mientras escapamos de hordas de caníbales que se quieren comer a nuestros hijos». Y eso que esta decisión tramposa, donde toca elegir entre lo malo o lo peor, no podía suceder otra vez. «Nuestros ciudadanos no permitirán que vuelva a pasar, la reacción política a un segundo rescate sería tan fuerte que pondría en riesgo a algunas democracias», profetizó hace dos años el entonces director del FMI, Dominique Strauss-Kahn. No era el único «perroflauta» con ese discurso. «Nuestros ciudadanos no permitirían, por segunda vez, que los Gobiernos movilizaran el 27 por ciento del PIB para salvar al sistema financiero», aseguraba en mayo Jean Claude Trichet, presidente del BCE.
El segundo plan de rescate de la banca europea, provocado en gran medida (pero no solo) por esa herida griega que la UE ha sido incapaz de sanar, costará 120.000 millones de euros, aunque otros cálculos multiplican esa factura por veinte si Grecia se declara en quiebra. Después será ese mismo sector financiero rescatado el que exija «austeridad» al sector público, como es habitual. Ante esta situación, ¿a alguien le sorprende que cientos de miles de personas de todo el mundo en cerca de mil ciudades en todos los husos horarios posibles, desde Tokio hasta Santiago de Chile, salgan a la calle para pedir un cambio global? ¿De verdad son tan difíciles de entender las causas de este gran cabreo mundial?