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Esperando a Trichet, a Merkel o a los chinos
La clave para acabar con el acoso de los mercados contra el bono español la tiene un banquero francés que siempre habla —metafóricamente— con marcado acento alemán. Se llama Jean-Claude Trichet, es el presidente del Banco Central Europeo. Desde mayo, el BCE tiene permiso para comprar deuda pública de los países del euro. Es una medida que se pactó tras aquel domingo negro cuando se acordó también el fondo de rescate, el mismo 9 de mayo en que España aceptó a cambio ese recorte del déficit que después supuso, entre otros tijeretazos, la rebaja del sueldo de los funcionarios y la congelación de las pensiones.
Desde entonces, el BCE ha comprado deuda soberana de algunos países de la UE, pero no de todos (entre ellos aún no está España) ni tampoco lo suficiente como para pillar las manos a esos especuladores que intentan forrarse hundiendo países enteros —una operación financiera envenenada a través de productos de inversión derivados.
Si el BCE comprase deuda soberana del mismo modo en que lo hace el Banco de Inglaterra en Reino Unido, o la Reserva Federal en Estados Unidos, se acabarían la mayor parte de los problemas que ahora padecemos los «PIGS». El BCE no lo hace principalmente por una razón: porque no le conviene a Alemania, que tiene miedo de que una operación así —en la práctica, darle a la máquina de imprimir billetes— genere demasiada inflación, una palabra que aterra a los alemanes, que ya han sufrido dos hiperinflaciones en el último siglo. El BCE tiene además un mandato fundamental: mantener la inflación por debajo del 2 por ciento, y ni siquiera en esta situación de emergencia cuenta con la suficiente autonomía para saltarse esa ortodoxia.
Esta semana, el Parlamento Europeo exigió al BCE que acelerase la compra de deuda pública, pues es la única herramienta eficaz para detener el ataque contra el euro. Sin embargo, de poco sirve lo que vote la Eurocámara, cuando las decisiones sobre política monetaria parecen estar siempre en manos de Alemania.
Pero si España quiebra, también arrastrará a la banca alemana; el riesgo de las hipotecas españolas descansa fundamentalmente sobre inversores alemanes. Alemania tiene 136.000 millones en activos españoles. Toda Europa, medio billón. Y entonces ¿qué gana Angela Merkel impidiendo que el BCE acabe con esta locura? En grandes líneas, lo que estamos viviendo es una partida de las siete y media con nuestra economía como víctima, donde Merkel quiere apurar, pero sin pasarse: tirar de la cuerda que ahoga a España, pero sin romperla. Con los bonos de los PIGS cada vez más cuestionados, el bono alemán se rebaja, y así Alemania se financia mucho más barato. Además, Merkel puede imponer su política económica al resto: un durísimo ajuste en las cuentas públicas basado en una premisa algo racista: que los vagos del sur de Europa hemos vivido demasiado bien mientras Alemania hacía sus deberes; que nos lo tenemos merecido. Es una tesis injusta, entre otras cosas, porque Alemania ha triunfado, con su superávit comercial, a cuenta del consumo y de las importaciones de otros países, de mercados como el español. No se entiende un modelo sin el otro.
Si Merkel se sigue comportando así, sus nietos tendrán que aprender a hablar chino. A Alemania le interesa tensar la cuerda con España sin romperla, pero las cosas se pueden ir de las manos. Si nuestro país acaba quebrado, y se ve obligado a solicitar el fondo de rescate, el terremoto en la zona euro —en el peor escenario— podría ser tan dramático que podría acabar con la moneda única y, de rebote, con Estados Unidos. Solo sobrevivirían economías menos interconectadas; tal hundimiento dejaría al mundo en manos de China.
Con el euro hemos ganado todos, pero ahora se impone el egoísmo y el sálvese quien pueda. Incluso Helmut Kohl, quien fuera padrino de la actual canciller alemana, ha criticado el cortoplacismo y la falta de liderazgo de una Angela Merkel que puede pasar a la historia como la enterradora de la Unión Europea.