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Abróchense los cinturones
El apático lenguaje con el que los poderes económicos nos cuentan la crisis recuerda a las instrucciones de seguridad de los aviones: esos folletos plastificados, asépticos, donde explican que las salidas de emergencia están allí, aquí y allá, con ilustraciones de una madre que coloca una mascarilla de aire a su hija con la misma expresión de aburrimiento del que se lava los dientes después de un madrugón.
Un ejemplo: la directora gerente del FMI, Christine Lagarde, dijo ayer, sin apenas levantar la voz, que estamos cerca de «un nuevo revés económico a escala global», que hay que «fomentar el ahorro estatal» y que hace falta que «los bancos europeos sean recapitalizados» para «evitar una inminente espiral descendente». Con estas sedantes palabras, como el que te cuenta que el avión llegará con un poco de retraso, el FMI confirmó ayer que nos vamos a la mierda otra vez, que hay que seguir podando el gasto social, que hay que trabajar más, que hay que cobrar menos, que hay que jubilarse más tarde, que hay que resignarse y no protestar y que, por supuesto, la banca privada necesita más dinero. Dinero público. Tu dinero.
La «espiral descendente» de la que habla Lagarde no es una bonita pirueta que acaba en tirabuzón mientras el público exclama un «oh». El avión puede entrar en barrena —esta semana pinta especialmente mal— y la única solución que nos ofrecen desde la cabina del piloto, dictada desde los sillones de primera clase, es la de siempre: austeridad para las cuentas públicas, generosidad para la banca privada. Lo peor no es que la receta sea tremendamente injusta. También es una fórmula cuya eficacia, tres años después de que arrancara esta crisis, aún está por demostrar.