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Mohamed Abdelaziz cambió el canal del televisor con sus dedos peludos. Se dio la vuelta y miró a su dueño con sus ojos amarillos. Rió, dio una voltereta y huyó entre los coches.

El viejo guarda se levantó de su colchoneta y manipuló el mando a distancia. En el salto de canales, una imagen le hizo detenerse. Era una de esas tomas aéreas de guerra en las que se ven los objetivos estallando bajo un punto de mira en forma de cruz. «… uno de los principales líderes del Estado Islámico —decía en árabe la locutora— ha muerto en un bombardeo efectuado por la aviación saudí contra su cuartel general en Irak. Del ataque ha logrado escapar sin embargo este hombre —en la pantalla apareció un primer plano del Saharaui, sacado probablemente de una ficha policial—, Haibala Ahmed Yadali, que era buscado por la policía marroquí por su participación en el robo de joyas perpetrado hace sólo dos semanas en Marrakech.»

El viejo meneó la cabeza, apagó el televisor y guardó el mando bajo el colchón para que el mono no volviera a gastarle otra de sus bromas. Se recostó en los mugrientos cojines y cerró los ojos.

—Que Alá te guíe —murmuró—, que Alá te guíe.