9

—El Guapo es insoportable.

La Yunque deshacía las maletas mientras su novio zapeaba ante el televisor.

—Mira, se pillan todas las cadenas españolas.

Ella se volvió con un puñado de ropa en las manos. El pelo oscuro endurecía sus facciones, de por sí marcadas.

—Escúchame cuando te hablo. ¿Quién coño se cree que es? —Imitó la voz del Guapo—: ¡Las chicas, a comprar bocadillos! ¿Y cuando el Chiquitín se puso malo en el autobús? —Volvió a imitar la voz del Guapo—: ¡Todos fuera, aquí no hay nada que ver! ¿Cómo que no hay nada que ver, si el Chiquitín se ha vuelto loco? Siempre con esos aires, como si fuera… Como si fuera John Wayne.

—¿John Wayne?

La Yunque sonrió.

—Eso decía mi padre cuando se tropezaba con algún gilipollas así: «Es más chulo que John Wayne.»

—Pues no era chulo tu viejo.

Ella no le hizo caso.

—Y mira lo que te digo: el Chiquitín está mal. Pero mal de verdad. Te digo que le pasa algo chungo. No me extrañaría que en uno de esos ataques se quedara en el sitio.

—Pero ¿qué ataques, mujer? Le dolía el brazo, se pasó con las pastillas y ya está solucionado.

—¿No ves que está fuera de sí? Está ido, como apabullado, todo el rato preguntando por el pasaporte. Normalmente él no es así.

—Vale, está nervioso. ¡Joder, está en un país extraño para hacer un trabajo en el que se la juega! No todo el mundo tiene los nervios del Guapo.

—¡El Guapo! Por Dios, ¿no te has dado cuenta de que al Guapo no le cabe un grano de arroz por el culo? No sé por qué le tienes tanta devoción a ese animal. ¿Por qué tienes que hacer siempre lo que él dice? Tú vales cien veces más que él. —Colgó bruscamente una camisa en una percha. Cogió unos zapatos y los arrojó dentro del armario.

Él se encogió de hombros.

—El Guapo tiene sus cosas, como todo el mundo, pero es el único que tira del carro. Localiza los blancos, planea los palos, contacta con los compradores… Se dedica sólo a esto. Yo tengo la discoteca, el Chiquitín tiene la pescadería, el Chato tiene las enciclopedias…

—¡El Chato! ¡No me hables del Chato, siempre como un perro apaleado detrás de esa tía! Por Dios, ¿cómo puede seguir con ese putón? ¡Si le ha puesto los cuernos con todo el mundo!

El Yunque suspiró.

—Está encoñado. Estaba solo y se enganchó a ella como pudo haberse enganchado a la heroína. Al menos la Chata fue sincera. Desde el principio le dejó claro que no iba a tener la exclusiva. Me lo contó él mismo. Un día fue a buscarla y ella estaba follando con otro, así que se sentó en un banco de la calle a esperar a que terminaran. —Movió la cabeza con tristeza—. Ahí no hay nada que hacer. Lo hemos hablado veinte veces y no atiende a razones…

—Pues no la trago —zanjó ella—. Y como la vea rondándote le saco los ojos. A ella y a ti.

Él se echó a reír.

—¡Eh, que yo no he hecho nada! ¿Sabes? Con el pelo negro pareces una actriz.

—¿Quién? ¿Rossy de Palma? —dijo ella con sarcasmo.

—¡Qué dices! Pareces Penélope Cruz, pero mucho más guapa.

La Yunque sonrió. Luego, muy seria, lo señaló con el tubo de pasta de dientes.

—Lo que te decía antes es cierto. La Chiquitina está desesperada porque no sabe qué le pasa a su chico. Cada dos por tres se le empañan los ojos…

—Habrán reñido. Ya se arreglarán. Mira, en la tele hay canal porno. ¿Pongo una y nos animamos?

Ella lo ignoró:

—Me ha dicho que él no para de escuchar la radio y de ver las noticias en el iPad. Y que por las noches no puede dormir y se pasa la mitad del tiempo en el baño, con la tripa suelta. El otro día ella revisó el iPad para ver qué había estado viendo, y le salió la página de Antena 3.

—¿Y? Estaba viendo Antena 3. ¿Y?

—Había una noticia de un crimen en Aluche. Alguien se había cargado a un prestamista, a su secretaria y a dos personas más.

—A lo mejor los conocía. Él tiene el puesto de congelados en el mercado de Aluche.

—O a lo mejor tiene miedo de que los mismos que se cargaron a esos cuatro se lo quieran cargar a él.

—¡No te montes películas, anda! Venga, deja eso y vente a la cama. —La mujer continuó vaciando la maleta con brusquedad. El Yunque suspiró—: A ver, ¿dónde está el iPad?

Apagó el televisor, se tumbó bocabajo en la cama y encendió la tableta. Estuvo un rato trasteando en ella, hasta que Google le proporcionó una larga lista de entradas para «crimen prestamista Aluche».

«El asesinato del prestamista Javier Martínez, de su secretaria y de dos de sus empleados pudo haber sido cometido por alguno de sus clientes, según las últimas investigaciones de la policía. Los agentes repasan estos días sus archivos y centran su atención en los documentos hallados en su oficina. También han interrogado a los comerciantes y vecinos de la zona. Varios de ellos han coincidido en señalar la presencia de dos hombres, uno alto, moreno, grueso y calvo, y otro también moreno, de estatura media, en los alrededores poco antes de la hora en que supuestamente se produjeron los asesinatos.»

Pulsó la palabra «Imágenes» y ante sus ojos aparecieron, mezcladas con otras muchas, las fotografías de las víctimas: un hombre de unos sesenta años, una muchacha teñida de rubio de veintitantos, un tipo moreno, grueso y medio calvo de treinta y pico, y otro hombre de pelo castaño que debía de tener la misma edad que el anterior.

Pulsó la palabra «Vídeos» y durante un rato estuvo repasando lo que habían contado las televisiones sobre el caso. Todas repetían las mismas tomas y, con ligeras variaciones, la misma noticia que acababa de leer.

El Yunque silbó:

—¡Vaya carnicería! Esto lleva la firma de alguna mafia del Este.

Se volvió en la cama y vio que su novia estaba ahora en el baño.

—¿Te acuerdas —levantó la voz— de cuando el Chiquitín dejó plantado al Guapo en el Decathlon y tuve que ir yo a ayudarlo con los equipos?

La voz de ella salió por la puerta entreabierta del servicio.

—Claro. Fue el mismo día que a la Chata le picó la avispa.

—¡Eso es! —El Yunque encendió su teléfono móvil y buscó en el WhatsApp—. ¡Aquí está! Y eso fue… —Miró en la pantalla del iPad—. Fue el mismo día de los asesinatos.

La Yunque apareció con expresión de interés.

—¿Qué quieres decir? ¿Que se los cargó él?

El Yunque dio un respingo.

—¿Cómo que se los cargó él? ¿Tú te imaginas al Chiquitín cargándose a cuatro personas? ¡Por favor!

La mujer dejó la maleta abierta en el suelo y se subió a la cama para mirar el iPad.

—¿Y entonces?

Él volvió a pasar las imágenes en la pantalla.

—A lo mejor no tiene nada que ver. Pero puede que el Chiquitín conociera al prestamista ese. Y que cuando se lo cargaron le entrara el canguelo.

—¡Un momento! —La Yunque abrió mucho los ojos negros—. De esos días son también sus dolores en el brazo y su herida en la espalda.

—Bueno, pero eso fue porque iba mamado y se cayó.

—Eso dice él —murmuró ella.

—¡A ver si ahora todo va a tener que ver con la muerte de esos cuatro! —Le puso a su novia el móvil debajo de la boca, como si fuera un micrófono, e impostó la voz—: Dígame, señora, ¿dónde estaba usted a aquella hora del día de autos?

La joven le dio un manotazo.

—No hagas coñas, que a mí estas cosas me dan mucho miedo. ¿Y qué me dices de la tabarra que da con el pasaporte?

—Está nervioso. Tú misma lo has dicho. ¿Sabes qué? Mañana cojo al Chiquitín por banda y le pregunto si conocía al prestamista ese.

El Yunque dejó a un lado el iPad y volvió a dar sonido al televisor.