20
—¿Dónde estaba el día 22? —preguntó el Yunque.
—Eso fue el martes de hace dos semanas. A ver, el lunes estuve en el mercado desde las diez hasta las dos y luego desde las cuatro de la tarde hasta las siete, como siempre. El martes también… —El Chiquitín sonrió, guiñó un ojo y levantó una mano, como había hecho su amigo la primera vez que le había tomado la lección. Luego la bajó y prosiguió con su resuello agónico—: Ah, no. Ese martes no abrí el puesto porque fui a comprar al Decathlon las cosas para el viaje.
—¿Fue usted en su coche?
—No. Fui en el coche de un amigo.
—¿Cómo se llama ese amigo?
—José Manuel Romero. —El Chiquitín volvió a sonreír—. ¿A que me lo sé bien?
El Yunque hizo caso omiso:
—¿Qué compraron?
—Bañadores, camisetas… y… Camisetas y… Camisetas y… ¡Joder, no me sale! —Se tapó los ojos con una manaza y extendió la otra para detener al Yunque—. ¡No me digas nada, que me lo sé! Bañadores, camisetas y…
El Yunque dejó a un lado los papeles.
—Tranquilo, Chiquitín. Si no te viene a la cabeza una palabra, sigue con la siguiente. Tú dilo como si se lo estuvieras contando a un amigo.
El gigante abrió los brazos con desesperación.
—¡Es que si me trabo en una palabra no puedo seguir! ¿Me entiendes? Tengo que volver a empezar y coger impulso.
En la puerta de la habitación sonaron cinco golpes rápidos y dos cortos. El Yunque la señaló con la cabeza:
—Anda, abre.
El Guapo tenía el rostro congestionado y sudoroso. Se había subido las gafas por encima de la frente, igual que una diadema. Extendió la mano y les mostró el móvil como si fuera una mascota muerta.
—¿Tenéis un cargador? No sé dónde coño he puesto el mío.
El Chiquitín desconectó su teléfono y le entregó el extremo del cable. El Guapo enchufó su móvil y se quedó mirándolo, a la espera de una señal de vida en la pantalla.
—Me he quedado sin batería justo cuando estaba intentando convencer a mi suegra… ¡Ahora parece que funciona!
Marcó un número y se acercó el teléfono a la oreja. Empezó a hablar en cuanto descolgaron al otro lado:
—¡Julia! Me he quedado sin batería y se ha cortado… Ya… Lo que… Ya… Lo que te decía es que debe de estar en casa de alguna amiga… ¡Ya sé que da apagado o fuera de cobertura!… Bueno, llámame en cuanto sepas algo… Pues si no quieres gastar, hazme una llamada perdida y te llamo yo… Vale, adiós.
Mientras colgaba, murmuró:
—Qué tía más rata. Ni por su hija es capaz de gastarse unos euros.
El Chiquitín se estrujaba la cabeza calva con sus manos como guantes de béisbol.
—Bañadores, camisetas y… Bañadores, camisetas y… ¡Toallas de playa! —Se puso en pie de un salto—. ¡Toallas de playa, Yunque! ¡Ya me he acordado!
El Yunque se zafó como pudo del abrazo del gigante.
—Vale, tío, vale. —Se volvió hacia el Guapo—: ¿Nada aún de tu chica?
El otro negó con la cabeza.
—Seguro que se ha quedado sin batería y ni se ha dado cuenta —lo animó el Yunque.
—¿Desde anoche? —El Guapo se paseaba nervioso de un extremo a otro de la habitación—. No creo.
Tomó un cigarrillo de la cajetilla que el Chiquitín había dejado sobre la mesita. Iba a encenderlo cuando sonó su móvil. Corrió a cogerlo.
—¡Diga!… ¡Joder, ya era hora! ¿Dónde coño te habías metido?… ¿Por…? ¿Y qué te han dicho?… ¡Joder, llevo llamándote desde anoche!… Pues podías haber avisado a tu madre, por ejemplo… Vale, pilla un taxi, no andes haciendo tonterías, y llámame cuando llegues a casa… Sí, aquí estamos bien. Con los problemas de siempre y la tensión que va creciendo… Sí, estamos todos… El moro también, ¿por qué?… Bueno, te dejo… Sí, yo a ti también… Llama cuando llegues a casa.
Colgó y se quedó mirando la pantalla del teléfono.
—Ha aparecido, ¿no? —preguntó el Yunque.
El Guapo asintió:
—Tuvo una vomitona y se fue al Doce de Octubre. No se dio cuenta de que tenía el teléfono apagado.
—¿Ya está bien?
—Sí, ahora volvía para casa.
El Chiquitín los miraba alternativamente mientras movía los labios en silencio, como si estuviera orando.
—Venga, Yunque —le dio unos toquecitos en la rodilla—, pregúntame otra vez.