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El Guapo desplegó el plano que le había quitado en Madrid al Joyero y lo colocó sobre su cama.

—La torre, aquí está. Y aquí está la plaza esa…

—Yemáa El Fna —intervino el Saharaui.

—… y aquí el hotel La Mamounia. ¿Veis? Por aquí es por donde hemos ido, aquí está nuestro hotel. Y aquí es donde está el banco.

Era la primera vez que el Guapo les indicaba el lugar, y todos, salvo el Saharaui, se inclinaron sobre el plano. Por encima de ellos se oía la sorda respiración del Chiquitín.

—Creo que esta noche hemos pasado por ahí —dijo el Yunque.

—Sí, hemos pasado por delante.

El Yunque alzó la cabeza, sorprendido.

—¿Y por qué no dijiste nada?

—Para que no os quedarais mirándolo —repuso el Guapo, desafiante—. Después del palo, la policía le preguntará a la gente de esa zona si ha visto a alguien merodeando por allí, y no quiero que algún listo nos identifique.

El Yunque y el Chato se miraron, pero nadie dijo nada. El Guapo señaló el punto pintado de verde, al sur de la medina.

—Entraremos en las alcantarillas desde aquí.

El Chato acercó aún más la cara al mapa y silbó.

—¡Eso está a más de dos kilómetros!

—Más o menos. Nos viene bien que esté lejos, así tardarán más en descubrirlo. Tendremos que reservar tiempo para la caminata de ida y vuelta.

—Por mí no te preocupes —intervino el Chiquitín, respirando por la boca—, yo cargo con lo que haga falta.

El Yunque se incorporó y enarcó las cejas.

—Todo depende de cómo estén las alcantarillas.

El Guapo también se incorporó.

—Ponte en lo peor.

El Yunque encendió un cigarrillo y miró al Saharaui a través del humo.

—¿Tú las has visto?

El otro negó con la cabeza.

—¿Cuándo vamos a ver al pocero?

El Saharaui señaló al Guapo.

—Hemos quedado con él mañana por la mañana.

—¡Cómo! —El Chato le lanzó una mirada iracunda—. ¿No vamos a ir todos?

—Sí, hombre —se burló el Guapo—, quedamos todos y lo colgamos en YouTube. Vamos éste y yo. Iría solo si no fuese porque éste me hace falta para traducir.

El Yunque dio una larga calada al cigarrillo y la brasa ascendió rápidamente hacia el filtro.

—Entonces no podemos calcular aún cuánto tiempo nos va a llevar el trabajo. —El humo salió a borbotones de su boca acompañando a las palabras.

—Tres horas para abrir los armarios, más el paseo bajo tierra —resumió el Guapo—. En cuanto sepamos cuánto nos lleva la caminata, sólo habrá que sumar. Mientras, tenemos que buscar un sitio donde las chicas puedan quedarse con el minibús. —Miró al Saharaui—: ¿Se te ocurre alguno?

—Hay un lugar a veinte kilómetros, hacia Esauira.

—Mañana por la tarde vamos a verlo. ¿Alguna pregunta más?

El Saharaui levantó la mano, como un colegial.

—Creo que mañana debéis ir a la piscina, para que os vean. —Señaló los brazos del Guapo—: Tú mejor no.

—Vale. Id mientras nosotros vamos a ver al pocero. Os avisamos a la vuelta. ¿Algo más?

El Chiquitín también levantó la mano.

—Sí, yo. ¿Cuándo me va a preguntar el Yunque? —Miró alternativamente a los ocho pares de ojos que lo observaban—. Es que si no me pregunta pronto, se me va a olvidar todo lo que he estudiado.