5
La Guapa, vestida con un camisón rosa, estaba recostada sobre varios almohadones apoyados en el cabecero de su cama cuando la sobresaltó el sonido del teléfono. Se había olvidado de silenciarlo.
Miró la pantalla del móvil y advirtió a Michel poniéndose un dedo sobre los labios:
—¡Es mi marido! ¡No hagas ruido!
Michel sonrió beatíficamente y asintió. No se movió de su silla, sino que siguió aparentemente enfrascado en su boceto.
—¿Diga?… Cariño, no me ha dado tiempo a mirar la pantalla. ¿Qué ha pasado?… No, yo estoy bien. Dormida, pero bien… Ajá… Ajá… Ajá… Pues porque me has pillado durmiendo, ya te dije que iba a dormir… ¡Te digo que estaba durmiendo, joder! ¿No te he cogido el teléfono?… Sí, claro que me interesa lo que me estás contando… ¿La Yunque te dijo eso? ¡Qué hija… qué desvergüenza! ¡Encima de que tú estás cargando con todo!… Ya… ¿El Chiquitín está mejor? ¿Ha solucionado lo suyo?… ¡Hombre, ésa es una buena noticia!… Entonces ¿el lío ya se acabó?… ¿Y qué va a hacer cuando vuelva? ¿Va a presentarse?… Huy, qué miedo me da eso… Espero que para entonces estemos ya de vacaciones… Pues yo bien, con el tripón a cuestas y muy cansa… Cada vez da patadas más fuertes, como si tuviera ganas de salir… ¡Que no estoy rara, que es que me has pillado dormida, ya te lo he dicho! Si quieres, te llamo yo dentro de un par de horas, cuando me haya despejado… Bueno, pues ten cuidado… Un beso. Adiós.
Apagó el teléfono y lo volvió a dejar sobre la mesilla. Se movía trabajosamente debido a la voluminosa barriga. Ruborizada, se volvió hacia Michel, que seguía trazando líneas con sus lápices.
—Es que quiero que lo del cuadro sea una sorpresa —se justificó—. Se ha mosqueado un poco —añadió, acomodándose otra vez en los almohadones—. Si no puede controlarme no está tranquilo. Cuando yo le pregunto por sus cosas, no dice ni pío, pero cuando no le pregunto, se mosquea.
—¿Adónde ha ido?
—A Marruecos. —Se sonrojó—. Bueno… Sí, a Marruecos.
Michel observó el boceto con el ceño fruncido. Apartó la hoja y la dejó en el suelo, sobre las que ya había garabateado.
La Guapa se inclinó hacia delante.
—¿Me lo dejas ver?
El camisón transparentaba sus hinchados pechos de areolas oscuras como monedas de chocolate y las grandes bragas blancas de embarazada.
—No —dijo Michel con una sonrisa—. Verás el cuadro cuando esté terminado.
Ella hizo un mohín de disgusto.
—¡Qué raros sois los artistas!
Michel colocó la carpeta sobre las hojas que estaban en el suelo y se estiró hacia atrás, presionando con las manos en los riñones.
—Vamos a hacer un alto. Creo que deberíamos aprovechar para cenar. Si me dices dónde has puesto las cosas, yo mismo las traigo. No, no te muevas. Yo las traigo.
—Está todo en la nevera. Las verás nada más abrir la puerta.
—D’accord, ma belle!
Mientras Michel trasteaba en la cocina, ella aprovechó para ir al baño. Tenía la vejiga a punto de estallar por las dos cervezas que se había bebido antes de comenzar la sesión de pintura. Cuando salió, el joven ya había colocado sobre la cama una bandeja con la comida. Una sombra pasó por los ojos de la Guapa.
—¡Uf, y ahora champán! —dijo al ver la botella que él estaba descorchando—. Creo que me estoy pasando.
—El Dom Pérignon nunca ha hecho mal a nadie.
La Guapa se recogió la melena negra detrás de las orejas y ocupó su lugar con la espalda apoyada en los almohadones del cabecero. Al ser retirado el tapón, la botella emitió un siseo y dejó escapar una nube de gas. Michel vertió parte del líquido en dos vasos que había colocado sobre una mesilla de noche.
—À votre santé, madame.
Mientras pronunciaba esas palabras y chocaba su vaso con el de la Guapa, se sentó en la cama, al lado de ella, que dejó escapar una risita.
—Te aconsejo especialmente el paté —le dio un cuchillo y una pequeña tostada—. Es espectacular.
—Lástima no poder cenar así todos los días —dijo la Guapa mientras masticaba.
Michel se rió, y enseguida preguntó en tono despreocupado:
—¿Y qué hace tu marido en Marruecos?
La pregunta pilló desprevenida a la Guapa.
—Negocios —respondió escuetamente.
—Marruecos es un hermoso país para ir de vacaciones, pero muy difícil para hacer negocios. ¿A qué se dedica?
La Guapa bebió un trago de champán antes de responder:
—Joyería.
—¡Ah! —Michel asintió con admiración—. ¿Trabaja con los orfebres de allí? Los hay muy buenos.
—Sí.
—¿Y se ha llevado a un niño?
—¿Cómo?
—Antes hablaste de un chiquitín.
—¡Ah, no! —Ella se echó a reír—. No, el Chiquitín es un amigo de su trabajo. Le llamamos así porque es muy grande. ¡Es un gigante!
Michel también se rió y sirvió más champán:
—Al oír que lo llamaban así, he pensado: ha ido con un niño y se le ha puesto enfermo.
—No —ella habló entre risas, ya un poco achispada—. No está enfermo. Es que se ha metido en un lío…
—¡Uf, un lío en Marruecos! Eso puede ser muy peligroso.
—No, no ha sido en Marruecos. Fue en España, antes de viajar allí.
—¡Menos mal! ¿Qué le pasó?
—Mmm… Tuvo una pelea y la policía fue a buscarlo a su casa. No sabía si tenía que volver de Marruecos para ir a la comisaría o si podía presentarse cuando volviera. —Dio otro trago de champán—. Pero puede presentarse cuando vuelva. Así que no hay problema.
—Espera un momento —dijo Michel. Se levantó y fue hasta sus papeles—. Quiero hacerte un boceto así, como estás ahora.
Ella miró sorprendida a su alrededor.
—¿Así, con la cama llena de comida? —Se subió un tirante del camisón que se había deslizado desde su hombro.
—¡No, no, no! —la interrumpió Michel—. Déjalo donde estaba. Así, así.
—Joder, si me viera mi marido —dijo ella entre risas…
—Necesito captar este momento. El lápiz no es lo bastante rápido.
Sacó su teléfono móvil del bolsillo.
—Así, no te muevas.
Ella se cubrió el rostro con las manos, riéndose.
—¡Qué horror! ¡Estoy espantosa!
—¡No, no, estás preciosa! ¡Esto era lo que estaba buscando! Mira a la cámara. ¡Eso es, eso es!