23
El Chiquitín apagó el teléfono y sonrió.
—Me han dicho que pase por la comisaría el martes, cuando vuelva.
El Guapo lo miró atónito y luego lanzó una risotada.
—¡Manda cojones! Todos los tontos tienen suerte.
Eran las nueve y media de la mañana y volvían a estar los cuatro en la habitación del Yunque. Al Chiquitín las manos le temblaban tanto que, cuando dejó el móvil sobre la mesilla, el aparato repiqueteó en la madera. La luz blanca, la brisa marina y los sonidos de Tánger entraban como una transfusión de vida por la ventana abierta.
El Yunque bostezó.
—Al menos ya sabe lo que tiene que decirles a los maderos la próxima semana.
—¿Tú crees que éste se va a acordar de algo la próxima semana? —ironizó el Chato.
Los tres miraron al gigante. Se había levantado de la cama y hurgaba en el pequeño frigorífico. Sólo llevaba puestos unos eslips arrugados por los que asomaba algo amoratado. Su gran pecho blanco y peludo subía y bajaba con un pitido. Sacó una botellita de J&B, la abrió con un chasquido y se la bebió de golpe. El temblor de las manos hizo que parte del líquido se le derramara por la barbilla.
—Chiquitín —dijo el Yunque en tono paciente—, tienes que empollarte estos papeles.
—¡Pero si ya me los sé!
El Guapo se puso en pie.
—Escúchame bien, gilipollas: de lo que respondas a esos policías depende no sólo tu culo, sino también el mío. Te vas a empollar esos papeles hasta que los recites como el padrenuestro. El Yunque te los preguntará todas las noches, y si no te los sabes, te dejo en este puto país y te apañas como puedas. Tú mismo.
Pareció que el gigante dudaba un instante, como si se dispusiera a decir algo. Finalmente, sacó un cigarrillo de una cajetilla de Marlboro que estaba sobre la mesita baja, pero se le quebró entre los enormes dedos temblorosos.
—Date una ducha y haz la maleta. —El Guapo echó a andar hacia la puerta—. Nos vemos todos abajo a las diez y media.
Sólo cuando el Guapo hubo cerrado la puerta a sus espaldas, se atrevió el Chiquitín a protestar:
—No sé qué le pasa conmigo. He hecho todo lo que me habéis dicho. A mí también me jode que los maderos no me hayan preguntado, porque me lo sabía de puta madre.
El Yunque suspiró, se levantó y comenzó a vestirse.
—Lo que le cabrea es que está intentando salvarte el culo y evitar que todo se vaya a la mierda, y tú te estás portando como un niño caprichoso.
—Este tío no se entera del marrón que se le viene encima —dijo el Chato, y abrió la puerta—. Yo me largo.
El Yunque recogió sus cosas.
—Voy contigo. —Antes de salir, señaló los papeles arrugados entre las sábanas revueltas—: Yo que tú, recogía ahora mismo esos papeles y no levantaba la cabeza de ellos durante el viaje a Marrakech.
Tras el portazo, el gigante se quitó los calzoncillos y encendió la luz del cuarto de baño. Ante el espejo comprobó que el moratón de su brazo era ya una leve mancha y que la herida de la espalda parecía cicatrizar bien. Abrió el grifo, se mojó la cabeza y extendió sobre ella el gel de afeitado. Volvió a la habitación y, esta vez sí, encendió un cigarrillo que quedó asomando como una chimenea por el rostro cubierto de espuma. Estaba rasurándose la cara y el cráneo cuando llegó su novia.
—¿Todavía estás así? ¡Ni siquiera has sacado las maletas del armario!
—He estado trabajando —dijo él moviendo los labios lo menos posible para evitar que se cayera la ceniza del cigarrillo.
—¡Trabajando! ¡A saber qué habéis estado haciendo! Tanto secretito, tanto secretito. ¿Qué pasa, que ya no confiáis en nosotras? —Como su novio no respondía, prosiguió—: ¡Contenta está la Yunque con todas vuestras idas y venidas! Esta madrugada se nos presentó el Chato en la habitación preguntando dónde estaba su novia. «¡Pregúntale al Guapo!», le dijo la Yunque, no son horas de andar despertando a la gente. Esta mañana ha venido la Chata, fresca como una rosa: ¡Estaba dando una vuelta por la playa con el moro! Dice la Yunque que ese pobre chico tiene unos cuernos de veinticinco puntas.
Mientras parloteaba, la Chiquitina iba y venía, sacando la ropa del armario y metiéndola en las maletas. En el baño se oía correr el agua de la ducha.
—Y los catalufos se van a Fez. Joder, qué mal huele esta camiseta, qué guarrería. Nos hemos encontrado a la chica, Helena, en el desayuno. Van a ir a un sitio que se llama Xauen y luego a Fez. Me cae bien esa chica, me parece bastante más lista que su novio. Y a la Yunque le pasa lo mismo. Bueno, a la Yunque el novio le cae mal sobre todo porque no para de dar la brasa con la independencia, y como ella es hija de militar…
Al ver que el Chiquitín salía empapado del baño con una toalla blanca, le dio el alto con la mano:
—No toques nada. Te he dejado ahí tu ropa. Te vistes y te quedas sentadito junto a la ventana. Ahora recojo las cosas del baño. Pienso llevarme uno de estos albornoces. Míralo: es precioso.
El gigante apenas le echó una ojeada.
—A ver si nos van a trincar por eso…