48

—Ahora se ha ido más a la derecha —susurró la Chata—. ¿Te has fijado en que no se acerca al autobús? Fuma como un carretero. Lleva ya medio paquete. ¿Qué hora es?

—Las cuatro y media en punto.

—Me estoy meando. Yo no aguanto hasta las seis ni de coña. ¿No tienes un táper o algo así?

La Yunque rebuscó en su mochila.

—Una bolsa de patatas fritas.

—¿Y cómo meo en una bolsa de patatas fritas?

—Pues como los enfermos en los hospitales.

—Los enfermos tienen una sonda.

—Joder, la pones debajo, la agarras por los bordes y meas. Es de las grandes.

La Chata cogió la bolsa a tientas y el papel de aluminio crujió en la oscuridad. Masculló un taco y se bajó los pantalones y las bragas. Se puso en cuclillas, cogió la bolsa y la sujetó bajo sus muslos.

—Oye, se sale todo. Qué asco.

La Yunque soltó una risita.

—Serás cochina…

—No me hagas reír, que es peor.

Cuando terminó, con los muslos y las manos mojados, se incorporó sosteniendo la bolsa. Aún tenía los pantalones en los tobillos.

—¿Y qué hago ahora con esto?

—Te abro la puerta, lo tiras fuera y vuelvo a cerrar.

—¡Pero estoy medio en pelotas!

—Si no te veo yo, que estoy a tu lado, nadie te va a ver.

La Yunque comprobó que las luces de la cabina estaban apagadas. Agarró la manija de la puerta y contó en voz baja:

—Una… Dos… ¡Tres!

El contenido de la bolsa las salpicó un poco debido a la fuerza con que fue lanzada. La Yunque cerró la puerta corredera inmediatamente y echó el seguro mientras la Chata se subía las bragas y los pantalones apresuradamente. Ambas se agazaparon intentando ver algo fuera.

Al cabo de unos segundos oyeron pasos acercándose a la puerta. Alguien removió la bolsa y se quedó un rato quieto. Los pasos se reanudaron y dieron una vuelta completa al minibús. Luego se alejaron.

—Joder, ahora me estoy meando yo de miedo —susurró la Yunque.

Ambas se rieron con la vista fija en los cristales oscuros. A unos veinte metros, una llama se encendió un momento. Apenas entrevieron una cara. En la oscuridad quedó suspendida la brasa de un cigarrillo.

—Lleva bigote —susurró la Chata.

—¿Cómo lo sabes?

—Se lo he visto cuando ha encendido el mechero.

La Chiquitina balbuceó algo incoherente.

—Y ésta sigue durmiendo, tan feliz. Ya verás cuando se lo contemos.