19
Dos chavales se aproximaron a ellos cuando subían la escalinata que llevaba al hotel. Uno de ellos le dijo al Yunque con desparpajo:
—España, ¿quieres chocolate?
—No fumo —respondió sin mirarlo ni detenerse—. Tengo cáncer.
El chico, sorprendido, dio un paso atrás.
El Yunque llevó al Chato a su habitación. Abrió el minibar, sacó dos pequeñas latas de Fanta de naranja, que se bebieron de golpe, y le ofreció una bolsita de almendras saladas. El pelirrojo se sentó en la descalzadora y colocó las almendras en la mesita baja, ante él. Abrió el iPad, se metió una almendra en la boca y escribió en Google: «Convenios repatriación España.» El Yunque se tumbó en la cama y encendió el televisor sin sonido.
El Chato navegó por Internet hasta que la llamada de los almuédanos a la tercera oración del día lo sobresaltó.
—Ya está —dijo.
—Espérate, que lo apunto.
El Yunque saltó de la cama, fue a sentarse ante el estrecho escritorio que había a los pies de ella y comenzó a escribir en los folios con membrete del hotel lo que el otro le iba dictando:
—Para que puedan extraditarte —empezó el Chato mientras recorría la habitación arriba y abajo como un profesor— deben cumplirse cuatro condiciones: que ambos países tengan un tratado de extradición, que en ambos sea delito el crimen del que se te acusa, que en el país que te busca la pena por ese crimen no sea desproporcionada respecto a la que hay en el país que debe entregarte y que no hayas estado en prisión preventiva más de la mitad del tiempo máximo al que pueden condenarte.
—Joder, qué lío —dijo el otro cuando terminó de escribir—. No sé cómo puedes aclararte.
El pelirrojo miró por encima del hombro del Yunque y le corrigió:
—Extradición es con equis y con una sola ce. —Se sentó en la cama y continuó—: En primer lugar, muchos de los tratados de extradición, los que se utilizan para entregar a los delincuentes, sólo se aplican a personas que hayan sido juzgadas y condenadas en su país de origen. Eso hace, por ejemplo, Rusia. Pero esto es en teoría. En la práctica los Estados son lo que llaman soberanos y pueden hacer lo que les salga de los cojones.
—Como siempre, vamos.
—Como siempre —asintió—. Vamos ahora con el interrogatorio.
Tardaron una hora y media en redactarlo. Al terminar leyeron lo que habían escrito e hicieron varios cambios. El Yunque resopló, sacó el móvil del bolsillo del vaquero y llamó al Guapo:
—¿En dónde andas?… Vamos para allá.
Su amigo les abrió en calzoncillos. Las camas aún estaban deshechas y la habitación olía a comida. En la mesa baja reposaban el plato del almuerzo, cubierto por la tapa de acero inoxidable, y las tres botellas de Heineken vacías.
—Hemos estado trabajando en lo que hablamos —dijo el Yunque.
El Guapo lo interrumpió secamente:
—Hay que dejar tirado a ese cabrón.
—En cuanto lo pillaran, cantaría de plano —intervino el pelirrojo.
El Guapo dio una fuerte palmada en la pared.
—¿Qué hacemos, si no? ¿Dejar que nos empapelen por su culpa? Ese hijo de puta nos ha estado engañando desde…
—Ya lo sé, ya lo sé. —El Yunque levantó los brazos—. Pero sabes tan bien como yo que no lo hizo por maldad. No es muy listo…
—¿Y a mí qué coño me va a importar, cuando esté en la cárcel, si me metió en ella por mala leche o porque es tonto del culo, eh?
El Yunque metió la mano en el bolsillo trasero del pantalón, sacó los papeles que habían estado escribiendo, los desdobló y los puso sobre la mesita. El Guapo los miró con recelo.
—¿Qué es eso?
—Lo que hablamos. Hemos estado buscando en Internet países que no tengan convenio de extradición con España. No es tan sencillo como parece. O sea, que el Chiquitín podría estar comiendo caviar durante dos o tres años en Moscú antes de que lo devolvieran a España.
—¿El Chiquitín, en Moscú?
—Bueno, en Moscú, en Guinea o en Uganda —terció el Chato—. Imagina que vas a uno de esos países del culo de África con doscientos mil euros en el bolsillo y contratas a un abogado al que vas alimentando poco a poco: ahora diez euros, ahora veinte… Pueden pasar veinte años antes de que te devuelvan a España.
El Guapo meneó la cabeza con tristeza.
—¿Cuánto crees tú que duraría el Chiquitín en África con doscientos mil euros en el bolsillo?
—He dicho África como podría decir otro sitio. Por lo que he leído, a mí el mejor país me parece Rusia.
El Yunque se encogió de hombros.
—Elegir el país es cosa del Chiquitín. De momento, lo que nos interesa es que llame a los policías que fueron a casa de su madre y que los convenza de que la semana que viene, en cuanto vuelva de Marruecos, se presentará en la comisaría.
—Tú lo conoces. —El Guapo meneó la cabeza con tristeza—. ¿Crees de verdad que será capaz de hacerlo?
—Sí —dijo el Yunque, y le tendió los papeles—. Con esto que le hemos preparado.