34

LA PRIMERA MAÑANA que pasó en el palacio de Jay, Eliza deshizo la pequeña maleta y examinó la habitación. Estaba desolada y se sentía injustamente tratada, y se alegró de no haber tenido que enfrentarse a Dev a su llegada, la noche anterior; sobre todo después del largo viaje, que la lluvia intermitente había entorpecido y alargado. A diferencia de antes de las lluvias, la cordillera azul de Aravalli estaba cubierta de una frondosa vegetación, y al asomarse a la ventana de su dormitorio, vio que el paisaje resplandecía, rebosante de vida y de frescor. Por un momento se había tranquilizado al contemplar el amanecer tornasolado y ver cómo se levantaba el sol sobre las tierras de Jay, pero ahora volvía a estar triste y decaída.

Recordó su llegada al castillo de Juraipur, el noviembre anterior: la preciosa sala de techos altos donde había visto por primera vez a Jay, con su halcón posado en el brazo, y lo había tomado por un intruso; las habitaciones donde la había recibido Laxmi; las joyas, las dagas y la valiosa cristalería que relucían en las vitrinas de la madre de Jay; los baños de mármol donde las concubinas le habían lavado el pelo; el túnel por el que había escapado a la ciudad con Jay para ir a celebrar el festival de Holi. Pensó y recordó hasta que la cabeza empezó a darle vueltas y un revoltillo de imágenes y sentimientos la dejó exhausta y decidió parar. Pensar en el pasado dolía demasiado.

Después de vestirse y desayunar (Jay siempre dejaba algunos criados en el palacio, incluso cuando estaba fuera), se puso las botas y atravesó el jardín y el huerto para ir a ver el recién terminado embalse. El olor a tierra mojada casi la hizo tambalearse y percibió una dulzura maravillosa en el aire. Era como si la lluvia lo hubiese transformado todo: las flores silvestres, las hojas de los árboles y hasta el olor a musgo de la tierra parecían competir por su atención. Pero lo que le cortó la respiración fue la imagen de un enorme lago que centelleaba a la luz de la mañana. El embalse plateado se había llenado, como esperaba Jay, las presas y los muros seguían en pie y Eliza vio que todas las esclusas estaban en su lugar. Cuando las abriesen, el agua correría por los canales construidos para ello, irrigando las tierras de Jay y llegando hasta los límites de varias aldeas. Había sido todo un éxito, y el corazón de Eliza se llenó de alivio y alegría al verlo, consciente del papel que había desempeñado en el proyecto. Sabía que Jay tenía intención de excavar dos embalses más en sus tierras a lo largo del año siguiente y que planeaba hacer mucho más. Y todo había empezado con un comentario casual de Eliza la primera vez que la había traído al palacio.

Recordó aquellos tiempos, como hacía siempre, con horror por el destino atroz que había sufrido aquella pobre mujer, pero también con tristeza al evocar los primeros momentos de su atracción por Jay. Observó el agua y escuchó el balido de un rebaño de cabras a lo lejos y, absorta en sus pensamientos, no oyó los pasos que se le acercaban por la espalda. Entonces alguien tosió y Eliza se giró.

—Vaya, aquí estás —lo saludó, suspirando para sus adentros.

Dev no respondió en seguida, como si se estuviese planteando qué decir.

—Aquí encontrarás lo que buscas, si te lo permites —dijo por fin. Sus palabras la dejaron desconcertada.

—No estoy buscando nada.

—Todos buscamos algo. Te vi llegar anoche, pero creí que sería mejor dejar que te instalaras.

Eliza se quedó donde estaba y, mirándolo fijamente, examinó el rostro de Dev. Algo en él había cambiado. Su mirada despierta se había apagado y parecía preocupado y cansado. Eliza esperó que Jay no se hubiera equivocado al depositar su confianza en este hombre. Le costaba perdonarle que hubiese participado en la trama para implicar a Jay en un delito.

—Pensé... —dijo Dev, pero no completó la frase.

—¿Pensaste?

—Así que vas a casarte con el señor Salter, ¿verdad?

Sintió un hormigueo de enfado al oír mencionar el nombre de Clifford y respondió en tono cortante:

—Eso no es asunto tuyo.

Dev negó con la cabeza.

—Habría sido mejor que no hubieras vuelto.

—A la India…

Dev asintió y Eliza lo miró a los ojos. Leyó una hostilidad apenas velada en su mirada, pero se dio cuenta de que había algo más; algo que antes no estaba allí. Se había propuesto descubrir lo mejor de Dev por el bien de Jay, y aunque no se lo estaba poniendo fácil, tuvo que admitir que sentía curiosidad.

—¿Estás cuidando de las tierras de Jay?

—Es mi castigo. Supongo que te lo habrá dicho.

Asintió, pero no dijo nada.

—Jay y yo nos conocemos desde hace mucho. Lo que hice estuvo mal, pero me ha perdonado.

Eliza miró al suelo e hizo un gesto negativo con la cabeza.

—No entiendo cómo pudiste, sobre todo cuando Jay se ha portado tan bien contigo.

—Es complicado.

No dijo más, y cuando Eliza levantó la vista al oír esa evasiva, Dev le dio la espalda y se alejó.

Subió a su habitación con la intención de volver a hacer las maletas. No quería quedarse aquí con Dev como única compañía, y se sentó en la cama a pensar. Una cosa estaba dolorosamente clara: tenía que endurecer el corazón y mantenerse ocupada, pero, a pesar de que ya no había nada que la retuviese aquí, era difícil marcharse, sobre todo de esta habitación, que seguía impregnada de su aroma a sándalo. Pero pasado un rato se levantó y empezó a organizar la ropa en un pequeño montón a los pies de la cama.

Observó por la ventana el día caluroso y reluciente, pero, consumida por los nervios, no pudo apreciarlo. A pesar de su malestar, sabía que era ella y solo ella la que debía decidir su destino; ni Clifford, ni su madre y, definitivamente, tampoco Jay. Intentó llenar la bolsa, pero ¿por qué ya no cerraba si las cosas cabían holgadamente cuando salió de casa de Dottie? Decidió sacarlo todo y empezar de nuevo y por último, una vez terminada la maleta, metió la cartera que le había dejado Jay. Aunque su primer instinto había sido tirarla junto con su contenido al primer pozo por el que pasara, el sentido común había prevalecido. No quería estar en deuda con Jay, pero puede que necesitase el dinero.

Justo cuando estaba cerrando la cremallera de la bolsa, Dev abrió la puerta. Una vez más, estaba cambiado; quizá algo más vulnerable y, sin duda, más cohibido que antes.

—¿Podemos hablar? —dijo.

Eliza frunció el ceño.

—No hay mucho que decir, ¿verdad? —contestó, en un intento de evitar pasar tiempo con él. Aunque no le gustó el desprecio por los británicos que había expresado cuando se conocieron, lo entendía; pero ahora no era el momento de debatir sobre la conveniencia de la retirada de los británicos de la India. Y, en cualquier caso, ahora estaba prácticamente de acuerdo con él.

Dev levantó una mano.

—Me temo que sí.

—¿Ah, sí?

—Salgamos a la terraza a tomar un café.

Eliza se lo pensó un momento. Confusa como estaba, no le apetecía en absoluto compartir un café con Dev, pero, sorprendiéndose a sí misma, accedió. No habría sabido precisar qué vio en sus ojos cuando la miró desde la puerta del dormitorio, pero, mientras apartaba de un manotazo una mosca que quería posársele en el pelo, se preguntó si sería sentimiento de culpa.

Se dirigieron a la terraza, y cuando un criado les trajo el café, se dio cuenta de que algo había cambiado en Dev. No sabía por qué, pero parecía más bajito y un poco perdido.

—Nunca te he caído bien —dijo Eliza.

—No eras tú. Yo… —Hizo una pausa.

—¿Qué?

Dev agachó la cabeza un momento, y cuando la miró, vio que su cansancio se reflejaba en unas marcadas ojeras.

—La verdad es que no sé cómo decirlo —continuó, en un tono de voz que delataba una profunda tristeza.

Eliza sonrió.

—He aprendido que, si uno tiene algo difícil que decir, sea lo que sea, lo mejor es no andarse con rodeos.

Dev volvió a inclinar la cabeza y Eliza se preguntó qué podía ser tan difícil.

—No sé si te he dicho que mi padre murió —dijo—. Bien… —Hizo una pausa.

—Me dijiste que tu padre no formaba parte de tu vida —le apuntó—. Que solo estabais tu madre y tú.

—Mi padre hizo algo a lo que fui incapaz de enfrentarme durante años. Entonces llegaste tú y tener que enfrentarme a ti me trajo malos recuerdos.

—No te entiendo. Recuerdo que Jay me dijo que tu padre se había metido en líos.

Dev negó con la cabeza y contempló el descuidado jardín.

—Huyó. Nunca averiguamos adónde. Y seguimos sin saberlo.

—Pero ¿qué tiene que ver todo eso conmigo?

Se hizo un largo silencio durante el cual Eliza se removió, inquieta, y Dev se miró los dedos, malhumorado.

—¿Qué es lo que pasa? —insistió.

Al ver que Dev seguía sin decir nada, hizo ademán de levantarse.

—No, espera.

Lo miró.

—Por el amor de Dios, escúpelo ya.

—¿Adónde piensas ir? —preguntó, señalando la bolsa que acababa de llenar.

—Había pensado en Jaipur, tal vez, a fotografiar la ciudad rosa. Además, tengo que volver al castillo para recoger mi equipamiento.

Dev se la quedó mirando como si no hubiera oído ni una palabra y volvió a hablar.

—El que tiró la bomba que mató a tu padre fue mi padre.

Eliza se desplomó en la silla con un ruido sordo.

—Repítelo.

—Mi padre mató a tu padre. Lo siento mucho, Eliza.

Habló en tono completamente inexpresivo, hasta el punto de que Eliza tuvo que esforzarse por darle sentido a sus palabras.

—¿Estás seguro?

Era la conversación más extraña que había tenido nunca, y al notar que se le aceleraba el corazón, se llevó la mano al pecho. ¿Qué pasaba? ¿Qué quería decir Dev? Su mente se disparó, y apenas supo qué pensar o qué sentir. El desierto empezó a dar vueltas a su alrededor, y aunque no podía pensar con claridad, el escalofrío que le recorrió la piel le indicó que había algo de verdad en el fondo de esta historia. Aun así, se negó a creerlo.

—No puede ser —dijo.

Dev asintió y la miró con tanta tristeza que sintió ganas de darle la mano para consolarlo; pero no llegó a completar el gesto. ¿Por qué le decía esto? ¿Para minarla? ¿Cómo debía responder? «Mi padre mató a tu padre». Mi padre. Tu padre. Las palabras resonaron en su cabeza.

Por fin recuperó la voz.

—¿Desde cuándo lo sabes?

—¿Que tiró la bomba? Hace unos años, aunque me dijeron que no hablase nunca de ello.

—Me refería a desde cuándo sabes quién soy.

—Desde que Jay me contó lo que le pasó a tu padre. —Negó con la cabeza—. De pequeño, necesitaba culpar a alguien por la ausencia de mi padre, así que le eché las culpas al hombre al que mató. Me dije que no debería haber estado allí. Me convencí a mí mismo de que no había sido culpa de mi padre. Es una locura, lo sé; pero en aquel momento era la única forma de sobrellevarlo.

—Y entonces, cuando llegué…

—La lógica que había construido durante todos estos años se desmoronó en un abrir y cerrar de ojos. Mi padre era un asesino y el tuyo estaba muerto.

Permanecieron en silencio unos minutos, mientras Eliza intentaba asimilarlo. Después de todo este tiempo…

—¿Y no volviste a tener noticias de él? —preguntó por fin.

—Nada.

—¿Cómo supiste que había sido él? ¿Hay pruebas? Puede que solo fuesen rumores o conjeturas.

—Uno de los conspiradores se lo dijo a mi madre para que entendiese por qué había tenido que huir. Ella me lo explicó casi todo, pero me dijo que se había ido porque los británicos querían ahorcarlo. Solo me confesó por qué años después.

Lo vio tan preocupado que no le quedó otra opción que decirle algo reconfortante, aunque no pudo evitar pensar que debería haber sido al contario.

—Mira, Dev: tú no eres tu padre.

—No lo sé. Descubrí toda la verdad cuando tenía trece o catorce años y a veces creo que debo continuar con lo que empezó mi padre. Entonces, cuando Chatur me pidió ayuda, era consciente de que estaba mal, pero también estaba seguro de que su plan fracasaría y de que a Jay no le pasaría nada.

—Pero lo arrestaron.

—Fue entonces cuando me di cuenta de lo idiota que había sido y le dije a Chatur que revelaría su participación si no convencía a Clifford de que dejase en libertad a Jay.

—¿Aunque eso significase que tu propia participación saliese a la luz?

—Sí. Pero hay más. Chatur lo sabía, Eliza. Tanto él como Clifford sabían lo de mi padre, y Chatur amenazó con decírtelo si no le ayudaba. Me sentí avergonzado. No quería que nadie más lo supiera, pero también temía por mi padre. Esa es la verdadera razón por la que ayudé a Chatur.

—¿Y Chatur fue a habar con Clifford? ¿Admitió que eras tú y no Jay el que estaba detrás de los panfletos? ¿Que había sido un error?

—Sí, y también le explicó que yo no tenía intención de distribuirlos, sino que solo era una estúpida broma.

—Pero Clifford no te arrestó.

—No. Jay lo organizó todo para que pudiese venir aquí.

—¿Y por qué me cuentas todo esto ahora?

—Porque estabas a punto de irte y puede que nunca volviese a surgir la ocasión. Pensé que tenías que saberlo y supongo que debía quitarme este peso de encima.

—¿Sabes que vi lo que pasó?

Dev asintió con la cabeza.

—Lo siento mucho.

Aunque no habría podido explicar por qué, Eliza supo que debía tenderle la mano y darle un apretón, y Dev recompensó su gesto con una sonrisa de completa sinceridad. Pero no pudo evitar pensar que el que debería habérselo contado era Clifford. Se aseguraría de hacerle una visita cuando volviese a Juraipur. Clifford le había ocultado quién estaba detrás del atentado de Delhi durante todos estos años y no iba a permitir que saliese de rositas.