17
A ELIZA LE ENCANTABA salir a primera hora de la mañana y, por el momento, no había visto más sombras que se escabullían en cuanto se daba la vuelta ni oído susurros ni pisadas silenciosas a sus espaldas. Ya no la seguían y empezaba a recobrar la esperanza. Aquel día se levantó temprano para captar la mejor luz y salió con su Rolleiflex, pensando en el ofrecimiento de Jay de llevarla al festival Holi. Tenía que admitir que le hacía ilusión. Respiró el aire fresco de la mañana y comenzó a fotografiar los gigantescos columpios del patio. Entonces algo la sobresaltó y miró a su alrededor, percibiendo unas pisadas ligeras. «Otra vez no», pensó, dejando la cámara sobre un poyete. Se acercó al pórtico de donde parecían provenir los pasos y recorrió un corto pasillo. Silencio. Pero hacía un momento alguien había estado allí. Alguien de pies ligeros. De eso estaba segura. ¿Puede que una de las concubinas hubiese querido hablar con ella pero le hubiese entrado miedo? El silencio se hizo aún más perceptible y, empezando a dejarse llevar por el pánico, Eliza estuvo atenta a cualquier susurro. Nada. Pasados unos minutos, se volvió y regresó al patio, dispuesta a terminar con su tarea, pero, al recoger la cámara, se le heló la sangre. La lente, que antes estaba en perfecto estado, estaba agrietada. ¿La habría soltado tan repentinamente como para golpear la lente? Parecía improbable: estaba segura de que lo habría notado. ¿Quién había estado en el patio? Decidió volver a sus habitaciones, murmurando para sus adentros.
Aunque empezaba a hacer algo más de calor, todavía no habían alcanzado ni de lejos las temperaturas abrasadoras del verano. Eliza sabía que le resultaría imposible escaparse a la ciudad cuando llegase el calor extremo y, deseosa de averiguar qué le había pasado a su cámara, decidió sacar el máximo partido de un almuerzo de gala al que la había invitado Clifford. Y, ya que estaba, le preguntaría dónde debía reparar la cámara.
Escogió una bonita falda de verano color rosa claro, de sedoso crepé de China, y la combinó con una blusa con las mangas ligeramente afaroladas. La falda, ceñida a la cintura, se le ajustaba a las caderas y realzaba su figura más que cualquier otra prenda de las que poseía. Era el conjunto que se ponía cuando quería impresionar. Se puso un collar de perlas auténticas y, mientras buscaba los pendientes a juego, decidió no hablarle a Clifford del hombre que había visto salir de su habitación ahora que habían cambiado la cerradura. Seguramente insistiría en que se trasladase a casa de Dottie.
De camino a la salida, justo donde unos rayos de sol proyectaban caprichosos dibujos sobre el suelo de mármol, se encontró con Jay.
—Estás preciosa hoy —dijo, con una amplia sonrisa—. Ese color te favorece.
—Me han invitado a un almuerzo —murmuró, ruborizándose bajo la mirada atenta de Jay.
—Típicamente británico. —Le hizo una reverencia—. Pásalo bien. Por cierto, el proyecto de riego está progresando mucho, pero todavía tenemos que confirmar la financiación que nos prometieron para poder terminar el primer embalse. De lo contrario, todo este trabajo no servirá para nada.
—¿Y te la confirmarán?
Jay inclinó la cabeza en un gesto que tanto podía ser un asentimiento como una negación.
—Antes me gustaría enseñártelo.
No podía decirle que prefería pasar tiempo con él que con Clifford y que estaría encantada de ir ahora mismo. Al pensarlo, un intenso rubor le subió por el cuello.
—Y estás todavía más guapa cuando te sonrojas —añadió.
—¡Oh, calla! Seguramente será un aburrimiento.
—¿Te importaría preguntarle a Clifford si está haciendo progresos con los inversores y si ya tiene el permiso para represar el río? Cuando estuve en Calcuta, las negociaciones parecían ir bastante bien, pero no he vuelto a tener noticias desde que regresé.
Más tarde, mientras Eliza miraba por la ventanilla del coche, la pobreza volvió a golpearla y se esforzó por darle sentido a lo que veía. Los niños de la calle, con sus enormes ojos oscuros, seguían el coche con avidez, sin duda esperando recibir una limosna cuando el vehículo llegara a su destino. A juzgar por las chabolas que había a ambos lados de la carretera, quedaba claro que mucha gente no tenía casa. Rebuscó unas rupias en su bolso y las sostuvo en la mano, preparada para cuando bajase del coche. Eliza se fijaba en los detalles, siempre había sido observadora. Había sido su vía de escape, una forma de sobreponerse a la muerte de su padre. Se fijaba en las cosas y después, en su imaginación, se las contaba a su padre. Una vez su madre se la encontró en el jardín con una margarita en la mano y hablando en voz alta con su padre imaginario. Su madre le dio un cachete en la mano y la margarita cayó al suelo. A partir de aquel día, Eliza mantuvo en secreto sus conversaciones con su padre.
Mientras el coche se acercaba a la casa de Clifford, Eliza seguía pensando que sería un almuerzo con invitados; pero, una vez más, acabó a solas con Clifford. Después de un delicioso pollo asado con patatas y verduras al vapor, Eliza se echó hacia atrás en su silla, satisfecha. Aunque le gustaba la comida india que servían a diario en el castillo, empezaba a cansarse del arroz con dal.
—Bueno —dijo Clifford—. ¿Te queda hueco para el pastel de manzana?
—¿Estás intentando cebarme?
—En absoluto. Creo que estás perfecta tal y como estás.
Eliza rio.
—Pero no me has invitado a tu casa para echarme piropos.
Clifford sonrió.
—No. Quería decirte que has recuperado la libertad.
—Gracias. Significa mucho para mí. Pero ahora voy a necesitar tu ayuda con otra cosa.
—Dispara.
—Esta mañana ha ocurrido algo extraño. Le di la espalda a mi cámara un momento y cuando volví la lente estaba rota. Tenía una grieta justo en el centro. Es la que utilizo cuando quiero ir de un sitio a otro.
—Debiste de darle un golpe sin darte cuenta.
—La verdad es que no lo creo, pero ¿dónde puedo comprar una nueva lente? Además, me preocupa que el cuerpo de la Rolleiflex también haya quedado dañado.
—¿Has traído la cámara?
—La dejé en la mesita del recibidor.
—La enviaré a Delhi, pero tengo que advertirte de que tardará bastante. —Hizo una pausa—. Y ahora quiero explicarte mi idea. Consultártela, por así decirlo.
—Adelante.
Clifford asintió.
—Bueno, como sabes, estoy haciendo todo lo que puedo para conseguir financiación para el proyecto de riego de tu querido príncipe.
—No es mi querido príncipe, Clifford.
—Es solo una forma de hablar. Lo que quiero decir es que te agradecería muchísimo que hicieses algo por mí a cambio.
—Por supuesto. Cualquier cosa.
—Lo que quiero es que mantengas los ojos bien abiertos y que me informes si ocurre algo fuera de lo normal. Creo que ya te he dicho que creemos que Anish es un gobernante débil y dado a los excesos, y no nos importaría cambiar un par de cosas, tú ya me entiendes.
—¿Me estás pidiendo que espíe para vosotros? —dijo, sin saber cómo responder a su sorprendente petición y empezando a pensar que las acusaciones de Chatur podrían tener algo de cierto.
—Por supuesto que no. Simplemente, ándate con ojo. Si pasa algo que te produzca dudas, o que te parezca extraño, dímelo. Siempre puedes decir que tienes que verme con el pretexto de entregar las placas fotográficas y las fotografías que quieres enviar a la imprenta.