16
UNA SEMANA MÁS tarde, poco después de que Eliza oyera las campanas del templo una mañana, la llamaron al estudio de Jay. Demasiado nerviosa como para explorar el pasadizo secreto ella sola, se echó el nuevo chal de cachemira por los hombros y fue por los corredores habituales. Jay le dedicó una amplia sonrisa cuando abrió la puerta y la vio allí de pie, pero Eliza dio un paso atrás.
—¿Qué pasa? —preguntó él—. ¿Ha pasado algo?
Lo miró fijamente, sin saber qué pensar. Tenía barba de varios días, pero la miraba con los ojos color ámbar relucientes y la piel de la cara le brillaba de salud y vitalidad. Eliza no lograba quitarse de la cabeza las dudas sobre quién se lo habría dicho a Chatur y ahora no le quedaba otra opción que peguntárselo a Jay.
—Pasa, Eliza. Será mejor que no hablemos en el pasillo.
Ella negó con la cabeza.
—Dime, ¿qué es lo que pasa?
Eliza abrió la boca, pero no le salió la voz y, por un momento, no pudo devolverle la mirada. Jay frunció el ceño.
—¿Y bien?
Eliza vaciló, pero entonces las palabras le salieron de golpe.
—Tengo que preguntarte algo.
Jay sonrió.
—Dispara.
—¿Fuiste tú el que le dijo a Chatur que soy viuda? —preguntó, sintiéndose mal por sospechar de él, devolviéndole abiertamente la mirada.
—Por supuesto que no. ¿Qué te hace pensar eso?
—Indi me juró que no había sido ella. Me sugirió que tal vez fuese tu amigo Dev. Él lo sabía, pero el caso es que ni siquiera ha estado aquí; hasta ayer, es decir —Jay frunció el ceño.
—¿Devdan estuvo aquí ayer?
—Lo sabes perfectamente.
—Qué raro. Según tengo entendido, Dev no ha estado en el castillo durante mi ausencia.
—¿A qué hora llegaste ayer?
—Sobre la medianoche.
Eliza bajó la voz.
—Me pareció oírte hablar con él.
—¿Cuándo?
—Justo antes de anochecer.
Negó con la cabeza.
—Me declaro inocente.
Eliza pensó rápidamente. Si no era Jay el que hablaba con Devdan, ¿quién podía ser? La voz era casi imperceptible y puede que hubiese llegado a la conclusión equivocada. ¿Tal vez fuese Anish?
—¿Dónde estaba cuando lo oíste?
—No podemos hablar aquí. ¿Podemos salir a uno de los patios?
—Por supuesto. Pero tendrás que admitir que todo esto es un poco raro.
En el patio, se sentaron juntos en un banco junto a una de las fuentes. Eliza contempló el luminoso cielo azul y observó a los periquitos, que se alejaban con un revoloteo de un árbol plateado y polvoriento para refugiarse en el siguiente. Normalmente, entrever las plumas amarillas que tenían bajo las alas la llenaba de alegría. Pero hoy, no.
—Pronto empezará a hacer más calor, ya casi es primavera —dijo Jay—. Y después, el calor se volverá insoportable.
Pero Eliza tenía frío, y volvió a sentir esa misma timidez en su presencia, sobre todo en este patio, observado por el zenana.
—Actúa con naturalidad —le aconsejó Jay, como si entendiese el motivo de su reticencia—. Sonríe y no te retuerzas las manos en el regazo.
Eliza notó que se ruborizaba.
—No me había dado cuenta.
Jay hizo una pausa y miró el suelo unos segundos antes de girarse hacia ella.
—Admito que se lo conté a mi madre.
Ella se volvió para mirarlo.
—Sabías lo mucho que importaba. Confiaba en ti.
—Lo siento.
—Fui a hablar con Clifford por hacerte un favor.
—Y te lo agradezco. Mañana vendrá el ingeniero con los primeros planos. Te dejarán impresionada. Aunque el permiso para represar el río tendrá que esperar.
—¿No te das cuenta de lo que has hecho?
Jay frunció el ceño.
—¿Qué puedo decirte? Se me escapó. Mi madre es una gran admiradora tuya y lo entiende, Eliza, de verdad. No te juzga y jamás se lo diría a nadie. Y yo, desde luego, tampoco.
La invadió una oleada de ira: ¡que Jay hubiese podido pensar que podía decírselo a su madre! Eliza había querido sincerarse ella misma con Laxmi y ahora era imposible. En el mejor de los casos, la consideraría una hipócrita, y en el peor, una mentirosa. Agachó la cabeza y se cubrió la cara con las manos.
—Quítate las manos de la cara. Nos observan.
Aunque Jay intentaba aparentar normalidad, Eliza había visto la preocupación en sus ojos. Se puso de pie, ignorando la sonrisa que tenía fija en el rostro.
—No. Puede que tú seas capaz de disimular, pero yo no.
—Por favor, quédate.
Eliza le dio la espalda. Sabía que Chatur se opondría a su misión si la verdad sobre ella salía a la luz. El propio Jay le había dicho que esta clase de rumores corría como la pólvora en palacio. Y ahora lo había estropeado todo, así que ¿por qué tendría que ayudarle y contarle lo del canal de escucha? Se merecía que lo espiasen.
Volvió a su habitación, donde se echó en la cama, dividida. Aunque estaba furiosa, lo peor era el dolor aplastante de haber sido lo suficientemente ingenua como para confiar en Jay. Se regañó a sí misma por interesarse por otro hombre que había acabado decepcionándola, pero no pudo evitar oír su voz ni dejar de ver la preocupación en sus ojos.
A solas con su preocupación, Eliza observó cómo el dorado sol de la mañana pintaba la ciudad de rosa claro. Algo más tarde, oyó la bocina de un coche y corrió hacia el gran salón que daba a la entrada principal, desde donde vio a Clifford bajarse de un gran vehículo negro. Un coche más pequeño se detuvo tras él. Un hombre joven se apeó con cuidado, con los pies por delante, y, cuando se enderezó, Eliza vio que llevaba un enorme rollo de papeles bajo el brazo. Aunque vestía al estilo occidental, parecía tener algo de sangre india. ¿Un angloindio tal vez? Eliza supuso que debía de ser el ingeniero que había contratado Jay. En realidad, estaba deseando ver los planos; pero, aunque enviaron un mensajero a solicitar su presencia en el estudio de Jay, no podía permitirse ir. Todavía dolida por su imprudente traición, envió un mensaje diciendo que estaba indispuesta y empezó a andar de un lado a otro por su habitación, acalorada y agitada por la indignación justificada que sentía, que le tensaba la mandíbula. Pero entonces recordó que alguien podría estar espiando la reunión y supo que no podía permitirlo. Independientemente de la indiscreción de Jay, el proyecto de riego mejoraría la vida de muchas personas, y Eliza no podía ser la que destruyese esa posibilidad dejando que los planos cayesen en manos de la persona equivocada. Una vez se decidió a ir, se armó de valor y corrió por el pasadizo secreto que le había mostrado Indi, dejando atrás a los boquiabiertos guardias. Cuando llegó, sin aliento, llamó a la puerta de Jay.
El corazón casi se le salía por la boca cuando este la abrió y varios pares de ojos se fijaron en ella.
—Creí que estabas enferma —dijo, esbozando una sonrisa.
—Tengo que hablar contigo. Pero antes, diles que lleven los planos a las habitaciones de Laxmi. Es muy importante.
—Muy bien.
Volvió a entrar en el estudio.
Eliza oyó el murmullo de sus voces y Jay salió a hablar con ella.
—Se muestran de acuerdo, aunque mi hermano está furioso.
—Es tu proyecto. Tienes que protegerlo. Tu estudio no es seguro.
—Eliza…
Lo interrumpió y todos salieron de la habitación hablando en voz baja para escapar de oídos curiosos.
—¿Dónde le dijiste a tu madre que soy viuda? ¿En qué habitación?
—¿Dónde? ¿Qué más da?
—Dímelo.
—Vino a mi estudio una tarde.
Eliza hizo un gesto negativo con la cabeza.
—Jay, te prometo que ese cuarto no es seguro.
Le explicó lo del canal de escucha secreto y le dijo que, al pegar la oreja al agujero de la pared, había oído voces provenientes de su estudio.
—¡Demonios! ¿Por eso no querías que desvelase los planos en mi despacho?
—No estaba segura. Pensé que sería mejor no dar a conocer los planos en una fase tan temprana… —Hizo una pausa—. ¿Con quién crees que estaba hablando Devdan?
—¿Estás segura de que era un hombre?
Eliza asintió.
—¿Con mi hermano, quizá?
—Me dio la impresión de que planeaban algo contra los británicos.
—Típico de Dev. Aunque creí que había dejado de intentarlo.
—¿De intentar qué?
—Dar con la manera de cambiar la mentalidad de la gente.
—A veces pienso que sería mejor que la gente se sublevara contra los británicos.
Jay sonrió.
—¡Vaya! Es una opinión de lo más antipatriótica, ¿no te parece?
Eliza se encogió de hombros.
—No me gusta cómo hablan Clifford y sus amigos.
Eliza siguió a Jay hasta el apartamento de Laxmi y, cuando atravesaron las puertas de madera de sándalo y entraron en la habitación perfumada de jazmín, el reluciente interior recubierto de espejos del dormitorio la dejó sin aliento, como la última vez. Vio a Anish, a Priya, a Laxmi, a Clifford y a otro hombre, al joven que había visto antes con el rollo de papeles bajo el brazo. Ahora los planos estaban desplegados sobre una mesa alargada. Laxmi sonrió.
—Me alegro mucho de que hayas podido asistir a la reunión, Eliza.
Ella le devolvió la sonrisa, aunque no le gustaba sentirse el blanco de todas las miradas; sobre todo ahora que Laxmi y los demás sabían la verdad. Pero se alegró de que no hubiesen invitado a Chatur.
—¿A qué viene este traslado de última hora? —preguntó Anish, visiblemente molesto por el cambio de habitación—. ¿Por qué tanto misterio?
—No hay ningún misterio —dijo Jay—. Me di cuenta de que la mesa de mi estudio no era lo suficientemente ancha para todos los planos.
—¿Y qué hace aquí la inglesa? —preguntó Priya, haciendo gala de su arrogancia habitual.
—Para empezar, fue idea suya —explicó Laxmi, dedicando una afectuosa sonrisa a Eliza.
—¿Piensas permitir que una viuda inglesa nos dicte lo que tenemos que hacer? —resopló Priya, con desdén. A continuación dejó escapar un torrente de palabras, demasiado rápido como para que Eliza pudiera seguirlo, aunque logró captar lo esencial: Priya estaba en desacuerdo.
—Si mal no recuerdo, tú sí que aprovechas cualquier oportunidad para dictar —respondió Laxmi. Y Eliza la entendió.
Sonrió para sus adentros, intuyendo que las dos mujeres tenían cuentas pendientes, pero que Laxmi siempre saldría ganando. Se preguntó de dónde provendría la increíble fuerza interior de la marajaní.
—Madre, Priya —dijo Anish—. Dejemos a un lado nuestras diferencias personales y hablemos de los planos.
El ingeniero dio un paso adelante.
—Me llamo Andrew Sharma. Estudié en Londres y he trabajado en varios proyectos de irrigación a lo largo y ancho del imperio indio.
—Rajpután no es como cualquier otro lugar —dijo Anish, en tono inexpresivo.
El joven hizo una discreta reverencia.
—Tiene razón, señor, pero he considerado todos los factores.
Anish sonrió con superioridad.
—Como sabe, ya han fracasado numerosos proyectos. ¿Por qué el suyo iba a ser distinto?
Cuando un soplo de viento llevó hasta la habitación la fragancia de los jardines y de algo más, a Eliza le pareció distinguir los olores del desierto. Probó a sonreír a Priya, que se limitó a enarcar una ceja y sonreír con suficiencia antes de apartar la mirada.
El joven miró a Clifford, que asintió con la cabeza.
—Con el debido respeto, fracasaron sobre todo porque ignoraron los conocimientos de la gente de Rajpután. Sondeando a los lugareños, he descubierto exactamente dónde deben excavarse los embalses, la profundidad que deben tener y cómo solucionar el problema de la pendiente de las tierras del príncipe. En una segunda fase, podremos represar el río, pero por ahora es mejor no complicarnos. La gente del pueblo conoce las debilidades de la tierra y sabe dónde hay que levantar muros para evitar filtraciones. Y mis planos tienen en cuenta todo esto.
—¿Por qué malgastar todo este tiempo y dinero por unos campesinos? —dijo Priya—. No tiene sentido.
Eliza entrelazó los dedos detrás de la espalda y observó cómo Anish se volvía hacia Jay.
—¿Estás dispuesto a asumir toda la responsabilidad por el proyecto?
Jay asintió con la cabeza.
—Me hago responsable.
—¿Y si fracasa?
—No lo creo.
—¿Y los británicos están dispuestos a respaldarlo con capital? —preguntó Anish a Clifford.
—Hasta cierto punto.
Una vez examinaron los planos detallados, Clifford solicitó hablar en privado con el maharajá. Eliza esperó que fuese para insistir en que Anish revocase las órdenes de limitar sus movimientos. Priya y el ingeniero se marcharon y Jay y Eliza se quedaron a solas con Laxmi. Jay le dijo que, aunque Anish no había visto los planos hasta aquel día, confiaba en que su hermano les diese el visto bueno.
—Por el momento, estoy utilizando unas viejas excavadoras a vapor, ideales para cavar y desplazar rocas y tierra. Pero son máquinas pesadas y complejas y se necesitan tres hombres para manejarlas, así que espero poder hacerme con unas excavadoras diésel más baratas y sencillas en cuanto pueda pagarlas. Al menos, los hombres ya han llegado y las excavaciones ya están bastante avanzadas.
—Intenté convencerlo de que esperase —dijo Laxmi—, pero hay que terminar el primer embalse antes de que lleguen las lluvias, en julio.
—Mientras no haya problemas imprevistos, debería darnos tiempo —añadió Jay.
Laxmi le tendió las manos a Eliza.
—Ven aquí, querida.
Eliza dio un paso adelante, pero agachó la cabeza, terriblemente avergonzada.
—Lo siento…
—No hace falta que me pidas disculpas. Lo entiendo.
Eliza alzó la vista y trató de sonreír.
—¿De verdad?
—Olvidémoslo. Haré todo lo que pueda para convencer a la gente de que te deje fotografiarla. Muchas son personas sencillas con poca o ninguna educación más allá de estas paredes, pero si les explico que ser viuda es algo completamente distinto en tu cultura, confío en que lo entiendan. Me he enterado de que te gustó hacerles fotos a las concubinas.
—Mucho. Son cariñosas y muy graciosas.
—Veré lo que puedo hacer.
Jay la miró con cariño y con el ceño ligeramente fruncido.
—Entonces ¿estoy perdonado?
—Supongo. Aunque sigo sin saber quién se lo dijo a Chatur.
Jay le tendió una mano.
—Debe de haberse enterado por el canal de escucha. Y ahora, despidámonos de mi madre: tiene que ir a hacer sus pujas.
Jay y Eliza salieron de la habitación de la marajaní y, tomando una de las escaleras principales, bajaron al gran salón donde se había celebrado el multitudinario durbar. Eliza le preguntó qué relación tenían Priya y Laxmi.
—Las suegras indias pueden ser muy crueles —dijo.
—Pero no es el caso de Laxmi, ¿verdad?
—No, pero mi abuela, su suegra, trató muy mal a mi madre. Mi abuela la encerraba a solas en una habitación durante días para mantenerla alejada de mi padre.
—¿Por qué?
—Para que mi madre no pudiera influir en él. Laxmi siempre fue una adelantada a su tiempo. Pero en nuestra cultura hay que obedecer la voluntad de los padres en todo momento.
—¿Aunque estén equivocados?
—Aun así —dijo, en tono serio.
—¿Y tu padre no podía hacer nada?
—Según la etiqueta, el marido debe permanecer en silencio. Laxmi intentaba complacer a su suegra, pero era inútil. Por suerte, la vieja bruja murió joven y mi madre pudo florecer.
—Pero eso no explica la mala relación entre Laxmi y Priya.
—No, tienes razón. Creo que, simplemente, a mi madre no le gusta la esposa de mi hermano.
—Y tal vez no se fíe de ella.
Caminaban a paso lento y Eliza no supo muy bien qué decir.
—La nueva cerradura funciona bien —comentó por fin.
Jay sonrió
—Seguro… Mira, ¿me permites que te lleve a la segunda noche del festival de Holi, en la parte más antigua de la ciudad, a principios del mes que viene? Considéralo una disculpa.
Jay dejó caer la invitación como de pasada y Eliza se quedó sorprendida.
—¿Puedes salir a la ciudad esa noche? Creí que tendrías que celebrar el Holi en el castillo.
—Todos los años me escapo de las celebraciones de palacio, ya cubierto de polvo de colores. Es el mejor disfraz. Si también te vistes al estilo indio y tienes algo de color en la cara y en el pelo, nadie se fijará en nosotros.
Eliza se lo pensó un momento.
—Será divertido.
—Te prometo que nunca has visto nada parecido. Te llegará al corazón… En el festival celebramos que lo pasado pasado está.
«Justo lo que necesito», pensó Eliza con ironía.
—Es una celebración de la primavera. Un momento de despertar y de esperanza —añadió.
—¿Nunca te han reconocido?
—Si me reconocen, no importa. Pero llevo ropa vieja y nadie espera verme allí, así que no se fijan en mí. Todo depende de las expectativas, ¿no crees?