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UNA VIDA TRANQUILA
Princeton, 1970-1990
Aquí he encontrado refugio y, de ese modo, me he librado de quedarme sin hogar.
JOHN NASH, 1992
Cuando, en 1970, Alicia le permitió a Nash que volviera a vivir con ella, lo hizo impulsada por la compasión, la lealtad y la conciencia de que nadie más lo aceptaría en su casa, pues su madre había muerto y su hermana se sentía incapaz de asumir la carga. Divorciada o no, Alicia seguía siendo su esposa y, cualesquiera que fueran las reservas que le inspirara el hecho de vivir con su ex marido, un enfermo mental, no tuvieron ninguna influencia en su pensamiento: sencillamente, no estaba dispuesta a volverle la espalda.
A Alicia también la movía la convicción de que podía ofrecerle a Nash algo más que refugio material, ya que creía —tal vez de forma un tanto ingenua— que vivir en una comunidad académica, entre gentes de su propia condición y sin la amenaza de un nuevo internamiento, le ayudaría a mejorar. Se propuso satisfacer las necesidades de Nash: seguridad, libertad y amistad. Ya en una carta dirigida a Martha, escrita a instancias de Nash a fines de 1968, cuando él creía que su madre y su hermana planeaban volverlo a hospitalizar, Alicia había argumentado que la medida era innecesaria y perjudicial: «Ahora me parece que muchos de sus internamientos anteriores constituyeron equivocaciones y no tuvieron efectos beneficiosos permanentes, sino más bien lo contrario. Si tiene que mejorar de forma duradera, creo que habrá que conseguirlo en condiciones normales».[1]
En 1968, Alicia no había atribuido en exclusiva su cambio de opinión al hecho de que John hubiera recaído a pesar de los tratamientos agresivos a los que se le había sometido, sino que había dado aún más importancia a sus propias experiencias posteriores al divorcio, que le hicieron descubrir aspectos de la difícil situación de su ex esposo. Según le escribió a Martha, «creo que ahora, después de haber experimentado algunos problemas similares a los de John, comprendo sus dificultades mucho mejor que nunca en el pasado».[2] Al igual que les sucedía a muchas de las personas que trataban de ayudar a Nash, a Alicia la impulsaba una identificación muy personal y directa con su sufrimiento.
En la época en que Nash se había ido de Princeton, Alicia aún trabajaba en la RCA, y su madre, que se había ido a vivir con ella después de la muerte de su marido, se encargaba de las tareas domésticas, como había hecho años atrás en Cambridge, además de ayudar a su hija a cuidar de Johnny, que se había convertido en un muchacho de enorme inteligencia y absolutamente adorable, alto, rubio y de rostro delicado.
Las cosas empezaron a complicarse cuando, repentinamente, Alicia perdió su empleo en la RCA, cuya división espacial ya había sufrido de forma periódica cancelaciones de contratos y despidos temporales. Alicia, que a menudo se ausentaba o llegaba tarde, o simplemente estaba demasiado deprimida para ser eficiente cuando trabajaba, era especialmente vulnerable.[3] Encontró otro trabajo con bastante rapidez, pero no lo conservó durante mucho tiempo; parecía incapaz de superar aquella situación y, durante un período terrible que duró varios años, fue pasando de un empleo a otro y con frecuencia estuvo sin trabajo, un hecho al cual aludía indirectamente en su carta a Martha. Alicia estaba decidida a conseguir un empleo que estuviera a la altura de su titulación, pero en aquella época había pocas empresas aeroespaciales que contrataran a mujeres, y optó sin éxito a más de treinta ofertas laborales de aquel tipo:
—En aquella época pasaba días enteros, uno tras otro, acudiendo a entrevistas —recordaría posteriormente—, pero nunca me hicieron ninguna propuesta. Era muy deprimente.[4]
Ella y su madre se vieron obligadas a abandonar la hermosa casa que compartían en la calle Franklin, en el mismo centro de Princeton,[5] y Alicia encontró en Princeton Junction una diminuta casa de alquiler del siglo XIX, construida en madera y recubierta desde hacía mucho tiempo de bloques aislantes; se encontraba en mal estado, pero era barata y su ubicación resultaba muy adecuada para los desplazamientos, ya que estaba justo enfrente de la estación del tren. Johnny, que en aquel entonces tenía doce años, se sintió muy desgraciado al tener que dejar su escuela y sus amigos, pero a Alicia no le quedaba más elección.
Nash se fue a vivir con ella a Princeton Junction y contribuyó al pago del alquiler y los gastos domésticos con parte de las modestas rentas que le proporcionaban los ahorros que le había dejado Virginia. Alicia lo calificaba de «huésped»,[6] pero en realidad comían siempre juntos y John pasaba bastante tiempo con su hijo: a veces le ayudaba con los deberes o echaba con él partidas al ajedrez,[7] un juego que Alicia le había enseñado a Johnny y del cual el muchacho llegaría posteriormente a ser un maestro.
Nash estaba encerrado en sí mismo y muy calmado: «no alborotaba», según Odette.[8] Vestido de cualquier manera, con el pelo gris y largo y el rostro inexpresivo, solía vagar arriba y abajo por la calle Nassau. Los adolescentes se burlaban de él y se plantaban en su camino agitando los brazos y gritándole palabrotas a la cara, mientras él los miraba asustado.[9] Alicia era una mujer orgullosa y siempre le preocuparon las apariencias, pero su lealtad y compasión eran más fuertes que la inquietud por lo que pudieran pensar los demás.
Alicia tenía paciencia, se mordía la lengua y le exigía muy pocas cosas a Nash; mirando atrás, parece muy probable que su actitud amable desempeñara un papel sustancial en la recuperación de John.[10] Si le hubiera amenazado o le hubiera presionado, es muy posible que Nash hubiera terminado en la calle; ése es el punto de vista que defiende Richard Keefe, psiquiatra de la Universidad Duke. Contrariamente a la visión convencional que sostiene que los familiares de los enfermos mentales tienen que «decirlo todo», investigaciones más recientes indican que las personas que sufren esquizofrenia no poseen mayor capacidad de soportar la expresión de emociones intensas que los pacientes convalecientes de un ataque cardíaco o de una operación de cáncer.[11]
Alicia es una persona de una honestidad escrupulosa y se refiere al papel que ha desempeñado protegiendo a Nash diciendo sencillamente que «a veces, una no planea las cosas, sino que éstas suceden simplemente así».[12] Sin embargo, se da perfecta cuenta de que aquello ayudó a John, y comenta:
—¿La forma en que se le trató le ayudó a mejorar? Bueno, creo que sí. Tenía su habitación y su comida, se atendían sus necesidades básicas y no se le presionaba demasiado. Es lo que necesita cualquiera: que lo cuiden y que no lo presionen demasiado.
En 1973 la situación de Alicia empezó a mejorar. Había presentado una demanda por discriminación sexual contra la Boeing, que era una de las empresas que le había negado un empleo a finales de los sesenta.[13] Fue una acción valerosa, y el proceso, que finalmente le proporcionó a Alicia un modesto acuerdo económico sin necesidad de juicio, contribuyó a reforzar su moral. Consiguió un puesto de programadora en la Con Edison de Nueva York, donde trabajaba Joyce Davis, su vieja amiga de la universidad,[14] aunque las cosas no resultaron fáciles: se levantaba cada día a las cuatro y media de la madrugada para realizar un desplazamiento de dos horas desde Princeton Junction hasta la sede que la Con Edison tenía en el parque Gramercy, en el centro de Manhattan, y regresaba a casa pasadas las ocho de la tarde. Con frecuencia, según recuerda su jefa, Anna Bailey —otra conocida del MIT—, se sentía frustrada por el trabajo que realizaba, ya que consideraba que no se reconocían suficientemente su inteligencia y su formación.[15]
Sin embargo, ahora que volvía a ganar un buen sueldo, pudo inscribir a Johnny en la escuela Peddie, un centro preparatorio privado de Highstown, unos quince kilómetros al oeste de Princeton.[16] Johnny, que en casa se había convertido en un muchacho malhumorado y difícil de tratar, era, a pesar de ello, un estudiante excelente y, al terminar el segundo año del bachillerato, cuando ganó una medalla Rensselaer en una competición de ámbito nacional, tenía un promedio de sobresaliente.[17] Además, mostraba un notable interés por las matemáticas y también tenía talento para dedicarse a ellas:
—Mientras Johnny crecía, John le habló mucho de matemáticas —recuerda Alicia, quien añade—: Si su padre no hubiera sido matemático, Johnny habría sido médico o abogado.[18]
En 1976, Solomon Leader fue a visitar a su amigo Harry Gonshor —el mismo que había formado parte del grupo de Nash en el MIT y que ahora era profesor de Princeton— a la Clínica Carrier.[19] Cuando el auxiliar hizo pasar a Leader por la puerta de la sala, que habitualmente estaba cerrada, un joven alto y de mirada iracunda se plantó repentinamente ante él:
—¿Sabe usted quién soy yo? —le gritó en plena cara a Leader, y añadió—: ¿Quiere salvarse?
Leader observó que el joven apretaba con fuerza una Biblia y, posteriormente, Gonshor le contó que aquel hombre era el hijo de John Nash.
Cuando Johnny fue internado en la Clínica Carrier por iniciativa de su madre, ya llevaba casi un año sin asistir a clase,[20] había dejado a todos sus antiguos amigos y, durante muchos meses, se había negado a salir de su habitación; cuando su madre o su abuela trataban de intervenir, arremetía contra ellas. Había empezado a leer la Biblia de forma obsesiva y a hablar de redención y condena,[21] y pronto comenzó a frecuentar a los miembros de una pequeña secta fundamentalista, el Sacerdocio del Camino, a repartir folletos y a abordar a los desconocidos por las esquinas de las calles de Princeton.[22]
Alicia y su madre no se dieron cuenta de forma inmediata de que la inquietante conducta de Johnny era algo más que una explosión de rebeldía adolescente, pero, con el paso del tiempo, se hizo evidente que Johnny oía voces y creía que era una gran figura religiosa. Cuando Alicia intentó que se sometiera a tratamiento, el muchacho se escapó y permaneció lejos de su hogar durante semanas, y su madre tuvo que acudir a la policía en busca de ayuda para localizarlo y devolverlo a casa. Luego, cuando Johnny ya estaba internado en la Carrier, Alicia supo que lo que más había temido, lo que siempre la había aterrorizado, era una realidad: su brillante hijo sufría la misma enfermedad que su padre.[23]
Después del primer internamiento, Johnny pareció mejorar rápidamente, pero no reemprendió los estudios hasta tres años después.[24] Alicia nunca hablaba de él en el trabajo, excepto cuando se veía obligada a pedir permisos,[25] y tampoco le contó a nadie de la Con Edison que John Nash volvía a vivir con ella: al igual que había hecho Virginia Nash una década antes, Alicia trataba sus infortunios como penas privadas e intentaba hacer frente a la negativa de Johnny a tomar medicamentos, a sus constantes huidas, a la necesidad periódica de internarlo y a la terrible sangría de sus escasos recursos sin dejarse vencer por su propia depresión:
—Sacrificas tantas cosas, entregas tanto, y luego todo se pierde —diría posteriormente.[26]
Cuando los problemas con Johnny la abrumaban, Alicia recurría a su amiga Gaby Borel para que le ofreciera su apoyo: Gaby la acompañaba en las visitas a la Carrier y, posteriormente, al psiquiátrico de Trenton, hablaba con ella por teléfono e invitaba a cenar a los Nash.[27]
Los elogios de Gaby al estoicismo de Alicia siguen siendo válidos en la actualidad:
—Al principio, no es posible decir nada de ella: una no se da cuenta de quién es porque se ha recubierto de una especie de coraza, pero se trata de una mujer muy valiente y muy fiel.[28]
En 1977, John David Stier realizó una fugaz aparición en la vida de Nash.[29] Padre e hijo habían mantenido contacto epistolar, por lo menos, desde 1971, el último año de instituto de John David. Nash había empezado a inquietarse por los futuros estudios de su hijo, y Alicia escribió a Arthur Mattuck para pedirle que aconsejara al joven.[30] Éste se inscribió en la Escuela Profesional Superior de Bunker Hill y se ganó la vida trabajando como celador de hospital;[31] cuatro años después, presentó solicitudes a una serie de centros universitarios de ciclo superior, le ofrecieron distintas becas y, en 1976, se trasladó a Amherst, una de las facultades de humanidades más elitistas de Estados Unidos.
Aquel otoño, Norton Starr, un profesor de matemáticas de Amherst, contrató a un estudiante para que le arreglara el jardín y luego lo invitó a entrar en la casa para tomar un refresco.[32] Durante la conversación, el joven se enteró de que Starr había obtenido el doctorado en el MIT y le preguntó si había conocido a un matemático llamado John Nash, a lo que el otro respondió que sólo de vista y por su reputación. Entonces, el joven exclamó.
—Es mi padre.
Starr lo miró de forma escrutadora, una y otra vez, hasta que dijo:
—Dios mío, eres exactamente igual que él.
Poco después, John David fue a visitar a su padre a Princeton, donde Alicia lo acogió amistosamente y él pudo conocer a su hermano Johnny.
El reencuentro entre Nash y John Stier no condujo a una reconciliación duradera: «Todo quedó en agua de borrajas», relata John Stier, cuyo padre tenía más interés en hablar de sus propios problemas que de los de su hijo:
—Cuando le pedía consejo, contestaba con algo referente a Nixon.[33]
Las confidencias de Nash resultaron inquietantes, pues estaba convencido de que su hijo, que ya había llegado a la mayoría de edad, desempeñaría «un papel personal esencial y significativo en mi “liberación gay” personal, que tanto tiempo había estado esperando».[34] Según explicó Nash en aquella época, había esperado mucho tiempo para poder «hablarle de mi vida, mis problemas y mi historia», y Eleanor Stier recuerda que así lo hizo.[35] John David acabó por no responder a las llamadas de su padre, y no volvieron a encontrarse durante diecisiete años:
—No siempre he deseado tener contacto con él —dice John David—. Tener un padre enfermo mental era algo bastante perturbador.
Con más frecuencia de lo que se cree habitualmente, la esquizofrenia puede ser una enfermedad episódica, especialmente en los años que siguen a su primera manifestación. Los períodos de psicosis aguda pueden intercalarse con etapas de relativa calma, durante las cuales los síntomas disminuyen de manera drástica, ya sea como resultado del tratamiento, o de forma espontánea;[36] aquél era el caso de Johnny.
En 1979, el día que empezaba el semestre de otoño del Colegio Universitario Rider de Lawrenceville, en Nueva Jersey, Kenneth Fields, el director del departamento de matemáticas, tuvo que hablar con un estudiante de primer cuso que se había comportado de forma insolente en la sesión de orientación sobre matemáticas, poniéndolo todo en duda y quejándose de que la presentación no era lo bastante rigurosa.[37]
—No necesito aprender análisis matemático —dijo el joven nada más llegar al despacho de Fields— porque pienso especializarme en matemáticas.
Dado que el Rider raramente atraía a estudiantes que tuvieran interés por las matemáticas o poseyeran una formación previa sobre aquella disciplina, Fields se sintió intrigado y, mientras ambos paseaban por el campus, interrogó al joven y llegó rápidamente a la conclusión de que ninguna de las asignaturas de matemáticas que se impartían en el Rider era lo suficientemente avanzada para él, de modo que le propuso supervisar personalmente su formación. Finalmente, le preguntó:
—Por cierto, ¿cómo te llamas?
—John Nash —respondió el joven estudiante. Al ver la mirada de asombro de Fields, añadió—: Usted tiene que haber oído hablar de mi padre: resolvió el teorema de la inmersión.
Para Fields, que había estudiado en el MIT en los años sesenta y conocía bien la leyenda de Nash, aquél fue un momento extraordinario.
Fields empezó a reunirse semanalmente con Johnny; a éste le costó un tiempo aplicarse al trabajo, pero pronto se sumió en el estudio de complicados textos de álgebra lineal, análisis matemático avanzado y geometría diferencial:
—Resultaba evidente que era un auténtico matemático —explica Fields.
También era brillante y simpático y, como buen cristiano fundamentalista, trabó amistad con otros estudiantes piadosos e intelectualmente precoces. Le habló de su enfermedad mental a Fields, que tenía varios familiares que padecían esquizofrenia; de vez en cuando, repetía alguna frase sobre extraterrestres y, en una ocasión, amenazó a un profesor de historia, pero, por lo general, según Fields, los síntomas de Johnny parecían estar bajo control. Obtenía las máximas calificaciones y, durante el segundo curso, logró un premio académico.
Fields llegó pronto a la conclusión de que Johnny estaba perdiendo el tiempo en el Rider y lo que le convenía era un programa de doctorado. En 1981, a pesar de carecer de cualquier título de enseñanza secundaria o universitaria, fue admitido en la Universidad Rutgers y dotado con una beca completa; una vez allí, superó sin ninguna dificultad los exámenes eliminatorios. De vez en cuando, amenazaba con dejar los estudios y Fields recibía frenéticas llamadas de Alicia, que le rogaba que hablara con el joven; cuando Fields lo hacía, Johnny le respondía:
—¿Por qué tengo que hacer nada? Mi padre no tiene que hacer nada, porque mi madre lo mantiene. ¿Por qué no puede mantenerme a mí?
Sin embargo, no abandonó los estudios, sino que los culminó de forma brillante.
A Melvyn Nathanson, que a la sazón era profesor de matemáticas en la Universidad Rutgers, le gustaba asignar como tarea a los alumnos de su asignatura sobre teoría de los números lo que él denominaba versiones simplificadas de problemas clásicos irresueltos.[38]
—La primera semana les planteé uno —dice—, y a la semana siguiente Johnny se presentó con la solución. Entonces les propuse otro y, una semana después, también lo había resuelto. Era algo extraordinario.
Johnny escribió con Nathanson un artículo que se convirtió en el primer capítulo de su tesis doctoral[39] y luego, ya en solitario, redactó otro, que Nathanson calificó de «hermoso» y que también pasó a formar parte de la tesis.[40] Su tercer artículo fue una importante generalización de un teorema que Paul Erdős había demostrado en los años treinta para un caso especial de las llamadas secuencias B.[41] Ni Erdős ni ningún otro matemático habían conseguido demostrar la validez del teorema para otras secuencias, y el enfoque que Johnny adoptó para resolver con éxito el problema suscitó una avalancha de artículos de otros especialistas en teoría de los números.
En 1985, cuando Johnny obtuvo el título de doctor por la Universidad Rutgers, todo indicaba que le esperaba una carrera larga y productiva como investigador matemático de primera línea; la oferta que recibió de ocupar, durante un año, un puesto de profesor auxiliar en la Universidad Marshall de Virginia Occidental parecía ser el primero de los pasos habituales que acaban por conducir a los nuevos doctores en matemáticas a sus correspondientes plazas titulares en algún lugar del mundo académico. Mientras Johnny cursaba el doctorado, Alicia Larde regresó definitivamente a El Salvador y Alicia cambió de empleo y empezó a trabajar como programadora informática en la New Jersey Transit de Newark.[42] La situación parecía prometedora.