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UN INTERVALO DE RACIONALIDAD FORZOSA
Julio de 1961-abril de 1963

Cuando llevaba un tiempo suficiente de internamiento […] terminaba por renunciar a mis hipótesis delirantes y volvía a pensar en mí mismo como un ser humano de características más convencionales.

JOHN NASH, autobiografía para el Nobel, 1995

Una persona que se recupera de una enfermedad física puede experimentar una sensación de vitalidad y entusiasmo renovados al reemprender las actividades de antaño, pero, con toda seguridad, la reacción será muy diferente si se trata de alguien que ha pasado meses y años creyéndose en posesión del privilegio de acceder a un conocimiento cósmico e incluso divino y que ahora se da cuenta de que ya no puede disfrutar de él. En el caso de Nash, la recuperación de los procesos habituales de pensamiento racional generó un sentimiento de inferioridad y pérdida, y la coherencia y claridad crecientes de su mente, que su médico, su esposa y sus colegas celebraron como una mejora, a él le parecieron un deterioro. En la nota autobiográfica que escribió después de ganar el Nobel, Nash sostiene que «el pensamiento racional impone un límite a la concepción que una persona posee de su relación con el cosmos»,[1] y no se refiere a las remisiones en términos de jubilosas recuperaciones de la salud, sino como «intervalos de racionalidad forzosa». Su tono apesadumbrado evoca las palabras de Lawrence, un joven esquizofrénico que ideó una teoría de las «psicomatemáticas» y le contó a Louis Sass, psicólogo de Rutgers, que «la gente se empeñaba en pensar que yo estaba recuperando mis capacidades intelectuales, pero lo que me sucedía en realidad era que estaba retrocediendo a niveles de pensamiento cada vez más simples».[2]

Naturalmente, es posible que las sensaciones de Nash reflejaran un auténtico embotamiento de sus capacidades cognitivas, no sólo en comparación con sus fases de exaltación, sino también con el estado de aquellas mismas capacidades antes del comienzo de su trastorno psicòtico.[3] La conciencia del cambio profundo que habían experimentado las circunstancias de su vida —por no hablar de sus perspectivas— no hacía sino agravar su angustia: a los treinta y tres años, se encontraba sin trabajo, estaba etiquetado como ex enfermo mental y dependía de la benevolencia de sus antiguos colegas. Los siguientes fragmentos de una carta a Donald Spencer, escrita poco después de su salida del Trenton, proporcionan una idea de lo modesta que se había vuelto la visión que tenía Nash de la realidad:

En mi situación actual y previsible, una beca […] con la finalidad de llevar a cabo trabajos de investigación y estudios, etc. parece una perspectiva más adecuada […] que un puesto académico convencional dedicado a la docencia; en primer término, porque de ese modo se evitaría gran parte de la previsible preocupación en relación con […] las implicaciones de mi estancia en un hospital psiquiátrico estatal.[4]

Con la ayuda de Spencer, que formaba parte del cuerpo docente de Princeton, y de varios miembros del equipo titular de matemáticas del instituto de Estudios Avanzados —Armand Borel, Atle Selberg, Marston Morse y Deane Montgomery—, se consiguió nombrar a Nash investigador del instituto por un período de un año;[5] Oppenheimer obtuvo seis mil dólares de la Fundación Nacional de la Ciencia para financiar el puesto.[6] La solicitud de Nash, fechada el 19 de julio de 1961, expresa su deseo de «proseguir el estudio de las ecuaciones diferenciales con derivadas parciales» y menciona también «otros intereses en el ámbito de la investigación algunos de los cuales tienen relación con mis trabajos anteriores».[7]

A fines de julio, la madre de Alicia llevó a Princeton a John Charles, que ya era un hermoso y crecido niño de dos años. Nash definió la reunión como «un gran momento para mí, pues no había visto a nuestro hijito durante todo lo que llevábamos de año».[8] Seguidamente, a principios de agosto, Nash asistió en Colorado a un congreso de matemáticas, durante el cual se encontró con muchos viejos conocidos y tuvo ocasión de realizar una excursión de todo un día con Spencer, que era un montañero entusiasta: subieron al pico de Pike.[9]

Nash y Alicia vivían juntos de nuevo, pero no eran especialmente felices, pues las turbulencias de los dos años precedentes habían generado un clima cargado de dolor y resentimiento, y la frialdad resultante persistía y se exacerbaba a causa de nuevos conflictos relacionados con el dinero, la crianza del niño y otros asuntos cotidianos. No contribuía a facilitar las cosas el hecho de que los suegros de Nash vivieran ahora con ellos: la salud de Carlos Larde se había deteriorado notablemente y él y su esposa se habían trasladado a Princeton aquel otoño. Ambas parejas compartían una casa en el número 137 de la calle Spruce[10] y, si bien resultaba de gran ayuda que la señora Larde cuidara de Johnny mientras Alicia estaba trabajando, la vida en común añadió un nuevo elemento de tensión, especialmente para Alicia.

Trataron de arreglárselas lo mejor posible. Nash intentaba cuidar de su hijo y se encargaba de irlo a recoger al parvulario y otras tareas por el estilo. Se relacionaban con los Nelson, los Milnor y algunas otras personas y, en una o dos ocasiones, fueron a Massachusetts a visitar a John y Odette Danskin, que se habían trasladado allí el otoño anterior, y también a ver a John Stier.[11] Estas últimas visitas eran bastante tensas y, después de que se produjeran, Eleanor solía llamar a John Danskin para quejarse de Nash; al parecer, éste se presentó en una ocasión con una bolsa de rosquillas y, según cuenta Odette, «Eleanor no cesaba de repetir: “¡Qué miserable!”».[12]

A principios de octubre, Nash asistió a un encuentro histórico que tuvo lugar en Princeton,[13] con ocasión de la realización de un congreso, organizado por Oskar Morgenstern, al cual acudió la práctica totalidad de los expertos en teoría de juegos. El acontecimiento constituyó una especie de celebración de la teoría cooperativa, mientras que se habló poco de la negociación o los juegos no cooperativos; sin embargo, allí estaban presentes el húngaro John Harsanyi, el alemán Reinhard Selten y John Nash, que iba vestido con ropas estrafalarias y mal combinadas y permaneció en silencio la mayor parte del tiempo.[14] Era la primera vez que se encontraban, y no volverían a verse hasta que, un cuarto de siglo más tarde, los tres viajaron a Estocolmo para recoger sus premios Nobel. En 1995, durante una conversación en Jerusalén, Harsanyi relataría que le había preguntado a una persona de Princeton por qué Nash hablaba tan poco durante las sesiones del congreso, y que su interlocutor le había respondido que «le daba miedo decir algo extraño y ponerse en ridículo».[15]

Nash volvía a ser capaz de trabajar, algo que no había conseguido hacer desde hacía casi tres años: una vez más, empezó a dedicar su atención al movimiento de los fluidos y a cierto tipo de ecuaciones diferenciales no lineales con derivadas parciales que se pueden emplear como modelos para esos flujos, y concluyó el artículo sobre dinámica de fluidos que había empezado cuando estaba en el Hospital Estatal de Trenton,[16] que fue publicado en 1962 por una revista de matemáticas francesa bajo el título «Le problème de Cauchy pour les équations differentielles d’une fluide générale».[17] El texto, que el propio Nash y otros han descrito como «una obra muy respetable»[18] y que el Encyclopedic Dictionary of Mathematics define como «fundamental y notable», acabó inspirando una gran cantidad de trabajos posteriores acerca del llamado «problema de Cauchy para las ecuaciones generales de Navier-Stokes». En el artículo, Nash consiguió demostrar la existencia de soluciones regulares únicas en tiempo local.[19]

—Después de salir del hospital, Nash parecía encontrarse en plena forma —recuerda Atle Selberg, quien añade—: Le sentaba bien estar en el Instituto de Estudios Avanzados, aunque no todos los miembros del profesorado de Princeton se mostraron acogedores con él. Es cierto que no hablaba mucho: lo escribía todo en la pizarra. Escribía de forma perfectamente coherente, aunque también ofreció una conferencia sobre las ecuaciones de Navier-Stokes, relacionadas con la hidrodinámica y las ecuaciones diferenciales con derivadas parciales, un tema que yo no domino. Durante un tiempo pareció bastante normal.[20]

Se sentía especialmente cómodo en encuentros individuales con otras personas, en los cuales podía echar mano de su sentido del humor. Gillian Richardson, que perteneció al equipo del centro de informática del instituto entre 1959 y 1962, recuerda haber compartido mesa con él en el comedor del instituto y que Nash hacía todo tipo de comentarios sarcásticos y agudos sobre los psiquiatras. En una ocasión le preguntó: «¿Conoces a algún buen psiquiatra en Princeton?», y añadió que su propio psiquiatra «“parecía estar sentado en un trono muy por encima” de él, y quería saber si yo conocía a alguno que no tuviera esa característica».[21]

Un día Nash se presentó en la clase de francés 105, la asignatura correspondiente al tercer semestre del curso de francés de la universidad, y le preguntó a Karl Uitti si podía asistir como oyente; al profesor de francés, Nash le pareció «el típico matemático soñador y despistado».[22] Nash acudía con bastante regularidad a las clases y era un alumno aplicado, que parecía menos interesado en aprender un «francés de turista» apto para conversar que en adquirir «un conocimiento de la estructura de la lengua», según recuerda Uitti, quien añade:

—Era muy francófilo: le gustaba la lengua y la gente.

Uitti y Nash se hicieron bastante amigos y se reunían fuera de clase, a veces también en compañía de Alicia. En cierto momento, Uitti le preguntó a Nash por qué quería aprender francés, y él le respondió que estaba escribiendo un artículo matemático:

—Sólo había una persona en el mundo que fuera capaz de entenderlo, y esa persona era francesa; por lo tanto, quería escribirlo en francés —explica Uitti.

Nash le pidió a Jean-Pierre Cauvin que revisara un borrador de aquel artículo,[23] y Cauvin, que en aquella época se dedicaba a trabajar esporádicamente como traductor, recuerda que Nash le dijo que «París era el centro de aquel tipo de matemáticas». Nash también acudió a un estudiante francés, Hubert Goldschmidt, para que le prestara ayuda.[24]

Nash no había renunciado a la idea de regresar a Francia. El 19 de enero presentó el artículo sobre el problema de Cauchy al Bulletin de la Société Mathématique de France. En opinión de Cauvin, estaba más encerrado en sí mismo y apagado que nunca y, visto de forma retrospectiva, parece claro que pensaba constantemente en la posibilidad de dejar Princeton. Es muy probable que siguiera en contacto con Grothendieck y el Instituto de Altos Estudios Científicos, a cuyo director, Leon Motchane, Oppenheimer escribió en abril para pedirle que invitara formalmente a Nash a pasar allí la primera mitad del curso académico 1963-1964.[25] Oppenheimer también escribió a Leray, que aquel año estaba en el instituto, para ver si, con vistas a la segunda mitad del curso, podía conseguirle a Nash una beca del Centro Nacional de Investigaciones Científicas francés.[26] Sin embargo, al mismo tiempo, Oppenheimer indicaba que el Instituto de Estudios Avanzados acogería favorablemente el eventual deseo de Nash de continuar allí durante un segundo año: «Si [Nash] solicitara seguir aquí el próximo otoño, creo que es probable que mis colegas accedieran a ello; sin embargo, tengo la impresión de que ésa no va a ser su decisión».

Nash no le propuso a su esposa que fuera con él a Francia, y esta vez Alicia no trató de disuadirlo ni se ofreció a acompañarlo. Era evidente que, en virtud de alguna clase de acuerdo mutuo y tácito, su matrimonio había terminado y cada uno de ellos iba a seguir su propio camino.

Aquel invierno Nash pasó cada vez más tiempo en la sala común del edificio Fine, donde solía aparecer a la hora del té y quedarse hasta la noche.

—Iba vestido con ropa holgada y arrugada —recuerda Stefan Burr, un doctorando de aquella época, quien añade—: No parecía agresivo en absoluto y, en ciertos aspectos, sus modales no eran tan diferentes de los de muchos matemáticos.[27] Durante un tiempo, Burr y Nash se dedicaron a jugar interminables partidas de «Hex» con el viejo tablero del Fine, que estaba tan gastado que constantemente había que volverle a dibujar las líneas con un bolígrafo.

Nash estaba empezando a adquirir nuevamente un aspecto poco saludable. Según Borel, «no estaba muy bien: me daba la impresión de que tenía las capacidades muy mermadas, y sus matemáticas no estaban al mismo nivel que antes. Lo encontraba extraño, impredecible y poco sensato. Era una situación muy dolorosa. Las secretarias le tenían miedo y la gente lo evitaba; nunca se sabía qué haría o diría».[28]

Durante la primavera, su estado de ánimo se volvió más irritable e inquieto, y empezó a hablar de nuevo de sus obsesiones. De forma bastante repentina, decidió viajar a la costa oeste, donde vio, entre otros, a Al Vasquez —que se había graduado en el MIT y por aquel entonces cursaba el doctorado en Berkeley—, a Lloyd Shapley y a Alice Beckenback, la ex esposa de Al Tucker, y su nuevo marido.

—Entré en la sala común [en Berkeley] y allí estaba él, que se sorprendió tanto de verme como yo de verlo a él —relata Vasquez—. No anunciaba sus visitas con antelación, y yo no tenía ni idea de dónde se alojaba, pero llevaba allí un par de días o más y no me había buscado. Me dio la impresión de que había estado en Europa y en la costa este, y que estaba viajando sin destino fijo. Hablaba mucho y se refirió explícitamente a la terapia de choque [insulínico], que describió como extremadamente dolorosa. También dijo que lo habían traído de Europa en barco y encadenado: empleaba con mucha frecuencia la palabra «esclavitud» y estaba muy resentido por sus experiencias. Se hallaba bastante desorientado y era incapaz de hablar de nada que no fueran sus obsesiones. Me quedé desconcertado: todo resultaba muy extraño, y nunca llegué a comprender por qué hablaba conmigo. Me conocía, pero en realidad no intentaba comunicarse, sino que sólo quería hablar de forma evasiva. [Sin embargo] lo que decía no era incomprensible y, a veces, resultaba incluso inteligente, con muchos juegos de palabras y alusiones.[29]

También a Shapley, a quien Nash había escrito una gran cantidad de cartas, le causó angustia la apariencia de Nash cuando lo vio en Santa Mónica. En 1994 diría:

—Me consideraba un amigo íntimo; había que aceptarlo así. Me mandaba postales escritas con tinta de varios colores. Aquello era muy triste: estaban garabateadas con asuntos matemáticos y numerología, como si no esperara una respuesta. Pensaba mucho en mí, y había decaído de forma espectacular. Daba la impresión de ir a tientas.[30]

Shapley recuerda que Nash le decía: «Tengo este problema, y creo que podría solucionarlo si averiguara qué miembros de la Sociedad Matemática me hicieron esto».

No se quedó mucho tiempo, según explica Shapley, quien afirma:

—Daba un poco de miedo, y nosotros teníamos dos niños pequeños. No había forma de hablar con él, ni siquiera de seguir el hilo de sus conversaciones: saltaba de un tema a otro. Resulta muy difícil ser un gran matemático si no puedes retener un pensamiento en tu mente.[31]

En junio Nash se fue a Europa para asistir a una reunión en París la última semana de aquel mismo mes y al Congreso Mundial de Matemáticas en Estocolmo a principios de agosto; pero primero fue a Londres, donde se alojó en el hotel Russell de Bloomsbury, un establecimiento que calificó de «magnífico».[32]

Abrió un apartado de correos y empezó de nuevo a escribir cartas, algunas en papel higiénico, con tinta verde y en francés; también enviaba dibujos, entre ellos el de una figura postrada y acribillada con flechas. Una de sus cartas, cuyo matasellos indica la fecha del 14 de junio, contenía un fragmento de papel donde había escrito en tinta verde: «2 + 5 + 20 + 8 + 12 + 15 + 18 + 15 + 13 = 78».

La reunión que se celebró en el Colegio de Francia de París fue un encuentro reducido y de carácter íntimo, donde predominó, con diferencia, la figura de Leray, que en aquella época estaba enormemente entusiasmado con las ecuaciones hiperbólicas no lineales. Ed Nelson, que se había hecho bastante amigo de Nash durante aquel curso académico, recuerda que Leray decía que era un escándalo que no existieran teoremas sobre la existencia global:

—Con aquello quería expresar —dice Nelson— que más valía que nos pusiéramos a trabajar si no queríamos que el mundo se acabara en cualquier momento.[33]

La mayoría de los oradores ofreció sus charlas en inglés, pero Nash insistió en hacerlo en lo que denominaba su «franglés»,[34] y no habló de forma improvisada, sino que leyó sus notas con voz suave y marcado acento norteamericano. Lars Hörmander, que también estaba presente, explica que «la visita de 1962 fue muy diferente de las anteriores», y añade que «el trabajo que presentó Nash era respetable desde el punto de vista matemático, y constituyó una sorpresa para todos [que pudiera haberlo elaborado], pues fue algo parecido a ver a alguien que sale de la tumba».[35]

Sin embargo, su comportamiento era decididamente extravagante, según contaría posteriormente el propio Hörmander:

—Malgrange, el organizador oficial de la reunión, ofreció una cena a los participantes. Una vez en la mesa, Nash intercambió su plato con la persona que tenía al lado, y siguió haciéndolo con otras hasta que quedó convencido de que su comida no estaba envenenada. Todo el mundo se dio cuenta de su extraña conducta, pero nadie dijo una palabra.

»Malgrange había comprado un gran tarro de caviar que iba pasando alrededor de la mesa, hasta que, cuando le llegó a Nash, éste vació todo el contenido en su plato; todo el mundo era muy educado y nadie hizo ningún comentario.[36]

El 2 de julio, mientras Nash estaba todavía en París, su suegro murió repentinamente[37] y Alicia trató de ponerse en contacto con John por medio de Milnor y Danskin, pero no lo consiguió. Carlos Larde fue enterrado en el cementerio de Saint Paul, en la calle Nassau.

Mientras tanto, Nash regresó a Londres, aunque no está claro qué fue lo que le llevó allí, ya que, presumiblemente, su plan original era pasar en París el verano —con la excepción del congreso de Estocolmo— y el curso siguiente.

El Congreso Mundial de Matemáticas se celebró en Estocolmo durante la tercera semana de agosto,[38] y ante el plenario intervinieron, entre otros, Armand Borel, John Milnor y Louis Nirenberg. Se concedieron las medallas Fields a Milnor y a Lars Hörmander, a quienes se les había notificado el premio en mayo y se les había dado instrucciones de que mantuvieran el secreto, lo cual hicieron mientras quienes les rodeaban se dedicaban a especular sobre los posibles vencedores de aquel año.

A pesar de que Nash creía que él tenía que ser uno de los galardonados, no fue a Estocolmo, sino que marchó a Ginebra y regresó al hotel Alba, donde había pasado la última semana de diciembre de 1959 y desde donde le escribió en francés a Martha, «chez Charles L. Legg».[39] La carta mostraba con claridad que John había vuelto a reflexionar sobre el tema de su identidad, ya que dibujó un documento de identidad, con caracteres chinos y la inscripción Des secrets, bajo la cual escribió: «¿Podrías firmar esta carte d’identité? […] Un hombre completamente solo en un mundo extraño». También le mandó a Virginia una postal con una imagen de Ginebra, pero esta vez enviada desde París.

Cuando, a fines del verano de 1962, Nash regresó a Princeton, estaba ya muy enfermo. Al departamento de matemáticas llegó una postal a la atención de Mao Tse-tung, con la dirección del edificio Fine, Princeton, Nueva Jersey, en la cual Nash sólo había escrito un comentario críptico en francés sobre los planos tangentes triples.[40]

Alicia le permitió que volviera a casa, donde pasó gran parte del otoño junto a John Charles y viendo programas televisivos de ciencia ficción, como La dimensión desconocida, de Rod Serling.[41] También se dedicó a escribir un gran número de cartas y a realizar muchas llamadas telefónicas a matemáticos de Princeton y de otros lugares.

Seguía obsesionado con la idea del asilo; en una carta dirigida a Martha y Charlie, con matasellos del 19 de noviembre, decía: «Quizá diréis que estoy loco […] He solicitado asilo en la iglesia de Saint Paul, en Princeton».[42] Al parecer, Nash pasaba todos los días por delante de Saint Paul, y la carta se refería al concilio Ecuménico y a las cartas que había enviado al pastor de Saint Paul a principios de aquel mes, y terminaba con una alusión a las «desventuras del pasado, especialmente durante el otoño». En contraste con la carta que había enviado a Martha desde Londres, ya no interpretaba sus dificultades como un signo de su enfermedad, sino que las consideraba resultado de las maquinaciones del concilio Ecuménico. En enero las cartas de Nash a Martha y Charlie ya se habían vuelto casi incomprensibles, y sus pensamientos saltaban de los albaneses a Stalin y de éste a «secretos que no puedo revelar» y «maderos y clavos de la cruz verdadera».[43]

Exhausta y descorazonada tras tres años de confusión, y convencida de que no había prácticamente esperanzas de que el estado de su esposo mejorara, Alicia consultó a un abogado e inició los trámites para divorciarse. Se había casado con un hombre de quien esperaba que la cuidara pero que no podía hacerlo y, además, se mostraba amargamente resentido con ella y la acusaba de tener intenciones malévolas. Escribió a Martha y Virginia diciéndoles que el hecho de estar casado contribuía a crearle problemas a John y que creía que liberarlo del matrimonio también sería mejor para él.[44]

El abogado de Alicia, Frank F. Scott, un eminente letrado de Princeton especializado en divorcios que tenía su despacho en la calle Nassau, presentó una demanda de divorcio el 26 de diciembre de 1962;[45] una semana antes, Alicia había firmado una declaración formal de consentimiento. Según la petición, Nash aún vivía con ella en el número 137 de la calle Spruce. De forma provisional, mientras duraba el procedimiento, Alicia alquiló un apartamento propio en la calle Vandeventer.[46]

Nash recibió una citación judicial y, al día siguiente, Scott lo fue a visitar. El 17 de abril el abogado volvió a hablar con Nash, que, según aquél, no tenía «ningún plan de cambiar de residencia o de situación laboral». La sentencia, que se dictó sin juicio el 1 de mayo de 1963, concedió el divorcio a Alicia y le otorgó la custodia de John Charles;[47] la resolución definitiva se emitió el 2 de agosto de 1963.[48]

Aquella primavera, tanto el estado cada vez más perturbado de Nash como los rumores acerca de su inminente divorcio impulsaron a una serie de matemáticos a unirse en su ayuda. En aquella ocasión, la necesidad urgente de que Nash recibiera tratamiento no fue objeto de controversia y, una vez más, Donald Spencer y Albert Tucker acudieron a Robert Winters.[49] James Miller, un amigo de Winters de la época en que éste estudiaba en Harvard, pertenecía al departamento de psiquiatría de la Universidad de Michigan y estaba en contacto con una clínica que dirigía Ray Waggoner bajo el patrocinio de la universidad.[50] A través de Miller, Winters consiguió un acuerdo excepcional, gracias al cual Nash recibiría tratamiento en aquella clínica y, al mismo tiempo, tendría la oportunidad de trabajar como estadístico en el programa de investigación de la institución.

Tucker, desde Princeton, y Martin, desde el MIT, decidieron poner en marcha una recogida de fondos para lograr que el plan de Michigan resultara factible.[51] Por su parte, Anatole Rappaport y Merrill Flood, de la Universidad de Michigan, Jürgen Moser, de la de Nueva York, Alexander Ostrowski, de la Westinghouse, y otros se comprometieron a recaudar fondos para Nash entre los miembros de la comunidad matemática.[52]

El grupo de Ann Arbor —localidad donde tiene su sede principal la Universidad de Michigan— consideraba que sería preciso un internamiento de dos años. El coste anual de la estancia para pacientes procedentes de fuera del estado era de nueve mil dólares y, por lo tanto, la cantidad global ascendería a dieciocho mil. Virginia Nash garantizó una aportación de diez mil dólares y el grupo de matemáticos organizó, a través de la Sociedad Matemática Norteamericana, una campaña de recogida de fondos para conseguir los ocho mil restantes. «Si lo logramos, probablemente la mayoría del dinero procederá de matemáticos que conocen a Nash —escribía Martin, quien añadía—: Desde luego, cualquier cosa que se pudiera hacer para que Nash estuviera en condiciones de volver a dedicarse a las matemáticas, aunque fuera a una escala muy limitada, sería muy buena, no sólo para él, sino también para la disciplina».[53]

El comportamiento cada vez más extraño de Nash empezaba a provocar quejas, incluyendo algunas que procedían del propio Instituto de Estudios Avanzados; la mayoría de ellas se referían al hecho de que Nash se dedicaba a escribir misteriosos mensajes en las pizarras del instituto y a hacer llamadas molestas a varios miembros del mismo, hasta que, un día, las operadoras de la centralita telefónica, que trabajaban en un despacho situado en la misma entrada del edificio Fuld, observaron con sorpresa que todas las personas que entraban al recinto estaban empapadas de agua. La investigación subsiguiente permitió llegar a la conclusión de que Nash había estado echando agua desde la ventana del comedor del instituto —situado, en aquella época, en el cuarto piso del edificio Fuld— que había justo encima de la puerta principal.[54]

Se eligió a Donald Spencer, un hombre que no podía soportar ver a nadie en dificultades sin sentirse obligado a intervenir, para que tratara de convencer a Nash de que aceptara la propuesta de Michigan e ingresara en la clínica de manera voluntaria.[55] Como tenía por costumbre, Spencer eligió un bar como lugar de encuentro e invitó a John a tomar unas copas en la taberna Nassau, donde en su día el propio Nash había celebrado el aprobado en los exámenes generales. Estuvieron sentados durante horas en una mesa de un rincón apartado del bar, Spencer bebiendo Martini sin hielo a grandes tragos y John jugueteando con una sola cerveza. Spencer hablaba sin cesar, mientras que el otro aparentaba escuchar pero decía muy poca cosa, excepto para indicar, en varias ocasiones, que no tenía interés en trabajar como estadístico. Todo fue inútil, ya que Nash no creía que estuviera enfermo y no estaba dispuesto a ingresar en otro hospital.

Años más tarde, Winters lloraría al relatar la historia:

—Creía que había hallado una solución perfecta para un problema completamente insólito y pensaba que podía salvar a una persona muy valiosa. Era algo que me afectaba y me sigue afectando desde el punto de vista emocional: pensaba que estaba haciendo algo maravilloso de verdad, y Jim Miller me dijo que nunca permitiría que Nash fuera sometido a tratamientos de choque, que embotan la genialidad. Sin embargo, alguien lo llevó a la Carrier, donde le administraron tratamientos de choque [sic], y creo que aquello lo convirtió en un zombi durante muchos años; considero aquello como uno de los peores fracasos de mi vida. Cuando contemplo la raza humana a escala global, pienso que no hay ningún motivo para desear la supervivencia de la humanidad, porque somos destructivos, poco compasivos, inconscientes y codiciosos, y estamos sedientos de poder. Sin embargo, cuando me fijo en unos pocos individuos, parece que existan todo tipo de razones para la supervivencia de la humanidad: él se merecía lo mejor.[56]

Mientras tanto, Alicia, Virginia y Martha habían llegado conjuntamente a la conclusión de que habría que internar forzosamente a Nash. En aquella ocasión escogieron una clínica privada de Princeton, y Martha escribió a Spencer:

La única razón de no haberlo hecho antes es que mi madre y yo estábamos esperando a que Alicia nos avisara cuando hubiera llevado a cabo los preparativos […] En realidad, habíamos pensado hacerlo en marzo.

Teníamos muchas esperanzas de convencer a John de que fuera a la Universidad de Michigan y aprovechara las oportunidades que le habían ofrecido de dedicarse a la investigación y someterse a tratamiento, pero, por desgracia, John no está de acuerdo en que necesite tratamiento y, dado que creemos que hay que hacer algo por él, lo hemos internado en la Carrier…

La verdad es que no habría aceptado el ingreso voluntario en NINGÚN hospital y, una vez estuvimos convencidas de ello, no tuvimos otra opción que internarlo en un hospital de Nueva Jersey.[57]