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CIUDADANO DEL MUNDO
París y Ginebra, 1959-1960

Tengo ante mí una tarea difícil, y he dedicado mi vida entera a ella.

K, en El castillo, de FRANZ KAFKA

Me parece estar en un trance sublime y extraño, meditando sobre mi propia fantasía.

PERCY BYSSHE SHELLEY, «Mont Blanc»

Poco después del 4 de julio, fiesta de la Independencia de Estados Unidos, Nash y Alicia zarparon del puerto de Nueva York a bordo del Queen Mary. Acodados en la baranda donde también se agolpaban el resto de pasajeros, contemplaron el muelle, el perfil de la ciudad y luego la estatua de la Libertad, que se alejaban de ellos mientras navegaban lentamente hacia el mar abierto. El aspecto de la pareja era muy similar al de un año antes, cuando emprendieron su viaje de luna de miel —John alto, bien vestido y elegante, y Alicia esbelta, menuda y delicada—, pero no estaban tan animados y alegres como entonces, y ambos se hallaban absortos en sus pensamientos.

El 18 de julio, después de una «reposada» travesía, los Nash llegaron a Londres,[1] y dos días más tarde ya estaban en París.[2] La belleza de la ciudad los cautivó igual que el año anterior: «Verde por todas partes […,] con las grandes palomas azules de París sobrevolando raudas la ciudad de dos en dos».[3] Durante algunas horas, mientras iban de la estación de Saint-Lazare hacia un modesto hotel de la orilla izquierda del Sena —absurdamente llamado Gran Hotel del Mont Blanc—, el peso aplastante de los tristes meses de Cambridge pareció atenuarse y volvieron a sentirse, durante un breve lapso de tiempo, tan ligeros como el aire. Aquella tarde fueron hasta la delegación de la American Express para cambiar dólares por francos y preguntar si tenían correspondencia. Como sucedía siempre durante el verano, la plaza de la Opera estaba repleta de turistas estadounidenses y, con gran alegría, distinguieron enseguida el rostro familiar de John Moore, un matemático a quien Nash conocía del MIT y que pronto se convertiría en codirector del departamento de matemáticas de Princeton. Moore estaba leyendo, sentado en la terraza del Café de la Paix, cuando vio a los Nash.

—Me sorprendí, pero no mucho —explicaría Moore en 1995—. Había muchos matemáticos que venían a París. Hablamos de Edimburgo y no percibí nada fuera de lo normal.[4]

Posteriormente, Alicia no sería capaz de decir qué planes tenían en realidad para su estancia: no había seguido a John a Europa porque confiara en que París sirviera para curar sus males, sino porque no había tenido posibilidad de detenerlo y, así las cosas, no habría soportado verlo partir hacia un país extraño, solo y sin nadie que velara por él. Sin embargo, durante aquellos primeros días en París, los Nash se comportaron como si fueran a quedarse cierto tiempo allí: Alicia se inscribió en un curso de francés en la Sorbona y empezó a buscar un alojamiento más estable.[5] Resultó que su prima Odette, que tenía veintiún años y pensaba estudiar el siguiente curso en la Universidad de Grenoble, también se encontraba en París, y ambas jóvenes se dedicaron juntas a buscar casa, hasta que encontraron un piso bonito, limpio y espacioso para los Nash, en el número 49 de la avenida de la República, en un barrio obrero, impersonal pero absolutamente respetable, de la orilla derecha del Sena.[6]

Las ideas referentes al gobierno mundial y el concepto, asociado a ellas, de la ciudadanía universal, se encontraban en su apogeo en la época en que Nash cursó el doctorado en Princeton e impregnaron la literatura de ciencia ficción de los años cincuenta que había devorado cuando estudiaba y en etapas posteriores. El movimiento mundialista, fundado después del colapso de la Sociedad de Naciones en los años treinta, irrumpió con fuerza en la opinión pública pocos años después del final de la segunda guerra mundial. Princeton era uno de los centros de aquel movimiento, en gran medida a causa de la presencia de físicos y matemáticos —entre los que sobresalían Albert Einstein y John von Neumann— que habían contribuido al inicio de la era nuclear.[7] Uno de los contemporáneos de Nash en el doctorado, John Kemeny —un lógico joven y brillante, que fue ayudante de Einstein y posteriormente director del Colegio Universitario de Dartmouth—, era uno de los dirigentes de los Federalistas Mundiales.

Sin embargo, el mundialista que espoleaba la imaginación de Nash era un solitario como él, el Abbie Hoffman[*] del movimiento. En 1948, Garry Davis, un piloto de bombarderos de la segunda guerra mundial, vestido con chaqueta de cuero, actor de Broadway e hijo de Meyer Davis —un miembro destacado de la alta sociedad—, había entrado en la embajada norteamericana en París, había entregado su pasaporte y había renunciado a la ciudadanía estadounidense del movimiento.[8] Luego trató de acceder a la sede de las Naciones Unidas para proclamarse «el primer ciudadano del mundo».[9] Davis, «asqueado y cansado de la guerra y los rumores de guerra», aspiraba a impulsar un gobierno mundial.[10] «Todos los periódicos publicaron la historia», recuerda el columnista Art Buchwald en sus memorias parisinas.[11]

Albert Einstein, dieciocho miembros del parlamento británico y numerosos intelectuales franceses —entre ellos Jean-Paul Sartre y Albert Camus— manifestaron su apoyo a Davis.[12]

Nash pretendía seguir los pasos de Davis y, en el ambiente sobreexcitado e hiperpatriótico de aquellos Estados Unidos que él estaba dejando atrás, había escogido la «línea de máxima resistencia» y, en concreto, el camino que mejor expresaba su sentido de alienación radical.

El 29 de julio, poco más de una semana después de su llegada a París, tomó el tren hacia Luxemburgo.[13] Había escogido aquel lugar para renunciar a su ciudadanía estadounidense por razones de prudencia, posiblemente aconsejado por el Registro de la Ciudadanía Mundial, una organización fundada por Davis y que tenía su sede en París: cuanto más pequeño y menos importante fuera el país elegido, menos probable era que la devolución del pasaporte norteamericano provocara una detención y una deportación inmediatas, y Francia era un lugar singularmente inadecuado para aquel tipo de protestas. Cuando Nash hubo llegado a la estación central de la ciudad de Luxemburgo, se fue andando hasta la embajada de Estados Unidos, situada en el número 22 del bulevar Emmanuel Servais, solicitó ver al embajador y anunció que quería dejar de ser ciudadano norteamericano.

La sección 1481 de la ley de Inmigración de 1941 contiene una cláusula que permite a los estadounidenses renunciar a su ciudadanía,[14] aunque, por supuesto, su intención original era permitir resolver casos de doble nacionalidad. En 1959, varias docenas de norteamericanos, inspirados también por el ejemplo de Garry Davis, ya habían aprovechado aquel mecanismo con fines de protesta.[15] La ley es muy clara, y prevé un juramento, que se debe prestar en un país extranjero, con la mano derecha levantada y en presencia de un diplomático estadounidense: «Deseo renunciar formalmente a mi nacionalidad norteamericana […] y, en consecuencia, por medio de este acto, renuncio absoluta y completamente a mi nacionalidad estadounidense y a todos los derechos y privilegios que conlleva, y abjuro de cualquier lealtad y fidelidad a los Estados Unidos de América».[16]

El anuncio de Nash fue recibido como era de esperar: un funcionario de la embajada —no el embajador en persona— empleó un buen número de sólidos argumentos para convencerlo de que lo que pretendía hacer era poco aconsejable. De forma un tanto sorprendente, dadas las firmes creencias que Nash profesaba en aquel momento, el diplomático logró convencerlo de que conservara su pasaporte; quizá fue un primer indicio de la actitud vacilante e indecisa que se haría más pronunciada con el paso del tiempo.

Cuando Virginia y Martha, desde Roanoke, así como los colegas de Nash en el MIT, tuvieron conocimiento de aquel primer intento de renunciar a la ciudadanía norteamericana, comprendieron que el internamiento en el McLean no había servido para atajar el curso imparable de la enfermedad. Virginia, que había sufrido una profunda depresión a su regreso de Boston, estaba bebiendo en exceso y se encaminaba, a su vez, hacia una crisis psicológica: la internarían en septiembre.[17] Cuando, al final de aquel verano, Armand Borel regresó a Princeton procedente de Suiza y preguntó por Nash, uno de sus colegas se limitó a decirle:

—Las cosas no va bien.[18]

Dos días después Nash volvió a París, plenamente entusiasmado pese al fracaso de su plan, y mientras la ciudad se vaciaba para las vacaciones de agosto, decidió que prefería estar en Suiza, un país que asociaba con la neutralidad, la ciudadanía mundial y con Einstein; éste, a quien le gustaba definirse como ciudadano del mundo, había adoptado la nacionalidad suiza.[19] Es posible que en la decisión de Nash influyera también el hecho de que, aquel verano, varias naciones europeas hubieran celebrado en Ginebra la cumbre más prolongada de todos los tiempos.[20] Sin embargo, los Nash no se fueron de París tan pronto como pretendía John, ya que las protestas de Alicia por haberse de trasladar tan repentinamente y cuando acababan de alquilar un piso retrasaron la partida.

El deseo de Nash de ir a Ginebra se basaba, según contaría más tarde, en que había oído decir que aquélla era «la ciudad de los refugiados».[21] En 1959, Ginebra estaba a una noche de viaje en tren desde París. Cuando los Nash llegaron a la ciudad, se instalaron en una habitación del hotel Athenée, en la calle Malganou,[22] pero Alicia no se quedó mucho tiempo: casi de inmediato partió hacia Italia, donde se reunió con Odette y permaneció varias semanas.

Solo por primera vez en su vida, Nash estaba «sin padres, sin hogar, sin esposa, sin hijos, sin compromisos ni deseos… y sin el orgullo que pueden producir todas esas cosas»[23] y, por lo tanto, completamente libre para dedicarse exclusivamente a su empresa, cuyos objetivos, por lo que sugiere la elección del lugar, iban variando: ya no sólo quería renunciar a la ciudadanía norteamericana, sino también obtener el estatuto oficial de refugiado, es decir, ser declarado refugiado de «todos los países firmantes de los tratados de la OTAN, el Pacto de Varsovia, Oriente Medio y la SEATO».[24] Es de suponer que, en aquel momento, su mente identificaba aquellas alianzas con las amenazas para la paz, pero el deseo de obtener el estatuto de refugiado también reflejaba un creciente sentimiento de alienación, una sensación de persecución y el miedo a ser encerrado. Se veía a sí mismo como un objetor de conciencia que corría el riesgo de que lo llamaran a filas y como un enemigo del tipo de investigación militar que se esperaba que realizaran los matemáticos estadounidenses.[25]

Pasaba la mayoría de las noches en aquel lugar perdido, una pequeña habitación de paredes desnudas de un hotel situado en una zona apartada e impersonal de la ciudad, escribiendo cartas que nunca obtendrían respuesta y rellenando un sinfín de cuestionarios, solicitudes y peticiones que acabarían siendo archivadas, y dedicaba los días a vagar por distintas salas de espera y oficinas.

Durante cinco meses solitarios, los esfuerzos ambiguos y autodestructivos de Nash se parecieron, más que a cualquier otra cosa, a la búsqueda absurda del agrimensor de la novela El castillo, de Kafka, probablemente la representación más convincente de la conciencia esquizofrénica que ha ofrecido la literatura de todos los tiempos. El único objetivo de la vida del personaje de Kafka, conocido solamente como K, es penetrar en «el sombrío corazón del castillo» que se yergue sobre un pueblo laberíntico al que K llega, pero más allá del cual no puede ir.[26] En la novela de Kafka, K, un hombre cuyo trabajo consiste en medir y calcular, trata de penetrar en un nebuloso centro de autoridad, no porque desee «llevar una vida honorable y cómoda», sino para «obtener la aceptación de los poderes más elevados —quizá celestiales— y, de ese modo, descubrir la razón de las cosas».[27]

La búsqueda, incesante a lo largo de la vida de Nash, de significado, control y reconocimiento, en el contexto de una lucha continua, no sólo en la sociedad, sino también entre los impulsos contradictorios de su personalidad paradójica, se había visto reducida ahora a una caricatura. Del mismo modo que el hiperrealismo de un sueño tiene relación con los temas intocables de los períodos de vigilia, la ansiedad de Nash por obtener un papel, un documento de identidad, eran un reflejo de su anterior búsqueda de intuiciones matemáticas. Sin embargo, el abismo entre los dos John Nash —a pesar de la evidente relación entre ambos— era tan grande como el que mediaba entre Kafka, el genio creativo que era capaz de dominarse y se debatía entre las exigencias de su vocación y las de la vida cotidiana, y K —una caricatura del escritor—, el buscador indefenso de un papel que justificara su existencia, sus derechos y sus deberes. El delirio no es simple fantasía, sino que también comporta obligaciones, pues parece hallarse en juego la supervivencia, tanto la del propio individuo como la del mundo. Mientras que, en el pasado, Nash había sido capaz de ordenar y modular sus pensamientos, ahora estaba sujeto a las órdenes perentorias e insistentes de aquéllos.

Al igual que K, Nash se encontró atrapado en un «absurdo de papeleo interminable […] un mecanismo inmenso y sin alma que hace circular documentos […] un mundo atestado de papel, la sangre blanca de la burocracia […] predeterminado por fuerzas que escapan a su control (“están jugando conmigo”), aunque también [se sentía] aturdido en medio de la confusión interior de sus deseos».[28]

Nash se dirigió a distintas autoridades, pero parecía incapaz de hacer grandes progresos. Según descubrió, el consulado estadounidense no estaba dispuesto a aceptar su pasaporte ni a permitirle prestar el juramento de renuncia.[29] Diplomáticos amables y sonrientes, pero de apariencia obtusa, lo disuadían y lo desviaban de sus intenciones, ofreciéndole distintas excusas y argumentos, y Nash, confuso y cansado de aquellas largas explicaciones, se iba, para regresar al día siguiente.

La Alta Comisión de las Naciones Unidas para los Refugiados, en la cual había depositado sus esperanzas, se lo quitó de encima, pues resultó que aquel organismo, a pesar de su nombre prometedor, tenía normas que excluían casos como el suyo: sólo era posible reclamar el estatuto de refugiado en relación con «acontecimientos sucedidos en Europa con anterioridad al 1 de enero de 1951» y «a causa de un temor fundado a ser perseguido por razones de raza, religión, nacionalidad, adscripción a un determinado grupo social u opinión política, [y sólo si la persona en cuestión] se encuentra fuera del país de su nacionalidad y no puede o, debido a dicho temor, no desea ponerse bajo la protección de ese país».[30] Los funcionarios de la comisión le sugirieron a Nash que se pusiera en contacto con la policía suiza.

En aquella época, la policía federal suiza se encargaba de todas las peticiones de asilo, aproximadamente una docena de las cuales entraban cada año en la categoría de las «no habituales», pues las formulaban individuos procedentes de países que normalmente no daban lugar a la aparición de refugiados. Dado que Nash aseguraba ser un objetor de conciencia que había huido del llamamiento a filas, la policía lo remitió a las autoridades militares; éstas, cautelosamente, pidieron orientaciones a Berna, que, a su vez, consultó a Washington.[31] En septiembre, las autoridades militares de Ginebra enviaron a Berna una carta en la cual explicaban que Nash «renuncia a su pasaporte norteamericano por la sola razón de que no desea ser llamado a filas por las fuerzas armadas de los Estados Unidos ni tampoco quiere prestar a los organismos oficiales de ese país sus servicios como matemático, pues teme que su colaboración pueda ayudar a las autoridades de su país a mantener la guerra fría o a preparar la guerra».[32]

En noviembre, las autoridades de Ginebra fueron informadas de que Nash, a todos los efectos, había superado largamente la edad de reclutamiento y no tenía ninguna obligación de realizar investigaciones relacionadas con la defensa. Además, no había cometido ningún acto que pudiera provocar que el gobierno de Estados Unidos le privara de su ciudadanía: «Por otra parte, la simple declaración de renuncia al pasaporte norteamericano no tiene, por sí misma, ningún efecto jurídico».[33] En otras palabras, aquello significaba que, dado que Nash no había firmado el juramento de renuncia, desde el punto de vista técnico seguía siendo ciudadano estadounidense; a partir de aquel momento, la policía empezó a amenazar con deportarlo.

En septiembre u octubre, en un acceso de desesperación, Nash destruyó su pasaporte o se deshizo de él. Más tarde, Alicia explicaría que simplemente lo había «perdido», pero, aunque sin duda es posible que fuera así, los acontecimientos posteriores sugieren lo contrario.[34] Cuando el consulado tuvo conocimiento de aquella acción, se esforzó por convencer a Nash de que solicitara un pasaporte nuevo,[35] pero él se negó a hacerlo. En su fuero interno se consideraba ahora un apátrida, un hombre sin país, mientras que, a los ojos de las autoridades, era un hombre indocumentado, lo cual lo ponía en una situación vulnerable. Como él mismo escribiría posteriormente a Lars Hörmander, Nash había «solicitado el estatuto de refugiado, y eso causó dificultades».[36] El 11 de octubre escribió a Virginia y Martha asegurando que ya no tenía posibilidad de viajar, «debido a ciertas formalidades legales», lo cual se puede interpretar como una alusión a su carencia de pasaporte;[37] en la misma postal incluyó un largo poema de estilo libre sobre las gaviotas a las cuales alimentaba a orillas del lago Leman. A pesar de todo, se las arregló para viajar hasta Liechtenstein, cuya ciudadanía había pensado solicitar debido a que aquel estado no exigía impuestos sobre la renta a los residentes extranjeros.[38]

Durante las breves semanas de sus vacaciones en Roma, Alicia recuperó —por última vez, como más adelante se vería— un poco de su antigua personalidad alegre y juvenil; en 1995, Odette recordaría que Alicia parecía tener de nuevo «ganas de divertirse».[39] Aquellas dos jóvenes de belleza y elegancia excepcionales disfrutaron de unas magníficas vacaciones, durante las cuales visitaron el Vaticano, donde participaron en una audiencia del papa Juan XXIII; en el transcurso del acto, Odette se desmayó y fue llevada al exterior del recinto por dos jóvenes médicos italianos que, posteriormente, enseñaron la ciudad a las dos mujeres. Fueron a clubes nocturnos y de compras y, dondequiera que estuvieran, suscitaban la admiración y las atenciones tanto de los italianos como de los norteamericanos. Después de Roma visitaron Florencia y Venecia; en esta última ciudad se hicieron fotografiar juntas, con sus tacones altos, sus peinados voluminosos y rodeadas de palomas, en la plaza de San Marcos. Odette parecía una joven Audrey Hepburn y Alicia una joven Elizabeth Taylor.

A finales de agosto, Alicia regresó a París y empezó a hacer los preparativos para la llegada de su madre y su hijo a Francia; es posible que primero pasara por Ginebra, pero, si lo hizo, la estancia debió de ser muy breve. Escribió a John insistiéndole en que fuera a París y se puso en contacto con la embajada norteamericana para que la ayudaran a hacer volver a su marido de Suiza. A principios de noviembre, Nash escribió: «Alicia está en París, esperando a “e”»; «e», era, por supuesto, John Charles, a quien su padre seguía llamando «Bebé Épsilon».[40] Aquella denominación era una referencia irónica a una anécdota muy conocida, relacionada con un matemático famoso que creía que todos los bebés nacen sabiendo la demostración de la hipótesis de Riemann y conservan ese conocimiento hasta los seis meses.[41]

Aquella fue la primera mención que hizo Nash del niño en sus cartas a Roanoke, aunque no indicaba en ningún momento que tuviera intención de reunirse con ellos. Mientras esperaba la llegada de su madre y su hijo, Alicia visitó a Odette en Grenoble.

—Íbamos a mi habitación, comíamos pasteles de ron y chismorreábamos sobre los demás estudiantes. También fuimos a esquiar —recuerda Odette.[42]

Mientras tanto, en Washington, el niño fue finalmente bautizado en presencia de sus abuelos y de Martha:[43] un luminoso día de otoño, mientras las hojas de los árboles iban cubriendo el suelo, el bebé, vestido con un pequeño jersey, recibió el nombre de John Charles Martin Nash. La ceremonia se celebró en la iglesia de Saint John, en la plaza Lafayette, el mismo templo en el cual habían contraído matrimonio los padres del niño. No está claro quién decidió ponerle el nombre de John, que coincidía con el del primer hijo de Nash, pero fue como si los Nash y los Larde quisieran borrar, mediante la sustitución, toda huella de la existencia del primer niño.

A principios de diciembre, cuando el gélido viento del norte conocido como le bise barría la superficie del lago Leman y convertía en un tormento los paseos por sus orillas, el estado de ánimo de Nash alcanzó la máxima desolación; casi se puede percibir su «sensación de desamparo en un universo frío como el hielo».[44] Sus esfuerzos por renunciar a la ciudadanía y obtener el estatuto de refugiado habían sido frustrados por razones que él no comprendía. Pasaba la mayor parte del tiempo encerrado, y la sensación de haber decidido escapar de Cambridge dejó paso a la de haberse visto forzado al exilio. Escribió a Norbert Wiener:

Creo que, al escribirte, escribo a la fuente de donde procede un rayo de luz desde el interior de un pozo semioscuro […] Vives en un lugar extraño, donde la administración se impone a la administración y todos tiemblan de miedo o de repulsa (a pesar de las frases piadosas) ante la menor muestra de un pensamiento auténtico que no provenga de aquel mismo lugar. Río arriba [referencia a Harvard], las cosas son un poco mejores, pero siguen resultando muy extrañas en cierta área que tú y yo conocemos bien; y, sin embargo, para darse cuenta de esa rareza, el observador tiene que ser un extraño.[45]

La carta estaba decorada con papel de aluminio, una fotografía de periódico de un personaje que se parecía a Lenin, un artículo sobre el septuagésimo cumpleaños de Nehru que contenía una referencia a Kruschev y billetes de tranvía.

El 11 de diciembre la policía retuvo a Nash durante varias horas —al parecer, para tratar de convencerlo de que «la deportación era inevitable»— y luego lo dejó en libertad «bajo vigilancia», con la obligación de presentarse en una comisaría dos o tres veces al día.[46] Según un telegrama enviado por el cónsul estadounidense en Ginebra, Henry S. Villard, al secretario de Estado, Christian A. Herter, el 16 de diciembre, hacía cinco días que las autoridades suizas habían emitido una orden de deportación en la cual calificaban a Nash de «extranjero indeseable».[47] Era evidente que las autoridades suizas actuaban, en todo momento, con el «pleno conocimiento del doctor Edward Cox, consejero científico adjunto» y, probablemente, también con la aprobación tácita de las más altas esferas del Departamento de Estado.

El telón cayó definitivamente el 15 de diciembre, cuando Nash fue detenido por segunda vez;[48] como en la ocasión anterior, se mantuvo inflexible en su negativa a volver a Estados Unidos y siguió exigiendo poder firmar el juramento de renuncia. El día 15 por la mañana, Cox, un profesor de química retirado del Colegio Universitario de Swarthmore,[49] amable y paternal, que por aquel entonces desempeñaba funciones de agregado para asuntos científicos en la embajada de París, llegó a Ginebra en un tren que había viajado durante la noche, en compañía de una exhausta e inquieta Alicia Nash.[50] Confiaban en que, juntos, podrían convencer a John de regresar directamente a Estados Unidos, aunque no sabían qué les esperaba y ambos, cada cual a su manera, temían lo peor.

El secretario de Estado, Herter, se mantenía al corriente de la situación a través de cablegramas diarios, al igual que el consejero científico del Departamento de Estado, Wallace Brode. El día 15, un cable enviado a Washington por el embajador en París, Amory Houghton, les informaba de lo ocurrido: «RECIBIDA NOTICIA DE GINEBRA DE NASH A PESAR DE TODOS LOS ESFUERZOS POR DISUADIRLO [ESTÁ] DECIDIDO A FIRMAR JURAMENTO DE RENUNCIA A CIUDADANÍA».[51]

Aun estando en la cárcel, Nash se negaba a volver a Estados Unidos y, además, rechazaba cooperar en la emisión de un nuevo pasaporte y seguía exigiendo que le permitieran prestar el juramento de renuncia.

En aquella situación, Alicia aceptó llevárselo a París, donde disponían, por lo menos, de una casa, y el cónsul general se mostró de acuerdo en prepararle a Alicia un nuevo pasaporte que incluía a su marido, el cual protestó vivamente y dijo que no quería ir a París. No le sirvió de mucho: la policía lo escoltó hasta la estación y le hizo entrar en el tren, que a las once y cuarto de la noche salió al exterior desde la estación cubierta. Los agentes de policía informaron de que «[a la] hora [de tomar el] tren, Nash [se mostraba] aún poco dispuesto [a] abandonar Ginebra pero no [fue] necesaria [la utilización de la] fuerza».[52]

John y Alicia celebraron la Navidad en el número 49 de la avenida de la República; según le escribió Nash a Virginia, fue «interesante».[53] La madre de Alicia y el pequeño John Charles, que ya tenía ocho meses, estaban con ellos, y había un árbol de Navidad, quizá el primero que tuvieron nunca los Nash, decorado al estilo alemán, con luces diminutas y velas rojas; cuando las encendieron, la madre de Alicia se asustó mucho:

—Pusimos un cubo de agua cerca —recuerda Odette, que había ido a pasar las fiestas a París.[54]

Alicia, que aquel otoño se había dedicado a aprender a cocinar, sirvió entremeses al estilo francés, y hubo regalos para el niño, según observó con celos Nash, que, en una carta dirigida a Virginia y Martha, añadía: «Parece un poco mimado, con tantas atenciones».

Al día siguiente, San Esteban, Alicia ofreció una fiesta a la cual acudieron varios matemáticos, tanto estadounidenses como franceses, entre los cuales estaba Shiing-shen Chern, que había conocido a Nash en la Universidad de Chicago y que posteriormente recordaría «una interesante idea» que Nash tenía por aquel entonces, relativa a cuatro ciudades europeas que constituían los vértices de un cuadrado.[55] Ahora bien, el visitante más singular del número 49 de la avenida de la República era Alexandre Grothendieck, un joven especialista en geometría algebraica, brillante, carismático y enormemente excéntrico, que llevaba la cabeza afeitada, tenía predilección por el vestido tradicional de los campesinos rusos y manifestaba opiniones firmemente pacifistas.[56] Grothendieck acababa de obtener una cátedra en el Instituto de Altos Estudios Científicos (modelado a imagen y semejanza del Instituto de Estudios Avanzados de Princeton) y, en 1966, ganaría una medalla Fields. A principios de los años setenta, fundaría una organización dedicada a la preparación de la supervivencia después de una hipotética catástrofe mundial, al mismo tiempo que abandonaba el mundo académico para vivir como un ermitaño en un lugar desconocido de los Pirineos.[57] Sin embargo, en 1960 era un personaje dinámico, voluble e inmensamente atractivo. No está claro si su interés se centraba en la bella Alicia o bien se sentía afín a los sentimientos antinorteamericanos de John, pero, en cualquier caso, Grothendieck frecuentaba el piso de la pareja y protagonizó varios intentos de ayudar a Nash a obtener un puesto de profesor visitante en el Instituto de Altos Estudios Científicos.

Durante aquel mes de enero, Odette y Alicia acostumbraban a sentarse en el piso, fumando y charlando sobre los pretendientes de Odette, entre los cuales estaba John Danskin, un matemático del Instituto de Estudios Avanzados que tenía entonces treinta y cuatro años y había conocido a la cautivadora Odette en Nueva York, en la boda de los Nash. Danskin cortejaba a la joven por carta y finalmente se le declaró mediante un telegrama escrito en ruso. Nash se sentaba en una esquina de la sala de estar, absorto en la lectura de una guía telefónica de París y sin decir gran cosa, a excepción de sus protestas ocasionales por el humo —que detestaba— y de alguna pregunta.

—Lo pasábamos muy bien —recuerda Odette—. No hacíamos más que reír y chismorrear, probábamos la cocina francesa y nos reuníamos con la gente que Alicia invitaba a su casa; charlábamos, hablábamos de chicos, y John no se enteraba de nada. Alicia fumaba y él solía quejarse, porque no podía soportarlo. De vez en cuando, nos interrumpía con una pregunta: «¿Sabéis qué tienen en común Kennedy y Kruschev?». No. «Que los nombres de ambos empiezan por K».[58]

Pronto Odette regresó a Grenoble, y también la madre de Alicia se fue de París, dejando allí a su hija y a su nieto. Alicia hacía todo lo posible por cuidar de su hijo y convivir con su marido, pero la combinación de ambos esfuerzos le resultaba abrumadora.[59] Ansiaba desesperadamente volver a Estados Unidos y siguió tratando de obtener, en la medida en que le era posible, la ayuda de las autoridades norteamericanas.

En realidad, ya estaba en marcha un plan concertado bajo la dirección del consejero científico del Departamento de Estado, Brode. Éste envió a París a su segundo de a bordo, Larkin Farinholt[60] —un químico que posteriormente llegaría a ser director del programa de becas de la Fundación Sloan—, el cual trató, en vano, de convencer a Nash de que regresara a Estados Unidos de forma voluntaria. Aquella actuación no estaba inspirada solamente por el deseo del gobierno de evitar situaciones embarazosas, sino también por una voluntad sincera de que la comunidad científica no perdiera a Nash y de que éste no sufriera las consecuencias de su propia conducta irracional.

La situación legal de Nash era cada vez más precaria: después de su deportación de Suiza, en Francia le habían concedido un permiso de residencia temporal de tres meses; según la explicación que le dio a Hörmander en una carta de finales de enero, su situación en Francia era «de residente o domiciliado suizo».[61] En su conferencia de 1996 en Madrid, Nash explicaría que su intención había sido que lo declararan refugiado de todos los países de la OTAN, pero que, dado que se encontraba en Francia, tuvo que limitarse —«para no ser incoherente»— a declararse «solamente refugiado de Estados Unidos».[62] Una vez más, solicitó el asilo político y, cuando comprendió que Francia no se lo iba a conceder, trató de obtener un visado para Suecia, petición que también le fue denegada. Entonces recurrió a Hörmander, quien, a su vez, consultó con el ministerio de Asuntos Exteriores sueco y recibió la respuesta según la cual, sin pasaporte estadounidense, Nash no tenía ninguna posibilidad de conseguir el visado. Impaciente, Hörmander escribió a Nash: «Por mi parte, te recomendaría encarecidamente que reconsideraras tus opiniones en relación con la OTAN y otros países».[63]

Seguidamente, Nash consiguió llevar a cabo una proeza extraordinaria: a principios de marzo viajó, solo y sin pasaporte, a Alemania del Este.[64] Por difícil que resulte creer que un estadounidense indocumentado pudo entrar en la República Democrática Alemana en 1960, Nash confirmó en 1995 que, efectivamente, había estado allí y explicó que en su «época de pensamiento irracional» había ido a lugares donde «no hacía falta un pasaporte norteamericano».[65] Lo que debió de suceder en realidad, teniendo en cuenta el tremendo rigor de las medidas de seguridad fronteriza que regían en aquella época, fue que Nash solicitó asilo a la RDA y las autoridades germanoorientales le permitieron entrar en el país mientras se resolvía su petición. En cualquier caso, fue a Leipzig y se alojó, durante varios días, en casa de una familia llamada Thurmer. Según una postal que envió a Martha y Virginia, tuvo oportunidad de asistir, probablemente como invitado del gobierno de la RDA, a un importante acontecimiento propagandístico que se celebraba en aquellos momentos, la feria industrial mundial de Leipzig, que era una réplica, al otro lado del telón de acero, de la feria mundial de Bruselas. Posteriormente, los matemáticos norteamericanos sabrían por Farinholt que «Nash había tratado de pasarse a los rusos», pero que éstos no habían tenido ningún interés en él.[66] La historia, relatada por Felix Browder, se basa probablemente en la aventura de Nash en Leipzig, pero hasta ahora no han aparecido pruebas de que Nash se dirigiera nunca a los soviéticos; en aquellos momentos, todos los implicados —los norteamericanos, los franceses y, probablemente, la propia RDA— eran ya conscientes de que las acciones de Nash correspondían a un hombre gravemente enfermo. Sin embargo, parece que el incidente induciría al FBI a dudar sobre la conveniencia de conceder una autorización de seguridad a Alicia cuando ésta, a principios de los sesenta, encontró trabajo en la Radio Corporation of America.[67] En cualquier caso, las autoridades de Alemania del Este acabaron pidiéndole a Nash que abandonara el país —o posiblemente Farinholt consiguió sacarlo de allí—, y tuvo que regresar a París, desde donde escribió a Martha y Virginia que estaba «pensando en volver a Roanoke», aunque le inquietaba regresar a Estados Unidos en un momento en que no tenía garantías de poder volver a salir.[68]

En París, al igual que en Ginebra, Nash pasó mucho tiempo en su piso, dedicado a escribir cartas. Michael Artin, el hijo del profesor de Princeton Emil Artin, halló una carta de Nash en los archivos de su padre, después de que éste muriera:

—[La carta] empezaba hablando de matemáticas de una forma verosímil —cuenta Artin—, pero estaba completamente cubierta de billetes [de metro] y de timbres fiscales que había pegado sobre el papel. Hacia el final de la carta, resultaba evidente que era una completa fantasía. Estaba relacionada con los números de Köchel para las sinfonías de Mozart; Köchel había catalogado las más de quinientas obras de Mozart. Era una carta muy gráfica y debió de impresionar mucho a mi padre para que éste la conservara durante tantos años.[69]

Al Vasquez, el estudiante del MIT a quien Nash había conocido durante su último año en Cambridge, asegura:

—Sus cartas estaban repletas de numerología. No las conservé. No eran simples cartas, sino collages o pastiches, llenos de recortes de periódicos. Eran muy ingeniosas, y yo siempre se las enseñaba a los demás: contenían algunas intuiciones, pequeños esquemas, juegos de palabras.[70]

Cathleen Morawetz recuerda que, en aquella época, su padre, que le había enseñado cálculo tensorial a Nash en el Carnegie, recibió de su antiguo alumno una serie de postales que le causaron estremecimiento, pues le recordaron, según le contó a Cathleen, a su brillante hermano Hutchie, que sufría esquizofrenia y, antes de la primera guerra mundial, había dejado el Trinity College para instalarse en los enclaves bohemios de París. Según Morawetz, «las cartas trataban sobre cosas como la estructura diferencial de las esferas de Milnor: Nash citaba un teorema y luego le atribuía un significado político».[71]

El dinero constituía una preocupación cada vez mayor: el alojamiento de los Nash resultaba barato para el nivel medio estadounidense, pero la vida, y en particular la comida, no lo era tanto. John estaba obsesionado por tratar de vender su Mercedes, que seguía en el aparcamiento del Instituto de Estudios Avanzados. Hassler Whitney, el matemático a quien le había dejado el coche, llamó a John Danskin y le pidió que se ocupara de ello,[72] y en el asunto también se vio implicado John Abbat, un francés que había diseñado una clase de bolo para el juego del mismo nombre y estaba casado con Muyu, la hermana mayor de Odette. El precio de catálogo, según recuerda Danskin, era de 2300 dólares, pero Nash estaba empeñado en conseguir 2400 o 2500:

—No había forma de razonar con él —confiesa Danskin—, y no pude venderlo. Aún estaba allí cuando volvió.

Cada cierto tiempo, Nash le pedía a Martha que enviara dinero a Eleanor,[73] y también le pidió a Warren Ambrose que visitara a John David, o tal vez fue Ambrose quien se ofreció a hacerlo. Eleanor recuerda que a John David, que entonces tenía siete años, Ambrose le daba miedo.[74]

Nash se había dejado el pelo largo y lucía una espesa barba. A principios de abril, le envió a Martha una fotografía suya, tomada en un restaurante chino, con la petición de que se la devolviera y una inscripción que rezaba: «El retrato de Dorian Gray»;[75] también aludía a una «autorización de estancia» que debía obtener el 21 de abril y aseguraba que tenía planes de ir pronto a Suecia.[76] Sin embargo, el mismo 21 de abril, Virginia recibió un telegrama del Departamento de Estado en el cual se le pedía que aportara una cantidad monetaria para llevar a Nash de vuelta a Estados Unidos.[77] Virginia envió el dinero por vía telegráfica y, seguidamente, la policía francesa fue a buscar a Nash al apartamento de la avenida de la República y lo condujo bajo vigilancia hasta el aeropuerto de Orly.[78] Más adelante, Nash le explicaría a Vasquez que lo habían trasladado de Europa a Estados Unidos «en un barco y encadenado, como si fuera un esclavo»,[79] pero Alicia recuerda muy nítidamente que regresaron a su país en avión.[80] La partida fue una repetición del trauma de Ginebra, pero también una imagen invertida del viaje a Francia que habían emprendido el verano anterior: ahora era John quien no quería marcharse. De forma irónica, también en ese aspecto Nash seguía los pasos de Davis, quien, en su momento, había sido introducido a la fuerza en el Queen Mary, encerrado en un camarote de primera clase y devuelto a los Estados Unidos.[81]