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LA GUERRA DE TALENTOS
RAND, verano de 1950

La Corporación RAND el mundo vigila;

piensa todo el día a cambio de guita.

Se sientan en sus sillones para jugar a explosiones,

tú y yo somos los peones, abejita,

tú y yo somos los peones.

MALVINA REYNOLDS,

«El himno de la RAND», 1961

El DC-3 vibraba y zumbaba en su vuelo sobre el desierto y las montañas, en dirección hacia el opaco Pacífico y el cielo de color acuoso. Los Ángeles estaba miles de metros más abajo, como si fuera la imagen de ciencia ficción de una colonia espacial bajo su manto de neblina sulfurosa. Hacía veinticuatro horas que Nash había tomado el vuelo de la TWA en Nueva York, y no había dormido en absoluto. Estaba desaseado, sudoroso, incómodo y exhausto, pero, mientras el avión descendía, casi no percibía esas molestias, pues su atención se hallaba completamente cautivada por el exótico panorama y la intensa excitación que sentía.

Volar seguía siendo, en 1950, una experiencia enormemente excepcional, y aún más para un joven de veintidós años de Virginia Occidental cuyos viajes se habían limitado, básicamente, a los recorridos de la Norfolk & Western entre Roanoke y Princeton. El primer vuelo de Nash marcó el principio de su carrera como asesor de la muy exclusiva Corporación RAND. La RAND es una institución de investigación estratégica, situada en Santa Mónica y descrita en 1951 por la revista Fortune como «la empresa de las fuerzas aéreas dedicada a la caza de talentos»,[1] en la cual brillantes académicos se dedicaban a reflexionar sobre la guerra nuclear y la nueva teoría de juegos. El contacto intermitente que mantuvo Nash con la RAND durante los cuatro años siguientes constituyó una experiencia que transformó su vida: su asociación con la corporación, en el punto álgido de la guerra fría, comenzó de forma esperanzadora en el verano de 1950, justo antes del inicio de la guerra de Corea, y terminó traumáticamente en el verano de 1954, cuando el maccarthismo alcanzó su apogeo.

A un nivel puramente personal, la visión del mundo y de sí mismo que tenía Nash se imbuyó, de forma sutil y permanente, del espíritu de la RAND, con su veneración por la vida racional y la cuantificación, sus obsesiones geopolíticas y su combinación, extrañamente irresistible, de distanciamiento altivo, paranoia y megalomanía. Desde el punto de vista intelectual, las cosas fueron distintas: a partir del momento de su llegada, Nash empezó a cortar sus lazos con los intereses y personas que le habían llevado inicialmente a la RAND, se apartó de la teoría de juegos y se inclinó rápidamente hacia las matemáticas, en un proceso de desvinculación que se repetiría varias veces durante el resto de la década.

Nunca, ni antes ni después, ha existido nada parecido a la RAND de los primeros años cincuenta.[2] Fue el think tank original, un extraño híbrido cuya única misión consistía en aplicar el análisis racional y los métodos cuantitativos más recientes al problema de cómo utilizar el nuevo y terrible armamento nuclear para prevenir una guerra con la Unión Soviética o ganarla si fallaba la disuasión: según una famosa frase de Herman Kahn, las gentes de la RAND estaban allí para pensar lo impensable.[3] La RAND atrajo a algunas de las mentes más preclaras de las matemáticas, la física, la ciencia política y la economía. Es probable que la institución inspirara a Isaac Asimov la serie Fundación, que trata sobre una organización similar a la RAND, repleta de científicos sociales extremadamente racionales —los psicohistoriadores— de quienes se esperaba que salvaran la galaxia del caos.[4] Por otra parte, Kahn y Von Neumann, los pensadores más célebres de la RAND, estaban entre los presuntos modelos del doctor Strangelove.[5] A pesar de que la época de máximo esplendor de la institución duró diez años o tal vez menos, su forma de observar el conflicto humano no sólo determinó la defensa estadounidense durante la segunda mitad del siglo XX, sino que dejó una impronta profunda y duradera en las ciencias sociales del país. Las raíces de la RAND se hunden en la segunda guerra mundial, cuando las fuerzas armadas norteamericanas, por primera vez en la historia, reclutaron legiones de científicos, matemáticos y economistas y los utilizaron para que contribuyeran a la victoria.

En la última etapa del conflicto bélico, los generales de las fuerzas aéreas empezaron a preocuparse por la fuga de cerebros que protagonizaban los científicos de primera línea:[6] no estaba nada clara la forma de retener a los mejores y más brillantes pensadores para que siguieran dedicándose a problemas militares. Hombres del calibre de Von Neumann difícilmente se incorporarían al servicio civil, pero los científicos deberían tener acceso a secretos militares, de modo no se podía confiar en simples convenios con las universidades. La solución fue una organización privada sin ánimo de lucro, ajena al ámbito militar, pero con estrechos lazos con las fuerzas aéreas. En otoño de 1945, el general Henry «Hap» Arnold prometió a la Douglas Aircraft la donación de diez millones de dólares sobrantes de los fondos de aprovisionamiento del período de guerra para que constituyera una empresa de investigación que se llamaría proyecto RAND (Research and Development, aunque más tarde hubo quien, irónicamente, aseguró que las siglas significaban Research and Nondevelopment). La sede del proyecto se estableció en el tercer piso de las instalaciones de la Douglas en Santa Mónica, pero en 1946 las fricciones entre la empresa de aviación y la nueva entidad llevaron a la constitución de una sociedad privada sin ánimo de lucro, y la RAND se desplazó a otra sede en el centro de la ciudad.

Según la historia de la RAND de William Poundstone, el contrato con las fuerzas aéreas proporcionaba una asombrosa libertad a la corporación. Dicho contrato exigía la realización de investigaciones sobre la guerra intercontinental, lo cual, dado el papel dominante del armamento nuclear, proporcionaba a la RAND una autorización sin restricciones para examinar la primera línea de la estrategia de defensa de los Estados Unidos. En el marco de esas directrices, los científicos de la RAND podían estudiar cualquier cosa que fuera de su interés, y la RAND también podía rechazar determinados estudios que le solicitaran las fuerzas aéreas.

Desde el principio, el trabajo de la RAND fue una curiosa mezcla de ingeniería centrada estrictamente en ciertos temas, estudios de costes y beneficios, y conjeturas visionarias. Un estudio de 1946, que se ha hecho famoso y que fue completado más de una década antes del lanzamiento del Sputnik en 1957, resultó ser extraordinariamente premonitorio. En «Preliminary Design of an Experimental World-Circling Spaceship», los científicos de la RAND sostenían que «la nación que obtenga en primer lugar éxitos significativos en los viajes espaciales será reconocida como líder mundial, tanto en las técnicas militares como en las científicas. Para visualizar el impacto mundial de ese hecho, se puede imaginar la consternación y la admiración que se experimentaría en Estados Unidos si nuestro país descubriera repentinamente que alguna otra nación ya ha lanzado con éxito un satélite».[7]

Los científicos civiles de la RAND dejaron pronto su huella en la política de defensa estadounidense. Poundstone explica que la RAND desempeñó un papel de primera línea en el desarrollo de los misiles balísticos intercontinentales (conocidos por sus siglas inglesas, ICBM), convenció a las fuerzas aéreas para que empezaran a utilizar la recarga de combustible durante el vuelo de los bombarderos a reacción y fue la responsable del protocolo de seguridad según el cual los bombarderos debían estar en el aire permanentemente y, en caso de crisis, dirigirse a objetivos enemigos. Su preocupación ante la posibilidad de que un individuo psicótico situado en una posición de poder pudiera desencadenar una guerra nuclear persuadió a las fuerzas aéreas de adoptar un botón de seguridad que requería la colaboración de varias personas para cargar y detonar una cabeza nuclear.

Los problemas que los militares pedían a los científicos que resolvieran requerían nuevas teorías y técnicas, que a su vez atrajeron a los talentos de primera línea de los cuales dependía la credibilidad de la RAND.

—Teníamos muchísimos problemas prácticos que implicaban a los matemáticos y carecíamos de las herramientas adecuadas —diría años más tarde Bruno Augenstein, ex vicepresidente de la RAND— de modo que tuvimos que inventar o perfeccionar esas herramientas.[8]

Principalmente, según Duncan Luce —un psicólogo que fue asesor de la institución—, «la RAND sacó partido de ideas surgidas durante la guerra».[9] Esas ideas eran enfoques científicos, o por lo menos sistemáticos, sobre problemas que previamente se habían considerado terreno exclusivo de hombres «experimentados», y comprendían temas como la logística, la investigación submarina y la defensa aérea. La investigación operacional, la programación lineal, la programación dinámica y el análisis de sistemas fueron, todas ellas, técnicas que la RAND aplicó al problema de «pensar lo impensable». De todas aquellas nuevas herramientas, la teoría de juegos era, con mucha diferencia, la más sofisticada.

Ahora bien, el espíritu de cuantificación era contagioso, y fue en la RAND, más que en cualquier otro lugar, donde la teoría de juegos en particular y los modelos matemáticos en general pasaron a formar parte de las ideas dominantes en el pensamiento económico de la posguerra. En aquel momento, el ejército era la única instancia gubernamental que patrocinaba la investigación pura sobre ciencias sociales —un papel que más tarde asumiría la Fundación Nacional de la Ciencia—, y financió una gran cantidad de ideas que resultaron tener poca relevancia para los militares, pero muchísima para otros propósitos. La RAND atrajo a una generación más joven de economistas, dotados de una gran competencia matemática, que adoptaron los nuevos métodos y herramientas —incluido el ordenador— y trataron de que la economía dejara de ser una rama de la filosofía política para convertirse en una ciencia precisa y capaz de realizar predicciones.

Tomemos como ejemplo a Kenneth Arrow, uno de los primeros premios Nobel de Economía. Cuando Arrow llegó a la RAND, en 1948, era un joven desconocido,[10] y su famosa tesis, escrita en el lenguaje, entonces poco conocido, de la lógica simbólica, fue producto de un encargo de la RAND consistente en demostrar si era correcto aplicar la teoría de juegos, que está formulada en términos de individuos, a colectivos de muchas personas, es decir, a naciones. Se le pidió a Arrow que escribiera un memorándum que mostrara de qué forma se podía hacer tal cosa, y aquel memorándum acabó convirtiéndose en la tesis doctoral de Arrow, que era un intento de reformular las teorías del economista británico John Hicks en un lenguaje matemático moderno.

—Me costó unos cinco días escribirlo, en septiembre de 1948. ¡Eso fue todo! —recuerda—. Cuando todos los intentos habían fallado, pensé en el teorema de la imposibilidad.[11]

Arrow demostró que es imposible, desde un punto de vista lógico, sumar las elecciones de los individuos para obtener como resultado una elección social inequívoca, y ello no sólo en el marco de una constitución basada en el gobierno de la mayoría, sino en el de cualquier sistema político concebible, a excepción de una dictadura. El teorema de Arrow, junto con su demostración de la existencia de un equilibrio competitivo —que también le debe algo a Nash— le valió el premio Nobel de 1972, y marcó el comienzo del uso de las matemáticas sofisticadas en la teoría económica.

Otros gigantes de la economía moderna que desarrollaron un trabajo innovador en la RAND a principios de los cincuenta fueron Paul A. Samuelson —probablemente, el economista más influyente del siglo XX— y Herbert Simón, que fue pionero en el estudio de la toma de decisiones en el seno de las organizaciones.

La ubicación de la RAND era parte de su atractivo. La sede de la corporación se encuentra en lo que una vez fue una plácida zona residencial junto a la playa, ocho kilómetros al sur de las montañas de Santa Mónica, en el extremo de Malibu Crescent y a poca distancia de Los Ángeles en dirección oeste. A principios de la década de los cincuenta, Santa Mónica poseía el aspecto que Nash imaginaba que podían tener ciertas localidades italianas o francesas, con amplias avenidas a lo largo de las cuales se alineaban palmeras extremadamente delgadas y casas de color crema rematadas con tejas y rodeadas de muros a la altura del hombro. Al otro lado del paseo marítimo había hoteles y residencias de descanso que estaban junto a la orilla del mar; los magentas y los rojos de las buganvillas y los hibiscos eran de una intensidad increíble, y la brisa, sorprendentemente fresca, olía a adelfas y a mar. Algunos de los trabajos más importantes se realizaron en tumbonas de la playa.

La RAND no tenía vistas al mar; estaba en el cruce de la Cuarta con Broadway, en un extremo de la zona comercial, en ligero declive, de Santa Mónica. El edificio había sido levantado en los años veinte para albergar un banco, y era una construcción cubierta de estuco blanco y con ornamentos Victorianos. Durante un tiempo acogió la sede del Santa Monica Evening Outlook, pero, con la llegada de la RAND, el periódico se desplazó a poca distancia y ocupó un antiguo concesionario de la Chevrolet. En 1950, la RAND ya se había extendido a varios anexos situados sobre los escaparates, entre ellos los del Outlook y el de una tienda de bicicletas. Un año más tarde, cuando la revista Fortune presentó discretamente la RAND a un público más amplio, se refirió a sus «paredes claras, que relucen en los días ligeramente neblinosos, y las amplias ventanas, que despiden su luz blanca ininterrumpidamente durante la noche. El edificio no está nunca cerrado, y tampoco está nunca verdaderamente abierto».[12]

Según Fortune, aquél era uno de los edificios de Estados Unidos en los que más difícil resultaba entrar. El primer día que Nash acudió allí, en la parte exterior del edificio y en el vestíbulo montaban guardia miembros del cuerpo de seguridad de la RAND, uniformados y armados, que lo examinaron de cerca y memorizaron su cara.[13] Después de aquello, durante el resto del verano y en los años siguientes, los guardias siempre le saludaron con un frío y respetuoso «Hola, señor Nash»; en aquellos tiempos no había tarjetas de identificación. En el interior había una serie de puertas cerradas con llave, con despachos agrupados según el tipo de autorizaciones de seguridad requeridas para acceder a ellos. La división de matemáticas ocupaba un grupo de pequeños despachos privados en la zona central del primer piso, justo encima del taller de electrónica donde se encontraba el nuevo ordenador de Von Neumann, el Johnniac.[14] A Nash se le asignó un despacho individual, un pequeño cubículo sin ventanas cuyas paredes no llegaban al techo, con un escritorio, una pizarra, un ventilador y, por supuesto, una caja fuerte.

La RAND rebosaba de confianza en sí misma, sentido de su misión y espíritu corporativo.[15] Los uniformes militares distinguían a los visitantes de Washington. Los ejecutivos de las industrias de armamentos acudían a celebrar reuniones y los asesores, que en su mayoría no habían cumplido aún los treinta años, transportaban portafolios, fumaban en pipa y paseaban por el edificio con aires de superioridad; grandes personajes como Von Neumann y Herman Kahn discutían a gritos en los vestíbulos.[16] Había en el ambiente un sentimiento de «querer superar al enemigo», según lo expresaría más tarde un ex vicepresidente de la RAND.[17]

—Todos estábamos convencidos de que la misión era importante, aunque había mucho margen para una visión intelectual —dice Arrow, que era un veterano del ejército procedente del Bronx.[18]

El sentido de su misión de la RAND recibía el impulso, principalmente, de un solo hecho: Rusia tenía la bomba atómica. El presidente Truman había hecho pública aquella espantosa noticia el otoño anterior, tan sólo cuatro años después de los sucesos de Hiroshima y Nagasaki, y muchos años antes de lo que había previsto Washington. Según afirmó el presidente en un discurso pronunciado el 13 de septiembre de 1949, los militares disponían de pruebas sólidas de una explosión nuclear acaecida en el interior de la Unión Soviética.[19] Nadie, en la comunidad científica, y menos aún en Princeton —donde Von Neumann y Oppenheimer estaban inmersos en un debate casi diario sobre el acierto de presionar en favor de la construcción de una nueva superbomba—, dudaba de que los soviéticos fueran capaces de desarrollar armas nucleares:[20] el sobresalto lo causó el hecho de que lo hubieran conseguido con tanta rapidez. Los físicos y los matemáticos, que estaban menos convencidos del atraso científico y tecnológico de Rusia, habían estado advirtiendo constantemente a la administración de que las predicciones de los altos funcionarios gubernamentales según las cuales Estados Unidos mantendría su monopolio nuclear durante otros diez, quince o veinte años eran completamente ingenuas, pero, aun así, la sensación de haber sido sorprendidos de improviso fue muy grande.[21] La noticia puso fin eficazmente, y de forma más o menos inmediata, al debate sobre la bomba de hidrógeno. Cuando el presidente hizo públicas las noticias sobre la explosión soviética, ya había autorizado un programa de urgencia para diseñar y construir una bomba H en Los Álamos.[22]

La RAND estaba al corriente de los secretos militares más celosamente protegidos, en una época en que el nerviosismo nacional por la salvaguarda de dichos secretos fue en aumento hasta alcanzar la paranoia. A partir del verano de 1950, la RAND se vería cada vez más afectada por la creciente alarma sobre el acceso soviético a secretos militares estadounidenses.[23] Todo empezó en el invierno de 1950 con el juicio a Fuchs,[24] un científico alemán emigrado que había huido a Gran Bretaña durante la guerra y que acabó trabajando en Los Álamos con Von Neumann y Edward Teller. En enero de 1950, Fuchs, que era miembro clandestino del Partido Comunista Británico, confesó haber pasado secretos atómicos a los soviéticos, y fue juzgado y condenado en Londres en febrero. Aquel mismo mes, el senador Joseph McCarthy había emprendido su campaña anticomunista acusando al gobierno federal de incumplir las normas de seguridad.[25] Cuatro años más tarde, en abril de 1954, Robert Oppenheimer, ex director del proyecto Manhattan, director del Instituto de Estudios Avanzados y el científico más famoso de Estados Unidos, fue calificado de peligro para la seguridad nacional por el presidente Eisenhower y se le privó de todas sus autorizaciones de acceso a secretos ante los ojos de toda la opinión pública nacional.[26] La razón que se adujo oficialmente fueron las relaciones juveniles de Oppenheimer con sectores izquierdistas, pero el verdadero motivo, según testificaron en aquella época Von Neumann y la mayoría de científicos, fue su negativa a apoyar el desarrollo de la bomba H.

El hecho de que, en último término, el propio McCarthy acabara siendo objeto de censura no serviría para disipar la atmósfera de paranoia e intimidación que reinaba en la RAND, una institución que se mantenía gracias al dinero de las fuerzas aéreas y la Comisión de la Energía Atómica y trabajaba en proyectos relacionados con la bomba H y los ICBM.[27] En realidad, la mayoría de las materias sobre las que trabajaban los matemáticos no estaban clasificadas como secretos, pero eso no importaba: la RAND, que albergaba una colección de personajes extraños como Richard Bellman (un antiguo matemático de Princeton que tenía todo tipo de relaciones —la mayor parte de ellas casuales— con comunistas, incluyendo un encuentro casual con un primo de Julius y Ethel Rosenberg), se volvió particularmente cuidadosa en cuanto a la vigilancia de las autorizaciones de tipo P y Q.[28]

Todo el mundo necesitaba una autorización para acceder a altos secretos. A quienes llegaban sin una autorización provisional se les relegaba a una situación de «cuarentena» o «preautorización» y no se les permitía sentarse con los demás. A Nash se le concedió una autorización para informaciones reservadas el 25 de octubre de 1950;[29] su recuerdo de que tenía permiso para acceder a altos secretos —autorización que, efectivamente, sí poseía buena parte de los componentes de la división de matemáticas— es, probablemente, erróneo. Nash también recuerda haber solicitado una autorización Q en 1952.[30] Todo asesor de la división de matemáticas que trabajara en los convenios con la Comisión de la Energía Atómica tenía la obligación de poseer una autorización Q, a causa de su posible acceso a documentos relacionados con la construcción y empleo de armas nucleares. Sin embargo, y a pesar de que en una postal enviada el 10 de noviembre de 1952 les contaba a sus padres que había solicitado a la RAND una autorización de rango superior, Nash afirma ahora que su petición nunca se aprobó, lo cual indicaría que su trabajo en la institución se ciñó, principalmente, a ejercicios muy teóricos y no tuvo que ver con las aplicaciones de los conceptos de la teoría de juegos a verdaderas cuestiones de estrategia nuclear, que eran el terreno exclusivo de hombres como Von Neumann, Herman Kahn y Thomas Schelling.[31]

Todos tenían en su despacho una caja fuerte para guardar documentos clasificados, y todos estaban advertidos del peligro de sacar los papeles fuera del edificio o de hablar de su trabajo con personas ajenas al mismo.[32] Al terminar la jomada, había que guardar los documentos en las cajas fuertes; se realizaban controles por sorpresa, funcionaba un sistema de megafonía y existían partes del edificio a las cuales no podían acceder las personas que no poseyeran una autorización Q.

En 1953, inmediatamente después de que Eisenhower impartiera una nueva serie de directrices de seguridad, aumentó aún más la preocupación por el tema, lo cual se tradujo en un estricto control de cualquier persona a quien, aunque fuera remotamente, se pudiera considerar poco fiable.[33] Las directrices de Eisenhower ampliaron la lista de posibles motivos para negar una autorización o retirársela a alguien que ya la poseía. Sin duda alguna, el temor a posibles filtraciones llevó al paroxismo muchos prejuicios latentes contra personas o grupos que, en realidad, representaban una amenaza escasa o nula para la seguridad. Casi todas las muestras de inconformismo, político o personal, pasaron a considerarse una brecha potencial: por ejemplo, la idea de que los homosexuales no eran de fiar debido a su falta de criterio o su vulnerabilidad al chantaje se formalizó por primera vez en las directrices de Eisenhower.

Como la propia década, la RAND poseía una doble personalidad. Su estilo era informal y, en algunos aspectos, era más democrática que una universidad: a casi todo el mundo, incluso a Von Neumann, se le llamaba por su nombre y no doctor, profesor o señor; sólo los guardias empleaban un tratamiento formal. Los doctorandos se codeaban con los catedráticos de un modo que era inimaginable en la mayoría de departamentos académicos. El presidente de la RAND, un antiguo ejecutivo de la Douglas Aircraft, era un hombre pulcro, pero casi nunca se le veía vestido con traje y corbata. Con una o dos excepciones, los matemáticos, incluido Nash, acudían a trabajar en camisa de manga corta, y su aspecto era tan informal que otro matemático, a quien todo aquello le parecía de muy poca clase, se sintió obligado a rebelarse y se presentaba todos los días con un traje de tres piezas y corbata.[34]

Las bromas formaban parte de la cultura de la RAND en la misma medida que las pipas y el pelo cortado a cepillo. Los matemáticos y los físicos mezclaban gomas elásticas con el tabaco de pipa, sustituían las pastas por galletas de perro y ladeaban las mesas para que los lápices rodaran y cayeran al suelo.[35] Había una gran afición a las muestras de humor. Cuando John Williams, el jefe de la división de matemáticas de la RAND, escribió un libro de introducción a la teoría de juegos, que se publicó como estudio de la RAND, la obra apareció ilustrada con pequeños y divertidos dibujos de tira cómica y con ejemplos humorísticos protagonizados por John Nash, Alex Mood, Lloyd Shapley, John Milnor y otros miembros del departamento de matemáticas.[36]

Los matemáticos eran, como de costumbre, los espíritus más libres.[37] No tenían horario fijo: si querían acudir a sus despachos a las tres de la madrugada, no había ningún problema. A Shapley, que había regresado de Princeton para pasar el verano en la RAND, rara vez se le veía antes de media tarde, y otro personaje, un ingeniero eléctrico llamado Hastings, acostumbraba a dormir en el «taller» que había al lado de su querido ordenador. Las comidas eran largas, para irritación de los ingenieros de la RAND, que se enorgullecían de observar unas costumbres más respetables; la mayoría de las veces, los matemáticos llevaban las bolsas con la comida a una sala de conferencias y sacaban los tableros de ajedrez. Jugaban, invariablemente, a kriegspiel, habitualmente en un silencio completo, interrumpido a veces por un acceso de ira de Shapley, que con frecuencia perdía la paciencia ante un error del árbitro o del oponente. A pesar de que las partidas solían prolongarse hasta entrada la tarde, pocas veces terminaban: los participantes, a regañadientes, acababan por dejarlas a medias. Los grupos de póquer y bridge se reunían más tarde, fuera del horario normal.

En la RAND no había té de la tarde, seminarios formales o reuniones de profesores. A diferencia de los físicos y los ingenieros, los matemáticos acostumbraban a trabajar en solitario: la idea era que trabajaran en sus propias ideas, pero que contribuyeran a resolver los innumerables problemas con que se enfrentaban los investigadores, por el procedimiento de escogerlos según les dictara el ánimo.[38] Los unos solían visitar los despachos de los otros o, con mayor frecuencia, se detenían a charlar por los pasillos cercanos a las máquinas de café.

Aquel ambiente tan placentero era, en gran medida, obra de Williams.[39] Ingenioso y encantador, con casi ciento cuarenta kilos de peso y vestido con ropa cara, Williams tenía el aspecto de un hombre de negocios siempre dispuesto a sacarse del bolsillo un fajo de billetes. Era un astrónomo de Arizona que había pasado un par de años en Princeton asistiendo a conferencias en el edificio Fine, jugando al póquer y desarrollando su entusiasmo por la teoría de juegos. Durante la guerra, había estado en Washington colaborando con el gobierno por un salario puramente simbólico y, al terminar el conflicto, se convirtió en la quinta persona contratada por la RAND. Williams detestaba volar, pero le encantaban los coches veloces: en cierta época, había dedicado un año entero a equipar su Jaguar de color chocolate con un potente motor de Cadillac. La instalación requirió la contribución de los recursos de la RAND (que disponía de un taller de reparaciones) y una arrogancia considerable, pues tanto los mecánicos de la Jaguar como los de la Cadillac habían descartado la idea por considerarla poco práctica, a pesar de lo cual se impuso la voluntad de Williams, que, a altas horas de la noche, se dedicaba a refutar la sabiduría convencional de los mecánicos conduciendo por la autopista de la costa del Pacífico a doscientos kilómetros por hora.

El concepto de dirección de Williams le habría hecho sentirse muy cómodo, en la actualidad, en Silicon Valley.

—Williams tenía una teoría —según recuerda su sustituto, Alexander Mood, que también procedía de Princeton—. Pensaba que había que dejar tranquila a la gente, creía firmemente en la investigación básica y era un administrador muy flexible; por esa razón la gente creía que la división de matemáticas era considerablemente extraña.[40]

La carta en la cual Williams ofrecía a Von Neumann una asignación de doscientos dólares al mes proporciona una idea de su estilo. La carta decía: «La única parte de tu pensamiento por la que nos gustaría pujar sistemáticamente es la que dedicas a afeitarte: querríamos que nos transmitieras cualquier idea que acudiera a tu mente mientras lo haces».[41]

Todo el mundo conocía de vista a Nash, que rondaba por los salones de forma incesante,[42] habitualmente mordisqueando una taza de papel vacía, de las que se utilizaban para el café, que mantenía firmemente sujeta entre los dientes. Se deslizaba sigilosamente por los pasillos durante horas seguidas, perdido en sus pensamientos, con el entrecejo fruncido, la camisa por fuera de los pantalones, los hombros poderosos hacía delante y la nariz larga y puntiaguda señalando la dirección a seguir. Algunas veces mostraba una sonrisa ligera e irónica que sugería algún regocijo íntimo que no era probable que compartiera con nadie con quien pudiera tropezarse. Cuando se encontraba a alguien que conocía, rara vez lo saludaba por su nombre o siquiera daba muestras de haber percibido su presencia, a no ser que la otra persona le hablara y, aun en esos casos, no siempre respondía. Cuando no mordía una taza de café, con frecuencia silbaba la misma melodía, del Arte de la fuga de Bach, una vez tras otra.[43]

Su leyenda le había precedido. Según recuerda Arrow, a ojos de sus nuevos colegas, Nash era «un joven genio que podía hacer algo, un tipo a quien le gustaba resolver problemas».[44] Los matemáticos que lidiaban con problemas espinosos aprendieron pronto a abordarlo por el procedimiento de interponerse directamente en su camino: según descubrieron, era fácil suscitar la curiosidad de Nash, en el supuesto de que el problema le resultara interesante y el interlocutor le pareciera competente desde el punto de vista matemático. Habitualmente, estaba más que dispuesto a entrar en sus despachos para contemplar los montones desordenados de ecuaciones que había escritas en las pizarras.

Alex Mood, el sustituto de Williams, fue uno de los primeros que lo probó.[45] A Mood, un gigante de humor seco y modales sencillos, le agobiaba un problema pendiente desde la época en que había llevado a cabo un primer y malogrado intento de tesis en Princeton, antes de la guerra. Creía haber hallado una derivación que mejoraba una famosa solución, pero su demostración era excesivamente larga, demasiado complicada y penosamente falta de elegancia. ¿Podía Nash sugerir algo «más corto y más simple»? Nash escuchó y miró fijamente, frunció el ceño y se fue, pero, al día siguiente, estaba de vuelta en el despacho de Mood con una solución ingeniosa y completamente insospechada; Nash había «esquivado toda la inducción considerando los enteros como variables y haciéndolos tender hacia límites significativos». Por encima de todo, a Mood le fascinó el estilo de Nash:

—Cuando encontraba un problema —recuerda—, se sentaba y lo abordaba inmediatamente; a diferencia de algunos colegas suyos, no se ponía a revolver la biblioteca para ver qué era lo que ya existía en relación con el tema.

También a Williams le gustó inmediatamente Nash y lo tomó bajo su ala protectora. Con frecuencia, les decía a los demás que Nash mostraba una intuición para la estructura matemática superior a la de cualquier matemático que jamás hubiera conocido, lo cual constituía una observación extraordinaria para proceder de un hombre que había pasado los últimos años de la década de los treinta en el edificio Fine y era un íntimo de Von Neumann. Williams acostumbraba a decir que Nash «sabía cuáles eran los factores importantes entre cien mil»,[46] y le gustaba describir la forma en que Nash entraba en un despacho, miraba fijamente a la pizarra repleta de ecuaciones y se quedaba allí en silencio y meditando.

—Luego —decía Williams—, lo resolvía por completo: era capaz de ver la estructura.

Sin embargo, Nash evitaba, por lo general, mantener mucho contacto con los demás. Rara vez hablaba de sus propias investigaciones; cuando lo hacía, era con unos pocos elegidos y, habitualmente, no pretendía pedir ayuda:

—No buscaba consejo —recuerda otro asesor—. Los demás eran un espejo en el cual él se contemplaba; él era su único objeto creativo.[47]

La única persona de la RAND a quien buscaba regularmente era Shapley, y muy pronto las personas de la división de matemáticas empezaron a pensar en ambos como si formaran un dúo: los niños prodigio de la RAND.

Con todo, la excentricidad de Nash pronto alimentó las habladurías de la RAND; según Mood, «confirmó la idea de la RAND de que los matemáticos estaban un poco locos».[48] En su despacho, donde pocas veces se le podía encontrar, reinaba un terrible desorden; cuando se fue, al final del verano, no se tomó la molestia de limpiar su escritorio, y el miembro del personal a quien le tocó asumir la tarea encontró, entre otras cosas, «pieles de plátano, informes bancarios de cuentas suizas en las que había miles de dólares, cien o doscientos dólares en efectivo, documentos clasificados y el texto sobre la inmersión isométrica C-l».[49]

Algunas personas encontraban a Nash absurdamente infantil. Le gustaba gastar bromas de adolescente a sus colegas: una vez, sabiendo que sus silbidos irritaban a cierto matemático amante de la música, que con frecuencia le pedía que callara, le dejó una grabación de los silbidos en el dictáfono.[50] A los miembros del cuerpo de seguridad y los trabajadores del equipo de mantenimiento de la RAND, Nash les parecía un personaje divertido: cuando abandonaba el edificio, solían contemplarlo mientras caminaba por la Cuarta avenida en dirección norte y, en varias ocasiones, algunos de ellos informaron a un responsable de la RAND de que habían visto a Nash caminar exageradamente de puntillas por la avenida, acechar a grupos de palomas y, entonces, repentinamente, lanzarse hacia delante, «tratando de darles una patada».[51]