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EL NOVIAZGO

En sus conversaciones con Mattuck, Nash empezó a hacer referencias ocasionales a «la chica que trabaja en la fonoteca».[1] Estaba en una encrucijada: repentinamente, los peligros de sus experimentos sexuales se habían hecho evidentes, y además de forma devastadora. El matrimonio constituía una posible respuesta y, en el momento de mayor pánico, casi se había convencido de casarse con Eleanor; sin embargo, ahora que estaba de vuelta en Boston y volvía a verla con frecuencia, no conseguía decidirse a dar ningún paso en esa dirección. Alicia apareció en el momento oportuno.

Además, a Nash le gustó lo que vio. El hijo de una madre hermosa tenía que sentirse atraído por la simetría clásica de los rasgos de Alicia y la esbeltez de su figura, y el linaje aristocrático y la desenvoltura de la joven conectaban con su propio sentido de superioridad. Por otra parte, tampoco había que subestimar el efecto que causó sobre él la inteligencia de Alicia: Nash, que se aburría con facilidad, encontraba en la muchacha una compañía interesante, le gustaba el hecho de que ella trazara su propio camino y le divertían sus destellos de sarcasmo e irreverencia.

Elegir a una mujer que demostraría ser tan esencial para su supervivencia formaba parte de la genialidad de Nash, que no interpretó la disposición de Alicia a seguirlo y a realizar todos los esfuerzos necesarios como simples halagos —a los cuales no era más inmune que cualquier otro hombre—, sino como una señal de que estaba preparada para aceptarlo como era, y vio su determinación de conquistarlo como una verdadera clave de su carácter, que indicaba que sabía lo que iba a obtener a cambio y que no esperaba otra cosa.

Tenían muchas cosas en común: ambos estaban muy cerca de sus respectivas madres y tenían padres emocionalmente distantes pero que habían estimulado sus intelectos; ambos habían crecido en hogares donde se valoraban más los logros intelectuales y el prestigio social que la intimidad emotiva; ambos, debido a su precocidad intelectual, vivían, de algún modo, inmersos en una adolescencia prolongada, y ambos sentían, de modos diferentes, que eran marginados y trataban de contrarrestar esa percepción adquiriendo prestigio: había cierta frialdad y cierto cálculo que guiaban sus acciones.

Sin embargo, los progresos del noviazgo fueron lentos: en primavera, Nash pidió por fin a Alicia que saliera con él y, en julio de 1955, ella escribió a Joyce que se veían «intermitentemente»[2] y le contó que él le había presentado a sus padres unas tres semanas antes, pero también dejó claro que no habían tenido relaciones sexuales. El significado de la presentación de Alicia a los padres, dada la preocupación crónica de la madre de Nash por la vida social de su hijo, no estaba claro, y la joven, que debería de haber tomado el episodio como una señal esperanzadora, no admitió que lo hubiera interpretado en ese sentido.

Ya fuera por lo absorta que estaba con Nash o porque su interés por la física estaba menguando, Alicia no consiguió licenciarse con su promoción y tuvo que quedarse a recuperar algunas asignaturas. Sin embargo, el disgusto de no obtener la licenciatura en el momento previsto y la desagradable obligación de contárselo a su padre no contribuyeron mucho a que volviese a centrar su atención en los estudios. En la carta a Joyce, le explica que está repasando la asignatura M39, pero que «hasta ahora no he pasado de la página 10 del Hildebrand».

En otoño, John y Alicia se vieron más a menudo. Él la llevó a una fiesta de matemáticos, y posteriormente a otra, y también a casa de los Newman o a la de Marvin Minsky: «Vamos a “minskear”», solía decirles a los demás;[3] a veces, salían con alguna amiga de Alicia y su pareja. En esos encuentros, después de llegar y de haber hecho las presentaciones, él la ignoraba casi por completo e iba a reunirse con el círculo de hombres que hablaban de matemáticas. En ocasiones, Alicia permanecía al lado del círculo y escuchaba a Nash decir cosas como: «¿Quiénes son los grandes genios? Wiener, Levinson y yo, pero quizá el mejor sea yo»; otras veces, ella se quedaba con las mujeres de los matemáticos, que se dedicaban a hablar de sus hijos. No había juego amoroso, ni se iban a un rincón apartado para cogerse de las manos, pero, por aquella misma razón, la relación resultaba más embriagadora. Las demás mujeres trataban a Alicia con la deferencia que se otorgaba a las consortes de los genios, lo cual la hacía sentirse muy satisfecha; en cuanto a Nash, no podía dejar de darse cuenta de que los otros hombres, impresionados y sorprendidos, le envidiaban porque salía con aquella criatura enamorada y maravillosa.

Otras veces iban a comer, normalmente con otras personas: con frecuencia, Bricker iba con ellos, y también Emma Duchane. Jacob recuerda a Alicia como una persona «muy brillante» y «bastante sarcástica»,[4] y Emma explica que la joven «no era nada retraída y hablaba incesantemente».[5]

Desde luego, Nash no era especialmente amable con Alicia: entre otras cosas, la bautizaba con apodos poco agradables, entre otros «Leech»,[*] un grosero juego de palabras con su apodo de niña, Lichi; nunca la invitaba a comer y le hacía pagar escrupulosamente la mitad de la cuenta de los restaurantes.

—No estaba loco por ella —diría Emma en 1996— estaba loco por sí mismo.[6]

Para Nash, Alicia, encantadora y decorativa, formaba parte de la escenografía, y la trataba del mismo modo que otros matemáticos trataban a sus mujeres. Sin embargo, Alicia tampoco buscaba compañerismo:

—Queríamos emociones intelectuales —confiesa Emma—. Cuando mi novio me decía que e elevado a π veces i equivalía a menos uno, me emocionaba, experimentaba el placer absoluto de la idea.[7]

Nash no resultaba una compañía menos divertida que el resto de matemáticos.

Una carta de Alicia a una amiga, escrita en febrero de 1956, no menciona en absoluto a John. A finales de aquel mes, la madre de Alicia se iba a mudar a Washington (Carlos Larde había obtenido una plaza en el hospital Glendale de Maryland) y la joven esperaba aquel momento con cierta alegría.

Fue probablemente en algún momento de aquella primavera cuando Nash y Alicia empezaron a acostarse juntos, al terminar aquellas veladas en compañía de amigos, durante las cuales apenas intercambiaban unas palabras. Nash seguía manteniendo relaciones con Bricker y Eleanor y, de hecho, es posible que, incluso en aquellos momentos, siguiera pensando en Eleanor como su probable esposa. Una noche, Alicia y John estaban en la cama, cuando sonó el timbre de la puerta.[8] Nash fue a abrir, pensando que era Arthur Mattuck, que a veces se presentaba sin avisar, pero no se trataba de él sino de Eleanor, que estaba agitada y furiosa. No dijo nada, sino que entró en el apartamento pasando por delante de Nash; se comportaba como si hubiera ido a aclarar las cosas con él.

Cuando se dio cuenta de que Nash no estaba solo, empezó a chillar, a llorar y a amenazarlo, hasta que por fin se desahogó y Nash la llevó a casa; mientras tanto, Alicia, pálida, se fue.

Al día siguiente, Nash entró en el despacho de Arthur Mattuck, le contó la historia, se agarró la cabeza con las manos y, sinceramente afligido, gimió una y otra vez:

—Mi pequeño mundo perfecto se ha arruinado, mi pequeño mundo perfecto se ha arruinado.

Eleanor llamó a Alicia y le dijo que le estaba robando su hombre; le habló de John David y le explicó que Nash tenía la intención de casarse con ella y que, por lo tanto, Alicia estaba perdiendo el tiempo. Alicia le propuso que se reunieran en su apartamento; Eleanor acudió a la cita y encontró a su rival esperándola con una botella de vino tinto:

—Trató de emborracharme —recuerda Eleanor—. Quería ver cómo era yo. Hablamos de John.[9]

Después de haberse citado con Eleanor y de haber averiguado que era una enfermera sin titulación, que rondaba la treintena y que la aventura duraba desde hacía tres años, Alicia llegó a la conclusión de que aquella relación no llegaría a ninguna parte. No estaba sorprendida: los hombres tenían amantes, incluso tenían hijos de ellas, pero se casaban con mujeres de su clase; estaba bastante segura de ello. Eleanor la había llamado para quejarse, y aquello complació a Alicia, que lo interpretó como una señal de que, como diría su amiga Emma, «ella estaba empezando a ser importante».[10]

Durante el curso siguiente, Nash iba a disfrutar de un año sabático, pues había conseguido una de las nuevas becas Sloan, unas prestigiosas subvenciones para la investigación que permitían a los beneficiarios pasar, por lo menos, un año sin dar clases, y por lo tanto, en el caso de Nash, fuera de Cambridge:[11] podía ir adonde prefiriera. De forma quizá poco razonable, seguía preocupado por la posibilidad de que lo llamaran a filas, según le había confesado a Tucker en una carta del año anterior.[12] Decidió pasar aquel año en el Instituto de Estudios Avanzados,[13] ya que había empezado a reflexionar seriamente sobre varios problemas de la teoría cuántica y creía que quizá una estancia de un año en el instituto estimularía su mente.

Mientras tanto, Alicia, en una carta que le escribió a Joyce aquel mes de febrero, se lamentaba de que estaba «simplemente vegetando» y se refería a un vago deseo (sin especificar si tenía relación con Nash) de «encontrar un trabajo en Nueva York, en lugar de quedarme en el instituto [MIT] para hacer el doctorado».[14]

Al final del trimestre de primavera, Nash invitó a Alicia a la comida campestre del departamento de matemáticas, que se realizaba en Boston. Aquel encuentro se celebraba siempre durante la semana de las conferencias y, con frecuencia, el emplazamiento escogido eran los parques públicos de la ciudad. A la comida acudió Wiener y también la totalidad de los estudiantes de doctorado. Era un día especialmente caluroso, y Nash, que estaba de muy buen humor, hizo algo curioso que quedaría grabado en la memoria de otro profesor auxiliar, Nesmith Ankeny, y su mujer Barbara. Esa acción respondía, por supuesto, a la idea que Nash tenía de lo que era una broma: quería demostrarle a todo el mundo que él era el dueño de aquella joven maravillosa y que ella era su esclava y, en un momento dado, cuando la tarde estaba avanzada, derribó a Alicia y le puso el pie en la garganta.[15]

Sin embargo, a pesar de aquella exhibición de machismo y actitud posesiva, Nash se fue de Cambridge en junio sin haber sugerido a Alicia la posibilidad de que se casaran ni tampoco la de que ella se trasladara a Nueva York. Así, a principios de aquel verano, según otra amiga de Alicia, la joven seguía en Cambridge y se encontraba «en un increíble estado de depresión, debido a cierto profesor auxiliar del MIT».[16]