10
LLOYD
Princeton, 1950

Todos los matemáticos viven en dos mundos distintos: habitan en un mundo cristalino de formas platónicas perfectas, un palacio de hielo, pero también en el mundo común, donde las cosas son transitorias, ambiguas y sujetas a vicisitudes. Los matemáticos van arriba y abajo, de un mundo al otro: en el mundo cristalino, son adultos; en el real, niños.

S. CAPPELL,

Instituto Courant de Matemáticas, 1996

A los veintiún años, Nash, el genio matemático, había salido a la luz y había entrado en contacto con la comunidad más amplia de matemáticos que tenía a su alrededor, pero Nash, el hombre, seguía, en gran parte, oculto tras un muro de excentricidad distante. Era notablemente popular entre los profesores, pero estaba completamente aislado de sus compañeros. Sus relaciones con la mayoría de hombres de su misma edad parecían motivadas por una competitividad agresiva y las más frías consideraciones de interés personal. Sus compañeros creían que Nash no había sentido jamás nada que se pareciera remotamente al amor, la amistad o la simpatía sincera y, por lo que podían juzgar, se encontraba perfectamente cómodo en aquel árido estado de aislamiento emocional.

Sin embargo, la realidad era muy distinta. Nash, como todos los seres humanos, deseaba estar cerca de alguien y, al empezar su segundo curso en Princeton, había encontrado por fin lo que estaba buscando. Su amistad con Lloyd Shapley, un estudiante mayor que él, fue el primero de una serie de vínculos emocionales que Nash mantuvo con otros hombres, la mayoría de los cuales fueron rivales matemáticos brillantes, habitualmente más jóvenes que él. Esas relaciones, que normalmente partían de la admiración mutua y un intenso intercambio intelectual, pronto se desequilibraban y solían acabar en rechazo. La relación con Shapley se fue a pique en menos de un año, aunque Nash nunca perdió por completo el contacto con él en el transcurso de las décadas siguientes, durante toda su larga enfermedad y después de iniciada su recuperación, cuando se convirtieron en competidores directos por el premio Nobel.

Cuando, en el otoño de 1949, se trasladó a la residencia de doctorandos, a pocas puertas de la habitación de Nash, Lloyd Shapley acababa de cumplir los veintiséis, es decir, era cinco años y once días mayor que Nash,[1] y nadie podría haber presentado un mayor contraste con el niño prodigio de Virginia Occidental, infantil, grosero, guapo y desinhibido.

Nacido y criado en Cambridge, Massachusetts, Shapley era uno de los cinco hijos de uno de los científicos más famosos y venerados de los Estados Unidos, el astrónomo de Harvard Harlow Shapley. El padre de Shapley era un personaje público, conocido en cualquier hogar culto, y también uno de los más activos en política.[2] En 1950, le correspondió el dudoso honor de ser el primer científico destacado que apareció en la primera de las famosas listas de criptocomunistas del senador Joseph McCarthy.[3]

Lloyd Shapley era un héroe de guerra:[4] lo llamaron a filas en 1943, rechazó una oferta para convertirse en oficial y, aquel mismo año, siendo sargento del cuerpo aéreo del ejército en Sheng-Du, China, recibió una Estrella de Bronce por haber descifrado el código japonés de predicción atmosférica. En 1945, regresó a Harvard, donde había empezado a estudiar matemáticas antes de que lo reclutaran, y obtuvo la licenciatura en 1948.

Cuando Shapley apareció en Princeton, Von Neumann ya lo consideraba la estrella más brillante de los jóvenes que se dedicaban a la investigación sobre teoría de juegos.[5] Shapley había pasado el año siguiente a su licenciatura en la Corporación RAND, una institución de investigación estratégica de Santa Mónica que trataba de aplicar la teoría de juegos a la resolución de problemas militares, y acudió a Princeton cuando técnicamente se encontraba de permiso de la RAND. Inmediatamente, vio reconocido su pensamiento brillante y notablemente sofisticad. Un contemporáneo recuerda que «sus matemáticas eran muy buenas, sabía muchas cosas».[6] Resolvía acrósticos dobles, extraordinariamente difíciles, de The New York Times sin utilizar el lápiz[7] y era un jugador ferozmente competitivo y enormemente experto de kriegspiel[8] y de go.

—Todo el mundo sabía que su forma de jugar era estrictamente personal —dice otro compañero suyo—. Se esforzaba por encontrar movimientos fuera de lo común, que nadie hubiera podido prever.[9] También era muy culto y tocaba maravillosamente el piano.[10] Su forma de comportarse sugería una aguda conciencia de sus orígenes familiares y sus perspectivas; por ejemplo, cuando Lefschetz le escribió una carta en la cual le hablaba de una beca muy generosa si acudía a Princeton, Shapley respondió con arrogancia y un atisbo de desdén: «Querido Lefschetz: La propuesta es satisfactoria. Sigue adelante con las formalidades. Shapley».[11]

En realidad, Shapley no estaba, de ningún modo, tan seguro de sí mismo como se podría deducir de su arrogante nota a Lefschetz. Alto, moreno y tan delgado que la ropa le colgaba como si de un espantapájaros se tratara, Shapley parecía una hembra joven de un insecto gigante; otro contemporáneo suyo dice que tenía el aspecto de un caballo.[12] Su conducta habitualmente amable y sus comentarios irónicos ocultaban un temperamento violento y una vena severamente autocrítica.[13] Cuando se enfrentaba a algún desafío inesperado, podía ponerse histérico, y la cólera le hacía, literalmente, vibrar y temblar.[14] Su perfeccionismo, que más adelante le impediría publicar una buena parte de sus investigaciones, era extremo[15] y, además, se sentía notablemente cohibido por el hecho de ser unos cuantos años mayor que algunos de los jóvenes brillantes que colaboraban con el departamento de matemáticas de Princeton.[16]

Nash fue uno de los primeros estudiantes que Shapley conoció en la residencia de doctorandos. Durante un tiempo, compartieron cuarto de baño, y ambos asistían todos los jueves al seminario de teoría de juegos de Tucker, del que en aquellos momentos, mientras éste se encontraba en Stanford, se encargaban Kuhn y Gale. La mejor manera de describir la impresión que Nash causó en Shapley la primera vez que hablaron de matemáticas es decir que John dejó pasmado a Lloyd. Éste vio, por supuesto, lo que veían los demás —el infantilismo y la afectación de Nash, y lo desagradable que era—, pero también percibió muchas más cosas, y quedó deslumbrado por lo que más tarde describiría como la «mente penetrante, hermosa y lógica» de Nash.[17] Al contrario que los demás, en lugar de alejarse de los modales extravagantes y la excéntrica conducta del joven, los interpretó simplemente como signos de inmadurez.

—Nash era rencoroso, un niño con una capacidad casi nula para las relaciones sociales, pero Lloyd apreciaba el talento —recuerda Martin Shubik.[18]

En cuanto a Nash, privado de cariño como estaba, ¿cómo no iba a sentirse atraído por Shapley? A los ojos de John, Lloyd lo tenía todo: matemático brillante, héroe de guerra, hombre de Harvard, hijo de Harlow, preferido de Von Neumann y, pronto, también de Tucker. Shapley, que era popular tanto entre el profesorado como entre los estudiantes, era una de las pocas personas de Princeton, aparte de Milnor, que podía captar la atención de Nash en una conversación sobre matemáticas, desafiarlo y ayudarlo a seguir las implicaciones de su propio razonamiento y, por esa razón —además de su admiración manifiesta y su evidente simpatía—, estaba en posición de despertar las emociones de Nash.

Nash se comportó como un adolescente de trece años que se enamora por primera vez. Importunaba despiadadamente a Shapley[19] y, de forma habitual, interrumpía sus queridas partidas de kriegspiel, a veces tirándole las fichas al suelo; le robaba el correo, leía los papeles de su escritorio, le dejaba notas —«¡Nash estuvo aquí!»— y lo convertía en objeto de toda clase de travesuras.

Por lo general, Shapley intentaba desempeñar el papel de mentor. Por ejemplo, acudió en ayuda de Nash cuando Tucker le pidió que incluyera en su tesis un ejemplo concreto de punto de equilibrio y a Nash no se le ocurría ninguno que valiera. Lloyd dedicó semanas a desarrollar un ejemplo, complicado pero convincente, del concepto de equilibrio de Nash, basándose en el póquer de tres jugadores, que era otra de las especialidades de Shapley.[20]

La amistad entre los dos hombres siempre tuvo ribetes competitivos,[21] y es posible que Shapley, que inicialmente había representado la parte adulta y más sabia de la relación, se resintiera de la reputación de genio de Nash. Se dedicó a hacer comentarios sobre sus «comienzos fulgurantes» y expresó claramente la sensación de que el otro le estaba dejando atrás.[22] La tozuda independencia con que Nash respondía a sus bienintencionados consejos dejó de deleitarle y empezó a causarle fastidio. Sin embargo, es posible que el verdadero pecado de Nash fuera haber publicado tres importantes artículos en el curso de un año, mucho antes de que Shapley estuviera siquiera cerca de encontrar un tema para su propia tesis.[23] En uno de aquellos textos, Nash ganó por la mano a Shapley al tratar un problema sobre el que ambos estaban trabajando y a cuya discusión habían dedicado muchas horas.[24]

Sin embargo, Shapley tenía, en realidad, buenas razones para sentirse seguro, ya que, a pesar de la brillante tesis de Nash, en aquella época existía consenso en Princeton sobre el hecho de que Shapley era la verdadera estrella de la nueva generación y el heredero del cetro de Von Neumann. Tucker escribió, en 1953, que Shapley era «el mejor de los jóvenes matemáticos estadounidenses que trabajan en el tema».[25] Tucker añadía que, como persona, Shapley era «amable, propenso a la colaboración y querido por el profesorado y los estudiantes».[26] Una carta escrita en 1953 por Frederick Bohnenblust, el mentor de Shapley en la RAND, manifiesta que Shapley «quizá carecía de recursos para desarrollar una teoría y dependía de otros para las ideas», pero añadía que consideraba que valía «casi tanto como el creador de la teoría de juegos, John von Neumann».[27] Una carta de Von Neumann, fechada en enero de 1954, decía: «Conozco muy bien a Shapley y creo que es muy bueno; lo pondría por encima de Bohnenblust y lo equipararía con Segal y Birkhoff».[28]

Sin embargo, hubo algo más, aparte de la rivalidad entre doctorandos, que provocó una ruptura súbita. A mediados del año siguiente, cuando ya Nash había completado su tesis y había entrado en el mercado laboral, Shapley le dijo a un compañero que no regresaría a la RAND si Nash, a quien le habían ofrecido un puesto fijo en dicha corporación, aceptaba la propuesta.[29] Cincuenta años después, Shapley insistiría en corregir a cualquiera que insinuara que él y Nash habían sido alguna vez amigos íntimos.[30]