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NIÑOS MALOS

La gente lo consideraba un niño malo, pero un niño malo extraordinario.

UONALD J. NEWMAN, 1995

El superhombre […] es más frío, más duro y menos indeciso, y no tiene miedo de la «opinión»; carece de las virtudes asociadas al respeto y la «respetabilidad» y, en general, de todo lo que constituye la «virtud del rebaño». Si no puede dirigir, sigue solo su camino […] Sabe que es incapaz de comunicarse: le parece de mal gusto tener confianza en los demás […] Cuando no habla consigo mismo, lleva una máscara. En su interior hay una soledad que es inaccesible al elogio y a la censura.

FRIEDRICH NIETZSCHE, La voluntad de poder

Nash sólo tenía veintitrés años cuando se convirtió en profesor auxiliar del MIT. No sólo era el miembro más joven del cuerpo docente, sino que su edad también era inferior a la de muchos estudiantes de doctorado. Su aspecto juvenil y su conducta adolescente le valieron sobrenombres como «Li’l Abner»[*] o «el profesor niño».[1]

Sus clases se parecían más a secuencias de asociaciones libres de ideas que a exposiciones ordenadas. En una ocasión, explicó la forma en que pensaba enseñar los números complejos a los estudiantes de primer curso: «Veamos… Les diría que i equivale a la raíz cuadrada de menos uno, pero también les diría que podría ser menos la raíz cuadrada de menos uno, y luego les preguntaría cómo se decidirían por una de las dos…», y empezó a divagar; exactamente lo que necesitaban los alumnos de primero. Como diría el testigo, en tono de disgusto, en 1995:

—No le importaba si los estudiantes aprendían o no, sus exigencias rozaban la provocación y hablaba de temas que o bien eran irrelevantes o bien demasiado avanzados.[2]

Además, era un examinador muy severo.

A veces, sus ideas sobre la forma de impartir las clases tenían más que ver con los juegos psicológicos que con la pedagogía. Robert Aumann, que posteriormente se convertiría en un destacado especialista en teoría de juegos y que entonces era estudiante de primer curso en el MIT, describe las provocaciones de Nash en clase como «extravagantes» y «maliciosas».[3] Joseph Kohn, futuro director del Departamento de Matemáticas de Princeton, lo define como «una especie de tahúr».[4] En 1952, durante la campaña para las elecciones presidenciales que enfrentó a Stevenson con Eisenhower, Nash estaba convencido —muy acertadamente, según demostrarían los acontecimientos— de que ganaría Eisenhower, mientras que la mayoría de los estudiantes apoyaban a Stevenson. Nash realizó con los alumnos elaboradas apuestas que estaban planteadas de forma que él ganara independientemente de quién venciera en las elecciones. Aquello les pareció divertido a los estudiantes más brillantes, pero ahuyentó a la mayoría, y los que estaban mejor informados empezaron pronto a evitar sus clases.

Sin embargo, Nash podía ser encantador con los alumnos a quienes consideraba dotados de talento para las matemáticas, y esos estudiantes hallaron en él muchas cosas que admirar. Según recuerda Barry Mazur —un especialista en teoría de los números de Harvard, que conoció a Nash cuando cursaba su primer año en el MIT—, para unos pocos elegidos, que con frecuencia eran estudiantes no licenciados, Nash resultaba «extremadamente asequible para charlar sobre matemáticas».

—Los temas sobre los cuales estaba dispuesto a hablar eran asombrosos —añade Mazur—. En todas las conversaciones reinaba una sensación de tiempo infinito.

En una ocasión, Mazur y Nash estaban hablando en el salón común, y alguien mencionó un teorema clásico de un discípulo de Gauss, Peter Gustave Lejeune Dirichlet, que afirma que, en ciertas progresiones aritméticas, existe un número infinito de números primos. Según Mazur, «es el tipo de asunto que uno se limita a aceptar o que deja de lado e intenta aclarar en otro momento». Sin embargo, Nash se puso en pie de un salto, se fue a la pizarra y, «durante horas y horas, con gran elegancia, trabajó en la demostración partiendo de los principios fundamentales», para provecho de Mazur.[5]

Fuera de las aulas, Nash oscilaba entre el tipo de conducta por el cual se había hecho famoso en Princeton —paseaba por los cavernosos vestíbulos del edificio Dos silbando a Bach— y algunos accesos de sociabilidad. Durante el día, pasaba muy poco tiempo en los despachos que compartía con los demás profesores auxiliares dotados con becas Moore; lo más frecuente era que estuviera en la sala común de matemáticas, que tenía muy poco que ver con la del edificio Fine: era una estancia inclasificable y destartalada que se encontraba exactamente debajo de los despachos de los profesores auxiliares, al final de un tramo de escaleras.

En el grupo que se reunía en la sala común destacaba un puñado de veteranos que hablaban a gran velocidad y bromeaban sin cesar; eran matemáticos procedentes del Instituto Stuyvesant, del Instituto de Ciencias del Bronx y de la «mesa de matemáticas» del City College, una famosa mesa de la cafetería de aquel centro neoyorquino en la cual toda una generación de estudiantes de matemáticas, la mayor parte de los cuales eran judíos e inmigrantes de clase obrera, desarrolló sus habilidades para la resolución de problemas y el intercambio de comentarios agudos.[6]

Eran más insolentes, más rudos, menos estirados y más tolerantes que las gentes del edificio Fine, y a Nash aquel auditorio le resultaba más agradable; exhibirse no se consideraba un crimen si quien lo hacía sabía lo que se traía entre manos, y se juzgaba que la carencia de buenas maneras formaba parte del hecho de ser matemático. Felix Browder recuerda que «sus actitudes eran notoriamente antiburguesas, exhibicionistas y disolutas».[7] Por lo menos, todos le daban cierto valor a la excentricidad y a la provocación, aunque, para los criterios actuales, las conductas y los modales que pasaban por anticonvencionales eran, por lo general, muy moderados, y se basaban en juegos de palabras, muestras de humor y pequeñas rarezas en la forma de vestir: había un componente del grupo, por ejemplo, que se empeñaba en llevar desabrochados uno o dos botones de la bragueta.[8]

—En aquella época, pensábamos que ser excéntrico y buen matemático iban de la mano; a todos nos divertía ser un poco alocados, y creíamos que podíamos aprovechar el hecho de ser brillantes para ignorar las convenciones que no nos gustaban. En cierta medida, nos convertíamos en personajes teatrales —recuerda un estudiante de doctorado de aquel entonces.[9]

En ese círculo, Nash aprendió a hacer de la necesidad virtud: se definió deliberadamente como «libre pensador», proclamó que era ateo[10] y creó su propio vocabulario;[11] iniciaba las conversaciones a la mitad diciendo «Consideremos este aspecto», y se refería a la gente como «humanoides».

Nash adoptaba las maneras de otros genios excéntricos. Por ejemplo, Wiener, que era terriblemente miope, solía mantener un dedo en la ranura que había entre las baldosas y la parte lisa de la pared mientras se desplazaba vacilante por los pasillos; Nash hacía lo mismo.[12] D. J. Newman condenaba toda la música posterior a Beethoven; Nash entraba sigilosamente en la discoteca y le decía a cualquiera que estuviera escuchando algo más moderno: «Eso es una porquería».[13] Levinson, cuya hija sufría un trastorno maníaco depresivo, odiaba a los psiquiatras; Nash adoptó una postura igual de vehemente contra dicha profesión.[14] Warren Ambrose detestaba los saludos convencionales del estilo «¿Cómo está usted?»; Nash siguió su ejemplo.[15]

—Compartíamos la misma visión cínica del mundo. Solíamos reflexionar sobre las razones matemáticas de por qué las cosas eran como eran, y pensábamos en soluciones radicales y matemáticas a los problemas sociales. En un momento dado, Nash proponía una transfusión completa para solucionar algo. Si había un problema, teníamos la habilidad de encontrarle una solución extrema y verdaderamente ridícula —recuerda Marvin Minsky, a quien Nash había conocido durante el último año de su estancia en Princeton y al que consideraba el «humanoide» más inteligente de todos.[16]

Una vez dijo que los padres deberían «autodestruirse», es decir, suicidarse, y dejar todo lo que poseían a sus hijos; aseguraba que no sólo era una medida práctica, sino justa, según relata Herta Newman, esposa de Donald Newman, que era amigo de Nash.[17] En otra ocasión dijo ante una clase de estudiantes no licenciados que los derechos de voto de los ciudadanos estadounidenses deberían ser proporcionales a sus ingresos (o quizá a su riqueza).[18] En muchos aspectos, las opiniones de Nash se habrían adecuado más al panorama político elitista de la Inglaterra del siglo XIX que a la contracultura izquierdista que predominaba en el departamento de matemáticas del MIT en los años cincuenta.

Aun así, Nash adoptó un toque de extravagancia en su forma de vestir: llevaba camisas de dacron, blancas y translúcidas, sin camiseta debajo, algo que los demás atribuían al deseo de exhibir su físico poderoso.[19] Se compró una cámara y dedicó mucho tiempo a hojear libros de fotografía.[20] Durante una época, leyó y habló mucho sobre la experimentación con drogas que alteraban las facultades mentales, como la heroína, aunque no está demostrado que probara ninguna de ellas.[21] El aumento de la heterogeneidad de sus intereses y la intensificación de su heterodoxia se podrían considerar las primeras muestras evidentes de una creciente alienación respecto a las convenciones y la sociedad, que posteriormente evolucionaría hasta convertirse en una sensación radical de separación y desconexión.

Sin embargo, en aquellos momentos, dichas actitudes, lejos de desvirtuar el atractivo social de Nash, contribuían a realzarlo. La posición de Nash como profesor auxiliar y su creciente reputación como matemático le reportaron un respeto que era nuevo para él: ahora se le consideraba una compañía interesante y se juzgaba que su arrogancia era una demostración de genio, lo mismo que ocurría con su excentricidad, que provocaba diversión y envidioso respeto a partes iguales, como si fuera la otra cara de la moneda del genio.

—Que Nash no se ciñera a las convenciones no resulta tan sorprendente como podría parecer: todos eran unos divos. Si un matemático era mediocre, tenía que acatar las normas y ser convencional, pero si era de los buenos, todo le estaba permitido —dijo en 1996 Fagi Levinson, quien ejerció de madrina del departamento.[22]

A la pandilla de Nash pertenecía Newman, también conocido por D. J., un doctorando de Harvard que pasaba la mayor parte del tiempo en el MIT, con sus viejos amigos del City College y con Nash, porque «en Harvard eran todos demasiado finolis»[23] Otros miembros del grupo eran Walter Weissblum, un joven brillante e inadaptado, bebedor, contrahecho y poseedor de un corazón de oro, que nunca acabó la carrera;[24] Harry Gonshor —que posteriormente llegaría a ser profesor en la Universidad Rutgers—, un personaje excéntrico que llevaba unas gafas de gruesos cristales, parecía flotar en el aire y, en una ocasión, demostró un teorema que se podía formular como «AFL = CIO»;[*][25] Gustave Solomon, el más humano del grupo, que más tarde sería coinventor del código Reed-Solomon;[26] Leopold «Poldy» Flatto, poseedor de una inveterada afición a observar a la gente y contar historias;[27] a ellos se unió, a partir de 1952, Jacob Leon Bricker, el Woody Allen del grupo.[28]

—¿Quiénes éramos? ¿Qué tratábamos de hacer? Cada grupo tiene su propia moneda de cambio, y la nuestra era lo que pensábamos. ¿Quién es listo? ¿Quién está haciendo qué? ¿Qué puedes resolver? ¿Hasta dónde has llegado? No suena muy bien, pero era emocionante —dice Neuwirth, que se incorporaría al grupo más tarde.[29]

Quien más se parecía a Nash por su inteligencia, su competitividad y su arrogancia era Newman; se le consideraba un genio y el miembro del grupo que mejor resolvía los problemas.[30] Newman, un personaje jactancioso, insolente, rubio, alto y fuerte, tenía el mérito, impresionante para Nash, de haber ganado tres veces el premio Putnam. Ya estaba casado y era padre, unas responsabilidades que, sin embargo, no constituían ningún obstáculo para su estilo extravagante. Conducía un ostentoso Thunderbird blanco con asientos de cuero rojo con el que le gustaba hacer carreras, en plena noche, por la avenida Memorial. Cuando estudiaba en el City College, se hizo famoso por hazañas como presentarse en la clase de algún infortunado profesor de matemáticas cargando una enorme rama de árbol, con hojas y todo, que aseguraba que era para la clase de biología.

Nash y Newman se reconocieron inmediatamente como espíritus afines.

—Les encantaba provocarse mutuamente —recuerda Singer.[31]

—Cada uno de ellos admiraba la capacidad de sarcasmo del otro —dice Mattuck—. Todo era en tono amistoso, pero D. J. soltaba sus pullas más rápido. Tenía una memoria instantánea cuando se trataba de matemáticas: se decía que D. J. era capaz de resolver en veinticuatro horas cualquier problema que tuviera solución. Newman no tenía, sin embargo, el poder de concentración prolongada de Nash, que podía estar pensando en un problema durante medio año.[32]

Newman acudía a un seminario que impartía Nash.

—Asistí a algunas clases de Nash —dice Newman, que se sentía más intrigado que desconcertado—. Era diferente, emocionante. Divagaba, a diferencia de la mayoría de profesores, porque le gustaba explorar muchas cosas al mismo tiempo. Era agradable […] Nos provocábamos mutuamente. —Y añade—: Nash y yo éramos grandes amigos.[33]

En su nuevo círculo, Nash se esforzaba por subrayar su excepcionalidad, su superioridad y su autosuficiencia: «¡Soy Nash, con N mayúscula!», parecía proclamar en todo lo que hacía.[34] Repetía constantemente que sólo una o dos personas del departamento —Wiener era siempre una de ellas— estaban a su nivel. Sus humillaciones eran legendarias: «Eres un crío», era su expresión preferida, y también solía decir: «No sabes una mierda. ¡Qué trivial!, ¡qué estúpido! ¡Nunca llegarás a ninguna parte!».[35]

Le encantaba representar su personaje: en las reuniones sociales, más que conversar, interpretaba. En una ocasión, en casa de los Minsky, Nash pidió a sus oyentes que le desafiaran con algún problema matemático difícil, diciendo:

—He tomado algunas copas. ¿Serán mis poderes mentales más fuertes o más débiles cuando bebo?[36]

Era capaz de fingir un poco para cautivar a la audiencia,[37] aunque ponía mala cara si otra persona tenía mejores argumentos que él en una discusión,[38] y no soportaba que alguien a quien consideraba inferior le desafiara. Un día, en la sala común, un grupo de estudiantes estaba hablando de un famoso acertijo logístico de la segunda guerra mundial, el problema del jeep.[39] En esencia, dicho problema consiste en que se quieren cruzar los más de tres mil kilómetros del Sahara, pero el depósito de combustible del vehículo sólo permite viajar algo más de trescientos kilómetros sin repostar. La única manera de atravesar el desierto es seguir una estrategia de «dos pasos adelante y un paso atrás», es decir, cargar el jeep de latas de gasolina, conducir, por ejemplo, ciento cincuenta kilómetros, dejar allí las latas y regresar al punto de partida. Luego, se cargan más latas de gasolina, se recorren de nuevo los ciento cincuenta kilómetros, se dejan algunos recipientes y se utilizan otros para llenar el depósito, se avanzan otros ciento cincuenta kilómetros, se regresa y se carga más combustible. La pregunta es: ¿cuántos litros de gasolina harán falta?

El caso es que ese problema no tiene una solución óptima. Todo el mundo proponía soluciones: Nash dijo una cifra y Haber, que aquel trimestre era alumno suyo, propuso una cantidad que era la mitad de la de Nash, el cual rechazó con desprecio la solución de Haber. Cuando éste insistió en que demostrara la suya, Nash dijo: «Mi solución es mucho mejor».

—Yo no lo entendía, e insistí en que lo demostrara; él no quería hacerlo, pues decía que era evidente, pero yo seguí sin aceptar su afirmación, de modo que hizo el cálculo. Resultó que él tenía razón en lo esencial, pero se enfadó mucho conmigo: estaba furioso porque le había obligado a hacer aquel trabajo banal, cuando desde el principio había estado completamente clara la respuesta. Después de aquello, estuvo enfadado conmigo durante algún tiempo —cuenta Haber.

También era capaz de humillar a quienes le escuchaban. Un ejemplo típico de ello se produjo un día en que, durante la comida, un estudiante de doctorado estaba describiendo un enfoque axiomático de un problema que había esbozado un profesor, hasta que Nash explotó literalmente:

—¡No me vengas con esas mierdas! Dime cómo resolverías el problema. No has aprendido nada: todos esos conceptos no significan absolutamente nada.[40]

Las humillaciones que infligía Nash a otros matemáticos le valieron el apodo de «Gnash»[*], pero él respondía:

—Está claro que la «G» significa «genio». En realidad, actualmente hay pocos genios en el MIT: yo, por supuesto, y también Norbert Wiener. Incluso es posible que Wiener ya no lo sea, pero hay pruebas de que lo fue en el pasado.

Después de aquello, hablaba de «Gnu» (Newman) y a «G al cuadrado» (Andrew Gleason, un joven profesor de Harvard que acababa de resolver el quinto problema de Hilbert).[41]

En una ocasión en que John McCarthy, a quien Nash conocía de Princeton, impartió un seminario en el departamento, Nash lo llevó aparte al terminar la sesión y le comentó:

—Hay demasiadas revistas, se publican demasiados trabajos inútiles, hay demasiados tipos dedicados a la investigación. Sólo deberíamos investigar unos cuantos; los demás tendrían que estar en el seno de x.

Se trataba de una referencia despectiva a las tablas que había en la parte posterior de los libros de trigonometría de enseñanza secundaria.[42]

Nash daba muestras de un esnobismo que era herencia de su educación en Bluefield; se hacía pasar por miembro de un linaje rico y distinguido[43] y, en las fiestas, olfateaba el vino y decía: «Este chianti es muy adecuado».[44] En ningún aspecto resultaba tan evidente aquel esnobismo como en su reacción ante el hecho de ser un «no judío en un ambiente claramente judío».[45] En tiempos posteriores, cuando Nash se volvió paranoico y se sumió en toda clase de extraños delirios, escribiría cartas, dirigidas a Newman y a otros, en las cuales los llamaba «niños judíos», se obsesionaría con el Estado de Israel y hablaría de «conspiraciones criptosionistas».[46] A principios de la década de los cincuenta, sin embargo, su actitud se limitaba a ciertos aires de superioridad social: con frecuencia le decía a Newman que parecía «demasiado judío»;[47] al igual que Groucho Marx, no se sentía inclinado a admirar ningún club donde lo admitieran. Nash manifestaba desprecio por las personas y las cosas que consideraba que no estaban a su altura y, como diría cuarenta años más tarde Fred Brauer, otro antiguo profesor auxiliar del MIT, «eso comprendía un territorio muy vasto».[48]