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MUERTE Y MATRIMONIO
1956-1957
A pesar de que Nash iba a pasar el curso en el Instituto de Estudios Avanzados, decidió vivir en Nueva York en lugar de hacerlo en Princeton.[1] Al cabo de uno o dos días de haber llegado a la ciudad, a fines de agosto, encontró un piso sin amueblar en Greenwich Village, en la calle Bleecker —justo al sur del parque de Washington Square—, una vía urbana donde se alineaban los clubes de jazz, los cafés italianos y las librerías de viejo. El apartamento era muy modesto, pequeño, estrecho y sombrío, y estaba inundado de los olores de las cocinas del vecindario. Nash compró unos cuantos muebles usados en una tienda cercana de objetos de segunda mano y envió a sus padres una postal en la que hacía una declaración de intenciones que estaba seguro que ellos aprobarían: en lugar de vivir lujosamente, ahorraría.[2]
Sin embargo, sus razones para escoger un quinto piso sin ascensor en pleno centro de Nueva York en lugar de un alojamiento espartano en la avenida Einstein del Princeton semirrural eran más románticas que prácticas. Las imponentes dimensiones de la ciudad, su ritmo frenético, las multitudes omnipresentes y la actividad incesante durante las veinticuatro horas del día —«la belleza salvaje y eléctrica de Nueva York»—[3] le parecían maravillosos; siempre se lo habían parecido desde la primera vez que Shapley y Shubik lo invitaron a pasar allí un fin de semana cuando los tres vivían en la residencia de doctorandos de Princeton. Después de mudarse a Boston, había aprovechado cualquier oportunidad para regresar a Nueva York —donde a veces se alojaba con los Minsky—[4] y volver a, experimentar aquella sensación de comunión y anonimato. Desde hacía mucho tiempo, el enclave bohemio que circundaba Washington Square se había convertido en un imán para quienes eran poco convencionales desde el punto de vista sexual o espiritual, y también a Nash le atraían sus calles retorcidas, su encanto que evocaba el Viejo Mundo y su promesa implícita de libertad.
Si la decisión de ir a vivir a la calle Bleecker era indicativa de que Nash acariciaba la idea de adoptar una forma de vida distinta de la que hasta entonces había imaginado, tal cosa no llegaría a suceder. John padre y Virginia anunciaron que también ellos iban a viajar a Nueva York,[5] ya que John padre tenía algunos asuntos que resolver para la Appalachian. Nash temió que le volvieran a echar en cara el tema de Eleanor, pero, en aquellos momentos, los Nash estaban mucho más preocupados por el precario estado de salud de John padre. Cuando John se reunió con ellos en el hotel McAlpin, a pocas manzanas de la estación de Pennsylvania, trató de demostrar que era un hijo fiel y, a lo largo de la noche, le recomendó con insistencia a su padre que consultara a un especialista neoyorquino y que considerara la posibilidad de someterse a una operación.[6] Fue la última vez que Nash vio con vida a su padre.
A principios de septiembre, John padre sufrió un fulminante ataque al corazón.[7] A Virginia le resultó difícil ponerse en contacto con su hijo —que no tenía teléfono— y, cuando consiguió hacerle llegar un mensaje, el padre ya había muerto. Después de aquello, Nash consideraría siempre el otoño como una estación de «infortunios».[8]
John padre, que tenía sesenta y cuatro años en el momento de su muerte, había estado enfermo, alternando períodos de recuperación y recaída, durante todo aquel año. El domingo de Pascua se había encontrado tan mal que no pudo ir a cenar a casa de Martha y Charlie (Martha se había casado en primavera de 1954) y, a fines del verano, cuando él y Virginia estaban en Nueva York, sufrió un episodio de debilidad y náuseas en el hotel.[9] La noticia del fallecimiento de su padre causó una gran conmoción a Nash, que fue incapaz de asumir su carácter repentino y definitivo; estaba convencido de que la muerte no había sido inevitable, que habría bastado con que John padre hubiera dispuesto de mejor asistencia médica, que habría bastado con que…[10]
Nash corrió a Bluefield para asistir al funeral, que se celebró en la iglesia episcopal de Cristo el 14 de septiembre, dos días después de la muerte de John senior.[11]
Nash no dio ninguna muestra de dolor desbordado ni de que su calma antinatural se viera perturbada,[12] pero el fallecimiento de su padre produjo una nueva fisura en los cimientos de su «pequeño mundo perfecto». La muerte del padre o la madre antes de que uno haya asumido plena y verdaderamente ese mismo papel en su propia vida adulta constituye un doble golpe: perder a esa persona y tener que ponerse en su lugar.
Todo ello implicaba, en primer lugar, un nuevo sentido de responsabilidad respecto al bienestar de Virginia, lo cual quizá no significaba mucho en términos prácticos —ya que Martha vivía en Roanoke y, como mujer que era, se esperaba de ella que asumiera el cuidado de su madre—, pero sí causaba desasosiego a Nash en el terreno emocional: repentinamente, los deseos de su madre respecto a él, y particularmente su profundo anhelo de que adoptara lo que ella consideraba una vida «normal» —es decir, que se casara—, adquirieron para él un peso superior al que jamás habían tenido desde que se marchó de casa para ir a la universidad.
El dilema de Nash —y se trataba verdaderamente de un dilema, puesto que el lugar de su padre no era exactamente el que él se sentía dispuesto a ocupar— se agravaba a causa de las particulares circunstancias de aquel verano: su comportamiento indigno en relación con Eleanor se interponía entre él y su madre, y es posible que acudiera a su mente el pensamiento de haber acelerado la muerte de su padre. Y si a él no se le ocurrió tal cosa —y es probable que no se le ocurriera, dada su incapacidad para imaginar la forma en que sus acciones afectaban a las demás personas—, a Virginia sí la asaltó, con toda seguridad, aquella idea, y es posible que la transmitiera, directa o indirectamente, a su hijo. Virginia no sólo estaba terriblemente afligida, sino también furiosa, y le escribió a Eleanor una carta en la cual la acusaba de haber causado la muerte de su marido; es muy posible que le dijera algo parecido a su hijo, o que se lo insinuara.[13]
Semejante sentimiento de culpa hubiera constituido una carga difícil de soportar, pero es muy probable que lo que forzó a Nash a actuar no fuera sólo aquel estado de ánimo, sino también la amenaza, aún más poderosa, de perder el amor de su madre inmediatamente después de haber perdido a su padre. Virginia consideraba que Nash tenía la obligación de legalizar la relación con su hijo y, durante toda su vida, John senior había aborrecido los escándalos y había creído firmemente que uno debía cumplir con sus obligaciones. No está claro si, en la época de la muerte de su marido, Virginia seguía insistiendo en que Nash se casara con Eleanor, y es posible que su contacto con la joven —incluyendo la constatación de sus orígenes humildes y su escasa instrucción, así como sus amenazas de causarle problemas a John— la disuadieran de pensar siquiera en un matrimonio temporal; quizá temió que luego Eleanor no aceptara el divorcio o, sencillamente, se dio cuenta de que no tenía forma de obligar a su hijo a hacer algo que él no quería.
Si Virginia reaccionó de aquel modo ante la amante de John y su hijo ilegítimo, ¿cómo lo habría hecho ante las pruebas, mucho más perturbadoras, de sus relaciones con otros hombres? En la práctica, las probabilidades de que llegara a conocer el episodio de la detención parecían insignificantes, pero también aquella posibilidad debió de pasar por la mente de Nash. La traición de Eleanor sacudió la confianza que tenía en la posibilidad de mantener sus vidas secretas completamente separadas y que sus padres las ignoraran por completo, y probablemente sintió miedo de que se produjeran otras revelaciones.
Alicia insiste en que no recuerda el momento en que Nash le propuso que se casaran ni si lo hizo en persona o por carta:[14] sencillamente hubo un acuerdo entre los dos, según dice. Sin embargo, las acciones de Alicia durante aquel otoño contradicen su relato posterior. Después de que John se fuera de Cambridge en junio, la joven se quedó allí, desesperadamente triste, lo cual sugiere lo contrario de la existencia de cualquier tipo de «acuerdo».
La carta que Alicia escribió a Joyce Davis el 23 de octubre de 1956 no menciona en absoluto a Nash; si en aquella fecha ya se hubieran comprometido formalmente, es presumible que Alicia se lo habría anunciado a su amiga.
Como sabrás, he estado buscando trabajo en Nueva York y he optado a varios puestos. Al principio tenía miedo de que resultara difícil, pero ya he recibido ofertas de la Brookhaven para trabajar como física ayudante en el grupo del reactor, y de la Nuclear Development Corporation of America, también en el campo de los reactores. He decidido aceptar esta última, que consta de un sueldo de 450 dólares al mes; me han dicho que podría conseguir 500 en otros lugares, pero creo que la N.D.C. me proporcionará una buena experiencia y, además, siempre he querido dedicarme específicamente a la física nuclear.[15]
Quizá Alicia había dejado la universidad y buscado un trabajo con independencia del estado de su relación con John, ya que cada vez le entusiasmaba menos la perspectiva de cursar el doctorado: «Estoy cansada de la rutina de estudiar y posponerlo todo […] Lo único que sé es que quiero VIVIR». Además, dado que había ido al instituto en Nueva York, hubiera sido natural que pensara en regresar allí para trabajar. Sin embargo, la propia Alicia reconocería más adelante que se fue a Nueva York a causa de Nash; es posible que lo hiciera con la esperanza de reanudar la relación o que acudiera por expresa invitación de aquél.
Tanto si Alicia fue a Nueva York en calidad de prometida de Nash a finales de octubre como si no lo hizo, el caso es que, un mes más adelante, el Día de Acción de Gracias, visitó a la familia de Nash en Roanoke.[16] Sin embargo, Nash no le regaló el anillo correspondiente, ya que tenía la idea, típica de él por su extravagancia y tacañería, de comprar uno directamente a un mayorista de diamantes de Amberes.[17]
Virginia apreció el encanto y la distinción de Alicia y quedó impresionada por la evidente devoción de la joven hacia Nash, pero al mismo tiempo la encontró muy distinta de la clase de chica que había imaginado como esposa de su hijo.[18] La relación entre ambos le parecía extraña; Alicia era una física que hablaba sobre su trabajo en una empresa de reactores nucleares y no mostraba ningún interés por los asuntos domésticos, lo cual la convertía en una joven completamente incomprensible a los ojos de Virginia: mientras ésta y Martha se afanaban en la cocina, Alicia y John pasaron la mayor parte del Día de Acción de Gracias sentados en el suelo de la sala de estar, absortos en la lectura de las cotizaciones de la bolsa. La reacción de Martha fue similar a la de su madre; ante la insistencia de Virginia, y confiando en que podría orientar a Alicia en la dirección correcta, una tarde la llevó de compras por Roanoke, en busca de un sombrero.
La boda se celebró en una mañana gris pero insólitamente templada de febrero, en Washington, D.C., en St. John’s, el templo episcopaliano amarillo y blanco situado en la avenida de Pennsylvania, frente la Casa Blanca.[19] Nash, que a aquellas alturas se consideraba ateo, había rechazado la posibilidad de una ceremonia católica y hubiera preferido casarse en el ayuntamiento, pero Alicia quería una celebración elegante y formal. Fue una boda íntima, en la cual no estuvieron presentes ni matemáticos ni antiguos amigos de estudios, sino únicamente los familiares más cercanos. Charlie, el cuñado de Nash, a quien éste apenas conocía, fue el testigo del novio, y Martha, la dama de honor. Ambos contrayentes llegaron tarde, pues los habían retenido los fotógrafos. En el camino de vuelta a Nueva York, John y Alicia pasaron un fin de semana de luna de miel en Atlantic City, que no resultó muy agradable, pues, según le escribió Nash a su madre en una postal, durante aquellos días Alicia no se encontró bien.[20]
Dos meses después, en abril, Alicia y Nash organizaron una fiesta para celebrar su matrimonio. Vivían en un apartamento realquilado en el Upper East Side, muy cerca de Bloomingdale’s. Acudieron unas veinte personas, en su mayor parte matemáticos del Courant y del Instituto de Estudios Avanzados, y también varios primos de Alicia, entre ellos Odette y Enrique.
—Parecían muy felices —diría más adelante Enrique Larde—. Era un piso magnífico, y ellos hacían ostentación de su reciente matrimonio; él era muy guapo, y todo parecía muy romántico.[21]