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SEATTLE
Verano de 1956
A mediados de junio, Nash partió de Cambridge hacia Seattle con la alegría del hombre que se evade temporalmente de un laberinto de dilemas personales y profesionales;[1] viajar siempre le ponía de buen humor y aquel caso no fue una excepción. El curso de verano de la Universidad de Washington, de más de un mes de duración, era exactamente lo que estaba deseando: en él se iba a reunir un grupo de matemáticos de primera categoría que trabajaban en geometría diferencial, entre los cuales estaban Ambrose, Bott, Singer y también Louis Nirenberg y Hassler Whitney, y Nash confiaba en que su trabajo sobre la inmersión de las variedades algebraicas lo convertiría en uno de los centros de atención. Además, esperaba con entusiasmo asistir al seminario de Busemann sobre la situación de las matemáticas soviéticas, ya que todo el mundo sabía que los rusos estaban haciendo cosas importantes, pero las autoridades ya no permitían ni siquiera que se tradujeran al inglés los resúmenes de sus artículos.
El acontecimiento más señalado del curso de verano resultó ser el anuncio por sorpresa, tan sólo uno o dos días antes del inicio de las sesiones, de la demostración, por parte de Milnor, de la existencia de las esferas exóticas.[2] Para los matemáticos allí reunidos, la noticia tuvo el mismo efecto electrizante que tendría, cuatro décadas más tarde, el anuncio de la solución del último teorema de Fermat por parte de Andrew Wiles, de la Universidad de Princeton. Milnor había ganado por la mano a Nash.
Nash reaccionó ante las noticias del triunfo de Milnor con una exhibición de petulancia adolescente.[3] Los matemáticos estaban alojados en una residencia estudiantil y comían en la cafetería, y la protesta de Nash consistió en servirse raciones gigantescas de cada plato: una vez devoró entera una gran barra de pan; también le lanzó un vaso de leche a una cajera y, en otra ocasión, durante una salida en barco, se enzarzó en una pelea a empujones con otro matemático.
Nash no reconoció a primera vista a Amasa Forrester cuando éste lo abordó al término de una charla; Forrester parecía un oso peludo con gafas, tenía el mentón un poco hendido e iba afeitado de forma descuidada, e incluso sus andares —se inclinaba ligeramente hacia delante— recordaban a los de aquel animal.[4] Forrester tuvo que recordarle a Nash que habían coincidido en Princeton, donde el primero estaba en el curso inicial de doctorado cuando John se encontraba en su último año. Sin embargo, una vez que empezaron a hablar, Nash recordó que Forrester era un alumno de Steenrod que siempre estaba en el salón del edificio Fine, rodeado de gente y blandiendo una pistola de agua.
A pesar de su aspecto poco atractivo, Forrester decía cosas interesantes, era rápido, agresivo y parecía saberlo todo acerca de cualquier tema que surgiera en la conversación. Le contó a Nash algunos detalles del trabajo de Milnor y también hablaron de los textos de Nash sobre las inmersiones, que Forrester parecía conocer bastante bien.
Forrester invitó a John a visitar el lugar donde vivía, una casa flotante en la zona de Lake Union, entre el lago Washington y el canal de Puget, en el centro de Seattle.
A los ojos de Nash, Forrester era «diferente»,[5] y más adelante se referiría a él con las mismas palabras que utilizó para comparar a Thorson y Bricker con los Beatles: «joven», «alegre», «divertido» y «atractivo», es decir, alguien que le hacía sentir cómo «las chicas que están locas por ellos».
La homosexualidad de Forrester era declarada: si bien es improbable que sus profesores de doctorado o sir Hugh Taylor, el decano de la residencia de doctorandos, se hubieran dado cuenta de ello, «en Princeton no ocultaba en absoluto su homosexualidad y, en la residencia de doctorandos, todo el mundo lo sabía», según dice John Isbell, profesor de matemáticas de la Universidad del Estado de Nueva York en Buffalo y compañero de doctorado de Forrester en Princeton.[6] Durante sus primeros años en la Universidad de Washington, Forrester había sido bastante reservado con sus colegas, pero cuando Nash se encontró con él —y quizá a causa de que la situación estaba comenzando a distenderse, incluso en Seattle— ya había llegado a la conclusión de que no tenía que seguir haciéndose pasar por lo que no era.
Nash y Forrester no debieron de disponer de mucho tiempo para estar juntos, pues el primero permaneció sólo un mes en Seattle. A pesar de que Nash menciona a Forrest —ya sea por su nombre o simplemente por la letra F— en cartas enviadas hasta principios de los setenta, no hay pruebas que indiquen que ambos hombres se escribieran regularmente ni que se vieran con frecuencia durante los años siguientes. Sin embargo, Forrester estuvo muy presente en el pensamiento de John, quien, once años después del encuentro de 1956, durante un largo peregrinaje que lo llevaría a Los Ángeles y a San Francisco, pasó casi un mes en Seattle.[7]
En aquel entonces, Forrester seguía viviendo en su casa flotante, acompañado de docenas de gatos, y ya estaba desvinculado casi por completo de sus antiguos amigos matemáticos,[8] pues su trayectoria no había confirmado las expectativas creadas en su juventud: no consiguió ser profesor titular y dejó la Universidad de Washington en 1961. Trabajó durante un breve período en la Boeing y, posteriormente, en la gran central de la Comisión de la Energía Atómica situada en Hanford, Washington, hasta que, a mediados de los setenta, abandonó por completo la comunidad matemática. Más adelante, se ganó la vida dando clases particulares y, en una ocasión, como preceptor de unos niños que vivían en un rancho. Su colega Albert Nijenhuis, que lo encontró por última vez en un congreso de matemáticas en Vancouver, Columbia Británica, en 1974, recuerda que Forrester le contó que había trabajado como cabrero.[9] Durante años, apareció por las bibliotecas de matemáticas y física, con un aspecto cada vez más descuidado y enfermizo. Aquel matemático, tan prometedor en su juventud, murió en 1991 sin que se le dedicara siquiera una necrología en el Seattle Times. Si, para Nash, Forrester representó el camino que no debía seguir, habría que reconocer que, en aquella ocasión, fue perspicaz en lo que se refiere a la naturaleza humana.
John supo inmediatamente que algo iba mal cuando fueron a buscarlo a la residencia: los Nash se comunicaban exclusivamente mediante cartas y postales, y una llamada telefónica de larga distancia era señal de que sucedía algo grave.[10]
Era su padre y su voz sonaba insólitamente seria. En un primer momento, Nash creyó que lo llamaba para darle alguna mala noticia sobre su madre o su hermana, pero pronto detectó más cólera que tristeza o ansiedad en el tono de su padre, quien, a continuación, le dijo que Eleanor Stier se había puesto en contacto con ellos y les había revelado la existencia de su nieto: el golpe había sido tremendo.
—No hace falta que vengas a casa —le dijo con dureza su padre—. Ve directamente a Boston y haz lo que debes. Cásate con esa chica.
Nash estaba demasiado aturdido para discutir: el secreto que tan celosamente había ocultado a sus padres se había desvelado y ya no había nada que hacer. Decidió no volver a Roanoke y, en una postal fechada el 12 de julio, escribió a sus padres que estaba «pensando en volver a Bean Town».[*][11]
Efectivamente, a mediados de julio, Nash regresó a Boston, donde permaneció dos semanas, la mayor parte de las cuales pasó con Bricker o trabajando en su despacho hasta muy entrada la noche.[12] Le pidió consejo a Jacob sobre qué hacer con Eleanor. Ésta había contratado a un abogado, quería una pensión para mantener al niño y, por lo que supo Nash, el letrado amenazaba con acudir a la universidad; según recordaría Bricker en 1997, Nash se inclinaba por negarse a pagar.
Como de costumbre, Jacob se encontró en medio. Eleanor le había estado llamando regularmente; la mujer estaba destrozada por el abandono de John y resentida por su negativa a mantener a John David. Bricker le reprochó a Nash su actitud:
—No quería pagar la pensión, y le dije: «Eso es monstruoso: es tu hijo. Por lo menos, hazlo por tu futuro. Si la universidad llegara a saberlo, tu carrera quedaría arruinada. Se lo debes a Eleanor».[13]
Para sorpresa de Bricker, Nash accedió a pagar.