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EL LLAMAMIENTO A FILAS
Princeton, 1950-1951
Ni la perspectiva de jugar a ser estratega militar, ni la de vivir en Santa Mónica, ni la de ganar un sueldo considerable tentaron suficientemente a Nash como para aceptar la oferta que le hizo Williams de un puesto fijo en la RAND. Nash compartía escasamente la camaradería o el sentido de la misión de la institución: quería trabajar por su cuenta y disponer de libertad para explorar a su antojo todos los campos de las matemáticas y, para poder hacerlo, tenía que obtener un puesto docente en una universidad de primera línea.
Por el momento, tenía planes de pasar el siguiente curso académico en Princeton, donde Tucker ya había previsto el apoyo económico necesario mediante la asignación a Nash de las clases de análisis matemático para estudiantes no licenciados[1] y su nombramiento como investigador auxiliar en un proyecto que dirigía el propio Tucker y que estaba subvencionado por la Oficina de Investigación Naval (cuyas siglas en inglés son ONR).[2] En realidad, Nash pretendía dedicar la inmensa mayoría de sus energías a su propia investigación y a buscar un puesto académico para el otoño del año siguiente. Sin embargo, antes de que pudiera empezar a dedicarse a aquellas cuestiones, se vio obligado a hacer frente a una amenaza inmediata para sus planes profesionales: la guerra de Corea.
Corea del Norte había invadido Corea del Sur el 25 de junio de 1950, aproximadamente las mismas fechas en que Nash volaba a Santa Mónica.[3] Una semana más tarde, Truman prometió el envío de tropas norteamericanas para repeler la invasión, y los primeros efectivos llegaron el 19 de julio. El 31 de aquel mismo mes, Truman ya había ordenado al servicio de reclutamiento que llamara a filas a cien mil jóvenes en un breve plazo de tiempo, y a veinte mil de forma inmediata. Una o dos semanas más tarde, John padre y Virginia escribieron a Nash diciéndole que corría un riesgo inminente de ser reclutado. Como la mayoría de republicanos, sentían aversión por Truman y tenían sus dudas acerca de la guerra, y le recomendaron encarecidamente a su hijo que acudiera a Bluefield lo antes posible para hablar personalmente con los miembros de la junta local de reclutamiento y sondearlos acerca de la posibilidad de obtener una prórroga II-A, que se concedía a quienes desempeñaban un trabajo considerado indispensable para los intereses nacionales.
Cuando, a fines de agosto, Nash se fue de la RAND, voló de Los Ángeles a Boston y pasó un día en el Congreso Matemático Mundial, que se reunía en Cambridge. Allí presentó, ante una reducida audiencia, los resultados de su trabajo sobre las variedades algebraicas, lo cual constituía un notable reconocimiento para un joven matemático.[4] Sin embargo, estaba ansioso por regresar a Bluefield y no se quedó para asistir al resto de sesiones del congreso.
Estaba decidido a hacer todo lo posible para eludir el reclutamiento. Con una guerra en marcha, aunque fuera impopular y no declarada, ¿quién sabía cuánto tiempo tendría que estar de servicio activo? Cualquier interrupción de su investigación podía poner en peligro el sueño de integrarse en un departamento matemático de primera categoría: los veteranos que habían vuelto de la segunda guerra mundial habían saturado el mercado laboral y las inscripciones en la universidad estaban disminuyendo a causa del reclutamiento; en el plazo de dos años, habría una nueva promoción de jóvenes brillantes que se disputarían los escasos puestos disponibles de profesor auxiliar. Dado que los matemáticos puros habían acogido la tesis de Nash sobre la teoría de juegos con una mezcla de indiferencia y burla, le parecía que su única esperanza de recibir una buena oferta consistía en terminar su trabajo sobre las variedades algebraicas.
Además, no tenía ningún deseo de obedecer los designios de otras personas y le causaba terror pensar en la vida militar, a pesar de sus instintos de «halcón» conservador y su procedencia sureña. Había sido uno de los pocos chicos del instituto Beaver que no había rezado para que la segunda guerra mundial durara lo suficiente como para tener una oportunidad de alistarse. La vida en el ejército, con su reglamentación absurda, sus rutinas estúpidas y su falta de intimidad, le causaba repugnancia, y había escuchado suficientes historias de otros matemáticos como para que le aterrorizara la posibilidad de que lo juntaran con la clase de jóvenes toscos e incultos de cuya compañía había logrado huir, con gran alegría por su parte, cuando se fue de Bluefield al Carnegie Tech.
Nash actuó de forma metódica. Una vez en Bluefield, fue a visitar a dos miembros de la junta de reclutamiento: uno de ellos era el propio presidente del organismo —un abogado jubilado que se llamaba T. H. Scott, a quien más tarde describiría como «un republicano de una sola pieza (Truman = imbécil = Roosevelt)»— y el otro, el doctor H. L. Dickason, director de la Escuela Pública Profesional de Bluefield, un centro para jóvenes negros situado en las afueras de la ciudad.[5] Nash se aplicó a averiguar todo lo que pudiera sobre los hombres que iban a decidir su destino. Resultó que la junta tenía sólo una noción muy vaga de los asuntos a los cuales se dedicaba Nash: hasta que éste apareció por el edificio Peery, no tenían ni idea de que ya había obtenido el doctorado y habían dado por supuesto que aquel otoño iba a regresar a Princeton en calidad de estudiante; su prórroga por estudios aún no se había cancelado.
Nash no perdió el tiempo. Fue a la biblioteca de Bluefield y leyó la ley del servicio de reclutamiento. Reflexionó sobre la psicología de la junta. Escribió a Tucker, a la ONR en Washington y, sin duda, también a Williams, en la RAND, aunque no hay constancia de dicha carta. Una carta de la ONR de Washington que recibió Al Tucker el 15 de septiembre empieza diciendo: «John Nash me ha escrito preguntando si la ONR puede ayudarle a conseguir una prórroga».[6] Nash les pedía que solicitaran una prórroga II-A, pero insistía en que se limitaran a exponer los hechos tal como eran y prometieran enviar más información posteriormente, de forma que «luego podría emplearse el armamento más pesado, sin que parezca» una simple repetición de las explicaciones iniciales.[7] Estaba resuelto a ganar todo el tiempo que fuera posible. Posteriormente, en otras circunstancias, Nash expresaría repetidamente su aversión y su resentimiento hacia «la política» y «el politiqueo». Sin embargo, y a pesar de lo poco práctico, lo infantil y lo ajeno a las cuestiones cotidianas que era en algunos aspectos, consiguió urdir una estrategia, averiguar los datos necesarios, utilizar los contactos de su padre y, sobre todo, organizar adecuadamente a sus aliados y a quienes le podían apoyar.
Tucker, la universidad, la marina de guerra y la RAND respondieron con benevolencia y rapidez, y aseguraron al unísono que Nash era irreemplazable, que costaría años formar a un sustituto y que su trabajo era «esencial para el bienestar y la seguridad del país».[8] Desde Washington, Fred D. Rigby, de la ONR, aconsejó a Tucker que el mejor camino a seguir era que un responsable de la universidad pidiera a la sección de la ONR de Nueva York que escribiera a la junta de reclutamiento de Bluefield: «Dicen que el procedimiento funciona. Normalmente, se lleva a cabo después de que la persona en cuestión haya pasado a la situación I-A —declarada apta para el reclutamiento inmediato—, pero no hay ninguna norma que prohíba utilizarlo antes de que eso suceda».[9] Rigby también indicaba que, «actualmente, nos encontramos a menudo con peticiones de este tipo», con lo cual sugería que Nash no era, ni mucho menos, el único joven académico relacionado con el Departamento de Defensa que estaba tratando de eludir el reclutamiento. Rigby también prometía que, si la gestión con la sección neoyorquina no tenía éxito, «realizaremos un segundo intento directamente con la oficina nacional de reclutamiento», aunque añadía que, con toda probabilidad, «eso no será necesario».[10]
El esfuerzo concertado para salvar a Nash del reclutamiento no fue muy distinto de los que se realizaron en la época a favor de muchos otros jóvenes científicos. La guerra de Corea no inspiraba el mismo fervor patriótico que la segunda guerra mundial.[11] Muchas personas del mundo académico consideraban la investigación sobre asuntos relacionados con la defensa como una especie de servicio alternativo, y la idea de eximir del reclutamiento a individuos especialmente preparados y valiosos tenía precedentes incluso en la segunda guerra mundial.[12] Kuhn recuerda que intentó, sin éxito, acogerse al programa V-12 de la marina de guerra, lo cual le habría permitido pasar la guerra asistiendo a las mismas clases del Instituto Tecnológico de California (popularmente conocido como Cal Tech) a las cuales hubiera asistido como civil, sólo que uniformado. Al final acabó en la infantería porque no superó las pruebas físicas de la marina, que eran más duras.[13] Corea no provocó la evasión masiva del reclutamiento como ocurrió en la época de la guerra de Vietnam, que de hecho fue una guerra en la que sólo tuvo que participar la clase obrera, pero en el seno de cierta elite de la generación de Nash se experimentó la sensación de tener derecho a un trato especial.
Lo apremiante de los esfuerzos de Nash por evitar el reclutamiento sugiere la presencia de miedos más profundos que los relacionados con las ambiciones profesionales o las conveniencias personales. De acuerdo con su personalidad, la reglamentación, la pérdida de autonomía y el contacto estrecho con extraños no resultaban solamente desagradables, sino enormemente amenazantes. No sin cierta justificación, posteriormente, Nash atribuiría parcialmente el comienzo de su enfermedad a las tensiones de la actividad docente, que comporta una forma de reglamentación mucho más moderada que la vida militar. Su miedo a ser reclutado siguió siendo intenso mucho después de que terminara la guerra de Corea y de que él cumpliera los veintiséis años (la edad límite para el reclutamiento), y finalmente alcanzó extremos delirantes y contribuyó a su intento de abandonar la ciudadanía estadounidense y solicitar asilo político en el extranjero.
Resulta interesante que quienes investigan sobre la esquizofrenia hayan dado la razón, posteriormente, a las intuiciones viscerales de Nash.[14] No se ha demostrado de forma convincente que ninguno de los acontecimientos de la vida —participación en combates, muerte de un ser querido, divorcio, pérdida de un trabajo— que se sabe que producen desórdenes mentales como la depresión o la neurosis ansiosa tenga relación con el surgimiento de la esquizofrenia, pero varios estudios recientes han demostrado que la instrucción militar básica en tiempos de paz puede precipitar dicho trastorno en hombres que hasta entonces no se sospechaba que fueran vulnerables a la enfermedad.[15] A pesar de que a todos los sujetos de esos estudios se les seleccionó minuciosamente para excluir a quienes con anterioridad hubieran padecido enfermedades mentales, los niveles de hospitalización por esquizofrenia resultaron ser anormalmente altos, especialmente en el caso de los reclutas.
Las gestiones de Nash funcionaron, aunque no se le concedió inmediatamente la anhelada prórroga II-A. El 6 de octubre, la universidad informó a Nash de que «su situación parece segura hasta el 30 de junio»:[16] la junta se había limitado a posponer la calificación para el servicio activo hasta el 30 de junio de 1951. La universidad aconsejaba a Nash lo siguiente: «Le sugeriría que aplazáramos cualquier otra acción hasta la próxima primavera, momento en el cual podemos solicitar de nuevo una clasificación II-A y considerar la presentación de un recurso si dicha petición fuera rechazada».[17] En cualquier caso, por lo menos de momento, Nash había evitado que el ejército arruinara sus planes y, lo que es más importante, al proteger su libertad personal, es posible que salvaguardara también la integridad de su personalidad y consiguiera que su mente funcionara correctamente durante más tiempo del que quizá lo habría hecho en otro caso.