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EL TÉ DEL SOMBRERERO LOCO
Mayo-junio de 1959
Después del internamiento de Nash, Alicia no se sintió capaz de permanecer sola en la casa de West Medford, y por esa razón —a la cual se añadía el hecho de que el contrato de alquiler expiraba el 1 de mayo—, decidió telefonear a Emma y plantearle la posibilidad de vivir juntas:[1] «Un día, Alicia me llamó y me dijo que quería compartir piso conmigo», recuerda Emma, que inicialmente se mostró poco dispuesta a ello porque temía que Alicia insistiera en buscar un alojamiento caro. Luego, sin embargo, se le ocurrió que podían alquilar una casa que era propiedad de Margaret Hughes —una amiga común de las dos— y, así, el 1 de mayo, Alicia y Emma se mudaron a una diminuta vivienda situada en el número 181/2 de la calle Tremont, en Cambridge, a medio camino entre el MIT y Harvard.
Alicia no se permitía el lujo de llorar, ponerse histérica o hacer confidencias innecesarias, y aceptaba cualquier ayuda que pudiera conseguir, aunque tenía muy pocas esperanzas de que nadie acudiera en su ayuda, pues era bien consciente de que todo el mundo, incluyendo a los amigos íntimos como Arthur Mattuck, consideraba que ella era la responsable de Nash. Se defendía de las críticas a su decisión de internar a John, pero únicamente cuando la presionaban, como lo hizo, por ejemplo, Gertrude Moser, quien, después de visitar a Nash en el McLean, empezó a dudar de que estuviera perturbado y le exigió a Alicia que justificara la decisión de haberlo ingresado. Teniendo en cuenta que Alicia era una mujer joven que tenía en un hospital psiquiátrico a su marido y que éste la amenazaba con hacerle daño, divorciarse de ella y fugarse a Europa con el dinero de ambos, conviene reconocer que mantuvo una calma extraordinaria. Aquella muchacha de apariencia frívola que, perdidamente enamorada, se había sentado con frecuencia en la sección de ciencia ficción de la biblioteca con la esperanza de que entrara su ídolo, poseía una fortaleza inagotable a la cual debería recurrir durante el resto de su vida.
Otra persona en su lugar se habría dado por vencida y habría vuelto a casa de sus padres, pero Alicia se dijo que la mente y la carrera de John podían salvarse y centró todas sus energías en la superación de aquella crisis, al mismo tiempo que, en lo referente a sí misma, confiaba plenamente en las manos competentes de Emma Duchane y Fagi Levinson. La capacidad de Alicia para seguir su programa de acción, su férreo dominio de sí misma, la conciencia que tenía de sus derechos, así como su profunda convicción de que su propio futuro dependía de aquel hombre —a todo lo cual cabría añadir, tal vez, la combinación juvenil de energía, optimismo e ignorancia—, acudieron en su ayuda en aquel momento tan sombrío, y toda su atención se centró en una sola tarea, que no fue la de dar a luz, sino la de salvar a John.
—Nunca hablaba del bebé, sino únicamente de Nash —recuerda Emma—. Consideraba el embarazo como un problema, nada más que un peligro para Nash: estaba preocupada por la posibilidad de que interfiriera en su capacidad de cuidar de él.
No había una habitación infantil esperando, ni ropita preparada, ni un ejemplar manoseado del último manual del doctor Spock sobre cuidados del bebé encima de la mesilla de noche. Alicia no tenía tiempo ni capacidad de atención para dedicarlos a esas cosas y deseaba que el embarazo terminara de una vez, pero no había pensado en lo que vendría después. Daba por supuesto, de forma vaga, que su madre acudiría a ayudarla, pero no se había tomado la molestia de ponerse de acuerdo con ella, como tampoco le había vuelto a pedir a Virginia que acudiera. En realidad, le prestaba muy poca atención a todo aquel asunto y no hablaba del tema ni siquiera después de que el bebé le hiciera pasar noches en vela con sus vigorosas pataditas.
—El período de observación [de Nash en el McLean] estaba tocando a su fin —recuerda Emma—. Los psiquiatras le habían dicho a Alicia que la crisis se había precipitado a causa de su embarazo, y ella le pidió al médico que le provocara el parto, pero él se negó a hacerlo.
El 20 de mayo, cuando tuvo lugar el parto de Alicia, Nash seguía en el McLean y ella permanecía con Emma en el número 181/2 de la calle Tremont. Los dolores empezaron en la región lumbar y Alicia acabó metiéndose en la cama; Emma estaba con ella, pero ninguna de las dos mujeres era capaz de determinar si realmente se trataba de las molestias previas al parto. Más adelante, poco antes de que su hermana diera a luz, Emma compraría un manual de obstetricia y descubriría que los dolores lumbares son, en realidad, bastante comunes en esos casos; sin embargo, en aquellos momentos, las dos mujeres del MIT ignoraban por completo aquellas cosas. Finalmente, cuando los dolores se hicieron más intensos y frecuentes, una de las dos llamó por teléfono a Fagi, que les confirmó que, efectivamente, parecía que Alicia iba a dar a luz, y les dijo que iba a meterse en el coche sin perder un minuto y que acudiría a toda prisa. Así lo hizo y, después de echarle una ojeada a Alicia, que entonces parecía ya bastante asustada, le dijo que entrara en el automóvil para ir de inmediato al hospital.
Aquella noche Alicia dio a luz a un niño que pesaba casi cuatro kilos y medía cincuenta y cinco centímetros. No le puso nombre, ya que quería esperar a que el padre estuviera lo suficientemente recuperado para ayudarla a elegir uno; efectivamente, el niño pasaría casi un año sin tener nombre.
Alicia tuvo que soportar de nuevo la cólera de Nash, que acudió a la Maternidad de Boston a visitar a su esposa y a su nuevo hijo al día siguiente del nacimiento, gracias a un permiso que obtuvo en el McLean para salir del centro durante algunas horas de aquella noche; aunque Fagi Levinson no lo recuerda, es fácil imaginar que fue ella quien lo organizó. Durante la visita de John, otra persona amiga se presentó a ver a Alicia, que estaba tumbada en la cama, pálida y diminuta. Nash se encontraba sentado a su lado, y la bandeja de la cena estaba sobre la mesa que había cerca del lecho. En un momento dado, John tomó cuidadosamente la servilleta, se puso de pie, fue hasta un rótulo de la pared donde estaba escrito el nombre del hospital y cubrió una parte del mismo, de modo que se leyera: «Hospital de Mentiras de Boston».[*] La persona que presenció el episodio cuenta:
—Con aquello quería decir que era Alicia quien mentía. Ella observaba lo que John estaba haciendo, y yo no hice ningún comentario; evidentemente, no quise que aquello diera lugar a una discusión.[2]
Nash no había perdido en absoluto el sentido del humor. Una semana después, la tarde en que salió del McLean, se fue de inmediato a la sala común del departamento de matemáticas, entró tranquilamente en ella, saludó a todo el mundo y dijo que había ido hasta allí directamente desde el hospital:
—Era un lugar maravilloso —les contó a los doctorandos y profesores que estaban bebiendo té a sorbos, y añadió—: Tenían de todo, excepto una cosa: ¡libertad![3]
Uno o dos días después, Nash regresó al departamento y, cuidadosamente, colocó por los distintos pasillos y vestíbulos unos carteles hechos a mano en los cuales anunciaba una «fiesta de liberación» y cuyo texto decía: «¡Están invitadas todas las personas que son importantes en mi vida! ¡SABÉIS QUIÉNES SOIS!». A lo largo de la semana siguiente, se dedicó a recorrer los despachos para preguntarles a todos y cada uno de los miembros del departamento si irían a la fiesta; si la persona respondía afirmativamente, Nash le preguntaba: «¿Por qué?».[4]
Definió la fiesta como «el té del Sombrerero Loco», en alusión al personaje de Alicia en el país de las maravillas, y pidió a la gente que acudiera disfrazada.[5] No está claro si la celebración fue idea de Nash o de Alicia, aunque Fagi Levinson, la esposa de Norman, cree que la organizó Alicia —que ya estaba en casa con su bebé de una semana— con el objetivo de dar las gracias a todas las personas que habían visitado a John durante su estancia en el McLean.[6] Un estudiante de doctorado, que asegura que aquel fin de semana se fue a Nueva York para no tener que asistir a la fiesta, cuenta que se celebró en casa de Mattuck, algo que éste no recuerda en absoluto; es muy probable que tuviera lugar en el 181/2 de la calle Tremont. Fagi la recuerda como «una gran fiesta».
Los Nash también ofrecieron, por lo menos, una cena, cuyo perplejo invitado fue Al Vasquez, que estaba a punto de obtener la licenciatura —lo haría el 12 de junio— y que la recuerda como un episodio triste y deprimente. En 1997 explicaría:
—Fue una de las veladas más raras que he pasado en mi vida. Fui a su casa, y allí estaban Alicia, el bebé y la madre de Alicia. John se comportaba de forma extraña y, cada vez que se levantaba de la mesa, la madre de Alicia también se ponía de pie y se interponía entre él y el niño: era como una danza singular, que duró un par de horas. Alicia no tenía ni idea de quién era yo, y todos trataban de dar una apariencia de normalidad, lo cual resultaba completamente absurdo. Nash no era capaz de permanecer sentado: se levantaba de golpe y, tan pronto como lo hacía, la madre de Alicia también saltaba de su asiento y se ponía a hacer cualquier cosa, pero no dejaba que John se aproximara al bebé.[7]
Nash estaba resuelto a irse a Europa tan pronto como fuera posible y, hacia el 1 de junio, le escribió a Hörmander preguntándole si iba a estar en Estocolmo durante el verano. Según le contaba, pensaba en la posibilidad de viajar a Suecia y estaba buscando «contactos matemáticos (puramente nominales)» para justificar el viaje.[8] También les escribió a Armand y Gaby Borel, que en aquella época estaban en Suiza, para averiguar si podían ayudarle a obtener la ciudadanía suiza.[9]
Nash también había decidido renunciar a su plaza de profesor en el MIT: estaba furioso por la implicación de la universidad en su internamiento forzoso y, «de modo teatral» —según diría él mismo tiempo después—, presentó una carta de dimisión,[10] al mismo tiempo que exigía que el MIT le reembolsara el dinero de un pequeño fondo de pensiones que había ido acumulando desde que pasó a ser profesor a tiempo completo.[11] Levinson quedó estupefacto y, junto a Martin y otros, trató de convencer a Nash de que lo que pretendía hacer era una locura y le dijo que el MIT no aceptaría su renuncia. Levinson actuó con gran altruismo, pues era muy consciente de los elevados gastos que comportaba el tratamiento médico y estaba empeñado en que Nash conservara la cobertura del seguro que el MIT proporcionaba a los miembros de su profesorado.
—Norman trató de convencerlo de que no lo hiciera —dice Fagi, y añade— se sentía responsable de él.[12]
—Fue un período muy difícil —recuerda Martin—. En la época en que dimitió ya no era capaz de impartir clases y la gente pensaba que no había ninguna esperanza de que se recuperara. Era una situación delicada: yo no podía hablar con John; no era posible sostener una conversación coherente con él. Levinson siempre lo apoyó incondicionalmente y, por mi parte, no recibí presiones [de la administración universitaria para que aceptara la renuncia de Nash].[13]
Sin embargo, Nash se mantuvo inflexible. A instancias de Levinson, la administración universitaria trató de evitar que retirara el dinero de su pensión, pero también en aquel punto se impuso el criterio de Nash. El 23 de junio, James Faulkner, un médico vinculado al MIT, telefoneó a Warren Stearns en nombre del rector de la universidad, James Killian, para decirle que la universidad estaba muy preocupada por el futuro de Nash,[14] Según Paul Samuelson, Stearns insistió en que Nash no estaba perturbado y tenía plena competencia, desde el punto de vista legal, para tomar una decisión como aquélla.[15] La cantidad era insignificante, pero, una vez emitido el cheque, quedó cortado el último vínculo formal de Nash con el MIT.
Poco después de su dimisión, Nash se encontró casualmente con uno de sus antiguos alumnos de la asignatura sobre la teoría de juegos, Henry Wan, y le contó que ahora estaba inmerso en un estudio sobre lingüística. Cuando Wan expresó su sorpresa, Nash le dijo que los matemáticos poseían una capacidad única para «extraer la esencia de cualquier disciplina. Por eso podemos pasar de un campo a otro».[16]
John anunció que, a principios de julio, zarparía en el Queen Mary. Alicia trató de disuadirlo, pero, cuando vio con claridad que su marido había tomado la determinación de partir, decidió acompañarlo y encargar a su madre el cuidado del niño.
Nash había recibido una invitación para pasar un año en París, en el Colegio de Francia, que era el principal centro matemático de aquel país. Alicia tenía la esperanza de que unos meses en el extranjero, lejos de las presiones de Cambridge y rodeado de caras nuevas, ayudarían a John a olvidar sus sueños sobre la paz, el gobierno y la ciudadanía mundiales, y tal vez podría reincorporarse a su trabajo. Sin embargo, para él, el viaje significaba la promesa de una huida definitiva de su antigua vida, y hablaba de él como si nunca fueran a regresar.
Viajaron a Nueva York, donde se despidieron de los primos de Alicia. No sucedió nada fuera de lo común, excepto que Nash se negó a comer de cara al enorme espejo que había frente a la mesa.[17] Dejaron el Mercedes, con el maletero repleto de números viejos de The New York Times, en Princeton, en el aparcamiento del Instituto de Estudios Avanzados, ya que Nash deseaba cederle el coche y los periódicos a Hassler Whitney, el matemático a quien más admiraba.[18] También habían dejado al niño —que aún no tenía nombre y al que llamaban, en lo que constituía una pequeña broma matemática, «Bebé Épsilon»—[*] con la madre de Alicia, que ya se lo había llevado a su casa de Washington[19] y habían acordado que la señora Larde y el bebé se reunirían con ellos en París tan pronto como estuvieran instalados.