67
Claudia estaba desvistiéndose para acostarse.
Aquella noche iba a pasarla sola, de eso no tenía la menor duda, ya que la situación no era lo que se dice muy propicia tras el enfrentamiento, puesto que él seguía sin aceptar que, por una vez, su querida y beata esposa se la había dado con queso.
La cosa no dejaba de tener gracia y Claudia acabó riéndose, dado que, a pesar de la gravedad del asunto, no había podido evitarlo y eso a Jorge le sentó peor que una patada en los mismísimos.
Ella no quería tomárselo a broma, pero era eso o acabar deprimiéndose, así que, ya que los hechos hablaban por sí solos y la situación era irreversible, mejor optar por el buen humor.
Ahora, sin compañía, era el momento de venirse abajo, durante al menos una noche, pues por la mañana no podría permitirse ese lujo.
Jorge continuó soltando todo tipo de improperios y quejándose sobre el comportamiento de su mujer, una y otra vez, empezando a cansarla, pues con una primera vez ya había tenido más que suficiente.
Él se había marchado antes de la cena, tras más de una hora de tira y afloja, así que Claudia, tras comprobar que Jorge no encajaba las bromas, se había limitado a escucharlo, sin decir nada, rezando en silencio para que pronto se le acabase la cuerda.
Pero, por desgracia, intuía que el tema de sus cuernos no acababa ahí.
Dejó el vestido colgado en el armario y se puso un camisón liviano, después se sentó frente al tocador y, como dudaba de que él apareciera esa noche, se quitó las perlas y las guardó en su estuche.
Se desmaquilló y se quedó unos minutos mirándose en el espejo de su tocador.
¿Qué estaba haciendo?
¿Qué le estaba pasando?
Era una mujer adulta, segura de sí misma y ahora sentía todos los años de esfuerzo tirados por la borda.
Aunque, si era sincera consigo misma, todos esos años no habían sido otra cosa que autoengaño. Negaba día sí y día también la evidencia, creyendo erróneamente que, si no pensaba en lo que había dejado atrás, eso no existía y estaba a salvo. Obviándolo evitaba enfrentarse a él.
Negó con la cabeza y se cepilló el pelo, para después levantarse y buscar algo que leer, antes de dormir, para que la distrajera.
—No necesito ninguna novela —murmuró dejando la lectura a un lado—, pues últimamente vivo dentro de una.
Se quedó sentada en la cama, apoyada en el cabecero, reflexionando, por enésima vez, acerca de la situación en la que, por no escuchar a un amigo, se encontraba y además la cosa mejoraba por momentos, ya que a cada día que pasaba nuevos ingredientes aderezaban ese sainete.
La actitud de su amante era como poco cínica, pues el numerito de marido ultrajado había estado completamente fuera de lugar.
—Que es un hombre, dice —farfulló negando con la cabeza ante tal frase.
Nadie se tomaba alegremente una noticia así, y sería comprensible que se mostrara confuso, pero de ahí a manifestar de forma tan vehemente que él sí tenía derecho a hacer de su capa un sayo y que, sin embargo, su esposa, tras aguantar carros y carretas, encima debía permanecerle fiel.
—¿En qué mundo vive este hombre?
Y, para más inri, escenificar ese guion de esposo mancillado al más puro estilo del teatro del Siglo de Oro, delante de ella, delante de «la otra», implicaba que en el fondo su estado de «querida» permanecería invariable, pues, por mucho que hablara de sentimientos y demás, él estaba casado y, por lo tanto, jamás podría cambiar su situación.
Pensó que con sus quejas y sus desvaríos no era completamente consciente de que la ofendía, que sus palabras de despecho abrían una gran brecha entre ambos.
Entonces se dio cuenta de que ella tampoco había sido trigo limpio, por lo que poco podía reprocharle. Además, desde el primer instante aceptó ser la otra, así que no tenía derecho a presentar ninguna reclamación.
Cuanto menos revolviese ese asunto, mejor para todos.
Pero, de todo cuanto estaba sucediendo a su alrededor, lo que más la estaba martirizando era la relación de Victoria con la madre de Jorge, aunque fingiera no darse cuenta de que su hija se marchaba a escondidas para pasar el día con esa mujer.
Y, a tenor de su estado de ánimo tras esos encuentros, debían de ser de lo más satisfactorios, ya que regresaba día tras día.
¿Qué pretendía esa mujer acercándose a Victoria?
El temor a que hubiera descubierto el parentesco iba en aumento cada día, pues doña Amalia no era de las que daban puntada sin hilo.
¿Y por qué, siendo lo más probable que ya conociera la relación, mantenía el secreto?
Pues contándoselo a Jorge conseguiría causarle uno de los mayores e irreparables daños; desde siempre había deseado que se hundiera, que no levantara cabeza, y ahora tenía en sus manos la herramienta perfecta.
¿Por qué no la utilizaba?
¿Qué se guardaba bajo la manga?
Unos golpecitos en la puerta la hicieron perder el hilo de sus divagaciones.
A ver si con un poco de suerte se distraía.
—Adelante —dijo sabiendo quién no iba a visitarla a esas horas de la noche.
—¿Estás visible?
—Sí, pasa.
Justin entró en el dormitorio, visiblemente desmejorado y con dos copas en las manos.
Le entregó una a ella y se sentó en el pequeño taburete, junto al tocador.
En una postura abatida, dio un trago a su bebida y se pasó la mano por el pelo, despeinándoselo aún más.
—Nos hemos lucido, ¿eh? —apuntó él con media sonrisa triste, mirándola de reojo.
Ninguno de los dos se sentía incómodo porque ella estuviera tapada tan sólo con un camisón; tenían la suficiente confianza como para no sentirse molestos, no había ningún estímulo sexual.
—Eso parece —concordó ella en el mismo tono.
—El muy cabrón… Tenías que haberlo visto, ¡joder! Si hasta se atrevió a insultarla, después de cómo la ha tratado… Tuve que contenerme para no partirle la cara allí mismo.
Él se removió en el asiento, incapaz de controlar su mala leche.
—¿Y ella? —preguntó intentando no echar demasiada sal en la herida.
Justin levantó un instante la mirada, no era ningún secreto que Rebeca era poco o nada proclive a hacer valer sus derechos.
Todo lo opuesto a su jefa y amiga.
—Una mujer como ella poco puede hacer, está completamente sometida y atemorizada por las consecuencias, así que… huyó.
—¿Esperabas que se enfrentara a él? —Sabía de sobra la respuesta.
—Joder, pues claro —masculló—, o al menos podía haberse quedado conmigo, respaldarme, pero no, coge y me deja allí, delante de ese cabrón… Y no me mires así, sabes perfectamente que lo es. Juega a dos barajas, lo que no sé es por qué tú, precisamente tú, se lo permites.
—No te voy a quitar la razón —admitió ella con pesar—, nada me gustaría más en este momento que poder contradecirte. —Movió los hielos de su vaso haciéndolos tintinear antes de dar otro sorbo.
—Lo que más me jode de todo esto es que la quiero, maldita sea. —La miró de reojo esperando que no se lo tomara mal—. Siempre pensé que eras tú, que tarde o temprano te conquistaría, pero ahora me doy cuenta de que, si alguna vez pensé así, fue simplemente una ilusión, algo que debía hacer, no porque lo sintiera.
Claudia lo entendía y bajo ningún concepto iba a enfadarse por su sinceridad. Justin, después de todo, siempre estaría junto a ella y no podía permitirse el lujo de perder a un amigo así.
—En esto también tienes toda la razón, aunque si lo piensas detenidamente, tú y yo juntos, por lo menos, estaríamos a salvo de altibajos emocionales.
—Pues sí —convino con una sonrisa—; sin embargo, ahora, por desgracia, sabemos que esa «tranquilidad» ya no es posible.
—¿Y qué vamos a hacer? —preguntó Claudia sin esperar una respuesta adecuada, más bien como una forma de hablar.
—¿Intentar resolver nuestros negocios y marcharnos lo menos perjudicados posible? —sugirió sabiendo lo poco probable de ese deseo, aunque desde luego era la opción más segura para seguir adelante.
—Es una buena opción, pero hemos de tener otro factor en cuenta —apuntó ella sabiendo que quizá era el más espinoso de todos, pues afectaba a alguien muy vulnerable.
—¿Cuál?
—Tú tienes la experiencia, al igual que yo, para sobrellevar lo que nos depare la vida. Hemos pasado por muchas vicisitudes y nos quedan muchísimas más, pero está Victoria.
Justin hizo una mueca.
—Deduzco que vas a decírselo.
Ella negó con la cabeza.
—Tarde o temprano va a adivinarlo. Y entonces… —inspiró profundamente para contener las lágrimas—… no sé qué pasará, cómo se lo tomará…
—Si quieres saber mi modesta y sincera opinión… yo hablaría con ella, siempre es mejor que tú le expliques lo que ocurrió y le hagas comprender los motivos que te llevaron a comportarte como lo hiciste. De no ser así, puede que quien tú y yo sabemos se ocupe de amañar la historia de tal forma que te resulte mucho más difícil.
—Lo he pensado, pero… ¡No sé cómo decírselo!
—Te entiendo, ¿quieres que hable yo con ella?
—No —respondió con un nudo en la garganta—. Temo más que nada su reacción, temo que me odie, que me rechace… Y, por si fuera poco, visita casi a diario a su «abuela».
—Joder… Esa mujer no descansa —dijo Justin evidenciando su malestar. No recordaba haber conocido a nadie tan dañino—. Si me apuras, deberías regalarle un viaje a Londres y que se reuniera con Guillermina, harían buenas migas —sugirió medio en broma.
—¿Y ayudar al enemigo? —preguntó ella mirándolo divertida—. Si juntamos a esas dos arpías, me crucifican.
—Pero no me negarás que aceptarías el reto, no hay nada que te guste más que demostrar lo fuerte que eres.
—Me conoces demasiado bien; no obstante, hay casos en los que no quiero ser fuerte.
—¿Él?
—¿Ella?
—Sí. —No le quedó más remedio que admitirlo y, tras hacerlo, se dio cuenta de que estaba yendo por mal camino—. ¿Y sabes qué? No pienso quedarme de brazos cruzados. Ni hablar, voy a remover hasta la última piedra.
—Buena suerte —le deseó no sin cierta ironía, levantando su vaso en un brindis. Sabía que se estaba enfrentando a un imposible.
—Mujer de poca fe. Sé que no va a ser una camino de rosas, pero cuento con un arma muy poderosa.
—Por si no lo sabes, te recuerdo que aquí las cosas funcionan de diferente forma —repuso para provocarlo.
—El escándalo —aseveró Justin con una de esas sonrisa que ponía cuando sabía que podía ganar—. Es a lo que más teme esta gente. El qué dirán… las murmuraciones…
—¿Y ella lo entenderá?
—No. Pero no me queda otra opción. Tengo que conseguir que acepte de una vez que debe separarse, que su futuro está conmigo. Y tú deberías apoyarme, al fin y al cabo sales beneficiada.
—No estoy segura de querer a Jorge libre.
—Mientes. Es la primera vez que te veo perder los papeles por un hombre, no me vengas ahora con cuentos.
—Ésa no es la cuestión —suspiró cansada de todo eso.
—Te equivocas, puede que creas erróneamente que existen muchas cosas que os separan, pero no me negarás que no tardaste ni un minuto en… —tosió—… ya me entiendes.
—Puede que simplemente tuviéramos algo pendiente si te refieres al sexo… sin embargo, eso no es suficiente. En cuanto él descubra toda la verdad…
—Si de algo presumo es de fijarme en cada detalle, en cada gesto, y sé que él, hagas lo que hagas, come de tu mano. —La miró con cariño antes de añadir—: Sólo que aún no lo sabe.
—Para ser tu enemigo hablas de él con respeto.
—Dejando al margen que te deseo lo mejor, en este caso tu felicidad parece unida a la mía; entonces, ¿por qué no matar dos pájaros de un tiro?