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—No puedes hacer eso —estalló Jorge, completamente frustrado ante la cabezonería de ella—. Tienes que entenderlo de una puta vez. —Dio un golpe sobre la mesa intentando comprender por qué demonios mostraba tanto interés en reabrir la librería. Sin duda la razón más obvia era para cabrear a las fuerzas vivas de Ronda, no se le ocurría otra.

—Puedo y voy a hacerlo —repuso obstinada Claudia mirando de reojo a Justin, que parecía observarlos con algún oculto interés, en silencio y sin perder detalle, eso sí, convenientemente oculto tras un montón de papeles.

—Eso es como agitar un trapo rojo delante de un toro —insistió él intentando que desistiera.

Conocía perfectamente la forma de pensar de la gente importante, con su madre a la cabeza y el obispo como lugarteniente de la cruzada anti Claudia; ya estaban bastante soliviantados como para que encima los provocara de esa forma.

Habían cosas que no se perdonaban, por mucho dinero que se tenga.

—Nadie tiene por qué sentirse amenazado, abrir un negocio no puede ser cuestionado —alegó ella sabiendo perfectamente que no era un negocio más.

—Joder, Claudia. Que aquí las cosas son diferentes —repitió una vez más con los dientes apretados, a ver si con un poco de suerte conseguía que olvidara el tema. Por intentarlo que no quedase, pero dudaba que ella se bajara del burro.

Claudia volvió a mirar a su abogado; seguía en silencio, sentado en un sillón, al fondo del despacho, revisando documentos, comportándose como si nada, aunque ella sabía que a Justin rara vez se le escapaba algo.

Más tarde hablaría con él; además, tenía que preguntarle dónde había pasado la noche.

—Deja de decir siempre lo mismo —le espetó cansada de oír la misma cantinela una y otra vez—; cada vez que pretendo innovar, acabas poniéndome palos en las ruedas con tu estúpida frase de «aquí las cosas son diferentes». —Esto último lo dijo en tono de burla.

Ya estaba hasta la peineta de escucharlo decir siempre lo mismo.

—Si te lo repito es porque sencillamente parece que no lo entiendes —arguyó negando con la cabeza. En el fondo admiraba su tesón, pero no era el momento y ella debía aceptarlo.

—Entiendo perfectamente las cosas a la primera, simplemente no comparto tu opinión.

—No es mi jodida opinión. Métetelo en la cabeza, sabes perfectamente que si de mí dependiera podrías hacer lo que te viniera en gana. —Qué mujer, era digna de admiración. No podía sentirse más orgulloso de ella.

—No me extraña que aquí las cosas nunca cambien, si todos piensan igual que tú…

Abandonó su escritorio para caminar hasta la ventana y, tras correr el visillo, miró hacia el exterior: las reformas iban a buen ritmo y estaría todo listo para la vendimia. Uno de sus principales objetivos iba a cumplirse. Afortunadamente Jorge había aceptado que era ella quien tomaba las decisiones y ya apenas discutían cuando ella hablaba con proveedores, reparadores o cualquier otra persona relacionada con la puesta a punto de las bodegas, pese a que delante de terceras personas él podía sentirse ninguneado al no ser más que el mero portador de un apellido relacionado con el negocio, pero a su favor había que reconocer que se lo tomaba bastante bien e incluso bromeaba con aquellos intermediarios que se quedaban patidifusos al ver que era una mujer y no él quien firmaba los cheques.

Sin embargo, su negativa a reabrir la librería empezaba a cansarla; era una decisión ciento por ciento personal, algo que a él no le incumbía, así que no iba a tener en consideración sus objeciones.

—¿Crees que a mí me gusta lo que le hicieron al señor Torres? Pues no, me pareció una putada, en eso estamos de acuerdo. Pero, ya que has conseguido sacarlo de Ronda, cabreando a quienes piensan que debía pagar por sus inexistentes pecados durante el resto de su vida viviendo miserablemente, deja que se calmen, deja que lo olviden y no te conviertas en su objetivo.

—No veo el problema por ningún lado. Si lo que te preocupa es mi integridad física, gracias, pero tengo pasaporte británico.

—Eso no te garantiza nada. —Jorge ya no sabía qué más decir o hacer con esa insensata—. Sé cómo actúan. Pueden conseguir que tus intereses aquí se vayan a pique y eso sin contar con el descrédito social.

—Ya hablan mal de mí, así que… —Se encogió de hombros—. No supone ninguna novedad.

—El alcalde te tiene en su punto de mira y no te olvides del obispo; aquí esa gente tiene mucho poder y tú te has negado en repetidas ocasiones a recibirlo.

—No entiendo por qué un obispo tiene tanto interés en hablar conmigo. ¿Qué quiere de mí? Aparte de hacerme perder el tiempo, claro está.

—Tú no lo entiendes, o no quieres entenderlo. Aquí, para cualquier cosa se cuenta con ellos. ¿Qué te cuesta recibirlo? Joder, si sólo tienes que hablar con él, decirle buenas palabras…

—Besarle el anillo y mostrarme sumisa y obediente, ya lo sé. —Inspiró profundamente para calmarse—. No puedo hacerlo, Jorge. Y ya sabes por qué.

Claro que él lo sabía, conocía toda la historia de la tragedia familiar de ella, como que el primero en no hacer nada para ayudar a sus padres fue el párroco, dejándolos morir. No quería entrar en esos momentos en detalles que para ella serían dolorosos, pero debía lograr que abandonara su loco propósito para no enfadar más a quienes podían causarle mucho daño.

—Te entiendo; sin embargo, podías «evitar» dar más que hablar.

—No.

—Al menos por un tiempo. Si no vas a abandonar la idea, por lo menos aplázalo. Deja que se calmen las cosas, que vean los resultados de tu trabajo y dejen de considerarte peligrosa.

—No.

—¡Joder! —exclamó furioso.

Ése era otro de esos instantes en los que hubiera cogido media botella de cualquier licor disponible para calmar su mala hostia, pero claro, abandonar la bebida no siempre es fácil.

—Él tiene razón.

Ambos se giraron al escuchar al abogado, que por fin había decidido intervenir.

—¿Cómo dices? —murmuró ella molesta.

—Santillana tiene razón —repitió sin alterarse sabiendo que sus palabras no le sentaban nada bien.

—¡Será posible…! —se quejó ella incrédula.

¿Ahora tenía al enemigo en casa?

—Vaya, quien lo iba a decir, Parker y yo tenemos algo en común —se guaseó Jorge mirándolo a la espera de respuesta.

El aludido se mordió la lengua para no incluir, de momento, en voz alta otra cosa que añadir a la lista. Tenía que ser hábil para poder llevar a cabo sus planes, y eso incluía ser prudente.

—Él conoce mejor que nadie cómo se las gastan por aquí los que se consideran amenazados y tienen poder para tomar represalias, Claudia. —Se puso en pie con lentitud dejando perfectamente apilados los papeles que le habían mantenido ocupado—. Estoy con él; por mucho que me joda reconocerlo, tiene toda la razón. Si abres esa librería te buscarás demasiados problemas y eso, lo quieras ver o no, nos afectará a la hora de conseguir nuestro objetivo primordial.

—La jerga de abogado es sumamente rimbombante, pero ha dado en el clavo —convino Jorge aprovechando para, ya de paso, criticar un poco, que nunca iba mal.

Claudia los miró a los dos, vaya par. Había cosas que por mucho que se intentara no cambian y eso sólo demostraba esa especie de solidaridad masculina que ambos mostraban. En el fondo eran hombres, así que eso lo explicaba casi todo.

Justin entendía la obstinación de ella por buscar una forma de restituir a ese hombre lo que le pertenecía y, de paso, dar en el morro a más de uno, aunque fuera del todo contraproducente. Sin embargo, en ese asunto ya no debían arriesgarse más, no todo el mundo aceptaba que una mujer, a la que consideraban una cazafortunas y una traidora, manejara una empresa tan tradicional.

Sin duda la primera en proclamar tales apelativos no era otra que doña Amalia.

—Ahora debemos concentrarnos en reflotar las bodegas y no podemos permitirnos el lujo de buscarnos problemas innecesarios. —Levantó la mano para que ella no lo interrumpiera—. Sé que es algo personal y que te cuesta mucho renunciar, pero es lo mejor, créeme. Puede que él —señaló a Jorge— sea un miembro destacado de la comunidad y que eso pueda jugar a tu favor, pero estoy seguro de que su madre no piensa lo mismo.

—Si por mi madre fuera, haría un auto de fe en medio de la plaza mayor para escarnio tuyo y disfrute de tus opositores —apuntó Jorge con guasa.

—Vaya, gracias. Pero eso ya lo sabía —contraatacó entrecerrando los ojos para advertir a su amigo que más tarde hablarían, ya que prefería no tratar ese asunto delante de Jorge.

—¿Y por qué no aprovechamos la ubicación de ese local en nuestro beneficio? —sugirió Jorge adoptando un tono y una postura de hombre de negocios. Una faceta que hasta ahora casi nadie conocía.

Claudia lo miró parpadeando y esperando a que ampliara su teoría.

—¿Como por ejemplo? —le instó Justin interesado en la posible propuesta. Con un poco de suerte podían, entre los dos, conseguir que ella abandonara su alocada idea.

—Sorpréndeme —murmuró Claudia cruzándose de brazos. A saber con qué disparate salía ese hombre.

Jorge sonrió de medio lado pensando en las distintas formas en las que podía cumplir su sugerencia, pero claro, tenían testigos y la verdad, con Parker delante, no estaría muy inspirado.

—Ese local puede servirnos como punto de venta. De promoción de la marca. Está en una de las mejores calles, de las más transitadas —explicó con entusiasmo.

—No está mal… —reflexionó el abogado pensando en las posibilidades de esa idea.

—Es una idea cojonuda —aseveró Jorge algo picado por el tonito indolente empleado por Justin.

—Podríamos publicitar el producto. Atender el mercado minorista, el cliente final. Pero también atender pedidos a distribuidores a gran escala —apuntó Justin asintiendo.

—Y no sólo eso, también podríamos tener el producto para su degustación —remató Jorge.

Claudia arqueó la ceja ante el súbito e incomprensible entendimiento de esos dos; cosas más raras se habían visto, pero si unos días antes alguien lo hubiera vaticinado, sin duda habría sido tomado por iluso. Esos dos, que ahora le llevaban la contraria, no podían tener nada en común.

Los observó situarse sobre el escritorio, haciendo anotaciones mientras comentaban las posibilidades. Hablando tranquilamente de lo que aquello podía suponer.

Que si una novedad que atraería a turistas, que si una forma diferente de patrocinar su cosecha, que si esto, que si lo otro…

Allí, trabajando hombro con hombro, dejando a un lado su recelo mutuo.

Como dos chiquillos ilusionados.

Puede que sus cavilaciones chocaran frontalmente con su propuesta inicial, pero hasta podía ceder con tal de verlos así de compenetrados.

Si ella no podía hacer realidad uno de sus sueños, al menos tendría la satisfacción de que ese par de caballeros, tan importantes en su vida, habían conseguido llegar a un punto de común acuerdo.

Y eso sin olvidar que la propuesta de un Jorge, que por fin demostraba que tenía cualidades para los negocios cuando se lo proponía, era una excelente idea de futuro.

Caminó hasta situarse junto a ellos para seguir escuchando sus diferentes aportaciones.

—¿Qué te parece? —inquirió el abogado, dirigiéndose a ella, cuando los dos terminaron de configurar su idea.

Podía ser un poco mala y hacerles sufrir, sólo por haberla desplazado y por llevarles la contraria.

—Es una idea cojonuda —aportó Jorge ante su silencio.

—Y sobre todo novedosa —remató el otro conspirador.

—Lo pensaré —dijo ocultando su sonrisa ante la carita de desilusión de ambos.

—Joder… ya verás cómo al final tenemos librería y aquelarre popular para protestar —resopló Jorge poniendo los ojos en blanco.

Ella los hizo esperar unos instantes más, dándose golpecitos con el índice en los labios y mirando a uno y a otro alternativamente.

—Claudia… —advirtió Justin impaciente.

—Está bien. He de reconocer que la idea es buena y… De acuerdo. Convertiremos el local en un punto de venta.