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Ella se guardó su sorpresa por tan inusual petición, no era lo que hubiese esperado en esos momentos. No tenían por qué mantener una conversación, es más, ella preferiría evitarlo, ya que cualquier mínimo intento de conversación podía desembocar o en una amarga discusión o en confidencias que no podía permitirse.
Sin hacer comentario alguno, caminó hasta el carrito de las bebidas dándole la espalda, consciente de su aspecto ligeramente descuidado.
Él se recreó la vista con su trasero bien delineado por el exquisito corte de su vestido negro y vislumbrando la ropa interior que la cremallera a medio bajar dejaba a la vista.
—¿Qué te apetece tomar?
—Agua tónica —pidió y hasta a él mismo le sonó raro, pero se había propuesto firmemente dejar la bebida y no podía flaquear cuando ni siquiera habían pasado veinticuatro horas. Había tomado una decisión y la cumpliría a rajatabla. Esperaba ser así de fuerte en otros aspectos, empezando por el de no perder la cabeza, otra vez, por ella.
Ella arqueó la ceja pero no hizo ningún comentario al respecto; esperaba otra indicación bien distinta, pero en el fondo se alegraba de que aparcara, aunque fuera por un día, su inclinación autodestructiva por el alcohol. Para sí misma se sirvió un licor suave y, tras entregarle su bebida, se sentó a la espera de oír lo que fuera que él tenía que decir.
Mantener una mínima distancia física la ayudaría para no terminar cayendo de rodillas, si él supiera… Pero no iba a exteriorizar el sufrimiento acumulado con palabras insultantes. Prefería mantener el silencio.
—Tú dirás —murmuró ella moviendo los hielos en su vaso. Estaba adoptando una postura distante, quizá algo contrariada por los recientes y peligrosos recuerdos.
—Tal vez quien tenga más que contar seas tú —contraatacó él tras poner cara de asco al dar el primer sorbo. Le faltaba algo… «Sé fuerte —se recordó—, tienes que lograrlo, distraerte con otra cosa… Un buen comienzo puede ser la noche que tienes por delante»—. Empezando por explicar ciertas cosas.
—¿Cómo por ejemplo? —inquirió haciéndose la tonta. Lo conocía, y esa muestra de indiferencia le haría saltar, pero era su escudo.
Él dejó con brusquedad el vaso sobre la mesita auxiliar y se pasó la mano por el pelo. Así no iban a ninguna parte.
—Dieciocho jodidos años, Claudia. ¡Dieciocho! —exclamó señalándola con un dedo—. ¿Y aun así tienes la desfachatez de fingir que no sabes a qué me refiero?
Jorge nunca fue amigo de subterfugios ni de rodeos.
Tarde o temprano iba a surgir esa pregunta, ella bien lo sabía, pero no tenía la respuesta que él deseaba oír. Ni ella sentía la necesidad de contestarle, pues ante todo quería proteger su vida y la de Victoria.
—Es mejor que olvidemos eso —le recomendó ella bebiendo un sorbo para tener una excusa y dejar de mirarlo tan fijamente.
—Dirás que es más conveniente para ti que lo olvidemos —continuó él al ataque—. Joder, es que por más que lo intento no consigo comprender tu actitud. Vuelves para qué, ¿para joderme la vida de nuevo? ¿Para qué, Claudia? Dímelo de una maldita vez, no soporto este juego del gato y el ratón al que te has vuelto tan aficionada.
—Eres libre de pensar así. Yo no tengo por qué defenderme.
—Maldita sea, Claudia. Miénteme, invéntate una historia, pero no seas tan jodidamente indiferente —gritó completamente frustrado por la actitud esa mujer. ¿Cómo podía mantener la calma? Tenía que haber algo que le hiciese saltar.
Ella abandonó el pequeño sofá y se puso en pie.
—No estoy de humor —dijo simplemente, crispándolo aún más.
Recuperó su bebida y se acabó la maldita agua tónica, qué mierda. Tendría que buscar algo medianamente decente para sustituir su afición al alcohol, si no, acabaría con dolor de estómago.
—Está bien —accedió él—. ¿No quieres hablar? ¡Perfecto! Vayamos al grano —apuntó quitándose la americana con movimientos bruscos y con expresión de fastidio, tirándola de cualquier manera sobre el sofá, aunque con lo rudo de su proceder cayó en el suelo.
—Será lo mejor —convino ella dirigiéndose al dormitorio.
Jorge la alcanzó en dos pasos, cuando ella aún no había pulsado el interruptor de la luz, se pegó a ella y la sujetó de las muñecas, impidiendo que ella misma terminara de bajarse la cremallera del vestido. Hizo que las dejara a un lado, continuando con su actitud zafia, para ser él quien se ocupara de desnudarla.
—Deja que haga mi trabajo.
Claudia suspiró; de nuevo tenía junto a ella al hombre cínico y burlón, enfurruñado por no salirse con la suya y dispuesto a herirla, sin importar las consecuencias.
Sintió las manos de él a su espalda deslizando la cremallera hasta el final, coincidiendo con el principio de su trasero. En ese momento daba igual dónde la tocase, cada centímetro de su piel mandaba señales a su cerebro de que aquello iba de nuevo a descontrolarse.
—Nadie te obliga a continuar —apuntó ella, no para corregirlo, sino para ponerlo a prueba. No quería imaginar la posibilidad de que él se largara dejándola así.
—No me vengas ahora con que te preocupas por lo que pienso —protestó él separando las dos partes del vestido negro y empujándolo hacia abajo para que cayera al suelo, dejándola con una liviana combinación de seda.
A Jorge no debería sorprenderle a esas alturas de su vida la lencería femenina, pues estaba más que acostumbrado a ella, pero, en ese caso sí era diferente. Prendas como ésa no se veían muy a menudo en los clubes de alterne y whiskerías que él frecuentaba con asiduidad, dejándose en ellos una fortuna y malgastando su tiempo a la vez que se destrozaba físicamente con tanto exceso.
Evidentemente, ella vivía en una ciudad donde podía encontrar mucha más variedad y, por supuesto, costearse esas creaciones. Una mujer de su clase siempre vestía exquisitamente, por dentro y por fuera, no debía extrañarse por ello, sólo disfrutar de cómo moldeaban su cuerpo y de lo que escondían debajo.
Únicamente conocía a otra mujer que tuviera el mismo gusto eligiendo prendas íntimas.
Tuvo que conformarse con la luz procedente de la salita y vislumbrar su cuerpo enfundado en seda negra, pero bien podía apañarse con el tacto.
Conocía su cuerpo, sus curvas, pero ella era como el buen vino, mejoraba con los años. Qué lejos quedaba la chica joven y alegre, inexperta y curiosa por la que hubiera dado todo cuanto tenía.
La rodeó con los brazos desde atrás, posando ambas manos sobre su estómago e instándola a que se recostara sobre él y así ser partícipe de la erección que tensaba sus pantalones.
—Es mejor así —musitó ella dejándose llevar, sintiéndolo a su espalda, cerrando los ojos para no pensar.
—No estoy de acuerdo —dijo él también en voz baja—. Pero haré un esfuerzo.
Lo que no iba a decir en voz alta es que averiguaría hasta el último detalle de lo ocurrido, porque algo no cuadraba. Se le escapaban, no una, sino varias piezas del rompecabezas y qué mejor que tenerla a su lado para enterarse de todo.
—Prométeme una cosa —pidió ella colocando sus manos sobre las de él, no para que dejara de acariciarla, sino para sentirlo.
—No —repuso él con rotundidad—. Si no vamos a hablar de lo que pasó… —«Por el momento», pensó—… no voy a prometerte nada.
—Muy bien —accedió ella en un suspiro resignada. Ya vería el modo de exponerle sus ideas.
—De acuerdo entonces.
Jorge movió una de sus manos y la colocó en el costado desde donde empezó el lento descenso hasta llegar al borde de su combinación y así poder arrastrarla hacia arriba y rozar la piel de su muslo.
—Nada de preguntas —insistió ella alzando los brazos para aferrarse a él. Separó las piernas para no entorpecer sus avances. La humedad en sus partes íntimas iba en aumento y el deseo también, por lo que prefería dejarse de tonterías.
—Sólo esto —murmuró él posando la palma sobre su coño, aún tapado con la fina tela de sus bragas—. ¿Verdad?
Comenzó a mover su mano y ella se arqueó aún más, pues no era una simple caricia: la fricción de la tela contra su clítoris estaba causando estragos en su libido. Aquello era demasiado bueno para echarlo a perder a causa de los malos recuerdos.
—Sí —jadeó y, al hacerlo, su respuesta quedó ahogada por su gemido.
—Dejarás que me meta en tu cama pero no en tu vida, ¿no es eso?
—Sí —respondió de nuevo al tiempo que enredaba las manos en su pelo, despeinándolo.
—No te preocupes, sabré estar a la altura de las circunstancias —aseveró conteniéndose para no gritarle y conseguir de una puta vez las respuestas que se moría por escuchar.
Enganchó con los pulgares las dos finas tiras y se las bajó para que la combinación se deslizara por su cuerpo hasta quedar arrugada a sus pies. Acto seguido desabrochó el sujetador y le bajó las bragas para después girarla y tenerla frente a frente.
En la penumbra no se podían admirar todos los detalles, pero sí fueron conscientes de las miradas que se dirigían y del deseo mutuo.
Jorge inclinó la cabeza y se lanzó en picado a por sus labios, besándola con energía, pero no con la rabia del día anterior; no pretendía magullarla, sino excitarla al máximo. Ella le devolvió el beso con el mismo ímpetu o incluso más, acunando su rostro como si aún no terminara de creérselo.
Nada había cambiado.
Pero todo era diferente.
—Jorge…
Él se estremeció al oír su nombre en ese tono ronco e insinuante, llevaba tantos años anhelando ese instante… Definitivamente debía encontrar la forma de desenterrar los secretos que ella ocultaba.
Sí, ocuparse de satisfacerla a la par que de desenmascararla iba a ser una tarea de lo más insinuante y explosiva.
Ella estaba completamente entregada, lo cual, lejos de suponer algún tipo de conflicto interno, era la muestra inequívoca de que no sólo lo deseaba físicamente, su anhelo era en cuerpo y alma, porque él era el motivo por el que nunca pudo aceptar a otro hombre.
—Vamos… —Se apartó de él y le indicó la cama, no tenía mucho sentido demorarlo más.
—No —contestó él dejándola perpleja—. No voy a tirarte en la cama, metértela y follarte sin más.
—¿Perdón?
—Ya me has oído. —Se situó de nuevo frente a ella y le pellizcó un pezón. Quería mucho más que un simple revolcón rápido y efímero, de esos que únicamente te proporcionan unos segundos de satisfacción. Si tenía la oportunidad, y la experiencia, para conseguir que aquello fuera memorable, no iba a desperdiciarla.
—¿Qué pretendes? —preguntó con suspicacia.
—Me he gastado el suficiente dinero en putas como para haber aprendido a satisfacer el cuerpo de una mujer. —Nada más pronunciar esas palabras se arrepintió; joder, a ninguna mujer le gustaba saber eso.
—Muy bien —aceptó ella levantando la barbilla.
Altiva hasta sus últimas consecuencias, pensó él.
Dolida en lo más profundo, se sintió ella.
Pedirle perdón por sus desafortunados comentarios suponía entrar en un terreno lleno de trampas, por lo que de nuevo la besó y simultáneamente apretó de nuevo el pezón, manteniendo la presión unos segundos antes de soltarlo y buscar el otro para ofrecerle la misma atención.
Ella jadeó en su boca, tensa y dolorida, por aquella atención.
—Voy a devorarte…
—Eso espero —replicó ella.