51

Claudia regresó al salón tras mantener una exasperante conversación con Victoria acerca de la costumbre de la chica de tomar decisiones sin contar con su opinión.

Como por ejemplo invitar a Jorge a cenar sin preguntar antes, de tal forma que, al estar él presente, no le había quedado más opción que disimular y sonreír.

Allí la esperaba éste, tan tranquilo, sentado en el amplio sofá, con el periódico entre las manos. Parecía el dueño y señor.

Ajeno a todo. Y que así fuera durante mucho tiempo.

Él levantó la vista y la vigiló de reojo mientras ella cerraba la puerta. No se perdió detalle cuando se sirvió una copa, caminó hasta el otro lado del sofá y, tras descalzarse, se sentó sobre sus piernas.

Ella se mantuvo en silencio, sin ser consciente de la tensión que estaba creando y Jorge, que no era amigo de ese tipo de juegos, se removió inquieto en su asiento. Cerró el periódico, lo dejó a un lado y la miró directamente.

Claudia bebía a pequeños sorbos, observándolo por encima del vaso; sin duda estaba perfilando su discurso. Lo que no llegaba a entender era por qué se obstinaba tanto en mantenerlo apartado de Victoria.

Ser una madre protectora podía llegar a entenderlo, al fin y al cabo la chica era menor de edad y estaba en una ciudad que no conocía, pero de ahí a intentar ocultársela…

Debía reconocer que le seguía costando asimilar que ella tenía una hija producto de su matrimonio, porque, si bien la joven era un encanto, significaba que Claudia había tenido una vida al margen de él.

¿Hipócrita? Desde luego, pero reconocerlo no evitaba que le escociera.

—Cuéntame con qué tipo de perversiones te divertías en París.

Jorge se quedó completamente fuera de juego al escucharla. Él estaba pensando en un tema completamente inocente y ella, a pesar de su aparente tranquilidad, le estaba dando vueltas a otro mucho más peligroso, aunque por supuesto mucho más excitante.

Claudia esperó su respuesta con un vaso casi vacío en una mano mientras que con la otra jugaba con sus perlas, sin dejar de contemplarlo. La razón de pedírselo simplemente obedecía a la curiosidad que había despertado en ella.

—¿A qué se debe ese repentino interés? —preguntó intentando mantenerse tranquilo al tiempo que pensaba en todas las posibles implicaciones de su petición.

—Si te soy sincera… —se encogió de hombros—, no lo sé. Simplemente he llegado a la conclusión de que yo no he tenido tanto tiempo libre, por lo que no he podido disfrutar de ciertos placeres, así que…

—¿Quieres recuperar el tiempo perdido? —apuntó él abandonando su lado del sofá para ponerse en pie.

—Hasta el momento no te has reprimido contándome tus batallitas, no veo por qué ahora te muestras de repente tan reacio —alegó ella.

—Joder… —masculló entre dientes.

Empezó a pasearse por la estancia, deseando controlar un nerviosismo creciente. Puede que al principio, debido al impacto que supuso verla tras dieciocho años, quisiera herirla, hacerle pagar el daño, y para ello nada mejor que humillarla tratándola como si fuera una más de sus múltiples aventuras; sin embargo, en ese instante las cosas habían cambiado, y mucho.

Así que no le apetecía narrarle sus batallitas sexuales.

—Soy un bocazas —dijo dándole la espalda mientras miraba por la ventana—. Jamás debí hablarte de Colette.

—Puede que no —convino ella. Dejó el vaso vacío en la mesita auxiliar y esperó a que él se atreviera.

Quizá el motivo de pedírselo obedeciera a una, hasta ahora, desconocida faceta autodestructiva y quizá escucharle hablar de sus proezas sexuales con otras mujeres era una forma de hacerse daño a sí misma, o una forma como otra cualquiera de ponerse a prueba.

No obstante, la explicación más sencilla solía ser la más cercana a la realidad: deseaba saber, a ser posible con todo lujo de detalles, hasta dónde se podía llegar en el tema del sexo.

Quizá también poseía una cara pervertida y en esos momentos quería salir a la luz. O tal vez él había despertado anhelos que nadie más había sido capaz de descubrir.

Jorge inspiró profundamente y murmuró:

—No debería haber dejado la bebida. —Miró de reojo la licorera, pero aguantó las ganas de servirse un trago.

Ella se soltó la melena y cambió de postura, poniéndose más cómoda para escucharlo. Estaba segura de que él terminaría por relatarle alguna de sus aventuras parisinas.

Jorge caminó hasta detenerse frente a ella, se pellizcó el puente de la nariz y se dejó caer de rodillas.

—Una noche… —se detuvo un instante parpadeando como si no se creyera ni él mismo lo que iba a decir—… Colette me desafió. Me retó a que no era capaz de satisfacer a dos mujeres al mismo tiempo.

Claudia ni parpadeó, se limitó a estirar el brazo y a acariciarle el pelo, mientras él, como si de un niño se tratase, apoyó la cabeza sobre sus piernas y empezó a juguetear con el dobladillo de su vestido.

—Da la casualidad de que en esa ocasión no estaba muy bebido, pero me lo tomé como una afrenta personal. Ella y yo ya habíamos… estado juntos, por lo que ambos conocíamos nuestros respectivos puntos débiles, así que, a pesar de que ella jugaba con ventaja, recogí el guante.

Las caricias relajantes de Claudia lo ayudaban a no sentirse muy violento. Mientras, recordaba lo sucedido aquella noche.

—Acompañé a Colette a su dormitorio —prosiguió él— y cuando quise acercarme a ella, me rechazó. —Se rió sin ganas—. Me regañó por impaciente y me hizo sentarme en el borde de la cama. Entretanto fue a llamar a otra de las chicas que trabaja con ella.

—¿Cómo se llamaba?

—No me acuerdo —contestó dándose cuenta de que era cierto. Para él rara vez era un dato que tener en cuenta, con la notable excepción de Colette.

—Sigue —le pidió manteniendo la mano en su cuero cabelludo para que se relajara. Esperaba que a medida que avanzase la narración no terminase clavándole las uñas. Ella se lo había pedido y, por lo tanto, ahora debía aguantar.

—Ellas comentaron algo en privado y luego vinieron hacia a mí. Yo permanecía sentado en la cama, a la espera. Colette se situó de rodillas detrás de mí y empezó a desnudarme, mientras la otra chica me tapó los ojos con mi propia corbata. «Para que sientas más», fue lo que me dijo en un susurro. A la par que me iban despojando de la ropa, me besaban y, al no ver, no sabía cuál de las dos era la que lamía mis labios o quién me mordisqueaba la oreja. Lo único que se oía en la habitación era la respiración de ellas dos a mi alrededor y la mía propia, cada vez más acelerada. —Hizo una pausa en su relato mientras metía la mano por debajo de la tela para dejar sus muslos a la vista—. Después me tumbaron sobre la cama y sentí cómo unas manos frías me agarraban la polla para empezar a meneármela; mis gemidos fueron ahogados por una de las dos al besarme y al acariciarme el pecho. Yo me puse de medio lado para poder tocar algo y, tras pasar la mano por el pelo de la que estaba entre mis piernas en un gesto de agradecimiento, busqué a ciegas con mis labios hasta que me pusieron un pezón en la boca.

Oírle contar aquellas andanzas le provocó un pequeño resquemor, pero, para su sorpresa, se excitó. Y el motivo no era simplemente la descripción de la escena, sino la forma en que lo contaba. No daba la impresión de que lo echara de menos, más bien parecía como si únicamente hubiera estado buscando algo, hablaba de esas mujeres con cariño, pero nada más.

—No me limité a chupárselo, así que fui moviendo mis manos a tientas por su cuerpo hasta que pude penetrarla con mis dedos. Yo estaba en la gloria, pues una me estaba haciendo una mamada de cinco estrellas y al mismo tiempo disfrutaba metiéndole mano a otra. A la que masturbaba se fue recostando hasta que se abrió de piernas para que yo pudiera lamerle el coño y, pese a seguir con los ojos vendados, no tuve mayor problema. —Inspiró antes de continuar hablando y subió aún más la mano que tenía entre sus muslos, pero cuidándose muy mucho de rozar sus bragas—. Y aquello se descontroló. Nos movimos para que ellas pudieran intercambiar su posición y escuché a Colette sugerirle a su amiga que no sólo debía chupármela, y entonces llegué a la conclusión de que hasta el momento la boca de ella había estado rodeando mi polla con maestría. Me tumbaron boca arriba y mientras la chica me lamía, Colette se puso de rodillas, encima de mí y me acercó su sexo a la cara, pidiéndome enérgicamente que se lo comiera todo.

Claudia gimió, mordiéndose el labio en un vano intento de que no se notara lo excitada que estaba. Si él subía un poco más la mano la encontraría completamente empapada.

Aunque lo cierto es que deseaba que él se dejase de sobeteos inútiles y rozara su sexo mientras continuaba con su relato. Separó un poco las piernas, dándole a entender que avanzara de una maldita vez.

—Te has puesto cachonda —aseveró él con una sonrisa y se sorprendió de que ella no manifestara lo contrario.

—¿Y? —repuso altiva. Una actitud por otro lado contraproducente en esos instantes, pero no pudo evitarlo.

Jorge se inclinó y la mordió en el interior del muslo provocándola deliberadamente. Ella, en respuesta a su ataque, le tiró del pelo.

—Me encanta cuando sacas la fiera que obligas a mantener dormida.

—¿No vas a contarme el final de la historia?

Él sonrió lascivamente antes de continuar.

—Como quieras. ¿Por dónde iba? —preguntó de forma retórica. Como era de esperar, ella no le respondió—. Bien, agarré a Colette del culo y me la acerqué a la boca para poder acariciar su sexo rasurado. —Ella dio un pequeño respingo al escuchar las palabras «rasurado» y «sexo» en la misma frase y él anotó esa reacción, quizá en otro momento le sería útil—. Entonces la chica que estaba con mi polla hizo algo que me dejó sin respiración… —Una pausa para crear expectación y porque a él mismo le seguía causando impresión—. Me metió un dedo por el culo y yo me corrí como nunca antes. La sensación desconocida (unida a que por lo visto me tocaron un punto irresistible, que de habérmelo dicho antes jamás hubiera permitido, pero que en aquel grado de excitación no pude oponerme) fue increíble.

—Yo nunca hubiera pensado que tú… —murmuró ella imaginándose la situación. Y a ese paso, de tanto imaginar, iba a deshacerse.

—Como te he dicho, yo tampoco la hubiera dejado, pero si algo he aprendido es a no dar las cosas por sentado, a no prejuzgar y a dejarme guiar por quien sabe. Y antes de que me lo preguntes, no, la cosa no acabó ahí. El reto estaba en dejar a las dos satisfechas y tuve que esforzarme. Me quitaron la corbata de los ojos. Tiraron de mí y me sentaron en el borde de la cama. Colette se colocó delante de mí, y se agachó para reanimarme, al fin y al cabo acababa de correrme. Lo que realmente me ayudó fue ver a la otra chica acariciarla a ella y no a mí. Observar a las dos besarse y cómo se pellizcaban los pezones… Joder, aquello hizo que casi acabara la faena antes de entrar en la plaza.

Claudia estaba en un estado similar al que él describía. No se podía tentar de esa forma y limitarse a suaves toques en sus muslos… necesitaba algo un poco más certero.

Así que le agarró la mano para situársela en su sexo, aún cubierto por la ropa interior empapada.

Jorge pareció entender su ruego y comenzó con un suave masaje en círculos, buscando su clítoris pero manteniendo la barrera de la seda.

—Cuando ambas gemían del placer que ellas mismas se producían, agarré la mano de Colette para separarla y le indiqué que se sentara a horcajadas sobre mí. Pero ella tenía otra idea en mente.

Claudia echó la cabeza hacia atrás, completamente agitada, sudorosa y necesitada de más. Definitivamente las experiencias de Jorge causaban en ella estragos. Nada de sentirse molesta, o celosa, entendía perfectamente la diferencia. Aquellos encuentros eran sólo por y para el placer, no implicaban otros sentimientos que al parecer únicamente reservaba para ella.

De nuevo esa inquietud interna que le recordaba lo impropio de todo aquello hizo su aparición, amenazando con estropear el momento.

Afortunadamente las palabras de él desterraron esa amenaza.

—Colette se sentó encima de mí, pero dándome la espalda; yo puse ambas manos en sus pechos y empecé a estimularlos mientras ella me montaba. Aquella postura no suponía ninguna novedad; sin embargo, ella tenía un as en la manga. Separó completamente las piernas de tal forma que la otra chica tuvo perfecto acceso y se arrodilló delante de nosotros para lamer a Colette mientras yo la penetraba. —Oyó cómo Claudia contenía sus gemidos y presionó un poco más sobre su sexo, sin querer deshacerse de sus bragas por el momento—. Y no contenta con eso, me agarró de los testículos, apretándomelos y acariciándomelos, consiguiendo que yo embistiera con más energía. No puedes hacerte una idea de las sensaciones que experimenté, mi cuerpo iba por libre. Cada vez que Colette se empeñaba en hacerme comprender algo diferente, algo que iba en contra de todas mis creencias, conseguía llevarme a su terreno, demostrándome que lo que nos han contado no siempre es lo adecuado.

—Jorge… —suplicó ella tirándole con una mano mientras que con la otra intentaba liberarse de sus propias bragas.

—Tranquila, yo me ocupo —dijo bajándoselas. Le alzó un pie y luego otro y se las guardó en el bolsillo de la chaqueta.

Separó completamente sus piernas y tras pasar la lengua un par de veces, comprobando lo que ya sabía, decidió penetrarla con un par de dedos y terminar su historia.

—Pedí a la otra chica que cambiara de postura, así que me eché hacia atrás y, mientras Colette seguía montándome, tiré de la amiga e hice que se tumbara junto a mí, de tal forma que pudiera meterle los dedos y conseguir que se corriera.

Claudia cerró los ojos y se lamió los labios resecos; ella era quien estaba a punto, ya no necesitaba saber el final de la historia.

—Y lo logré, alcanzó el clímax con mis dedos al tiempo que Colette se dejaba caer hacia atrás, exhausta y saciada. Después, las dos se colocaron una a cada lado y me besaron encantadas. La mujer se despidió, dejándome a solas con mi «maestra».

—Deja de hablar y haz algo —ordenó ella.

Jorge no iba a desobedecer y bajó la cabeza para poder saborearla; lamió sin piedad su clítoris, hinchado y sensible, hasta que notó cómo ella tensaba los muslos, reacción previa a su orgasmo.

Él no se conformó con uno solo y buscó en su memoria alguna otra batallita para contarle y acabar con ella rodando por la inmaculada alfombra.