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Claudia fue la primera en abrir los ojos.
Parpadeó y suspiró al darse cuenta de que hacía poco que había amanecido.
Sentía la respiración regular de él, a su espalda, signo evidente de que dormía a pierna suelta, un hombre afortunado. Ella, a pesar de haber acabado agotada, no había podido evitar despertarse tal y como lo hacía cada día.
Pero tras la intensidad vivida, no quería que fuera un día más, tenía que conseguir cambiar eso y hacerlo inolvidable.
No terminaba de acostumbrarse a dormir acompañada; algo que para el común de los mortales no era más que rutina, para ella significaba mucho más, no sólo por lo inusual de tal hecho, sino porque era algo temporal.
No sabía cómo iba a ser capaz de renunciar a esto… borró inmediatamente ese pensamiento negativo.
Llevó una mano a su cuello y acarició las cuentas de su collar de perlas, el mismo que Jorge insistía en que llevara como única prenda cuando durmiera junto a él y el mismo que le traía recuerdos imborrables de lo que se podía llegar a hacer con él.
Y lo que deseaba repetir cuanto antes.
A su cabeza no dejaban de llegar recuerdos recientes, de la noche anterior para ser exactos. Le había rogado algo completamente diferente y él, como en casi todo, no sólo había cumplido su objetivo, sino superado ampliamente sus expectativas.
Nunca antes había pensado que «eso» era factible, ya que, a pesar de haber escuchado rumores, siempre pensó que no podía ser o simplemente obviaba la posibilidad de ello, pues en la mayoría de las ocasiones no tenía ni tiempo ni ganas para preocuparse por temas de alcoba.
Sin embargo en esos momentos, con él a su lado, resultaba todo muy diferente: lo que hasta hace nada era poco menos que impensable, pasaba automáticamente a ser plausible y, por si fuera poco, ella se mostraba, además de interesada, encantada de seguir adelante, pues él se encargaba de ir venciendo lentamente sus temores, convirtiéndolos en confianza y deseo.
Sólo podía pensar en más.
Oh, qué contrariedad.
Suspiró y sintió ese hormigueo entre sus piernas, producto sin duda del deseo y de lo sucedido durante la noche anterior.
Jorge no se conformó con una sola ronda. Tras dejarla exhausta, física y emocionalmente, se empeñó en volver al cuarto de baño y ocuparse del aseo de ambos, pues le dio todo un sermón sobre higiene cuando se llevaban a cabo ciertas prácticas como el sexo anal.
Así que ella tuvo que «soportar» un nuevo remojón antes de poder acostarse con la intención de dormir; claro que él no compartía su idea, pues nada más apagar la luz se pegó a ella y comenzó una especie de ataque encubierto… Manos que pellizcaban «sin querer», lengua que lamía aquí y allá, dientes que mordían donde podían… hasta que se rindió a la evidencia y, pese a acabar acostada sobre su espalda, con él encima, en una postura de lo más convencional, aquello fue tan intenso y profundo como la más atrevida de las propuestas sexuales a las que él parecía haberla acostumbrado.
Algo tenía que hacer al respecto… pensó con una sonrisa pícara, acostada de medio lado sin moverse para no despertarlo mientras daba vueltas en su cabeza a la posibilidad de devolverle la pelota.
Se entretuvo un rato pasando una y otra vez la mano sobre el collar hasta que a su mente acudió una perversa idea.
¿Se atrevería?
¿Jorge lo permitiría?
Desabrochó el cierre y enredó las perlas entre sus dedos, jugueteando con ellas y mordiéndose el labio, indecisa aunque predispuesta a ser ella quien tomara no sólo la iniciativa, sino también quien lo sorprendiera.
Se giró en la cama para mirarlo, lamentando que en la penumbra reinante del dormitorio no pudiera verlo completamente, pero quizá esa semioscuridad la beneficiaba para seguir adelante con su plan.
Levantó un poco la sábana que le tapaba el torso y fue deslizando la mano enjoyada por su costado hasta llegar a su entrepierna, calentando así las perlas.
Esa mano viajó lentamente hacia el sur y acarició con ternura cada milímetro de su piel, deteniéndose en un punto si lo consideraba necesario; no tenía ninguna prisa por llegar, el recorrido resultaba tan interesante como el premio final.
Tras un intenso repaso sensorial su mano rozó su pene y lo encontró relajado; «menos mal —pensó con una sonrisita—, si no lo de este hombre no sería normal».
Cambió de postura para así seguir adelante con su perverso plan: apartó la molesta sábana y, con movimientos pausados para no despertarlo y que él se percatara de sus intenciones, fue gateando hacia abajo, conteniendo las ganas de posar los labios donde antes habían estado sus manos; llegó hasta su miembro, que si bien aún no estaba del todo dispuesto, sí tenía intenciones de estarlo en breve. Se acomodó entre sus piernas y se mordió los labios.
Una última duda mientras se armaba de valor y apretó las perlas en su mano por enésima vez antes de humedecerse los labios para comenzar una línea de besos en su ombligo e ir bajando hasta lamer, de forma muy somera, el glande.
Jorge se removió inquieto, algo interrumpía su sueño, pero no la apartó, por lo que pudo proseguir su asalto en toda regla.
Sus labios fueron posándose por toda la superficie de su tronco y fue testigo de primera mano de cómo iba aumentando de tamaño.
Con la lengua realizó varias pasadas, ascendentes, descendentes, dejando un interesante rastro húmedo por toda la superficie.
Él protestó adormilado y llevó una de sus manos hasta donde ella estaba, como queriendo cerciorarse de que lo que notaba era real.
—¿Claudia…? —gimió aún en un estado de duermevela, sin ser todavía consciente de lo que le estaba haciendo.
No esperaba encontrarse con tal panorama a primera hora de la mañana; sin embargo, no iba a rechazar tal ofrecimiento.
Utilizó su boca, pero no para responderle con palabras, sino con hechos. Presionó con sus labios sobre la punta, absorbiéndolo completamente, confirmándole que aquello iba en serio. No era un sueño, ella estaba entre sus piernas dispuesta a regalarle un inolvidable despertar.
—Joder, pero qué… —continuó él en ese tono semiinconsciente. No era en ningún caso una protesta, simplemente la reacción lógica de un hombre cuando se encuentra en una situación como ésa.
Ella acercó la mano en la que tenía enrollado el collar y abarcó su polla, deslizando las cuentas por su piel para proporcionarle un masaje extra. El sonido de las perlas chocando entre sí al tiempo que lo acariciaban marcaba el ritmo de sus arrumacos.
Jorge no abrió los ojos, a pesar de estar ya completamente despierto; se limitó a gozar y a sentir sobre su erección lo que ella estaba dispuesta a darle, no podía poner objeción alguna.
Claudia dejó de masturbarlo con la mano y desenrolló las perlas para dejarlas deslizarse sobre su pelvis, de tal modo que uno de los cabos cayera hacia abajo, quedando por encima del perineo y rozando su ano.
Por el momento él no se percató de ese detalle, al estar más pendiente de la boca que lo succionaba y así continuó, lamiéndolo, arriba y abajo, el tronco, sacando la lengua para no dejar ni un solo milímetro sin humedecer y deteniéndose en sus testículos, a los cuales dedicó la misma atención, para así excitarlo al completo.
—Qué bueno… —murmuró un hombre feliz a primera hora de la mañana arqueando la pelvis para metérsela más profundamente y sentirse por completo rodeado de la humedad y la calidez de su boca.
Ella, animada por sus gemidos y sus movimientos, que denotaban aprobación, se volvió más intrépida y tiró de forma sutil del collar para que rozara esa zona tan sensible y olvidada.
Balanceó la joya por encima de sus testículos dándole otro motivo más para gemir.
—Sigue… —murmuró con voz ronca encantado con todo lo que le estaban haciendo.
Pero simplemente rozarlo no era su objetivo final, pese a que todos esos pasos previos eran imprescindibles para no alertarlo.
Con un dedo humedecido en su propia saliva, posicionó una de las perlas justo en su ano y empujó suavemente, pero sin llegar a introducírsela; pretendía ir allanando el terreno.
Él debió, esta vez sí, de percatarse, de que cerca de su entrepierna no sólo había labios y manos, por lo que corcoveó intentando asegurarse de que no lo había imaginado.
Así que a Claudia no le quedaba más remedio que actuar y dar el siguiente paso antes de que él rechazara de plano su idea.
A la par que le lamía la polla, humedeció todas las perlas y después ya no se limitó a rozar, sino que apretó de tal manera que insertó la primera y rápidamente lo hizo con la segunda.
Ya no quedaba ninguna duda respecto a lo que se proponía.
Y él, si no lo había hecho ya, en esos momentos sí que estaba totalmente despierto.
La reacción no se hizo esperar.
—Pero ¡¿qué coño…?! —saltó incorporándose, pues no esperaba una invasión a traición de su retaguardia. Jamás hubiera pensado que Claudia fuera capaz ya no sólo de pensarlo, sino de llevarlo a cabo.
A pesar de su asombro, no la apartó y eso ya era incentivo más que suficiente para proseguir. Por eso ella inspiró profundamente para seguir acogiéndolo en su boca al mismo tiempo que con un dedo le encajaba las cuentas, dejándolas ahí metidas durante unos instantes para luego tirar de ellas en el momento menos esperado, causando serios estragos en la libido de él y en la suya propia, pues, como en tantas otras ocasiones, el placer de recibir era superado por el placer de dar.
Jorge no podía creérselo, aquello superaba cualquier expectativa previa, no era una mamada más, práctica de por sí suficientemente placentera como para sentirse satisfecho; si le añadías esa interesante variante, sólo podía calificarse de excelente.
No era la primera vez que lo penetraban; de hecho, al principio se negó en redondo y le medio engañaron para que se dejara, aunque después tuvo que admitir que le había gustado, pues incrementaba el orgasmo de una manera muy especial.
Y ahora Claudia, su Claudia, había tenido a bien proporcionarle tal sensación, y sin insinuárselo siquiera.
—Esto es mejor que bueno… —suspiró completamente entregado a ella.
Ella continuaba mimándolo con la lengua, dando increíbles pasadas alrededor de su glande, recorriendo cada recoveco, sin dejar de estimular su ano de tal forma que él se retorcía cada vez con más fuerza.
—Maldita sea, Claudia, me estás matando —gruñó siendo totalmente consciente de que estaba llegando al límite de su aguante y a menos de un paso de correrse.
Aquellas palabras sirvieron para animarla aún más, de tal modo que se aplicó a fondo, succionándole con más ímpetu, subiendo y bajando por su polla y sin dejar de introducirle las perlas, en esos instantes con mayor rapidez, pues él se retorcía exigiéndole con sus gestos que lo hiciera, que acelerase, y ella no iba a negárselo.
La acción combinada de su boca, acogiéndole y proporcionándole el calor y la presión justas, sumada a la estimulación anal suponían para él la mezcla perfecta para alcanzar el clímax.
Él se arqueó y embistió como un demente; en ese instante ella sintió el sabor del líquido preseminal y apretó los labios, esperando el resto.
—Voy a correrme… en tu boca.
—Eso espero —ronroneó ella, durante una pequeña pausa, dejándole totalmente anonadado con sus palabras.
Ya no había forma de parar aquello.
Jorge gimió, gruñó y se retorció. Su cuerpo, tenso desde los pies a la cabeza, por las acertadas caricias con las que ella lo torturaba y lo atormentaba, y al mismo tiempo lo consolaba y lo sorprendía, no podía contener el torrente que amenazaba con desbordarse de manera inminente.
Se incorporó y colocó ambas manos en su cabeza para llegar al orgasmo.
Ella estaba preparada y supo el momento exacto en el que tirar de su collar de perlas para que su clímax fuera tan intenso y devastador como los que ella disfrutaba.
No era cuestión de equilibrar la balanza, sino de poder ofrecerle algo desinteresadamente. Un simple gesto para que él gozara en igual medida.
Permaneció con la boca alrededor de su erección y absorbió hasta la última gota e incluso después de que él eyaculara completamente lo limpió de arriba abajo.
Él se inclinó hacia ella y agarrándola como pudo la ayudó a incorporarse para tenerla cara a cara y, tras acunar su rostro, besarla de modo exigente pero al mismo tiempo denotando su total sumisión a los deseos de ella.
En ese beso iba implícito que para él siempre resultaría un placer complacerla, fuera lo que fuese lo que ella pidiera.
Ella lo entendió a la primera, y se sintió mal por ello.