12

Claudia arrugó el telegrama que acababa de leer.

Aquello no podía ser cierto.

No obstante, lo era.

Debía haberlo imaginado, tarde o temprano iba a tener que enfrentarse a ello.

Mandar a su mejor amigo y abogado a encargarse del asunto no había sido más que una triste y torpe maniobra para esquivar la realidad y retrasar lo ineludible.

Estaba segura de que si Justin había optado por escribirle era simple y llanamente porque no quedaba más remedio.

Él era competente en su trabajo, de eso no cabía la menor duda, por lo que pedirle que le acompañara debía ser su última baza para poder solucionar ese desafortunado tema.

—Henry… —susurró recordando a ese viejo meticón—. ¿Cómo me haces esto?

Nunca sospechó que su mentor llegara a tal extremo. Cierto era que conocía sus orígenes, pues en su documentación constaba la fecha y lugar de nacimiento entre otros datos, pero nunca imaginó que a partir de eso él pudiera interesarse por el resto.

Conociéndolo, podía afirmar sin correr el riesgo de equivocarse que habría mandado a algún investigador privado para que recabase información en su pueblo natal.

Y evidentemente, con lo aficionado que era Henry a «compensar» favores, quedaba claro que en Ronda, con las necesidades básicas de subsistencia al límite, muchos optarían por irse de la lengua… y atar cabos era un juego de niños.

¿Desde cuándo lo sabía Henry?

¿Cómo lo hizo para que ni ella ni Justin sospecharan nada?

A pesar de todo esbozó una sonrisa recordándolo, genio y figura…

—¿Qué ocurre, mamá?

La voz de su hija hizo que dejara de cavilar en silencio.

Levantó la vista al ver entrar a Victoria. Ésta se acercó hasta ella y tras besarla en la mejilla fue a coger el arrugado papel, pero Claudia se lo impidió.

—No es nada importante —mintió—. Un ligero revés.

Si de verdad sólo fuera eso…

—No sé cómo puedes ocuparte al mismo tiempo de tantas cosas —murmuró la joven sentándose—. Yo me volvería loca.

Claudia sonrió comprensiva; tarde o temprano su hija tendría que asumir ciertas funciones, pero antes debía pasar por la universidad y después prepararse junto a ella para ir cogiendo confianza y conociendo el funcionamiento de las empresas Campbell.

—Eso lo dices porque tienes diecisiete años y sólo piensas en divertirte. —No era, ni mucho menos, una reprimenda. Era joven y se merecía disfrutar de las cosas de su edad sin mayores contratiempos. De ninguna manera quería que pasara por lo mismo que ella. Y hasta la fecha no tenía ninguna queja de Victoria, pues sacaba adelante sus estudios y era una chica amable y bastante alejada del prototipo de niña rica.

—¿Y? ¿Qué tiene de malo? —preguntó desde su limitada experiencia vital—. Siempre os he visto a Henry y a ti trabajar hasta tarde, preocuparos cuando las cosas no marchaban bien, viajar inesperadamente para resolver cualquier imprevisto… —Frunció el cejo—. Eso no puede ser bueno.

Y era cierto, pues en más de una ocasión se sentía culpable por tener que dejar a su hija al cuidado de niñeras y no poder pasar con ella todo el tiempo que hubiera deseado.

—Aprovecha el tiempo que te queda de holgazanear —bromeó su madre—, porque después, señorita, vas a trabajar muy duro —aseveró en tono amable.

—Ya veremos… —dijo riéndose y dando por finalizada la conversación. Se despidió de su madre con un beso en la mejilla y se marchó despreocupadamente. Como una joven más.

Observó salir de la estancia a Victoria y cerrar la puerta convencida de que la joven asumiría sus responsabilidades más adelante. De todas formas, tenía derecho a disfrutar de todo cuanto ella no pudo debido a las circunstancias.

En esos momentos, el futuro inmediato de su hija no era la mayor de sus preocupaciones, sino las escuetas y alarmantes palabras de Justin.

Negarlo no serviría de nada, ni esconderse.

Había llegado el momento de dar la cara.

Había tomado una decisión.

Una que ya no podía posponer por más tiempo.

Recogió el maltrecho telegrama y lo dobló para que recuperara, en la medida de lo posible, su estado original.

Pensó en guardarlo junto con otros documentos, pero prefirió hacerlo junto con sus efectos personales en su alcoba.

Lo más sensato era destruirlo, pero al final no lo hizo.

Después abandonó el cómodo butacón en el que reposaba, el que siempre ocupaba mientras charlaba con Henry, para dirigirse a su dormitorio.

Por el camino se detuvo en la alcoba de Victoria para explicarle, sin desvelar demasiado, sus planes más inmediatos.

Claudia respiró profundamente antes de llamar a la puerta; ese tema en particular llevaba consigo demasiado dolor y no quería, bajo ningún concepto, preocupar a su hija. Como en tantas otras ocasiones, aguantaría y soportaría en soledad toda la carga de su pasado.

—¡Adelante! —exclamó Victoria.

Su madre entró en la estancia y, pasando por alto el desorden, se acercó a la cama y se sentó en el borde.

—Sé que te había prometido… —empezó Claudia— pasar contigo más tiempo, pero ha surgido…

—¡Mamá! —protestó Vitoria con un mohín.

—Lo sé, lo sé, cariño, pero ha surgido un imprevisto.

—Para eso está Justin, él siempre se encarga de los imprevistos —le recriminó. Se sentó en el suelo y miró a su madre de mal humor mientras cogía al azar uno de los discos esparcidos por la alfombra. ¿Cuándo se iban a acabar los imprevistos?

—Serán quince días… —argumentó la mujer deseando con toda su alma que fuera cierto.

—Eso dices siempre —masculló la menor—. Y luego se convierten en treinta o más.

A Claudia, que entendía perfectamente el enfado de la joven, se le partía el corazón teniendo que omitir ciertos aspectos.

—Justin ya está allí. Me reuniré con él y juntos lo resolveremos rápidamente.

—¿Vas a viajar a España? —preguntó Victoria interesada.

—Sí —respondió respirando profundamente.

—Entonces estáis tratando el asunto de mi herencia, ¿verdad?

—Así es.

La chica se incorporó y miró a su madre.

—Muy bien…

Claudia respiró aliviada…

—… pero yo voy contigo.

… aunque no por mucho tiempo.

—Eso no es posible —argumentó rápidamente. De ninguna manera iba a permitirlo. Victoria jamás debía poner un pie en Ronda de Duero.

—Pues yo creo que es lo mejor. Al fin y al cabo… —repuso en tono meloso—, estamos hablando de mi herencia.

—No intentes convencerme con zalamerías. Aún no ha finalizado el curso y no puedes perderte los exámenes finales.

—Siempre dices que no me preocupo por mi futuro…

—No pasa nada si empiezas a preocuparte por él tras el verano. —Sonrió abiertamente. Su hija era una lianta de cuidado.

—¡Eso no es justo! —Enfatizó su protesta con un sonido de burla.

Claudia se puso en pie y se acercó hasta ella para abrazarla.

—Cariño, sé que te gustaría venir conmigo y seguramente serías de gran ayuda, pero ahora no es el momento.

—Ya lo sé —aceptó a regañadientes—. Pero me hubiera gustado ir contigo. Ya que apenas coges días libres, podían ser como unas vacaciones.

—Victoria, cuando vuelva de España nos iremos de vacaciones.

Su hija la miró con escepticismo y no era para menos, pues siempre surgían o bien asuntos de última hora que hacían adelantar el regreso, acortando los días de asueto, o bien imprevistos que retrasaban su marcha.

—Y podrás elegir tú el lugar —añadió para convencerla.

—¿De verdad?

—Sí. —Besó a su hija en la frente y la dejó en su dormitorio para salir en busca de Higinia.

Había medio convencido a su hija; no era tan tonta como para no darse cuenta de que la adolescente se barruntaba algo, pero de momento tenía que valer así.

La encontró en el cuarto de la ropa limpia revisando la ropa de cama y no debía de estar todo según sus normas, porque refunfuñaba por lo bajo mientras ordenaba las sábanas.

—Estas chicas… —masculló haciendo referencia a alguna de las doncellas—. No tienen cuidado con las cosas. Han vuelto a estropear la colada, éstas, por ejemplo. —Le mostró unas de las sábanas—. Va a ser imposible volver a dejarlas blancas. Cuando las pille por banda…

—Deja eso ahora —intervino Claudia—. Necesito que me prepares el equipaje. —Cerró los ojos un instante pensando cómo decírselo, porque si no lo hacía se terminaría enterando e Higinia era muy dada a las reprimendas.

—¿Otra vez de viaje? —inquirió en claro tono de protesta—. Parece el baúl de la Piquer… En fin, lo prepararé. ¿Y adónde va esta vez?

Claudia desvió un instante la mirada. Su fiel amiga y asistente personal conocía parte de la historia.

—A Ronda de Duero.