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Él se dio cuenta, por la cara que ella puso, de que ya no podía contener más sus reacciones.

Sin embargo, él no quería ocultar nada, no tenía sentido hacerlo y menos aún con el culo al aire.

Estiró la mano y comenzó una lenta y casi imperceptible caricia en su muslo antes de seguir hablando.

—Pues sí. A pesar de que ella se dedica a follar por dinero, es toda una señora. Me escuchó, por primera vez… —se detuvo presa de la emoción—… por primera vez en mi puta vida pude sincerarme con alguien. Pude hablar de lo que me reconcomía por dentro. De lo que habías significado para mí y del infierno en el que estaba viviendo.

Claudia sintió un nudo en la garganta, un nudo que iba apretándose más a cada momento y que no iba a poder deshacer jamás. Ella misma se estaba encargando de que fuera así.

—Colette no sólo me escuchó como si fuera un cliente más al que aguantar porque paga por su tiempo. Nunca antes había llegado a sincerarme así con una mujer, a excepción de ti, pero tú no estabas.

Jorge mantuvo la vista fija en el techo, con la mano apoyada en la cadera femenina, consciente en todo momento de quién lo estaba oyendo y que no sólo estaba contándole una historia, estaba sincerándose.

Todas esas palabras significaban mucho más.

—Con ella pude volver a sentirme medianamente bien. —Se rió sin ganas—. Luego volvía aquí, a mi vida de mierda y me dedicaba a trasnochar, a despilfarrar y a beberme hasta el agua de los floreros. ¿Qué te voy a contar que no sepas?

—Todos debemos enfrentarnos a nuestros problemas —apuntó en voz baja.

Él resopló desdeñosamente.

—No todos somos tan fuertes —le reprochó—. Para ti todo es blanco o negro, no eres capaz de ponerte jamás en la piel del otro.

Claudia percibió su enfado, pero sacarle del error suponía hablar de lo que ella tan celosamente mantenía en silencio. Inspiró para aguantar los reproches que seguramente quedaban por llegar.

—Tienes razón —musitó ella—. Siempre he sido así.

—Por eso no tienes motivo para sentirte celosa, ella es una amiga. No me la pone dura como tú. —Y para demostrarlo, le agarró la mano y se la puso sobre su polla—. No tienes más que mirarme y me tienes.

Ella sabía que para un hombre, para él, admitir todo eso suponía un gran esfuerzo; muchos podían considerar que se estaba rebajando o directamente quedando a la altura del betún, y todo por una mujer.

—¿No me vas a contar el final de la historia? —preguntó mitad interesada, mitad picada.

—Aprendí muchas cosas, entre ellas cómo tratar a una mujer en la cama. No voy a negar que nos lo pasamos muy bien, pero Colette prefería no implicarse más de la cuenta y en más de una ocasión llevaba a la práctica sus teorías con otras.

Claudia se mordió la lengua. ¿Qué iba a decir? ¿Que se moría de celos? ¿Que le ardía el estómago?

—Ya veo…

—Todo lo que hice allí me sirvió para darme cuenta de que las cosas no eran como me las habían contado. Aquí siempre se dice que el hombre está a pedir y la mujer, a negar. Y eso no es cierto. Al principio muchas de las conversaciones que tuve sobre sexo me dejaron completamente descolocado. Yo, como todos, sólo sabía una cosa: meterla.

—Nadie nos contó nunca nada —convino ella, aunque prefería dejar para otro momento esa conversación.

—Descubrí cómo, que hay mucho más. Que una mujer es mucho más que un mero receptáculo y que, si te esfuerzas y te olvidas de los prejuicios establecidos, obtendrás mayor placer.

—Siempre ha sido así, a mayor esfuerzo, mayor recompensa.

—Sí y no. —Le sonrió, ella siempre tan pragmática—. En el sexo hay que aparcar el pudor y esas rígidas normas que nos enseñaron. —Hizo una pausa al darse cuenta de que estaba dando rodeos—. No sólo me acosté con mujeres.

Ella abrió los ojos como platos y lo miró sin dar crédito a lo que estaba oyendo.

—¿Perdón?

—Sí, lo hice. Al principio me negué, pero… ¡Joder! No pude resistirme. Colette daba una fiesta muy íntima y poco a poco aquello se fue calentando.

—¿No podías negarte? —preguntó con sorna.

—Sí, allí no se obligaba a nadie. Si hubieras estado allí lo entenderías perfectamente. Cada día que pasaba iba descubriendo nuevos placeres, nuevas formas de disfrutar. Dejé que me enseñaran técnicas, posturas y prácticas que me llevaron al límite, por lo que poco a poco me fui dejando llevar.

—¿Te gustó?

Él sopesó si debía contarle con todo lujo de detalles lo que experimentó en aquella ocasión. Quizá podría sentir rechazo, pero por el tono con el que había formulado la pregunta se estaba mostrando bastante comprensiva.

A pesar de todo, Claudia escuchó interesada relatar la escena, imaginando que era ella quien estaba recostada en una enorme cama, sobre sábanas de satén color crema que aportaban frescura a su caliente piel, mientras él, entre sus muslos, lamía su sexo.

Uno de los invitados se acercaba a observar la escena; sin embargo, no era su intención quedarse sólo a mirar, por lo que estiraba el brazo para acariciar sus pezones. Ella gimió en respuesta, pero tampoco prestó mucha atención cuando el invitado se cambió de postura y sin preguntar acercó los labios a la erección de Jorge.

Nada más sentir unos labios sobre su polla, gemía encantado y se aplicaba aún más en lamer su coño, aun siendo consciente de que era otro hombre quien se la chupaba.

Ella se excitó aún más al contemplar aquella estampa y se retorció inquieta, a medio camino entre la necesidad de correrse y la posibilidad de observar.

Aquel hombre conocía perfectamente todas las teorías sobre una felación y Jorge estaba al borde del orgasmo. Era la primera vez que permitía algo así, pero no podía negar que, a pesar de cualquier idea preconcebida, su cuerpo reaccionaba.

Jorge se corrió en su boca y el hombre no dejó de acariciarlo y atenderlo hasta que remitieron todos los efectos del orgasmo.

Después se acercó a la mujer y Jorge entendió que él deseaba follársela, así que se apartó para facilitarle la tarea.

Se situó entre las piernas de ella y la penetró. Ella, encantada, gritó y extendió un brazo hacia Jorge para que la besara; por supuesto lo hizo: mientras el otro hombre se la tiraba, él devoró su boca. Poco a poco sintió cómo volvía a empalmarse.

Y no sólo por la escena en la que estaba participando, sino porque mirara donde mirase veía sexo.

No muy lejos, una mujer de color, con un arnés atado alrededor de sus caderas, penetraba a un hombre, que se retorcía y gemía encantado a cuatro patas, mientras otra mujer besaba a la primera al tiempo que se la meneaba al sumiso.

Jorge se acarició a sí mismo, pellizcó los pezones de la mujer y, tras permanecer unos instantes observando, pasó a la acción. Se situó tras el hombre y éste le indicó que podía hacer lo que estaba pensando, por lo que se la metió por el culo.

Se quedó quieto, para no dañarlo; sin embargo, a juzgar por los movimientos del hombre, era bien recibido, por lo que comenzó a follarlo sin preocuparse por nada más. Sólo el placer inmediato. Aquello le era totalmente desconocido y, combinado con el aliciente de lo prohibido, hizo que alcanzara el clímax en un tiempo récord.

No se preocupó de nada más; cuando acabó, dejó que ellos dos continuaran y se recostó tranquilamente para seguir observando la escena.

—Fue la primera vez —dijo él saliendo de sus recuerdos. La miró de reojo; ella permanecía atenta a sus palabras—. Y después repetí… —Cerró los ojos un instante, a la espera de las críticas o de, al menos, algún que otro comentario censurando su comportamiento.

Pero ella, lejos de censurarlo, empezó a acariciarle el estómago, pensativa e intrigada con las posibilidades de lo que acababa de escuchar.

—¿Sigues acudiendo a esos encuentros? —le preguntó de una forma sospechosamente tranquila.

—Ya no como antes. Poco a poco aquello fue perdiendo su atractivo y sencillamente ya no me seducía tanto. Seguía faltándome algo, no sé. Puede que mi cuerpo estuviera satisfecho, pero cuando regresaba a Ronda me daba cuenta de que todo seguía igual. Aquí intentaba buscar placeres similares, pero mencionar tan sólo una mínima parte de esas prácticas hubiera supuesto un buen escándalo. —Inhaló profundamente y continuó—: Atrapado en un matrimonio que no podía anular, ya poco o nada parecía importarme. De ahí que en mi último viaje a París únicamente fui a visitar a Colette. Dejamos a un lado todo el tema sexual, si surgía en la conversación tratábamos el tema como un simple intercambio de opiniones. Y terminé interesándome por su vida. Me contó cómo había acabado ejerciendo la prostitución y sus planes de futuro. Se parece mucho a ti, ¿sabes? —Estaba claro que con cada palabra Claudia iba a enfadarse aún más, pero al final lo entendería.

A diferencia de otras mujeres, no era de las que cogen la sartén por donde quema. Lo fácil hubiera sido enfadarse por lo evidente, pues, teniendo en cuenta cómo ganaba esa Colette el dinero, podía establecer una odiosa comparación.

Aún racionalizando la situación, no podía evitar sentir cierto desasosiego al saber que otra mujer había llegado a conocerlo tan íntimamente.

Una posición de lo más egoísta, desde luego, aunque inevitable: algunas reacciones que no pueden controlarse.

Saber que él se había acostado con mujeres y hombres de todo tipo podía llegar a molestarle, pero al fin y al cabo sólo compartió su cuerpo; sin embargo, en este caso sus conversaciones implicaban mucho más que un simple intercambio de fluidos.

—Las dos sois fuertes, emprendedoras, con cabeza para los negocios —prosiguió él—, decididas y con las ideas claras.

—Lo has dicho como si fuera malo —murmuró ella en voz baja, casi como si hablara más para sí misma. No era la primera vez que escuchaba críticas disfrazadas de halagos.

—A diferencia de otros hombres, a mí no me importa reconocer que una dama es más inteligente que yo para los negocios. Y a las pruebas me remito —añadió esto último con cariño; nadie mejor que uno mismo para conocer sus limitaciones.

—¿Eso quiere decir que estás de acuerdo con todas mis decisiones y que no vas a cuestionarlas?

Jorge se puso de medio lado para poder tocarla mejor. La besó en el hombro y fue subiendo hasta su oreja para poder murmurar:

—Ya te he dicho que me encanta que me dominen.

Ella se estremeció con aquella sencilla declaración. Giró la cabeza para poder besarlo, y se echó encima de él a medida que aquello iba adquiriendo mayor intensidad.

Jorge la agarró del trasero para que se subiera encima y ella no tardó ni cinco segundos en hacerlo, poniendo en práctica las sugerencias de él.

—Entonces tengo todo el poder —dijo ella apoyándose sobre sus hombros para inmovilizarlo.

—Siempre lo has tenido —admitió él sin rastro de cinismo.

Y ella prefirió no prestar atención a esa declaración.

—Perfecto. ¿Y cómo prefieres que haga uso de ese poder?