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—Explícamelo otra vez, porque no lo entiendo —masculló él evidenciando su disgusto por truncar los planes tan cuidadosamente estudiados.

Durante el trayecto desde la finca de los Santillana hasta el restaurante del hotel ninguno de los dos habló, pues cada cual intentaba analizar los hechos bajo su punto de vista.

Puede que volver a su lugar de nacimiento la hubiera afectado más de lo que daba a entender, pero la conocía; pocas cosas llegaban a influirla de tal modo que interfirieran en los negocios.

Pero es que, por más que le daba vueltas, no llegaba a ninguna conclusión satisfactoria y para él, partidario de la organización, que surgieran estos imprevistos era simplemente una posibilidad que prefería evitar.

Ella, que entendía el desconcierto de su abogado, no sabía muy bien cómo hacérselo entender, pues todos los planes originales se habían ido al traste, igual que horas de cuidadoso trabajo para no dejar cabos sueltos.

Claudia sabía lo meticuloso que era Justin en sus quehaceres, por lo que su enfado resultaba comprensible.

En el fondo esa posibilidad ya la había contemplado. Aunque, siendo sincera consigo misma, había preferido no dejarla salir a la superficie.

Pero engañarse a una misma es el peor engaño, por lo que debía ir asumiendo que no era tan fuerte como aparentaba, tan indiferente como le gustaría. Había dejado aflorar ciertas emociones que creía mantener a raya.

Pero ¿quién podía ser capaz de resistirse como si nada?

¿Cómo permanecer impasible?

Cuando Jorge la provocó, ella no se amilanó y le devolvió el golpe, con intereses, pues cediendo a su demanda no le hacía ningún favor, sino que apretaba aún más la soga que él tenía en el cuello.

Él parecía no haberse dado cuenta, pues estaba claro que su orgullo herido le restaba capacidad de raciocinio; si lo hubiera pensado un minuto más…

Sin ayuda financiera era imposible reflotar las bodegas.

—No te preocupes —lo tranquilizó finalmente mientras se sentaban a la mesa del restaurante del hotel.

Ya no tenía sentido ocultarse, a esas horas toda la ciudad estaría al tanto de su regreso. Y no se limitarían a mencionarlo, cada persona que transmitiese el mensaje se ocuparía de añadir un jugoso comentario.

A saber qué se diría a última hora de la tarde.

—Muy bien, no me preocuparé, pero eso implica que me cuentes algunos detalles —accedió él, todavía contrariado. Odiaba sentirse fuera de juego y así se había sentido cuando ella, rompiendo todos los esquemas, había aceptado esa loca proposición.

—Sabes tan bien como yo que no pueden lograrlo, no conseguirán ningún crédito —aseveró a sabiendas de que él ya se había percatado de ese detalle.

—No me refiero a eso —masculló molesto porque ella esquivara sus demandas—. En ese maldito despacho se podía cortar la tensión con un cuchillo. La señora Santillana, de haber podido, te hubiera clavado un cuchillo en la espalda nada más reconocerte. ¿No tienes nada que contarme?

Ella suspiró y tras cerrar los ojos un instante decidió no evitar por más tiempo parte de la verdad.

—La respuesta es sí. Conocía esa casa, conocía a esa gente, trabajaba para ellos.

—Joder… —Él silbó por lo bajo y, como no era tonto, sacó sus propias conclusiones—: Entiendo que saliste por la puerta de atrás.

Ella asintió.

Les sirvieron la comida y se alegró de que por el momento Justin se conformase con esa pequeña dosis de información. No estaba por la labor de compartir ciertos recuerdos; para ahondar en ellos primero tendría que afrontarlos.

Decidió centrarse en el pasado más inmediato, es decir, en lo ocurrido en la reunión de esa mañana.

Empezó a pensar en lo que le había propuesto, un imposible, era jugar sucio, conociendo de antemano sus dificultades y entonces…

Le vino a la cabeza otra opción…

Despojarles de todo, dejarles en la calle era una venganza, sí: no la había buscado, pero sin duda resultaba atractiva.

Pero… ¿Y si iba más allá?

Ese pensamiento, inquietante, fue tomando forma en su cabeza.

Era peligroso, arriesgado pero tan sumamente atrayente…

¿Qué oculto motivo, aún por descubrir, escondía la maniobra de Henry al hacerse con esas bodegas?

¿Era otra especie de prueba, a las que era tan aficionado?

¿O simplemente le servía en bandeja una venganza?

No, no podía ser algo tan pueril. Su difunto marido era demasiado ladino como para limitarse a algo tan evidente.

Dio vueltas unos instantes más a esa idea hasta que llegó a una conclusión.

¿Qué mejor desquite que demostrarles a los Santillana, jugando en su propio terreno, que era capaz no sólo de quedarse con su patrimonio, sino además reflotarlo y conseguir devolverle el prestigio de antaño, todo bajo su dirección?

Y, para más inri, delante de todo el pueblo que creían controlar a su antojo.

—No sé qué estás pensando, pero tiemblo cuando tienes esa mirada de determinación.

—Cosas mías —respondió con una sonrisa; tenía una semana para perfilar su plan.

Como de momento no quería dar más preocupaciones a su amigo, buscó otro tema de conversación y entonces recordó algo.

—Necesito que me hagas un favor.

—Tú dirás —aceptó resignado.

—¿Podrías averiguar el paradero de una persona? —Justin sacó su libreta de notas y le hizo un gesto con su estilográfica para que continuara—. Amancio Torres. Fue mi profesor, su familia regentaba una librería en la calle de los Herreros. —Él no anotó nada—. ¿Qué ocurre? ¿Por qué no escribes?

—Puede que sea una casualidad… —reflexionó él—. El día que llegué, el taxista que me llevó desde la estación al tren se llamaba así.

Claudia se emocionó al escuchar esa noticia, pero debía cerciorarse.

—¿Estás seguro? —Dejó caer los cubiertos de forma algo ruidosa; no se esperaba tener tanta suerte. Muchos otros, en su situación, habían emigrado.

—Sí. Además lo recuerdo bien porque me extrañó que un simple chófer hablara correctamente el inglés. Eso no es común.

—¡Ay, Dios mío!

—Sabes que te ayudo cuando puedo, pero si no me dices más…

—Escúchame bien…

—¿Señor Parker? —Una vocecilla cantarina, perteneciente a una morena que encabezaba un grupo de cuatro señoras, los interrumpió.

El aludido se giró para ver, no sin cierto asombro, al grupo de beatas capitaneado por la más bajita, que esperaban en la mesa de al lado a que les sirvieran el menú.

Sólo que, como hubiera deseado, faltaba la única beata que le interesaba.

—Buenas tardes —las saludó sin perder la sonrisa, haciendo gala de sus más exquisitos modales.

Todas ellas se mostraron igual de sonrientes, incluyendo el consabido coro de risitas, y obviaron por completo la presencia de Claudia, quien se mantuvo en prudente silencio, divertida con las habilidades de su abogado a la hora de relacionarse con la población local.

—Nos alegramos mucho de verlo de nuevo, señor Parker —canturreó otra.

—Lo mismo digo —respondió él sin perder el buen humor.

—¿Cuánto tiempo va a permanecer aquí? —preguntó otra, sin pizca de vergüenza.

—Depende —murmuró en tono seductor consiguiendo con ello otra ronda de sonrisitas.

Claudia aguantó como pudo las ganas de intervenir, vaya atajo de cotillas. Puede que parecieran unas señoras de lo más recatadas, pero a la hora de coquetear no se contenían.

—Y díganos… ¿Qué tal el paseo del otro día con Rebeca? —le preguntó la capitana de las beatas con cierta malicia, intentando ponerlo en un aprieto.

Claudia sabía que él era demasiado listo como para dejarse cazar.

Justin, que presentía la encerrona, sopesó muy bien su respuesta.

—Es usted muy amable en preguntar, se nota lo buena amiga que es.

Claudia se atragantó al contener la risa y tuvo que beber precipitadamente para no ahogarse.

Vaya, vaya, su querido pretendiente ya había puesto los ojos en alguien… Qué interesante…

—Sí, nos preocupamos mucho por ella —aseveró la que hasta el momento no había abierto la boca—. Con lo que está pasando la pobrecita en su casa…

«Oh, pero qué dañinas y qué arpías», pensó Claudia. Hay cosas que nunca cambian. Estaba claro que no les importaba hablar mal de esa mujer, a la que denominaban «amiga», delante de terceros con tal de llamar la atención.

El abogado miró de reojo a su acompañante y advirtió que se lo estaba pasando bomba viéndolo en ese nido de víboras, así que lo mejor era despedirse e intentar salir indemne.

—Lamentándolo mucho, señoras, me temo que estoy siendo grosero con mi acompañante. —Pronunció sus palabras llevándose una mano al pecho a modo de disculpa y de una sonrisa encantadora que las conmocionó a todas—. Ah, y saluden de mi parte a Rebeca —añadió sabiendo que a eso no podrían replicar sin quedar en entredicho.

—Por supuesto, señor Parker.

—Faltaría más.

Justin se volvió para continuar con la comida y hablar con la mujer que tenía enfrente.

—Bueno, bueno, bueno… —se guaseó ella cuando de nuevo era el centro de atención.

—No hace falta que lo digas —le advirtió bajando la voz—. Son un atajo de chismosas.

—Y esa Rebeca, ¿quién es?

—Digamos que… —Joder, vaya pregunta. Bueno, él también jugaría a eso de guardar secretos, cosa que le extrañó, pues nunca antes sintió esa necesidad, pero de momento mejor no decir toda la verdad—. Una de ellas.

Claudia levantó su copa de vino y le dijo, en voz baja, con recochineo:

—Buena suerte con ella.

El abogado compuso una mueca; si ella supiera…