17
A pesar de habérselo repetido más de tres veces, Higinia continuaba dando vueltas por la suite empeñada en dejar todo su vestuario en perfecto estado de revista, y a Claudia, en ese momento, sólo la apetecía disfrutar del baño en soledad.
—No hace falta que te ocupes ahora de eso.
—Si no lo hago será imposible quitar las arrugas —argumentó la mujer no sin cierta razón.
—No te preocupes, mañana llevas lo que peor esté a la lavandería del hotel y que se ocupen ellos.
—¡Ni hablar! A saber cómo tratan estas prendas tan caras. Aquí, estoy segura, no están acostumbrados a ver ropa de esta calidad.
—Esa tarea no entra en tus atribuciones.
—Ya lo sé, pero no me importa, como tampoco me importa decirte que te estás equivocando de cabo a rabo.
—No me has preparado el baño para estropeármelo después, ¿verdad?
Pero su amiga se obstinaba en recordarle lo desacertado del viaje, pasando por alto cualquier argumento que Claudia ofreciera.
—El día que salí de este país me prometí a mí misma no volver, ya que tuve que marcharme para no morir de hambre, pero… —A medida que refunfuñaba continuaba con sus quehaceres—. Ya sé que en Inglaterra no atan los perros con longanizas, pero al menos te dan trabajo para poder ganarte el pan… —continuó con su diatriba—. Y aquí estoy, en contra de mis ideas, porque no quiero dejarte sola, ante todo somos amigas, aunque… —Negó con la cabeza—… esta vez te has metido de cabeza en la boca del lobo.
—Higinia… —Con voz casi suplicante le pidió que dejara de una vez por todas de regañarla. Su estado de ánimo no soportaría los comentarios de la mujer por mucho tiempo. Puede que tuvieran la mejor de las intenciones; además, su asistenta no era de las que se callaban su opinión, hecho que agradecía en la mayoría de las ocasiones, pero esa noche no era una de ellas.
También tenía claro que Higinia lo hacía por su bien; desde el principio su amistad no sólo se había basado en ayudarse mutuamente para salir adelante, y se afianzó a lo largo de los años, en los que no dejaron de decirse recíprocamente tanto lo bueno como lo malo.
—Te pongas como te pongas me vas a escuchar. —Adoptó una postura que no admitía contestación—. El rubiales ese de abogado que te pretende tiene razón. ¡Es una locura! —exclamó levantando las manos para dar mayor énfasis a sus palabras—. Te estás exponiendo de forma absurda a que te hagan pedazos. Aquí las cosas funcionan de manera diferente. Por mucho dinero y poder que tengas, eres una mujer.
Claudia suspiró resignada, el baño no iba a ser para nada relajante.
—Sé lo que hago —recordó cerrando los ojos intentando tranquilizarse gracias al agua caliente y el olor de las sales de baño.
—Pues no lo parece —la contradijo.
—Créeme, no voy a meter la pata —se defendió, pero no con la contundencia que debería, aunque decirlo en voz alta quizá la ayudaría a mantener ese propósito.
—A mí no me mientas. Te conozco como si te hubiera parido —la regañó Higinia tirando por tierra sus palabras.
—Está bien —accedió Claudia—. Prometo no hacer ninguna tontería. En una semana todo acabará y podremos volver a casa sanas y salvas.
—No me digas lo que quiero oír para deshacerte de mí —farfulló en tono de reprimenda—. Espero que ese baño te sirva para algo más que para suavizar la piel. Espero que recapacites y aclares algunas ideas.
—Se supone que debe calmar mis nervios para que así pueda pensar las cosas con claridad y no dejarme llevar por las emociones —recordó no sin cierto sarcasmo.
—No me quedaré tranquila hasta que abandonemos este país… —Negó con la cabeza desconfiando de las palabras de Claudia—. Bien sé lo que digo, de aquí vamos a salir escaldadas, ya verás…
Tras esa advertencia terminó sus tareas, desoyendo las indicaciones de Claudia, pues ésta no la tenía a su lado como si fuera una sirvienta más.
Se ocupó de sus trajes con eficiencia, por supuesto sin dejar de mascullar sobre el proceder totalmente desacertado de cierta amiga, y después abandonó la estancia.
A Claudia no le hacía falta que le recordaran la clase de problema en el que podía meterse si continuaba adelante, pero… ¿cómo obviar semejante reto?
Oyó el suave clic de la cerradura.
—Por fin sola… —susurró aliviada.
Entendía la postura de Higinia; siempre era agradable tener personas como ella a su lado para que le dieran otros puntos de vista, pero tras su conversación con Justin ya había tenido suficientes opiniones en contra de su inesperada decisión.
En completo silencio se recostó sobre la toalla doblada que hacía las veces de almohada y se dedicó, como era su deseo, a no pensar en nada, a dejar que el agua caliente y las sales aromáticas surtieran efecto sobre su cuerpo y sobre su mente.
Higinia tenía más razón que un santo, aquello no era para nada inteligente, pues como se decía: «Podías ir a por la lana y salir trasquilada».
Pero… ¿cómo pretendes ganar si no arriesgas?
Henry siempre repetía que, a mayor riesgo, mayor ganancia.
Esa teoría les había llevado en más de una ocasión a discutir acaloradamente sobre la conveniencia o no de seguir adelante con algún negocio; claro que él, hábil como nadie, conseguía engatusar a quien se pusiera por delante para salirse con la suya, y de forma tan ladina que al final ése terminaba siendo incluso más entusiasta que él.
Claro que sus ofertas no eran caprichos ni simples antojos pasajeros, como podía parecer en un principio. Cuando proponía alguna inversión, siempre se había preocupado de estudiarla a fondo previamente, cosa que ella, ignorando consejos propios y ajenos, no había hecho al dejarse arrastrar por ese arrebato.
Movió de un lado a otro, de forma distraída, la espuma que se había creado en el agua.
Ni se estaba relajando ni estaba llegando a ninguna conclusión válida.
Echó la cabeza hacia atrás, hundiéndose aún más en el agua y cerró los ojos.
La temperatura había disminuido pero daba igual, quería aprovechar unos minutos más antes de salir de la bañera y meterse en la cama.
Ensimismada como estaba, no prestó atención cuando oyó el suave ruido que indicaba que de nuevo alguien entraba en la suite.
Sonrió de medio lado, no había forma de convencer a esa mujer de que la dejara a solas y que se olvidara de si uno de los trajes tenía una inoportuna arruga.
Seguramente Higinia, al llegar a su habitación, había recordado cualquier insignificante detalle pendiente y había vuelto para ocuparse de él.
Sólo esperaba que no volviera a la carga con sus sermones.
Ya había tenido más que suficiente con uno.
Al no oír nada procedente del saloncito situado antes del dormitorio, supuso que se había marchado con el mismo cuidado con el que había entrado, y dio gracias en silencio de que así fuera.
Cogió una de las esponjas decidida a acabar con su baño ahora que el agua iba enfriándose.
Primeramente se enderezó y levantó la pierna derecha; apoyando el talón en el borde, pasó la esponja desde el tobillo hasta la parte superior del muslo para después realizar el mismo recorrido en la otra pierna.
También se ocupó de ambos brazos y, tras ello, se dedicó a hundir la esponja en el agua para después estrujarla y dejar que el agua cayera desde su cuello, creando una deliciosa sensación, como una suave caricia, en su espalda.
—Esto es vida… —suspiró encantada.
Pequeños momentos como ése, tan simples, tan cotidianos, pero tan escasos en su día a día, eran de agradecer.
Al final sí iba a tener suerte, logrando que el baño cumpliera su principal objetivo.
Con un pequeño gemido de frustración decidió ponerse en pie y abandonar su refugio temporal.
Antes de hacerlo se inclinó hacia adelante y quitó el tapón de la bañera.
Una vez en pie buscó con la mirada una toalla para secarse y allí estaba, en una banqueta de madera junto a la bañera; Higinia se ocupaba hasta del último detalle.
Se giró para salir, pues la puerta estaba en esa dirección y ahogó un grito.
No estaba sola, como pensaba, en el baño.
El visitante inoportuno no se perdía ni un detalle, apoyado en el marco de la puerta y cruzado de brazos.
Cubriéndose rápidamente con la toalla controló su furia por haber sido observada, a saber durante cuánto tiempo, por él.
—¿Cómo me has localizado? —inquirió con rabia buscando algo más consistente con lo que taparse.
Localizó su bata azul de gasa colgada del perchero y se lanzó directa a por ella.
Maniobró de forma poco elegante para no mostrar más de lo necesario; quizá era una tontería, pues ya lo había enseñado todo, pero saberlo no hacía que se sintiera mejor.
—¿Cómo me has localizado? —repitió la pregunta mientras se anudaba con fuerza el cinturón de su bata.