Achol y su madre salvaje

Sudán: Dinka

chol, Lanchichor (La Bestia Ciega) y Adhalchingeeny (El Infinitamente Valiente) vivían con su madre. La madre se fue un día a recoger leña. Reunió madera y luego se puso las manos tras la espalda y dijo:

—¡Dios santo! ¿Quién me va a ayudar a levantar este haz tan pesado?

Un león acertó a pasar por allí y le dijo:

—Si te ayudo a levantar el haz de leña, ¿qué me darás a cambio?

—Te echaré una mano —dijo ella.

Ella le echó una mano; él le ayudó a levantar la leña y ella se marchó a casa. Su hija, Achol, le dijo:

—Madre, ¿por qué tienes la mano así?

—Hija mía, no es nada.

Y se marchó otra vez para seguir recogiendo leña. Recogió mucha madera y se puso las manos tras la espalda antes de decir:

—¡Dios santo! ¿Quién me va a ayudar a levantar este haz tan pesado?

El león apareció y le dijo:

—Si te ayudo a levantar ese haz, ¿qué me darás a cambio?

—¡Te echaré mi otra mano! —y se la echó.

Él levantó el haz de leña y se lo colocó a ella en la cabeza, que a continuación se fue a casa sin su mano.

Su hija, al verla, le dijo:

—Madre, ¿qué te ha pasado en las manos? ¡No puedes volver al bosque a recoger leña! ¡Esto tiene que parar!

Pero ella siguió insistiendo en que no pasaba nada malo y volvió a irse a recoger más leña. De nuevo recogió muchos troncos y se puso las manos tras la espalda antes de decir:

—¿Quién me va a ayudar ahora a levantar esta carga tan pesada?

De nuevo llegó el león, y respondió:

—Si te ayudo a levantar el haz, ¿qué me darás?

—¡Te echaré un pie!

Ella le echó su pie; él la ayudó y ella volvió a su casa.

—Madre, ¡te insisto de nuevo en que no vayas a coger leña! ¿Por qué está pasando todo esto? ¿Por qué tienes así las manos y los pies? —le dijo su hija.

—Hija, no es nada preocupante —replicó la madre—; yo soy así por naturaleza.

De modo que se adentró de nuevo en el bosque y recogió mucha madera. Entonces se puso los brazos tras la espalda y repitió:

—¿Quién me va a ayudar ahora a levantar esta pesada carga?

El león se acercó y le dijo:

—Ahora, ¿qué me vas a ofrecer?

—¡Te echaré mi otro pie!

Y se lo entregó; él la ayudó y ella volvió a su casa. Pero esta vez se transformó en una salvaje, en una leona. Se negaba a comer carne si la guisaban e insistía en que solo quería carne cruda.

Los hermanos de Achol se fueron al campamento donde se guardaba el ganado con sus parientes maternos, de manera que solo se quedó en casa Achol con la madre. Cada vez que la madre se convertía en fiera, se adentraba en el bosque y dejaba sola a Achol. Solamente regresaba un ratito por la tarde, buscando comida. Achol le preparaba algo y se lo ponía en el entarimado del patio. Su madre llegaba por la noche y cantaba, dialogando así con Achol:

Achol, Achol, ¿dónde está tu padre?

¡Mi padre está aún en el campamento del ganado!

¿Y dónde está Lanchichor?

¡Lanchichor está aún en el campamento del ganado!

¿Y dónde está Adhalchingeeny?

¡Adhalchingeeny está aún en el campamento del ganado!

¿Y dónde está la comida?

Madre, rebaña el interior de nuestras calabazas ancestrales.

Ella comía y se marchaba de nuevo. A la noche siguiente, regresaba y cantaba. Achol le daba su réplica; la madre comía y volvía al bosque. Todo siguió igual durante mucho tiempo.

Mientras tanto, Lanchichor regresó del campamento del ganado para visitar a su madre y a su hermana. Cuando llegó a casa, se dio cuenta de que su madre se había ausentado. También halló una gran cacerola sobre los fogones, y se preguntó a qué se debería todo aquello. El muchacho le preguntó a Achol:

—¿Dónde está Madre, y por qué estás haciendo la comida en esa cacerola tan grande?

—Estoy guisando en esta cacerola grande porque nuestra madre se ha convertido en salvaje y está en el bosque, pero viene a casa al anochecer buscando comida.

—Quita esa cacerola del fuego —dijo él.

—No puedo —repuso ella—, tengo que prepararle la comida.

Él la dejó seguir guisando. Cuando estuvo lista, puso la comida en el entarimado y se fue a dormir. Su madre llegó por la noche y se puso a cantar. Achol le replicó, como de costumbre. Su madre comió y se marchó. El hermano de Achol se asustó mucho. Temprano a la mañana siguiente, se alivió las tripas y se marchó.

Cuando lo interrogaron acerca de las personas de su familia al llegar al campamento del ganado, él se sintió muy avergonzado y no dijo la verdad: les dijo que todos estaban bien.

Entonces, el padre de Achol decidió pasar por su casa para hacerles una visita a su esposa y a su hija. Halló sobre el fuego la gran cacerola, y descubrió que su esposa no estaba. Cuando le preguntó a Achol, esta le explicó todo. Él también le ordenó que retirara del fuego la cacerola, pero ella se negó. Puso la comida en el entarimado y se fue a dormir. El padre de Achol le pidió a su hija que le permitiera hacerse cargo de la situación. Achol accedió. Su madre llegó y se puso a cantar como de costumbre. Achol le replicó. La madre comió. Y el padre se asustó tanto que regresó al campamento.

Luego llegó Adhalchingeeny (El Infinitamente Valiente), llevando consigo una cuerda muy robusta. Cuando apareció, se encontró a Achol guisando en la cacerola enorme, y cuando ella le explicó el estado en el que se hallaba su madre, él le dijo que retirase la cacerola del fuego, pero ella se negó. Él la dejó que siguiera adelante con sus planes y colocó la cuerda junto a la comida, de manera que su madre quedara apresada si se aproximaba a la comida e intentaba cogerla. El otro extremo de la soga, se lo ató a un pie.

Su madre llegó y se puso a cantar, como siempre. Achol entonó su réplica, y cuando su madre se encaminó a la comida, Adhalchingeeny dio un estirón y la apresó con la cuerda. Luego la amordazó y la ató a un poste. A continuación se puso a azotarla con un fragmento de la robusta soga. La azotó, la azotó y la volvió a azotar sin descanso. Luego le ofreció un trozo de carne cruda, y cuando se lo hubo tragado, volvió a azotarla. La azotaba, la azotaba, la seguía azotando. Luego le ofreció dos trozos de carne, uno crudo y el otro asado. Ella rechazó el que estaba crudo y eligió el pedazo asado, y le dijo:

—Hijo mío, vuelvo a ser humana. Por favor, te lo ruego, deja de azotarme.

Se reconciliaron y vivieron felices.

Cuentos de hadas
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