Nourie Hadig
Armenia
ubo una vez un hombre rico que tenía una esposa muy hermosa y también una hija muy hermosa a la que conocían por el nombre de Nourie Hadig (diminuto trocito de granada). Todos los meses, cuando aparecía la luna en el cielo, la esposa le preguntaba:
—Luna Nueva, ¿soy yo la más bella o lo eres tú?
Y todos los meses, la luna contestaba:
—Tú eres la más bella.
Pero cuando Nourie Hadig alcanzó los catorce años de edad, era ya mucho más bella que su madre y la luna se vio obligada a cambiar la respuesta. Un día, cuando la madre le hizo a la luna su sempiterna pregunta, la luna respondió:
—Yo no soy la más bella. Ni tú tampoco. La única hija de su padre y de su madre, Nourie Hadig, es la más bella de todas.
Nourie Hadig tenía un nombre ideal, porque su cutis era perfectamente blanco y sus mejillas sonrosadas. Y si alguna vez has visto una granada, sabrás que tiene las semillas pulposas rodeadas de una piel roja, que a su vez va revestida de una telilla de un color blanco muy puro.
La madre se puso muy celosa. Tan celosa, que llegó a enfermar y se tuvo que meter en la cama. Cuando Nourie Hadig llegó de la escuela ese día, su madre se negó a verla y a hablar con ella. «Mi madre está muy enferma hoy», se dijo Nourie Hadig. Cuando su padre regresó a casa, ella le dijo que la madre se había puesto enferma y que se negaba a hablar con ella. El padre fue a ver a su esposa y le preguntó con suavidad:
—¿Qué te ha pasado? ¿Qué te aflige?
—Algo ha sucedido. Es tan importante que he de hacerte una pregunta de inmediato. ¿Quién te resulta más necesaria, tu hija o yo misma? Porque no puedes tenernos a las dos.
—Pero ¿cómo puedes decir cosas semejantes? —la reprendió él—. ¡Si tú ni siquiera eres su madrastra! ¡No puedes hablar así de la sangre de tu sangre! ¿Cómo voy a deshacerme yo de mi propia hija?
—Me da igual lo que hagas —dijo la mujer—, pero tienes que deshacerte de ella porque no quiero verla nunca más. Mátala y tráeme su camisa ensangrentada para que me lo crea.
—Es tu hija, igual que lo es mía. Pero si dices que he de matarla, tendré que hacerlo —dijo el padre con pesadumbre. Y se fue a ver a su hija y a decirle—: Ven, Nourie Hadig, vamos a hacer una visita. Coge unas cuantas prendas de ropa y ven conmigo.
Los dos se marcharon y fueron alejándose, hasta que al final se hizo de noche.
—Espérame aquí mientras bajo al arroyo, que necesitamos agua para beber con la cena —le dijo el padre a su hija.
Nourie Hadig esperó mucho tiempo a que volviese su padre, pero este no regresó. Al no saber qué hacer, se echó a llorar y estuvo paseándose por el bosque en busca de un lugar donde refugiarse. Por fin vislumbró una luz en la lejanía, y al aproximarse a ella, descubrió un caserón. Pensó para sus adentros que acaso los habitantes de la casa le ofrecerían hospitalidad esa noche. Pero en cuanto puso la mano en la puerta, esta se abrió por sí sola, y cuando entró, la puerta se cerró automáticamente tras ella. Por mucho que intentó abrirla, no lo logró.
Recorrió toda la casa y descubrió muchas cosas valiosísimas. Una habitación estaba llena de oro; otra de plata; otra de pieles de animales y otra de plumas de gallo; otra estaba llena de perlas y otra de alfombras. Luego abrió la puerta de una de las estancias y vio que allí había un hermoso joven durmiendo. Gritó para que la oyese, pero no halló respuesta alguna.
De repente, oyó una voz que le decía que tenía que ocuparse del joven, cuidarlo y hacerle la comida. Tenía que ponerle la comida en la mesita de noche e irse después, y cuando regresara, la comida habría desaparecido. Debía repetir el mismo proceso los siete días de la semana, porque el joven estaba bajo el efecto un hechizo. Así que eso hizo: cocinaba y se ocupaba del chico. A la primera luna nueva, y después de que Nourie Hadig se marchase de la casa, su madre preguntó:
—Luna Nueva, ¿soy yo la más bella o lo eres tú?
—Yo no soy la más bella ni tú tampoco —replicó la luna—. La única hija de su padre y de su madre, Nourie Hadig, es la más bella de todas.
—¡Ay, eso significa que mi marido no la ha matado! —gritó la maléfica esposa, y se enfureció tanto que se fue a la cama de nuevo y fingió que estar enferma.
—¿Qué le has hecho a nuestra hermosa hijita? —le preguntó a su marido—. ¿Qué diantre has hecho con ella?
—Tú me dijiste que me deshiciese de ella. Así que eso hice. Me dijiste que te trajese su blusa ensangrentada, y eso he hecho —respondió su esposo.
—Cuando te dije eso, estaba enferma. No sabía lo que decía —dijo su esposa—, y ahora estoy arrepentida, y tengo intención de entregarte a la justicia como asesino de tu propia hija.
—¿Pero qué estás diciendo, mujer? ¡Si fuiste tú la que me dijo lo que tenía que hacer! ¿Ahora quieres entregarme a la justicia?
—¡Me tienes que decir lo que has hecho con nuestra pequeña! —exclamó la mujer.
Aunque su marido no quería confesarle que no había matado a la chiquilla, se sintió obligado a hacerlo para salvar el pellejo:
—No la maté, mujer. En lugar de hacerlo, maté un pájaro y empapé con su sangre la blusa de Nourie Hadig.
—Tienes que traerla de nuevo para acá. Si no lo haces, ya sabes lo que te espera —amenazó ella.
—La dejé abandonada en el bosque, pero no sé lo que le pasaría después.
—De acuerdo, yo la buscaré —dijo la esposa, e inició un viaje por lejanos parajes, pero no logró encontrar a Nourie Hadig. Cada vez que había luna nueva, le preguntaba lo mismo de siempre, y siempre obtenía la misma respuesta: que Nourie Hadig era la más hermosa de todas. De modo que siguió adelante, en busca de su hija.
Un día, cuando Nourie Hadig ya llevaba cuatro años viviendo en la casa embrujada, se asomó a mirar por la ventana y vio una tribu de gitanos que estaban acampados cerca de la casa.
—Me siento muy sola aquí arriba. ¿Podéis mandarme a una moza guapa y más o menos de mi edad? —les preguntó. Ellos se avinieron a hacerlo, y la muchacha fue corriendo hasta la estancia dorada y cogió un puñado de monedas de oro. Se las tiró a los gitanos y ellos, a su vez, le lanzaron el extremo de una cuerda. Entonces, una chiquilla empezó a escalar por el cabo de la cuerda y pronto alcanzó a su nueva ama.
Nourie Hadig y la gitana se hicieron amigas enseguida y decidieron compartir la carga que suponía cuidar al chico durmiente. Un día, una se ocuparía de él, y al siguiente la otra la relevaría. Y así continuaron durante tres años. Hasta que cierto cálido día de verano estaba la gitana abanicando al joven y este se despertó de improviso. Como pensó que había sido solo ella quien lo había cuidado durante los siete años enteros, le dijo:
—Soy príncipe, y tú serás mi princesa, en recompensa por haberte ocupado de mí durante tanto tiempo.
—Si tú lo has decidido, así será —respondió la gitana.
Nourie Hadig, que les había oído, se enfadó mucho. Cuando la gitana llegó, ella ya llevaba sola en la casa cuatro años y después había servido al príncipe tres años más junto con su amiga, y aun así, ¡sería la otra quien se casase con el buen mozo del príncipe! Pero ninguna de las chicas le reveló nada al príncipe acerca del verdadero reparto de tareas que habían acordado.
Todo estaba ya listo para la boda y el príncipe estaba haciendo los preparativos necesarios para irse a la ciudad y comprar el vestido de la novia pero antes de marcharse le dijo a Nourie Hadig:
—Seguramente, tú también te ocuparías de mí, aunque fuera poco tiempo. Dime lo que te gustaría que te trajese de la ciudad.
—Tráeme una piedra de paciencia —dijo Nourie Hadig.
—¿Y qué más? ¿Qué más deseas? —le preguntó él, sorprendido por la modestia de su petición.
—Tu felicidad.
El príncipe se fue a la ciudad y adquirió el traje de bodas, y fue asimismo a un artesano que labraba piedras para pedirle que le tallase una piedra de paciencia.
—¿Para quién es el encargo? —le preguntó el marmolista.
—Para mi criada —repuso el príncipe.
—Esta es una piedra de paciencia —dijo el artesano—, y si uno tiene muchos quebraderos de cabeza y se lo dice a la piedra de paciencia, se producirán ciertos cambios en su vida. Si los problemas que uno tiene son graves, tan graves que la piedra no puede aguantar el sufrimiento, esta se hinchará y acabará estallando. Si, por el contrario, uno está magnificando pequeñas contrariedades sin importancia, no se hinchará, sino que lo hará quien habla con ella. Y si no hay nadie al lado para salvarla, la persona morirá. Así que ponte a escuchar a tu criada por detrás de la puerta. No todo el mundo sabe que existen piedras de paciencia, y tu criada, que es una persona muy poco común, seguramente tiene una historia muy valiosa que contarte. De modo que has de estar listo para correr a salvarla si se hincha y amenaza con estallar, en caso de que se os presentara ese contratiempo.
Cuando el príncipe llegó a casa, le dio a su prometida el vestido y a Nourie Hadig la piedra de paciencia. Esa misma noche, el príncipe se quedó escuchando a Nourie Hadig tras la puerta de su habitación. La hermosa muchacha había colocado junto a sí la piedra de paciencia y empezó a contarle su historia:
—Piedra de paciencia, yo era la única hija de una familia acomodada. Mi madre era muy hermosa, pero, para mi desgracia, yo era más hermosa todavía que ella. Cada vez que había luna nueva, mi madre preguntaba quién era la más hermosa del mundo. Y la luna nueva respondía que la más hermosa era mi madre. Un día mi madre preguntó como de costumbre, pero la luna le contestó que Nourie Hadig era la más hermosa del mundo entero. Mi madre se puso muy celosa y le dijo a mi padre que me llevase a algún lugar para matarme y llevarle mi blusa ensangrentada. Mi padre no tuvo valor para hacerlo, así que me dejó ir. Dime, piedra, ¿eres tú la más paciente o lo soy yo?
La piedra de paciencia empezó a inflarse.
La muchacha continuó:
—Cuando mi padre me abandonó, me puse a caminar hasta que divisé esta casa en la lejanía. Me acerqué y cuando toqué a la puerta, se abrió como por arte de magia. Una vez dentro, la puerta se cerró a mis espaldas y nunca se volvió a abrir hasta siete años más tarde. Dentro de la casa hallé a un joven muy bien parecido. Una voz me dijo que tenía que prepararle comida y cuidarlo. Lo hice durante cuatro años, día tras día y noche tras noche, viviendo sola en un sitio extraño para mí, sin nadie que pudiese oír mi voz. Piedra de paciencia, dime, ¿soy yo la más paciente o lo eres tú?
La piedra se infló un poco más.
—Un día, una tribu gitana acampó justo debajo de mi ventana. Yo llevaba años y años sola, y compré una gitanilla y la hice subir hasta la casa con una cuerda, porque quería que me acompañase en mi encierro. A partir de ese momento, las dos nos turnábamos para servir al joven, que era presa de un hechizo mágico. Un día, ella cocinaba para él y al día siguiente lo hacía yo. Pero tres años después de que llegase la gitana, ella lo estaba abanicando y él se despertó y la vio. Como pensó que había sido ella la única que lo había servido durante todos esos años, le pidió matrimonio. Y la gitana, a quien yo había comprado y que consideraba mi amiga, no le dijo ni una palabra acerca de mi existencia. Piedra de paciencia, ¿soy yo la más paciente o lo eres tú?
La piedra de paciencia se hinchaba cada vez más. El príncipe, mientras tanto, había oído esta historia tan extraordinaria y entró en tromba en la habitación para evitar que la chica explotase. Pero justo en ese instante la piedra de paciencia explotó.
—Nourie Hadig —dijo el príncipe—, no es mi culpa haber elegido a la gitanilla para ser mi esposa, en lugar de a ti. Yo desconocía la historia completa. Eres tú quien debe convertirse en mi esposa, y la gitana será tu criada.
—No, pues tú te has comprometido con ella y todos los preparativos para la boda ya están hechos: debes casarte con la gitana —dijo Nourie Hadig.
—Eso no funcionaría. Tú debes ser mi esposa y su ama —dijo el príncipe. Y Nourie Hadig se casó con él.
La madre de Nourie Hadig, mientras tanto, había estado buscando incansablemente a su hija. Un día le preguntó de nuevo a la luna nueva:
—Luna Nueva, ¿soy yo la más hermosa o lo eres tú?
—Yo no soy la más hermosa ni tú tampoco. La princesa de Adana es la más hermosa de todas —contestó la luna nueva. La madre supo de inmediato que Nourie Hadig se había casado y que vivía en Adana, y por eso mandó fabricar un bello anillo, tan bello y brillante que nadie pudiese resistirse a sus encantos. Pero puso una poción en el anillo que hacía que quien se lo ciñera se durmiese de repente. Cuando terminó todos estos preparativos, llamó a una vieja bruja que se desplazaba en un palo de escoba.
—Bruja, hazme el favor de coger este anillo y de llevárselo a la princesa de Adana. Le dirás que es un regalo de su madre, que la adora. Si lo haces, te concederé cualquier cosa que se te antoje.
Así que la madre le entregó el anillo a la bruja y esta se puso en camino hacia Adana de inmediato. El príncipe no estaba en casa cuando ella llegó, de manera que solo pudo hablar con Nourie Hadig y con la gitana. Dijo la bruja:
—Princesa, este anillo tan hermoso te lo manda tu madre, que te adora. Se sentía enferma y de mal humor cuando tú te fuiste de casa, y por eso dijo alguna palabra fea, pero tu padre no debía haberle hecho ningún caso: ella estaba demasiado abrumada de dolor. —Y con esas palabras, le dio el anillo a Nourie Hadig y se despidió.
—Mi madre no quiere que sea feliz. ¿Por qué me habrá mandado este anillo tan bello? —le preguntó Nourie Hadig a la gitana.
—¿Y qué mal te puede hacer un anillo? —le preguntó a su vez la gitana.
Así que Nourie Hadig se puso el anillo en un dedo. En cuanto lo hizo, perdió el conocimiento. La gitana la metió en la cama pero no pudo hacer nada más por ella.
Pronto llegó el príncipe y se encontró a su esposa sumida en un sueño profundo. Por mucho que la sacudió, no logró despertarla, aunque tenía una sonrisa de placer dibujada en los labios, de manera que nadie que la mirase habría pensado que estaba en trance. Seguía respirando, pero no abría los ojos. Por mucho que lo intentaron, nadie logró que recuperase la consciencia.
—Nourie Hadig, durante muchísimos años te ocupaste de mí —dijo el príncipe—. A partir de ahora, seré yo quien te cuide. No les dejaré que te entierren. Yacerás aquí por siempre: la gitana te vigilará de noche y yo de día.
Así que el príncipe se quedaba con ella durante el día y la gitana la velaba de noche. Nourie Hadig no abrió los ojos ni una sola vez en tres años. Pasaron por la casa montones de curanderos, pero todos se iban sin haber sido capaces de ayudar a la hermosa muchacha.
Un día, el príncipe mandó llamar a otro curandero para que examinase a Nourie Hadig, y aunque tampoco pudo ayudarla en absoluto, no quería admitirlo. Cuando se quedó solo con la niña hechizada, advirtió en su mano el bello anillo. Se dijo: «Lleva tantos anillos y collares que nadie se dará cuenta si cojo este para mi esposa». Mientras le quitaba furtivamente el anillo del dedo, ella abrió los ojos y se incorporó. «¡Ajá!, he descubierto el secreto», pensó el curandero.
Al día siguiente, consiguió arrancarle al príncipe grandes promesas: si sanaba a su esposa, lo recompensaría con riquezas sin límite. Le dijo:
—Te daré todo cuanto quieras si lo logras.
El curandero, el príncipe y la gitana se colocaron junto al lecho de Nourie Hadig.
—¿Qué son todos esos collares y dijes? ¿Acaso es apropiado que una mujer enferma lleve todo este oropel encima? Rápido, ¡quítaselo todo! —le dijo a la gitana, que le quitó todas las joyas a excepción del anillo.
Luego, el curandero le ordenó:
—Quítale el anillo también.
—¡Pero si este anillo se lo envió su madre! Es un recuerdo que ella atesora con mucho cariño —rebatió la gitana.
—¿Pero qué me dices? ¿Cuándo le ha mandado un anillo su madre? —preguntó el príncipe. Y antes de que la gitana pudiese responder, el curandero le quitó el anillo del dedo a Nourie Hadig. La princesa se sentó de inmediato en la cama y empezó a hablar. Todos se pusieron de lo más contentos: el curandero, el príncipe, la princesa y la gitana, que ahora resultaba se comportaba como una auténtica amiga.
Previamente, a lo largo de muchos años, siempre que la madre le hacía a la luna su eterna pregunta, esta le respondía:
—¡Tú eres la más hermosa!
Mas cuando Nourie Hadig se hubo recuperado, la luna dijo:
—Yo no soy la más hermosa ni tú tampoco lo eres. La única hija de su padre y de su madre, Nourie Hadig, la princesa de Adana, es la más hermosa de todas.
La madre se quedó tan asombrada y se enojó tanto al enterarse de que su hija estaba viva que quedó muerta de rabia en el sitio en ese mismo instante.
Cayeron del cielo tres manzanas: una para mí, otra para el narrador y otra para el anfitrión de esta fiesta.