El mercado de los muertos
África Occidental: Dahomey
abía una vez dos concubinas. La primera esposa dio a luz a dos gemelos, pero murió en el parto. Por eso, la segunda esposa se encargó de cuidarlos. Al gemelo mayor le pusieron el nombre de Hwese, y al otro, Hwevi. Cuando la madrastra machacaba el grano, apartaba la harina más fina de la parte superior y a ellos siempre les daba la parte que no era comestible.
Un día, la madrastra les dio una calabaza chiquita a cada uno y les encargó que fuesen por agua. Ellos se acercaron hasta el riachuelo, pero cuando iban de regreso, Hwese se resbaló en el camino y rompió su calabaza. El otro dijo:
—Si vamos a casa ahora, ella le dará una paliza a Hwese, pero a mí me dejará tranquilo. Voy a romper también la mía.
Así que la lanzó contra el suelo y la partió.
Cuando la madrastra vio lo que había pasado, cogió un látigo y los azotó.
Hwevi dijo:
—Voy a comprar una cuenta de collar.
Hwese dijo:
—Sí, vamos a comprar una cuenta de collar para Ku. Iremos hasta allá y visitaremos al que vigila las puertas de la Muerte. Quizá nos deje ver a nuestra madre.
La tumba es honda,
honda, honda…
La madrastra trajo calabazas,
pero Hwese rompió su calabaza,
y Hwevi rompió la suya también.
Cuando se lo dijimos a nuestra madrastra,
ella sacó un látigo y nos quiso fustigar,
así que Hwese compró una cuenta de collar
y Hwevi compró una también.
Pues, bien, después fueron a ver al guardián de las puertas de la Muerte. Él les preguntó:
—¿Qué queréis?
Hwesi respondió:
—Ayer, cuando fuimos a coger agua, mi hermano Hwese rompió su calabaza. Así que yo también rompí la mía. Nuestra madrastra nos pegó y no nos dio nada de comer en todo el día. Por eso hemos venido, para suplicarte que nos dejes entrar. Queremos ver a nuestra madre.
Cuando el guardián los oyó, abrió la puerta.
La tumba es honda,
honda, honda…
La madrastra trajo calabazas,
pero Hwese rompió su calabaza,
y Hwevi rompió la suya también.
Cuando se lo dijimos a nuestra madrastra,
ella sacó un látigo y nos quiso fustigar,
así que Hwese compró una cuenta de collar
y Hwevi compró una también.
Se las dimos al guardián de las puertas
y las puertas se abrieron.
Dentro había dos mercados, el mercado de los vivos y el mercado de los muertos.
Pues, bien, todos preguntaban:
—¿De dónde vienes? ¿De dónde vienes?
Los vivos preguntaban eso, y los muertos lo preguntaban también. Los niños decían:
—Esto es lo que sucedió: ayer rompimos las calabacitas que nuestra madrastra nos había dado. Ella nos pegó y no nos dio nada de comer. Nosotros le suplicamos al hombre que vigila las puertas aquí que nos dejase entrar a ver a nuestra madre, para darle la oportunidad de comprarnos una calabaza a cada uno.
Pues, bien, su madre llegó y les compró unos acasa en el mercado de los vivos. Y luego les volvió la espalda y le dio dinero a un vivo para que comprase dos calabazas en el mercado de los vivos, y se las dio a sus hijos. Más tarde, ella misma fue al mercado de los muertos y compró nueces de palma para enviárselas a la otra esposa de su marido, pues sabía que esta era muy aficionada a esas nueces. Y si la mujer se comía esas nueces, moriría con toda seguridad.
Pues, bien, la madre les dijo a sus hijos:
—Mirad, ya está: volved a casa de una vez y dadle los buenos días a vuestra madrastra de mi parte. Y las gracias por haberos cuidado tan bien.
La tumba es honda,
honda, honda…
la madrastra trajo calabazas,
pero Hwese rompió su calabaza,
y Hwevi rompió la suya también.
Cuando se lo dijimos a nuestra madrastra,
ella sacó un látigo y nos quiso fustigar,
así que Hwese compró una cuenta de collar
y Hwevi compró una también.
Se las dimos al guardián de las puertas
y las puertas se abrieron.
Nuestra madre, al oír esta historia
nos compró dos calabazas
para nuestra madrastra.
La madrastra fue a buscar a los dos chicos. Los buscó por todas partes, pero no daba con ellos. Cuando regresaron, les preguntó:
—¿Dónde habéis estado?
Ellos respondieron:
—Fuimos a ver a nuestra madre.
Pero la madrastra los reprendió:
—No, eso es una mentira. Nadie puede visitar a los muertos.
Bien. Los niños le dieron las nueces de palma. Le dijeron:
—Ten: nuestra madre te envía esto.
La segunda esposa se rio de ellos:
—¿Así que os habéis encontrado a un muerto que os ha dado nueces de palma para mí?
Cuando se comió las nueces de palma, la madrastra murió.
La tumba es honda,
honda, honda…
La madrastra trajo calabazas,
pero Hwese rompió su calabaza,
y Hwevi rompió la suya también.
Cuando se lo dijimos a nuestra madrastra,
ella sacó un látigo y nos quiso fustigar,
así que Hwese compró una cuenta de collar
y Hwevi compró una también.
Se las dimos al guardián de las puertas
y las puertas se abrieron.
Nuestra madre, al oír esta historia
nos compró dos calabazas
para nuestra madrastra.
En casa, nuestra madrastra quería comprar vida,
pero nosotros le dimos los frutos
en abundancia, en abundancia.
En Dahomey, cuando alguien muere, su familia visita a un adivino y este hace hablar al muerto, de manera que pueden oír su voz. Cuando ellos llamaron a la madrastra muerta, esta les dijo:
—Decid a todas las demás mujeres que mi muerte la causaron los huérfanos. Decidles también que, según Mawu, cuando hay varias esposas y una muere y deja huérfanos a sus hijos, las demás deben ocuparse de los hijos de la difunta.
Esta es la razón por la cual si un hombre tiene dos esposas, y una muere y deja un hijo huérfano, se le debe entregar a la segunda esposa, y la segunda esposa ha de cuidar al hijo de la difunta mejor que a sus propios hijos. Y esta es la razón por la que no se puede maltratar nunca a un huérfano, pues si alguien lo hace, ha de saber que morirá de inmediato. Morirá ese mismo día. Ni siquiera enfermará. Yo lo sé muy bien. Soy huérfano. Mi padre nunca me deja salir solo de noche. Si le pido alguna cosa, me la da él mismo.