El furburgués
Norteamérica
na dama acertó a entrar en una tienda de animales, donde quería comprar un animal raro y exótico que nadie más poseyera. Cuando le dijo al tendero lo que pretendía, este procedió a enseñarle todo lo que tenía disponible en la sección de animales raros y exóticos. Tras muchos esfuerzos por parte del hombre, la dama seguía sin encontrar nada que le resultase suficientemente poco habitual y que se acomodase a sus deseos. Así que le rogó al tendero por última vez que intentase ayudarla. Este, desesperado, acabó por decirle:
—Me queda un animal que no ha visto usted todavía, pero reconozco que me da un poco de reparo enseñárselo.
—¡Oh, no, por favor, hágalo! —respondió la dama con un gritito.
Así que el tendero se metió en la trastienda y, al cabo de un rato, salió con una jaula. Puso dicha jaula sobre el mostrador y procedió a abrirla y a sacar el animal y a disponerlo encima del mostrador. La dama miraba pero no conseguía ver nada allí, salvo un manojo de pelo de animal, sin cabeza ni cola, sin ojos, sin nada de nada.
—¿Qué demonios es esto? —dijo la dama.
—Es un furburgués —repuso el tendero con aire indiferente.
—¿Y qué hace? —preguntó la dama.
—Señora mía, observe usted muy atentamente —dijo el tendero.
Y, a continuación, el hombre miró fijamente al furburgués y exclamó:
—¡Furburgués, pared!
De inmediato, el animal voló y se estrelló contra la pared como si fuese una tonelada de ladrillos. La pared quedó destruida por completo y convertida en un puñado de polvo. Luego, igual de rápidamente que antes, el furburgués regresó volando hasta el mostrador y se sentó allí. El tendero le ordenó entonces:
—¡Furburgués, puerta!
Y de inmediato el animal se fue volando hasta allá y se estrelló cual tonelada de ladrillos contra la puerta y el marco de la puerta. Ambos quedaron hechos escombros. Luego, igual de aprisa que antes, el furburgués regresó volando a sentarse sobre el mostrador.
—Me lo llevo —dijo la dama.
—De acuerdo, si está usted realmente convencida… —dijo el tendero.
Y antes de que la dama saliera de la tienda con su furburgués, el tendero se le acercó y le preguntó:
—Discúlpeme, señora: ¿qué va a hacer usted con el furburgués?
Y la señora echó la mirada atrás y dijo:
—Mire, mi marido y yo tenemos algunos problemas últimamente, así que esta noche, cuando llegue a casa, voy a poner al furburgués justo delante de la puerta de la cocina. Cuando mi marido llegue de trabajar, entrará y desde la puerta me preguntará: «¿Qué puñetas es eso?», y yo le responderé: «Cariño, pues ya lo ves, es un furburgués». Y mi marido me mirará y me dirá: «¡Furburgués, mis cojones!».