El polvo gúmer de tía Kate

Norteamérica: montes Ozark

abía una vez un bracero llamado Jack que quería casarse con una muchacha rica que vivía en la ciudad, pero su papaíto no quería ni oír hablar del asunto.

—¡Escúchame, Minnie! —decía el buen hombre—. ¡A este chaval ni siquiera puedes meterlo en una casa decente! ¡Si lleva las botas llenas de estiércol! ¡Si ni siquiera sabe escribir su propio nombre!

Minnie no respondía, pero sabía lo que Jack era capaz de hacer y le parecía que se acoplaba bien a lo que ella buscaba. Aprender cosas en los libros es algo bueno, pensaba, pero no tiene nada que ver con el marido que una escoge. Minnie lo tenía claro: había decidido que se iba a casar con Jack y daba igual lo que pensara la gente.

Jack quería que se fugasen juntos y que se casaran sin contar con nadie ni con nada, pero Minnie le dijo que no, porque no se imaginaba ser pobre toda la vida. Así que le dijo que tenían que obligar a su padre a que les diera una gran finca con una buena casa. Jack se rio y dejó la cosa ahí. No quiso darle más vueltas al tema durante un tiempo. Finalmente, se dijo: «Iré a la Montaña de Miel mañana, para ver lo que piensa tía Kate».

Tía Kate sabía muchas cosas que la mayor parte de las personas no han oído en la vida. Jack le contó en qué berenjenal se habían metido él y Minnie, pero tía Kate le dijo que no podía hacer nada sin plata. Así que Jack le dio dos dólares, porque no tenía ni una perra más. Entonces ella le alargó una cajetilla parecida a un molinillo de pimienta, con un polvo amarillo dentro.

—Esto es polvo gúmer —le dijo—, pero mucho cuidado con echártelo tú por encima, y sobre todo, que no le caiga nada a Minnie. Tú dile solamente que le ponga una pizca a su papi en los pantalones.

Esa noche, muy tarde, Minnie esparció un poco de polvo en los calzones del buen hombre, que estaban colgados del cabecero de la cama. A la mañana siguiente, justo a la hora del desayuno, él se tiró un cuesco tan grande que retumbaron las paredes y casi se cayeron los cuadros que había colgados, y el gato salió de la cocina (¡pies para qué os quiero!). El buen hombre pensó que debía de ser algo que había comido. Pero muy pronto se tiró otro pedo que casi lo parte por la mitad, y al cabo de un instante estaba haciendo tanto ruido que Minnie tuvo que cerrar la ventana porque temía que los vecinos lo oyeran.

—¿No te vas al despacho, papi? —dijo ella.

Pero justo entonces, el buen hombre soltó el pedo más espantoso que haya oído jamás criatura humana y respondió:

—No, Minnie, me voy a la cama. Y quiero que corras a buscar a Doc Holton.

Cuando Doc llegó, papi se encontraba ya mejor, pero aún estaba bastante pálido y tembloroso.

—En cuanto me metí en la cama, los gases se calmaron —dijo—, pero, mientras duraron, lo pasé fatal.

Y siguió contándole a Doc lo que le había ocurrido. Doc examinó a papi durante un largo rato y le dio medicinas para que durmiese. Minnie condujo a Doc hasta el porche, y este le preguntó:

—¿Tú oíste los ruidos tremendos de los que me hablaba todo el rato, como si alguien estuviese tirándose pedos?

Minnie dijo que no, que no había oído nada por el estilo.

—Justo lo que pensaba —dijo Doc—. Es él, que se ha imaginado todo. A tu papi no le pasa nada, son solo nervios.

Papi durmió bastante bien, gracias a la medicina que le dio Doc. Pero, a la mañana siguiente, en cuanto se levantó y se puso la ropa, empezó a tirarse cuescos todavía peores que el día anterior. Finalmente, lanzó un cañonazo que resonó como si hubiesen disparado un rifle de caza, así que Minnie le ayudó a meterse de nuevo en la cama y mandó llamar al médico. Doc, esta vez, le puso una inyección en el brazo.

—Asegúrate de que este hombre se queda en la cama —dijo—. Mientras yo iré a buscar al doctor Culberson para que le eche un vistazo.

Ambos médicos examinaron a papi de arriba abajo, pero no encontraron nada que les inquietara. Se limitaron a sacudir la cabeza y a darle más pastillas para que durmiese.

Las cosas continuaron igual durante tres días seguidos, y finalmente Doc le recomendó a papi que no se levantase de la cama en absoluto durante algún tiempo más, y que tomase las medicinas cada cuatro horas, y añadió que tal vez fuese una buena idea ingresarlo en una residencia.

—¿Meterme a mí en un asilo simplemente porque tengo las tripas llenas de aires? —vociferó papi. Y armó tal bronca que el doctor le tuvo que poner otra inyección en el brazo.

A la mañana siguiente, papi se incorporó en la cama y empezó a chillar como un descosido, diciendo que los médicos eran unos jodidos idiotas, y Minnie le contó que conocía a un tipo que lo podría curar en cinco minutos. Jack se presentó allí en un santiamén.

—Sí, yo puedo curarte sin problemas. Pero tienes que dejar que Minnie y yo nos casemos, y darnos una de tus fincas más grandes.

Papi apenas le dirigió la palabra a Jack.

—Si este retrasado mental me cura —le comentó a Minnie—, te daré cualquier cosa que me pidas.

Y Minnie se alejó un poco y se puso a remover las brasas de la chimenea. En cuanto consiguió avivarlas, Jack agarró las pinzas y tiró al fuego los calzones de papi.

Cuando papi vio sus calzones en llamas, enmudeció por completo. Se quedó allí, débil como un gatito, y Jack salió de la habitación con pasos largos y decididos, como un médico de verdad. Sin embargo, al cabo de un tiempo el buen hombre se levantó y se puso su ropa de domingo. No soltó ni un solo aire en esta ocasión. Minnie le preparó un desayuno formidable, y él se zampó hasta el último bocado sin eructar ni una sola vez. A continuación, salió a pasear y le dio tres vueltas a la casa, y comprobó que el aire ya no le hinchaba las entrañas.

—¡Ay, por Dios —exclamó— y por la salvación de mi alma! ¡Tengo que reconocer que ese idiota me ha curado!

Y de camino al pueblo, se pasó por la casa de Doc Holton para hablar con él.

—Al final me he curado, pero no ha sido gracias a ti —le dijo—. Si hubiese hecho las cosas a tu manera, ¡en este instante mis pobres huesos estarían descansando en el manicomio!

Nada más le hubo dicho esto a Doc, Papi se acercó al banco y puso su mejor finca a nombre de Minnie. Le dio también un dinero para que comprase caballos y vacas y maquinaria. Ella y Jack se casaron, y les fue bien. Hay gente en el pueblo que dice que vivieron juntos y felices toda la vida.

Cuentos de hadas
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