De cómo un marido desenganchó a su mujer de los cuentos de hadas
Rusia
rase una vez un posadero cuya esposa amaba los cuentos de hadas más que nada en el mundo, y por eso solo aceptaba hospedar a aquellos viajeros que sabían contar historias. Por supuesto, el marido sufría con esta afición de su esposa, pues se sentía abandonado, y le daba vueltas a la cuestión de cómo desengancharla de los cuentos. Una noche de invierno, ya muy tarde, un viejo llegó a la posada tiritando de frío y les pidió que lo alojaran. El marido salió a toda prisa y le preguntó:
—¿Sabes contar cuentos? Es que mi esposa no me deja que hospede a nadie que no sepa contar cuentos.
El viejo se dio cuenta de que no tenía más remedio que asentir, pues estaba a punto de morir congelado. Y dijo:
—Sí, sé contar cuentos.
—¿Vas a quedarte mucho tiempo?
—Toda la noche.
Hasta este momento, todo fue bien. Dejaron entrar al viejo. El marido dijo:
—Mujer, este campesino me ha prometido que nos contará historias toda la noche, pero con la condición de que ni tú ni yo lo interrumpamos ni discutamos con él.
El viejo lo corroboró:
—Exacto, no puede haber interrupciones, pues si las hubiera, yo detendría mi narración.
Cenaron y se fueron a dormir. Entonces, el viejo empezó a hablar:
—Había un búho que revoloteaba por un jardín y se sentó en el tronco de un árbol, y bebió un poco de agua. Un búho se metió volando en un jardín, se sentó en el tronco de un árbol y bebió un poco de agua.
Siguió repitiendo lo mismo una y otra vez:
—Un búho entró volando en un jardín, se sentó en el tronco de un árbol y bebió un poco de agua.
La esposa escuchaba atentamente, sin perderse ningún detalle, y al cabo dijo:
—¿Qué clase de cuento es este? ¡Si está todo el rato repitiendo lo mismo!
—¿Por qué me has interrumpido? ¡Te lo advertí: no debías contradecirme! Lo que he contado era solo el principio, y luego iba a cambiar…
El marido, cuando oyó esto (justo lo que deseaba oír) bajó de un salto de la cama y la emprendió con su mujer:
—¡Te habíamos dicho que no interrumpieses! ¡No le has dejado que acabase el cuento!
Y se puso a pegarle palos; le propinó tal tunda que a partir de entonces aborreció las historias y renunció a escuchar ni un solo cuento más.