El gato-bruja
Afroamericano
sto sucedió en los tiempos de la esclavitud, en Carolina del Norte. Se lo he oído contar a mi abuela muchas veces, ¡muchísimas!
Mi abuela era cocinera y chica para todo en la residencia de una familia que tenía esclavos (debían de ser los Bissit, porque ella era una Bissit). Pues bien, el viejo amo tenía ovejas que esquilaba, y su lana la guardaba en la buhardilla. La vieja ama acusó un día a la cocinera de robar lana:
—Cada día tengo menos lana… ¡Alguien me la está robando!
No conocía a nadie a la que le estuviese permitido subir hasta la buhardilla, aparte de la criada. Así que la llamó y le sacó los colores con el tema de la lana, y el viejo maestro le propinó una tremenda tunda a latigazo limpio.
Cada vez que mi abuela subía a la buhardilla para limpiar, veía un gato que se tumbaba a dormir sobre la pila de lana. Y cada vez que lo veía pensaba lo mismo: que tumbándose así, el gato apelmazaba la lana y hacía que pareciese menos abundante, y se prometía a sí misma que la próxima vez que lo pillara, le cortaría la cabeza con un cuchillo de carnicero. Así que agarró al gato por una pata, la pata delantera, y se la cercenó de un tajo, y el gato salió corriendo escaleras abajo y desapareció de su vista.
Y luego mató la pata que había cortado, que cobró vida y se convirtió en una mano. Y la mano tenía un anillo de oro en un dedo, con una inicial grabada. Mi abuela le llevó la mano a su ama, y se la mostró. Mi abuela no sabía leer ni escribir, pero la vieja ama sí, y vio la inicial del anillo. Entonces cundió el pánico: el caso estaba en boca de todos, como suele pasar en los barrios, y se corrió la voz de que alguien había perdido una mano, y todos se lanzaban miradas e intentaban adivinar quién era. Y averiguaron que era una mujer blanca muy rica, que tenía esclavos y que era la esposa de un joven que no llevaba mucho tiempo casado (pues las brujas no suelen pasar mucho tiempo en el mismo sitio, sino que van viajando). A la mañana siguiente, no se levantó para hacerle el desayuno a su marido, porque no tenía más que una mano. Cuando él oyó las habladurías y vio la mano con el anillo de oro de su mujer y la encontró en la cama, manca, supo que había sido el gato-bruja. Y dijo que ya no la quería.
Era costumbre matar a las viejas brujas. La agarraron y la ataron a un poste de acero, e hicieron una pira y vertieron alquitrán en torno a su cuerpo, y prendieron luego fuego a la pira y la quemaron viva.
Ella había estudiado brujería, y quería aquella lana, y podía desplazarse a cualquier sitio, igual que el viento. Debía de salir sigilosamente cuando su marido ya durmiera y se colaría por el ojo de la cerradura, y si fuera necesario se transformaría en rata, pues las brujas saben transformarse, y robaría cosas, y las devolvería.
Mi abuela me contó todo esto de primera mano.