El flautista de las brujas
Hungría
i hermano mayor estaba tocando la flauta para un grupo de personas en cierto lugar, mientras que otro tipo, un hombre que procedía de Etes, tocaba para los niños en la misma casa. Debió de suceder un día antes del Miércoles de Ceniza. A las once o por ahí, se llevaron a los niños de vuelta a sus casas.
El hombre que había estado tocando para ellos, el Tío Matyi, recibió lo que se le adeudaba por los servicios prestados. Entonces se despidió de mi hermano y se encaminó a su hogar.
En el camino de vuelta, tres mujeres se le acercaron y dijeron:
—¡Venga acá, Tío Matyi! Queremos que toque para nosotras. Vamos juntos a esa casa que hay allí, al final de la calle. Pero no tema, que le pagaremos por tocar.
Cuando entró, lo agarraron por los brazos (por cierto, el hombre sigue viviendo hoy en la aldea) y lo obligaron a quedarse erguido sobre el banco que había arrimado a la pared. Y allí estuvo, tocando para ellas. El dinero llovía a raudales y se le desparramaba sobre los pies, y él se dijo:
—¡Jesús bendito, no lo hago nada mal!
Sobre la medianoche, se oyó un tremendo estrépito, y en un abrir y cerrar de ojos, el hombre se halló en pie sobre la copa del álamo blanco que había al final del pueblo.
—¡Maldición! ¿Cómo demontres voy a bajarme de este árbol?
De repente, llegó un carromato por el sendero. Cuando llegó junto al árbol, él se echó a vociferar:
—¡Ay, hermano, ayúdame!
Pero el hombre siguió adelante, sin prestarle ninguna atención al Tío Matyi. No pasó mucho tiempo antes de que otro carromato se aproximase al árbol. Llevaba las riendas Péter Barta, un tipo oriundo de Karancsság.
—Te lo pido, hermano: para tus caballos y ayúdame a bajar de aquí.
El hombre frenó sus caballos en seco y dijo:
—¿Eres tú, Tío Matyi?
—¡Rayos, pues claro que soy yo, tenlo por seguro!
—¿Y qué carajo haces tú aquí arriba?
—Mira, hermano, es que tres mujeres me han parado cuando iba de regreso a mi casa. Me pidieron que las acompañara a una casa que hay en un extremo de la calle. Cuando entré, me obligaron a quedarme plantado sobre un banco y a tocar la flauta para ellas. Y me han pagado muy bien por hacerlo.
Cuando el hombre lo bajó del árbol, el Tío Matyi empezó a buscar el dinero que había escondido en un pliegue de la capa que llevaba. Pero no encontró ni una perra gorda. Allí solamente había un montón de platos y vasos hechos añicos.
Cosas tan extrañas como esta siguen ocurriendo, aún hoy.