CAPÍTULO CV

Cómo se supo lo acontecido en su viaje a Diego Méndez y a Fiesco

Salidos Diego Méndez y Fiesco, de Jamaica, en sus canoas, aquel día tuvieron buen tiempo de calma, con el que navegaron hasta la tarde, esforzando y animando a los indios a bogar con las palas de que usan en lugar de remos; por ser muy recio el calor, para refrescarse y aliviarse, de cuando en cuando se arrojaban al mar, a nadar un poco; luego volvían frescos al remo. Navegando de este modo, a ras del agua, al ponerse el sol perdieron de vista la tierra; de noche se renovaba la mitad de los indios y de los cristianos, para bogar y hacer guarda, no fuese que los indios cometiesen alguna traición; navegaron toda aquella noche sin parar, de modo que a la venida del día estaban todos muy cansados; pero animando cada uno de los Capitanes a los suyos, y manejando ellos mismos alguna vez los remos, tomaron alimento para recobrar las fuerzas y el vigor, después de la mala noche pasada, y volvieron a su trabajo, no viendo más que agua y cielo. Era esto bastante para afligirles mucho, y de ellos podíamos decir lo que de Tántalo, que teniendo el agua sólo un palmo distante de la boca, no podía apagar la sed, como sucedía a los nuestros, que estuvieron en grandísimo trabajo por esto, a causa del mal gobierno de los indios, que con el gran calor del día y de la noche pasada, se habían bebido todo el agua, sin mirar adelante. El trabajo y la calma del mar eran insoportables; cuanto más se levantaba el sol, en el día segundo de su partida, tanto más crecía el calor y la sed de todos: de manera que al mediodía les faltaban del todo las fuerzas, y como en tales tiempos el cuidado y vigilancia del Capitán deben suplir la falta de medios, hallaron dos barriles de agua, por su buena suerte los Capitanes; y socorriendo con dos gotillas a los indios, los sostuvieron hasta el fresco de la tarde, alentándolos y asegurándoles que presto llegarían a una isleta llamada Navaza, que estaba en su viaje a ocho leguas distante de la Española. Porque demás de la gran fatiga de la sed, y haber bogado dos días y una noche, tenían turbado el ánimo, por imaginar que habían errado el camino, porque, según su cuenta, habían navegado entonces veinte leguas, y a su parecer debían haber visto dicha isla.

Pero lo cierto es que les engañaba la fatiga y flojedad que tenían; porque bogando muy bien una barca o canoa, no puede hacer en un día y una noche más viaje que diez leguas, y porque las aguas desde Jamaica a la Española son contrarias a este viaje, que siempre parece más largo al que pasa mayores trabajos de manera que, venida la tarde, habiendo echado al mar uno que había muerto de sed, estando otros tendidos en el suelo de la canoa se hallaron tan atribulados de espíritu, tan débiles y sin fuerzas, que apenas adelantaban. Así, poco a poco, tomando alguna vez agua del mar, para refrescar la boca, que podemos decir que fue remedio usado por Nuestro Señor cuando dijo: «tengo sed», siguieron como podían, hasta que llegó la segunda noche, sin que hubiesen visto tierra.

Pero como eran enviados por el que Dios quería salvar, les hizo merced, en ocasión tan angustiosa, de que Diego Méndez viese que salía la luna encima de tierra, pues la cubría una isleta, a modo de eclipse; de otro modo no hubieran podido verla, porque era muy pequeña, y en atención a la hora. Confortándolos Méndez con esta alegría, y mostrándoles la tierra, les dio mucho ánimo, y habiéndoles repartido, para mitigar la sed, una poca agua del barril, bogaron de modo que a la mañana siguiente se hallaron sobre la isla que según hemos dicho, distaba ocho leguas de la Española, y era llamada Navaza.

Hallaron que ésta era toda de piedra viva, de media legua de circuito. Desembarcados donde mejor pudieron, dieron muchas gracias a Dios por tal socorro, y porque no había en ella agua dulce viva, ni árbol alguno, sino peñascos, anduvieron de peña en peña, recogiendo con calabazas el agua llovediza que hallaban, de la que Dios les dio tanta abundancia, que fue bastante para llenar los vientres y los vasos; aunque los más prudentes advirtieron a los otros que bebiesen con moderación, llevados por la sed, bebieron sin tino algunos indios, y se murieron allí; otros, enfermaron de grave dolencia.

Habiendo descansado aquel día hasta la tarde, recreándose y comiendo lo que hallaban en la orilla del mar, porque Diego Méndez había llevado consigo los utensilios de sacar lumbre, con mucha alegría de estar a la vista de la Española, para que no les viniese algún mal tiempo, dispusieron acabar el viaje. Así, al caer el sol, con el fresco de la tarde, se encaminaron hacia el Cabo de San Miguel, que es el más próximo a la Española, y llegaron a la mañana del día siguiente, que era el cuarto desde que habían salido de Jamaica.

Luego que descansaron allí dos días, Bartolomé Fiesco, que era caballero, aguijado por su honor, quiso volver con la canoa, como se lo había ordenado el Almirante; pero, como los marineros y los indios estaban muy fatigados, e indispuestos por el trabajo y por el agua de mar que habían bebido, que les parecía haberlos sacado Dios del vientre de una ballena, ninguno hubo que quisiera volver[225]. Pero Diego Méndez, que tenía más prisa, había salido ya con su canoa, por la costa arriba de la Española, aunque padecía cuartanas por el trabajo que había sufrido en mar y en tierra, Con esta compañía, y la fatiga de ir por montes y malos caminos, llegó a Xaraguá, provincia que está en el Occidente de la Española, donde a la sazón estaba el Gobernador, quien mostró alegrarse de su venida, bien que luego se detuvo mucho en despacharle[226], por las causas dichas arriba. Al fin, después de mucha porfía, consiguióse que diese a Diego Méndez licencia para ir a Santo Domingo, a fin de comprar y aderezar un navío, con las rentas y el dinero que allí tenía el Almirante. Puesta en punto y aparejada esta nave fue enviada a Jamaica, a fines de mayo de 1504, y tomó el camino de España, según la orden que había dado el Almirante, para que diese relación a los Reyes Católicos de lo acontecido en su viaje.

Historia del Almirante
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