CAPÍTULO XX

Cómo la gente murmuraba con deseo de volverse, y viendo otras señales y demostraciones de tierra, caminó hacia ella con alegría

Cuanto más vanos resultaban los mencionados indicios tanto más crecía su miedo y la ocasión de murmurar, retirándose dentro de los navíos y diciendo que el Almirante, con su fantasía, se había propuesto ser gran señor a costa de sus vidas y peligros, y de morir en aquella empresa; y pues ellos habían ya cumplido con su obligación de probar suerte, y se habían apartado de tierra y de todo socorro más que nadie, no debían ser autores de su propia ruina ni seguir aquel camino hasta que después tuvieran que arrepentirse y les faltasen las vituallas y los navíos, los cuales, como sabían, estaban llenos de averías y de grietas, de modo que mal podrían salvar a hombres que tanto se habían internado en el mar; y que nadie juzgaría mal hecho lo que en tal caso habían resuelto, más bien, al contrario, serían juzgados muy animosos por haberse puesto a tal empresa, y haber ido tan adelante; y que, por ser extranjero el Almirante, y sin algún apoyo, y por haber siempre tantos hombres sabios y doctos reprobado y censurado su opinión, no habría quien le favoreciese y defendiese, y a ellos les sería creído cuanto dijeran, y sería atribuido a culpa de ignorancia y mal gobierno lo que él dijera en contra para justificarse. No faltaron algunos que propusieron dejarse de discusiones, y si él no quería apartarse de su propósito, podían resueltamente echarlo al mar, publicando luego que el Almirante, al observar las estrellas y los indicios, se había caído sin querer; que nadie andaría investigando la verdad de ello; y que esto era el fundamento más cierto de su regreso y de su salvación. De tal guisa continuaban murmurando de día en día, lamentándose y maquinando, aunque el Almirante no estaba sin sospecha de su inconstancia y de su mala voluntad hacia él[109]; por lo que, unas veces con buenas palabras, y otras con ánimo pronto a recibir la muerte, les amenazaba con el castigo que les podría venir si impidiesen el viaje, con ello templaba algo sus propósitos y sus temores; y para confirmación de la esperanza que les daba, recordaba las muestras y los indicios sobredichos, prometiéndoles que en breve tiempo hallarían alguna tierra; a los cuales indicios andaban ellos de continuo tan atentos que cada hora les parecía un año hasta ver tierra.

Por fin, el martes 25 de Septiembre, a la puesta del sol, razonando el Almirante con Pinzón, que se le había acercado con su nave, Pinzón gritó en alta voz: «Tierra, tierra, señor; que no pierda mi buena mano»[110]; y le mostró, en dirección al Sudoeste, un bulto que tenía clara semejanza de isla, que distaba veinticinco leguas de los navíos, de lo cual se puso la gente tan alegre y consolada, que daban a Dios muchas gracias; el Almirante, que hasta ser de noche prestó alguna fe a lo que se le había dicho, por consolar a su gente, y a más, porque no se le opusieran e impidieran su camino, navegó hacia allí por gran parte de la noche; pero la mañana siguiente conocieron que lo que habían visto eran turbiones y nubes que muchas veces parecen ser muestra de clara tierra; por lo cual, con mucho dolor y enojo de la mayor parte, tornaron a seguir el rumbo de Occidente, como siempre habían llevado a no ser que el viento se lo impidiese, y teniendo los ojos atentos a indicios, vieron un alcatraz y un rabo de junco y otros pájaros semejantes a ellos; el jueves, a 27 de Septiembre, vieron otro alcatraz que venía de Poniente e iba hacia Levante, y se mostraron muchos peces dorados, de los que mataron uno con una fisga; pasó cerca de ellos un rabo de junco, y conocieron después que las corrientes, en los últimos días no eran tan constantes y ordenadas como solían, sino que volvían atrás con las mareas, y la hierba se veía por el mar en menor cantidad que antes.

El viernes siguiente mataron todos los de los navíos algunos peces dorados, y el sábado vieron un rabihorcado, el cual, aunque sea ave marina, no descansa allí, sino que va por el aire persiguiendo a los alcatraces hasta que les hace echar, de miedo, la inmundicia de su vientre, la que recoge por el aire, para su alimento, y con tal astucia y caza se sustenta en aquellos mares; dícese que se ven muchos en los alrededores de las islas de Cabo Verde. Poco después vieron otros dos alcatraces, y muchos peces golondrinos, que son de grandeza de un palmo, con dos aletas semejantes a las del murciélago, y vuelan de cuando en cuando, tanto como una lanza sobre el agua, el tiro de un arcabuz, unas veces más y otras menos, y en ocasiones caen en los navíos. También, después de comer, vieron mucha hierba en dirección de Norte a Mediodía, como solían antes, y otros tres alcatraces y un rabihorcado que los perseguía.

El domingo, a la mañana, vinieron a la nave cuatro rabos de junco, los que por haber venido juntos, se creyó que estaban próximos a tierra, y especialmente, porque de allí a poco pasaron otros cuatro alcatraces; vieron muchas hiladas de hierba que iban de Oesnoroeste al Esoeste; vieron también muchos peces emperadores, análogos a los llamados chopos, que tienen la piel durísima y no son buenos para comerlos.

Pero, aunque el Almirante tuviese atención a todos estos indicios, observaba los del cielo y el curso de las estrellas, por donde notó en aquel paraje, con grande admiración, que de noche, las Guardas estaban justamente en el brazo del Occidente, y cuando era de día, se encontraban en la línea bajo el brazo, al Nordeste. De lo que deducía que en toda la noche no caminaban sino tres líneas, que son nueve horas, y esto lo comprobaba todas las noches. Igualmente notó que desde las primeras horas de la noche, las agujas noroesteaban toda una cuarta, y cuando amanecía, miraban derechamente a la estrella polar. Por cuyos motivos, los pilotos estaban con grande inquietud y confusión, hasta que él les dijo que de esto era causa el círculo que hace la estrella polar o del Norte, rodeando el polo, cuya explicación les dio mucho aliento, porque en presencia de tales novedades temían peligro en el camino, a tanta distancia y diversidad de regiones.

Historia del Almirante
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