CAPÍTULO XXI
Cómo no sólo vieron los indicios y las señales anteriores, sino otros mejores, que les dieron algún ánimo
El lunes, que fue el primero de octubre, salido el sol, vino a la nave un alcatraz; dos horas antes de mediodía llegaron otros dos; la dirección de la hierba era del Este al Oeste; y aquel día, de mañana, el piloto de la nave del Almirante dijo que estaba, hacia el Poniente, quinientas sesenta y ocho leguas más allá de la isla del Hierro; el Almirante afirmó que pensaba estar algo más distante, a quinientas ochenta y cuatro leguas, aunque en oculto sabía haberse alejado setecientas siete; de modo que su cuenta superaba en 129 leguas a la de dicho piloto. Aún era mucho más diferente el cómputo de las otras dos naves, porque el piloto de la Niña, el miércoles siguiente por la tarde, dijo que, a su juicio, habían caminado quinientas cuarenta leguas; y el de la Pinta, seiscientas treinta y cuatro. Quitando, pues, lo que caminaron aquellos tres días, quedaban todavía muy apartados de la razón y de la verdad, porque siempre tuvieron buen viento en popa y habían caminado más. Pero el Almirante, como se ha dicho, disimulaba y transigía con el error cometido, para que la gente no desmayara viéndose tan lejos.
El día siguiente, que fue 2 de Octubre, vieron muchos peces, y mataron un atún pequeño; se presentó un pájaro blanco, como gaviota, y muchas pardelas, y la hierba que veían era muy añeja, casi hecha polvo.
Al día siguiente, no viendo más aves que algunas pardelas, temieron grandemente haber dejado al lado algunas islas, pasando por medio de ellas sin verlas; creían que los muchos pájaros vistos hasta entonces, eran de paso, y que irían de una isla a otra a descansar. Queriendo ellos ir de uno a otro lado para buscar aquellas tierras, el Almirante se opuso, por no perder el favorable viento que le ayudaba para ir derecho hacia las Indias por el Occidente, cuya vía era la que tenía por más cierta; además, porque le parecía perder la autoridad y el crédito de su viaje, andando a tientas, de un lugar a otro, buscando aquello que siempre afirmó saberlo muy ciertamente, y esto fue la causa de amotinarse la gente, perseverando en murmuraciones y conjuras. Pero quiso Dios socorrerle, como arriba se ha dicho, con nuevos indicios. Porque el jueves, 4 de Octubre, después de mediodía, vieron más de cuarenta pardelas juntas, y dos alcatraces, los cuales se acercaron tanto a los navíos, que un grumete mató uno con una piedra. Antes de esto habían visto otro pájaro, como rabo de junco, y otro como gaviota; y volaron a la nave muchos peces golondrinos. El día siguiente, también vino a la nave un rabo de junco, y un alcatraz de la parte de Occidente; y se vieron muchas pardelas.
El domingo después, 7 de octubre[111], al salir el sol, se vio hacia el Poniente muestras de tierra, pero como era oscura, ninguno quiso declararse autor, no sólo por quedar con vergüenza afirmando lo que no era, cuanto por no perder la merced de diez mil maravedís anuales, concedidos por toda la vida a quien primeramente viese tierra, la cual habían prometido los Reyes Católicos; porque, como ya hemos dicho, para impedir que a cada momento se diesen vanas alegrías, con decir falsamente: ¡tierra, tierra!, se había puesto pena, al que dijese verla, y esto no se comprobase en término de tres días, quedar privado de dicha merced, aunque después verdaderamente la viese; y porque todos los de la nave del Almirante tenían esta advertencia, ninguno se arriesgaba a gritar: ¡tierra, tierra! Los de la carabela Niña, que, por ser más ligera, iba delante, creyendo ciertamente que fuese tierra, dispararon una pieza de artillería y alzaron las banderas en señal de tierra. Pero, cuando fueron más adelante, les comenzó a faltar a todos la alegría, hasta que totalmente se deshizo aquella apariencia; bien que, no mucho después, quiso Dios tornar a consolarles algo, porque vieron grandísimas bandadas de aves de varios géneros, y algunas otras de pajarillos de tierra, que iban desde la parte de Occidente a buscar su alimento en el Sudoeste. Por lo cual, el Almirante, teniendo por muy cierto, porque se hallaba muy lejano de Castilla, que aves tan pequeñas no irían a reposar muy lejos de tierra, dejó de seguir la vía del Oeste, hacia donde iba, y caminó con rumbo al Sudoeste[112], diciendo que, si cambiaba la dirección, lo hacía porque no se apartaba mucho de su principal camino, y por seguir el discurso y el ejemplo de la experiencia de los portugueses, quienes habían descubierto la mayor parte de las islas, por el indicio y vuelo de tales aves; y tanto más, porque las que entonces se veían, seguían casi el mismo camino en el que siempre tuvo por cierto encontrar tierra, dado el sitio en que estaban; pues bien sabían que muchas veces les había dicho que no esperaba tierra hasta tanto que no hubiesen caminado setecientas cincuenta leguas al Occidente de Canaria, en cuyo paraje había dicho también que encontraría la Española, llamada entonces Cipango; y no hay duda que la habría encontrado porque sabía que la longitud de aquélla se afirmaba ir de Norte a Mediodía, por lo cual él no había ido más al Sur, a fin de dar en ella, y por esto quedaban aquella y las otras islas de los Caribes, a mano izquierda, hacia Mediodía, adonde enderezaban aquellas aves su camino.
Por estar tan cercanos a tierra se veía tanta abundancia y variedad de pájaros, que, el lunes, a 8 de Octubre, vinieron a la nave doce de los pajaritos de varios colores que suelen cantar por los campos; y después de haber volado un rato alrededor de la nave, siguieron su camino. Viéronse también desde los navíos muchos otros pájaros que iban hacia el Suroeste, y aquella misma noche se mostraron muchas aves grandes, y bandadas de pajarillos que venían de hacia el Norte y volaban a la derecha de los anteriores. Fueron también vistos muchos atunes; a la mañana vieron un gorjao y un alcatraz, ánades, y pajarillos que volaban por el mismo camino que los otros; y sentían que el aire era muy fresco y odorífero, como en Sevilla en el mes de abril.
Pero entonces era tanta el ansia y el deseo de ver tierra, que no daban crédito a indicio alguno, de tal modo que aunque el miércoles, 10 de Octubre, de día y de noche vieron pasar muchos de los mismos pajarillos, no por eso dejaba la gente de lamentarse, ni el Almirante de reprenderles el poco ánimo, haciéndoles saber que, bien o mal, debían salir con la empresa de las Indias, a la que los Reyes Católicos los enviaban[113].