CAPÍTULO XIX
Cómo todos estaban muy atentos a los indicios que había en el mar, con deseo de llegar a tierra
Como toda la gente de la armada era nueva en semejante navegación y peligro, y se veían tan lejos de todo socorro, no dejaban entre ellos de murmurar; y no viendo más que agua y cielo, notaban siempre con atención cualquier señal que se les presentaba, como aquellos que estaban de hecho más lejanos de tierra, que nadie lo había estado hasta entonces. Por lo que referiré todo aquello a que daban alguna importancia, y esto será cuanto a la delación de este primer viaje; pues de los otros indicios menores que se presentan con frecuencia, y se ven ordinariamente, no quiero razonar.
Digo, pues, que el 19 de Septiembre, de mañana, vino a la nave del Almirante un pájaro llamado alcatraz, y otros vinieron por la tarde, que daban alguna esperanza de tierra, porque juzgábase que tales aves no se habrían separado mucho de aquélla. Con cuya esperanza, cuando hubo calma sondaron con doscientas brazas de cuerda; y aunque no pudieron hallar fondo, conocieron que todavía las corrientes iban hacia el Sudoeste.
Igualmente, el jueves, a veinte días de aquel mes, dos horas antes de medio día llegaron dos alcatraces a la nave, y aún vino otro al cabo de poco, y tomaron un pájaro semejante al gorjao, sólo que era negro, con un penacho blanco en la cabeza, y con patas semejantes a los del ánade, como suelen tener las aves acuáticas; a bordo, mataron un pez pequeño; vieron mucha da la hierba mencionada, y al salir el día vinieron a la nave tres pajarillos de tierra, cantando, pero al salir el sol desaparecieron, dejando algún consuelo, porque se pensaba que las otras naves, por ser marinas y grandes, podían mejor alejarse de tierra, y que estos pajarillos no debían venir de tanta lejanía. Luego, tres horas después, fue visto otra alcatraz, que venía del Oesnoroeste; al día siguiente, a la tarde, vieron otro rabo de junco y un alcatraz, y se descubrió más cantidad de hierba que en todo el tiempo pasado, hacia el Norte, por cuanto se podía extender la vista, de lo cual recibían aliento, creyendo que vendría de alguna tierra próxima; esto, a veces, les causaba gran temor, porque había allí matas de tanta espesura, que en algún modo detenían los navíos, y como quiera que el miedo lleva la imaginación a las cosas peores, temían hallarla tan espesa que quizá les sucediese lo que se cuenta de San Amador, en el mar helado, del cual se dice que no deja avanzar a los navíos; por esto separaban los navíos, de la matas de hierba, todas las veces que podían.
Pero volviendo a los indicios, digo que otro día vieron una ballena, y al sábado siguiente, que fue a 22 de Septiembre, fueron vistas algunas pardelas[108]; y soplaron aquellos tres días algunos vientos del Sudoeste, unas veces más al Poniente, y otras menos, los cuales, aunque eran contrarios a la navegación, el Almirante dice que los tuvo por muy buenos y de gran provecho, porque al murmurar entonces la gente, entre las otras cosas que decían para aumentar su miedo, era una el que, pues siempre tenían el viento en popa, que en aquellos mares no le tendrían nunca próspero para volver a España, y aun dado que sucediese lo contrario, decían que el viento no era estable, y que no bastando para agitar el mar, no podrían tornar, dado lo largo del camino que dejaban atrás. Aunque el Almirante replicaba, diciéndoles que esto procedía de estar ya cerca de tierra, que no dejaba levantar las olas, y les diese las razones que mejor podía, afirma que tuvo entonces necesidad de la ayuda de Dios, igual que Moisés, cuando sacó a los hebreos de Egipto, los cuales se abstenían de poner las manos en él, por los muchos prodigios con que Dios le favorecía; así dice el Almirante le sucedió en aquel viaje, porque pronto, el domingo siguiente, a 23, se levantó un viento Oesnoroeste, con el mar algún tanto agitado, como la gente deseaba; e igualmente, tres horas antes de medio día, vieron una tórtola, que volaba sobre la nave, y a la tarde siguiente vieron un alcatraz, una avecilla de río y otros pajarillos blancos; en la hierba encontraron algunos cangrejillos; al día siguiente vieron otro alcatraz, muchas pardelas que venían de hacia Poniente, y algunos pececillos, algunos de los cuales mataron los marineros con fisgas, porque no picaban en el anzuelo.